36
Kurt escudriñó la consola buscando la radio. Sus ojos se posaron en un transmisor-receptor sintonizado en una extraña frecuencia.
COM-1, pensó.
—Tiene que ser la frecuencia de Jinn —dijo—. ¿Puedes pasarme unos de esos auriculares?
Leilani empezó a buscar en el suelo los auriculares de uno de los pilotos. Los recogió y se los dio.
Él los conectó. Encontró otro transmisor-receptor y activó los interruptores para poder oír las comunicaciones de la frecuencia COM-1 pero transmitiendo solo por COM-2. Empezó a ajustar la frecuencia a una que Nigel, el piloto del helicóptero, había usado cuando se habían aproximado a Aqua-Terra por primera vez.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Leilani—. Creía que íbamos a alejarnos de ellos, no a acercarnos.
—Varios amigos míos de la NUMA están ahí abajo. Han estado intentando averiguar qué le pasó a tu hermano. Debe de faltarles poco para dar con la respuesta porque están a punto de ser atacados.
—¿Atacados?
—Vi a los hombres de Jinn subir a bordo de los otros aviones —dijo él—. Son comandos. Estoy seguro de que pretenden asaltar la isla.
—Estoy de acuerdo —convino ella—. Debemos avisarlos.
Kurt siguió buscando entre las frecuencias hasta que sintonizó el número 122.85 en la pantalla de visualización.
—Es esta.
Escuchó un segundo, no oyó nada y pulsó el botón de transmisión.
—Aqua-Terra, aquí Kurt Austin. ¿Me recibís?
Nada.
Mientras Kurt hablaba, no perdía de vista los aviones de transporte que estaban descendiendo. Parecían totalmente ajenos a su presencia.
—Aqua-Terra, adelante.
—Prueba en otra frecuencia.
—No. Es esta. —Volvió a pulsar el botón de transmisión—. Aqua-Terra, ¿me recibís? Aquí, Kurt Austin. Estáis a punto de sufrir un ataque. Preparaos para rechazar a los abordadores.
Soltó el botón.
—¿Por qué no contestan? —preguntó ella.
A Kurt se le ocurrían varios motivos; el más siniestro tenía que ver con la impostora que había entre ellos. Puede que ella hubiera inutilizado la radio o hubiera hecho algo peor.
Los dos aviones descendían ahora por debajo de los trescientos metros. Estarían en la cubierta dentro de un minuto, probablemente descargando sus botes mediante el sistema de extracción con paracaídas. Por las dimensiones de la bodega, calculó que cada avión podría transportar hasta setenta comandos, si bien con los botes y el material a bordo como máximo cabrían treinta. Eso significaba sesenta comandos contra los veinte hombres que componían la tripulación de Marchetti, además de Paul y Gamay. Con los robots desactivados, lo tenían crudo.
Al no obtener respuesta por radio, Kurt comprendió que ya no era el momento de avisarlos; era el momento de actuar.
En el interior de la sala de comunicaciones de Aqua-Terra, Zarrina escuchaba en compañía de Otero y de Matson cómo Kurt Austin intentaba avisar a sus amigos del inminente ataque.
Otero estaba pálido.
—Creía que Jinn había dicho que Austin y Zavala estaban muertos.
—Por lo visto se precipitó —señaló Zarrina.
—¿De dónde viene la transmisión?
—Podría venir de cualquier parte —dijo ella, mirando por la ventana.
No vio barcos en el horizonte, pero sí los tres aviones que se acercaban. Uno de ellos estaba considerablemente fuera de formación. Eso prácticamente confirmaba el peor de sus temores.
—Ha tomado los mandos de uno de los aviones —dijo—. Tenemos que avisar a Jinn. Y tenemos que presionar. Subid a la mujer. ¡Vamos!
Kurt aceleró al máximo, y el avión a reacción de treinta metros por tres se abalanzó con sorprendente potencia.
Mientras el aparato aceleraba, un plan cobró forma en la mente de Kurt. Observó cómo los otros aviones aminoraban la marcha hasta avanzar casi a velocidad de pérdida a medida que descendían hacia el agua.
Serían vulnerables cuando sobrevolaran la cubierta y descargaran a sus comandos, y Kurt podría lanzarlos al agua como un piloto de carreras de automóviles que elimina a sus competidores estampándolos contra el muro.
