Capítulo 33
—El FBI ha asaltado nuestras oficinas de
Beverly Hills —advirtió Thom Severance cuando entró como una tromba
en el apartamento subterráneo de Lydell Cooper. Su voz casi se
quebraba a causa del miedo.
Cooper, que estaba tumbado en un sofá, apoyó
los pies en el suelo.
—¿Que ellos qué?
—El FBI ha entrado en mi casa, en nuestras
oficinas centra les. Ha ocurrido hace solo unos minutos. Mi
secretaria ha conseguido llamarme al móvil. Tienen una autorización
judicial para hacerse con todos nuestros registros financieros y
nuestras listas de miembros. También tienen una orden para
detenernos a mí y a Heidi como sospechosos de fraude fiscal.
Gracias a Dios, Heidi está con su hermana en nuestra casa en Big
Bear, pero es solo cuestión de tiempo que la encuentren. ¿Qué vamos
a hacer? Nos han pillado, Lydell. Lo saben todo.
—¡Cálmate! No saben nada. El FBI está usando
las tácticas de la Gestapo para intimidarnos. Si supiesen nuestros
planes, los habrían arrestado a todos en California y estarían
coordinando con las autoridades turcas el asalto a estas
instalaciones.
—Está desmoronándose. Lo intuyo. —Severance
se desplomó en una silla y ocultó el rostro entre las manos.
—Haz el favor de controlarte. Esto no es
nada.
—Para ti es fácil decirlo —respondió
Severance como un niño petulante—. Tú no eres a quien van a
arrestar. Permanecerás oculto en las sombras y a mí me tocará pagar
las consecuencias.
—Maldita sea, Thom. Escúchame. El FBI no
tiene idea de lo que estamos tratando de conseguir. Puede que
sospechen que estamos planeando algo, pero no saben qué. Esto es
una... ¿cuál es la expresión?... una excursión de pesca. Han
conseguido una orden para inspeccionar nuestros registros con la
esperanza de encontrar algo que nos acuse. Pero ambos sabemos que
no lo hay.
»Nos hemos asegurado desde el principio de
que nuestros registros sean impecables. La organización
responsabilista no tiene fines de lucro, así que no pagamos
impuestos, aunque debemos presentar nuestros balances a Hacienda
como un reloj. A menos que tú y Heidi hayáis hecho algo estúpido,
como no pagar el IRPF por el salario que cobráis, no tienen nada.
Habéis pagado los impuestos, ¿verdad?
—Por supuesto que sí.
—Entonces deja de preocuparte. No hay nada
en la casa que pueda conducirlos hasta aquí. Quizá descubran que
teníamos un proyecto en Filipinas, pero podemos decir que se
trataba de una clínica de planificación familiar que no atrajo a
nadie y decidimos cerrarla. Filipinas es un país con una gran
mayoría católica, así que no sería nada fuera de lo normal.
—Pero que hagan el registro ahora, cuando
estamos tan cerca de propagar el virus...
—Una coincidencia.
—Pensaba que no creías en ellas.
—Y no creo en ellas pero, en este caso,
estoy seguro de que es así. El FBI no sabe nada, Thom. Confía en
mí. —Al ver que no desaparecía la expresión ceñuda de Severance,
Cooper añadió—: Escucha, esto es lo que haremos. Harás un
comunicado de prensa exigiendo que abandonen de inmediato estos
ridículos cargos y calificarás las acciones del FBI como una
violación de tus derechos personales y civiles. Esto es acoso, así
que prepara una demanda civil contra el Departamento de Justicia.
Ya sabes a qué me refiero. El helicóptero que hemos utilizado para
el transporte del personal todavía está en la isla. Iré a Esmirna,
donde espera el avión. Dile a Heidi que debe irse de California. Me
reuniré con ella y con su hermana en Phoenix y las traeré conmigo.
No teníamos pensado instalarnos en el búnker hasta poco después de
que el virus se manifestase, pero hacerlo unos meses antes tampoco
es una gran incomodidad. Luego, te garantizo que la falsa acusación
contra ti estará en el último lugar en la lista de prioridades del
gobierno.