Los dos aviones estaban separados por una distancia de ochocientos metros a una altura de menos de noventa. Kurt y Leilani se estaban acercando rápidamente cuando de repente Kurt oyó gritos en árabe por la frecuencia COM-1.
Los dos aviones reaccionaron al instante. Sus morros inclinados hacia abajo se inclinaron hacia arriba, y la estela de distorsión producida por el calor que dejaban se intensificó rápidamente.
—Maldita sea —dijo Kurt—. Adiós, elemento sorpresa.
Los aviones a reacción empezaron a acelerar, pero Kurt estaba descendiendo a toda velocidad sobre ellos, desplazándose como mínimo unos cien nudos más rápido. Eligió el avión de la izquierda y se dirigió hacia él, apuntando con el morro hacia abajo como un demente.
El avión de Kurt se precipitó como un halcón lanzándose a matar. El otro se estaba acercando, esforzándose por ascender y cobrar velocidad como un pichón grande y lento.
El aparato se volvió más grande a medida que se aproximaba hasta que llenó la ventana y luego desapareció, pasando como un rayo por debajo de ellos.
Jinn estaba sentado en el asiento del mecánico de vuelo del primer avión, gritando instrucciones al piloto. La máquina estaba funcionando a toda marcha, y el avión se esforzaba por ascender y acelerar.
—¡Cuidado! ¡Está justo debajo de vosotros! —gritó Zarrina por la radio.
Una ola de estruendo y turbulencias sacudió el avión. Una sombra pasó a toda velocidad a través del parabrisas, y el comandante empujó la palanca de mando hacia delante. El humo, el calor y los gases de escape de los motores de Kurt azotaron la cabina, pero los aviones no chocaron.
Kurt lo elevó en el último segundo, lo que les brindó unos metros de preciado espacio. Por otra parte, el estremecimiento involuntario del piloto y la estela turbulenta del avión de quince mil kilos al pasar ruidosamente por delante de ellos los lanzó hacia abajo y hacia la izquierda, directos a las olas.
—¡Nivélalo! —gritó Jinn—. ¡Nivélalo!
El piloto estabilizó las alas y tiró hacia atrás de la palanca de mando. El avión a reacción pasó rozando el agua, la tocó por un instante y saltó como una piedra, y a continuación volvió a elevarse hacia el cielo.
—Se han salvado —dijo Leilani, mirando atrás a través de la ventanilla lateral—. De algún modo se han salvado.
Kurt pensó en dar la vuelta para lanzar otro ataque, pero ya estaba alineado sobre el segundo avión. El plan A había fallado, y, con el segundo avión elevándose por encima de los trescientos metros y acelerando, esa vez no surtiría efecto. Aun así, tenía que hacer algo.
Usó la velocidad extra que había adquirido para elevarse antes que su presa y ganó altitud más rápidamente que el otro avión. Una vez que estuvo por encima de él, se inclinó hacia el otro aparato y se acopló a su rumbo, acercándose desde la posición elevada de las siete en punto.
Por un segundo, no supo qué hacer a continuación. Entonces se le ocurrió una idea; le pareció tan brillante que se habría dado unas palmaditas en la espalda si hubiera podido.
Echó un vistazo a la cabina. En medio de un sinfín de indicadores, interruptores y pantallas, vio lo que estaba buscando.
—Coge esa palanca —dijo, señalando con el dedo.
Leilani posó la mano sobre una gruesa barra metálica cubierta de franjas amarillas y negras.
—¡Prepárate para tirar!
A medida que se acercaba a su presa, el avión empezó a sacudirse. La estela que desprendía el otro reactor hacía que Kurt se sintiera como un esquiador acuático cruzando la estela de una lancha motora. Se retiró y se elevó por encima de las turbulencias y, diez segundos más tarde, impulsó de nuevo el morro hacia delante y se abalanzó sobre el otro avión como si estuviera haciendo una pasada con una ametralladora.
Pasó a toda velocidad por encima del avión, a mayor altitud que antes.
—¡Ahora!
Leilani bajó la palanca amarilla y negra.
Un fuerte susurro recorrió el avión, y Kurt notó que el morro se elevaba y que el avión prácticamente saltaba hacia el cielo.
Detrás del aparato apareció una nube gris de vapor que salió despedida y chocó contra el segundo avión. A pesar de su aspecto vaporoso, la columna central de la mezcla vertida seguía unida. Cinco mil quinientos kilos de agua y microbots impactaron contra la cabina, hicieron añicos el parabrisas y arrollaron a los pilotos como un maremoto.
El resto de la carga arrasó el avión y alcanzó el ala de estribor y el motor. El turboventilador explotó a causa del impacto, y los álabes del compresor y otras piezas salieron volando a través de la cubierta.
El peso del agua recayó sobre el ala derecha más que sobre la izquierda, la orientó hacia abajo y hacia atrás, y el aparato cayó de costado en picado hacia el mar. Se estrelló segundos más tarde, dando bandazos sobre la superficie del mar. El impacto hizo pedazos el avión y lanzó despedidas personas, carga y esquirlas metálicas por todas partes.
Kurt se dio cuenta de que acababa de verter un montón de los robots de Jinn en el mar, pero era la única arma de la que disponía. Viró a la derecha, y vio los restos del accidente; enseguida empezó a buscar el segundo aparato por miedo a que Leilani y él corrieran la misma suerte.
De repente, una voz sonó por la radio. Kurt la reconoció: era la voz de Gamay Trout.
Gamay Trout estaba sentada ante la consola del operador de radio en la sala de comunicaciones de Aqua-Terra. El frío cañón de una pistola le presionaba la coronilla.
—¡Habla con él! —exigió la voz áspera de Zarrina—. Dile que si no se rinde, os mataré a todos. Tu marido morirá el primero.
Habían obligado a Paul a tumbarse en el suelo. Matson se hallaba erguido con un pie presionando la región lumbar de Paul. Le apuntaba a la nuca con una pistola de tipo Luger. Otero estaba cerca armado con otra pistola.
—¡Habla!
Gamay cogió el micrófono que le habían colocado delante. Apretó el interruptor de transmisión.
—Kurt, soy Gamay. ¿Me recibes?
Tardó unos segundos, pero la voz de Kurt sonó por sus auriculares.
—Gamay, os van a atacar. Poneos a cubierto. Que Marchetti active los robots.
—¡Dile que se rinda! —ordenó Zarrina.
Gamay miró por la ventana. Había visto descender uno de los aviones; los otros dos estaban elevándose y dando vueltas, y uno parecía estar persiguiendo al otro, pero no tenía ni idea de quién era quién.
Zarrina empujó la cabeza de Gamay hacia delante con el cañón de la pistola.
—No volveré a pedírselo.
Gamay cogió el micrófono, pero vaciló.
—¡Mátalo! —dijo Zarrina a Otero.
—¡Espera! —gritó Gamay.
Pulsó el botón de transmisión y lo mantuvo apretado.
—Kurt, soy Gamay —dijo—. Ya nos han cogido. Nos tienen en las celdas. Nos van a matar si no haces aterrizar el avión y te rindes.
Se hizo el silencio. Gamay miró por la ventana. Uno de los aviones había dejado de maniobrar. Supuso que era el de Kurt. El otro se estaba acercando.
Observó un instante y a continuación pulsó el botón.
—¡Cuidado! —gritó—. Están a tu…
No llegó a terminar la frase porque Zarrina la derribó de la silla. Gamay impactó contra la pared y se levantó dispuesta a darle un puñetazo, pero recibió una patada en el vientre que la dejó sin aliento y la hizo caer al suelo.
Fuera, vio que los dos aviones estaban a punto de chocarse. Se cruzaron, se separaron y volvieron a cruzarse. Una estela de humo negro empezó a salir de uno de ellos.
Kurt reaccionó a la advertencia de Gamay lo más rápido que pudo. Se ladeó a la izquierda y estuvo a punto de chocar contra el avión de Jinn. Movió la palanca de mando a la derecha, dio la vuelta al avión y oyó el sonido de unas balas impactando en el fuselaje.
El aparato de Jinn también estaba girando. Unos hombres disparaban unas ametralladoras del calibre 50 a través de una puerta de carga abierta.