—¿Qué hay de la transmisión?
—Este honor te lo dejo a ti. —Cooper cruzó
la habitación para apoyar su mano retorcida en el hombro de
Severance—. Todo irá bien, Thom. Tu hombre, Kovac, eliminará a los
que mataron a Zach Raymond en el Golden
Sky y, dentro de unas horas, todos nuestros equipos estarán
dispuestos y con el virus preparado para su dispersión. Nosotros
estamos aquí. Es nuestra hora. No permitas que algo tan
insignificante te inquiete, ¿de acuerdo? Escucha, incluso si se
apropian de la casa y de todo lo que hay en ella, nuestro
movimiento ya habrá conseguido su gran triunfo. No podrán quitarnos
eso, y desde luego no podrán detenernos.
Severance miró a su suegro. En ocasiones
resultaba desconcertante ver aquel rostro juvenil y saber que tenía
más de ochenta años. Lydell había sido más que un suegro. Había
sido un mentor, y la fuerza que había impulsado el éxito de Thom.
Cooper se había apartado en la cima de su carrera para proteger lo
que había creado desde el exterior, había incluso renunciado a su
identidad para llevarlos a donde estaban ahora.
Nunca había dudado de Cooper, y si bien
algunos pensamientos inquietantes flotaban en el fondo de su mente,
confiaría más en la relación que en su instinto. Se levantó y apoyó
con suavidad su mano sobre la garra enguantada de Cooper.
—Lo siento. Estaba poniendo mis mezquinos
miedos por delante de nuestras metas. ¿Qué importa si me detienen?
El virus se propagará por todo el mundo. El azote de la
superpoblación acabará y, como has dicho antes, la humanidad
entrará en una nueva época de oro.
—Con el tiempo, seremos vistos como héroes.
Levantarán estatuas en nuestro recuerdo por haber tenido el coraje
de encontrar la solución más humana a nuestros problemas.
—¿Alguna vez te has planteado si, por el
contrario, nos odiarán por haber convertido en estériles a tantos
de ellos?
—Desde luego seremos odiados por los
individuos, pero la humanidad como un todo comprenderá que el
drástico cambio era necesario. Ya lo han visto con el debate sobre
el calentamiento global. Las cosas no pueden continuar como hasta
ahora. Quizá te preguntes con qué derecho hacemos esto por nuestra
cuenta. —Los ojos de Cooper brillaron—. Y yo respondo, es por el
derecho de ser racional en lugar de emocional.
»Lo hacemos por el derecho de estar en lo
cierto. No hay alternativa. Me pregunto si Jonathan Swift era de
verdad satírico cuando escribió Una modesta
proposición en 1729. Vio que Inglaterra estaba siendo invadida
por los niños sin hogar y que el país acabaría en la ruina. Para
salvarse, dijo, tendrían que comerse a los niños, y el problema
quedaría resuelto. Ochenta años más tarde, Thomas Malthus publicó
su famoso ensayo sobre el crecimiento de la población. Pidió
"restricción moral", pero en realidad se refería a la abstinencia
voluntaria para reducir el creciente número de seres humanos.
»Por supuesto, eso nunca funcionaría, e
incluso ahora, después de décadas de disponer de medios baratos
para el control de natalidad, nuestro número sigue aumentando. Dije
que el cambio era necesario, pero no cambiamos. Aún no lo hemos
hecho, así que digo que al demonio con ellos. Si no pueden
controlar el instinto de procrear, yo ejerceré mi instinto de
supervivencia y salvaré al planeta acabando con la mitad de la
próxima generación.
La voz de Cooper se convirtió en un
estridente susurro.
—En realidad, ¿debemos preocuparnos si esa
masa de ignorantes nos odian? Si son demasiado estúpidos para
comprender que están matándose ellos mismos, ¿qué nos importa su
opinión? Somos como el pastor que hace una matanza selectiva de su
rebaño. ¿Crees que le importa lo que piensen el resto de las
ovejas? Él sabe qué es lo mejor, Thom. Nosotros también lo
sabemos.