Kurt regresó hacia ellos. Los dos aviones se cruzaron y estuvieron a punto de chocar por tercera vez. Cuando Kurt se desvió y empezó a huir, una serie de señales luminosas se encendieron en la cabina. Apuntó con el morro hacia abajo para ganar velocidad, aceleró al máximo y replegó los alerones que no había retirado hasta entonces.
El avión aceleró, y Kurt giró hacia el sudoeste. Varias señales luminosas siguieron parpadeando, pero no parecía nada catastrófico.
Fintó a la izquierda y luego a la derecha, recordando la regla que había oído en una ocasión a un piloto de cazas: «El que vuela recto muere».
Después de varias series de maniobras, todavía no había visto el avión de Jinn.
Mantuvo el aparato sobre la cubierta a máxima velocidad. Giró ligeramente al oeste. De momento todo iba bien. Pero seguía sin haber rastro de Jinn.
—¿Lo ves?
Leilani volvía la cabeza, haciendo todo lo posible por localizar el otro avión. Kurt viró a la derecha con la esperanza de ofrecerle una vista más amplia.
—No —contestó ella—. Espera… sí. Está detrás de nosotros —dijo la joven, entusiasmada—. Parece que se esté quedando atrás. Se dirige hacia abajo.
Eso no parecía lógico.
—¿Estás segura?
—Sí, lo estamos dejando atrás. Creo que está aterrizando.
Kurt no podía creer la suerte que tenían. Se preguntaba por qué Jinn había permitido que escaparan.
La voz de Zarrina sonó por la radio.
—Kurt Austin, o aterrizas y te rindes, o mataré a tus amigos.
La línea seguía abierta, y oyó el sonido de alguien que gruñía de dolor y que luego gritaba.
—Si les haces daño, estás muerta, Zarrina —dijo él, contestando a la amenaza con otra.
Kurt no tenía otra alternativa que huir. Si se rendía, eso no impediría que asesinaran a sus amigos. Solo lograría que no hubiera testigos que informaran del incidente. Pero si conseguía escapar, las tornas se volverían. Entonces Zarrina y Jinn tendrían que preocuparse por si eran descubiertos enfrentándose así a un justo castigo. En ocasiones esos pensamientos acababan protegiendo a los prisioneros que en otras circunstancias se consideraban prescindibles.
—Como les hagas daño, no habrá lugar en el mundo donde puedas esconderte de mí.
Encima de él se encendieron más señales luminosas. Oyó interferencias y sonido de retroalimentación por los auriculares.
—Estoy deseándolo —contestó Zarrina.
Sonó un disparo, la transmisión se cortó y el panel de COM se apagó. Kurt accionó varias veces el interruptor, pero no obtuvo respuesta.
—La radio no funciona —dijo.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Leilani.
—Iremos hacia el sur y seguiremos el plan original.
Esperaba no haber sacrificado a los Trout, pero no tenía alternativa. Tenían que llegar a las Seychelles o, como mínimo, hasta una embarcación de las rutas marítimas. Podrían hacer señales a un barco y realizar un amerizaje forzoso cerca, pero en cualquier caso tenían que escapar de Aqua-Terra.
En los ojos de Jinn ardía tal furia que podía derretir el acero. La distancia entre su avión y el de Kurt Austin seguía aumentando. Este último estaba escapando, y se llevaba a una mujer que a él le interesaba y, lo más importante, el secreto de su paradero, un secreto que necesitaba mantener.
—¿Por qué son más rápidos que nosotros? —preguntó.
—Ha soltado el cargamento —contestó el piloto—. Ahora el avión pesa seis toneladas menos. Se mueven como mínimo treinta nudos más rápido. Si quiere alcanzarlos, tendremos que deshacernos también de nuestro cargamento. De lo contrario, perderemos un kilómetro y medio cada dos minutos.
Jinn consideró esa información. Había sufrido una derrota importante. Un avión abatido y otro en manos de un enemigo al que quería ver muerto. Después de haber perdido dos cargamentos, no había forma de saber qué porcentaje de los microbots había sobrevivido a cualquiera de los dos impactos.
—Aunque soltemos el cargamento, solo podremos igualar su velocidad —dijo el piloto—. Nunca los alcanzaremos.
A Jinn se le ocurrió una idea mejor. Desabrochó su cinturón de seguridad.
—Aterriza —dijo—. Inmediatamente.