CAPITULO X
NADA alteró la calma en el rancho «High Hill», pasando los días muy tranquilos luego de hacerse Wade cargo de las tareas de capataz.
Aquella mañana, Clocksley y Waters acababan de arrear un lote de vacas y terneros hacia un lugar de pastos nuevos. Los demás estaban recorriendo los terrenos del rancho en busca de animales perdidos. Era mucha la tarea a ejecutar, y había para semanas antes de que todo estuviera normalizado.
Jim, con Tad y Gaines, estaban ahora recorriendo la zona colindante con los terrenos del «Doble Flecha».
Los tres se mostraban muy alertas, pues aunque nada había ocurrido aún, sabían de sobra que Milton y Lane no iban a dejar así las cosas.
—Uno de los sitios para tener una idea general de cómo son los campos al oeste del rancho — había dicho Gaines—, es una altura sobre el valle por detrás de la divisoria de High Creek.
—Vayamos entonces hacia allá—dijo Jim. Y los tres cortaron derechamente hacia el oeste, atravesando una serie de campos donde pastaban puntas de ganado hasta alcanzar la base de las colinas. Bordeándolas durante un par de millas llegaron a una gran hondonada del terreno, que atravesaron al trote. El terreno era desigual, y los altos pastos llegaban a casi el nivel de los vientres de los caballos. Alcanzaron una corriente de aguas limpias y rápidas, que corría serpenteando por entre los árboles y las rocas.
—Este es el «High Creek» — dijo Gaines, contestando a una mirada interrogativa de Jim—. Ahora no hay ganado aquí. Guardamos estos pastos para engordar a los animales en el otoño.
Terminaron de cruzar la hondonada, ascendiendo a una altura boscosa para examinar el panorama. Jim volvió a inquirir:
—¿Por dónde anda la línea divisoria del «Doble Flecha»?
Gaines señaló con la mano.
—Detrás de aquella línea de colinas bajas junto al cañón. Es una suerte para nosotros que la única manera de cruzar el cañón sea por donde pasa el camino que va del «Doble Flecha» a Crescent. ¿Ves esa especie de V abierta en las colinas? El límite queda…
Se detuvo, poniéndose a mirar hacia la derecha, algo más acá la brecha en las montañas, y ensombreció el gesto. Jim miró también en aquella dirección y descubrió lo que motivaba la actitud del peón.
Un carro pesadamente cargado iba dando tumbos por el campo, mostrándose y desapareciendo, pero en los terrenos del «High Hill».
—No parece que ese cañón pueda contener a Milton — dijo suave. Y el otro maldijo secamente, siendo coreado por Tad. Jim añadió: —¿Hay alguna manera de acercarse a ver qué intentan esos sin ser descubierto en seguida y exponerse a recibir una bala?
—Yo puedo indicar una — dijo Tad, furioso.
—Pues señala el camino.
El mozo hizo girar a su caballo, descendió la ladera y los condujo a través de un terreno quebrado, pero siempre a cubierto de posibles miradas indiscretas. La ruta que seguían les llevó al fin a una pequeña hondonada junto a una barranca con árboles. Allí, el mozo se detuvo.
—El valle queda un poco más bajo que nosotros, al otro lado de esa altura. No podemos llegar a caballo más lejos. ¡Escuchad, ya llegan!
En efecto, se oía al pesado carro dar barquinazos no muy lejos, y la voz irritada del conductor. Jim desmontó y Gaines hizo lo mismo.
—Quédate con los caballos — ordenó Jim a Tad, que hizo una mueca—. Gaines y yo vamos a echar un vistazo. Toma tu rifle, Gaines.
El otro no tardó en obedecer. Les dos ascendieron la ladera hasta lo alto, y luego fueron corriéndose al amparo de rocas y matorrales para ir a emboscarse en unos arbustos desde donde pudieron ver el valle allí debajo.
Había una pequeña cabaña, ya bien adentro de los terrenos del «High Hill», y un corral junto a ella, al lado de uno de los pequeños lagos de que estaba salmeado aquel trozo del país. El High Creek salía del lago, corriendo a lo largo de la cadena de colinas para efectuar una vuelta casi cerrada e ir a despeñarse en una cascada sobre el cañón de más abajo, varias millas más al sur.
El carro estaba ahora parado al lado de la cabaña y había además cuatro caballos ensillados atados a los postes del corral. A la sombra del carro estaban cinco hombres fumando, antes de dar comienzo a la descarga.
Jim reconoció en el acto a Milton, y a Morgan, uno de los pistoleros que intentaron asesinarle en Crescent. Los otros — le dijo Gaines — eran vaqueros del «Doble Flecha» y gente de pelea. La tranquilidad con que todos estaban ahora actuando denotaba que ellos se sentían muy seguros de no encontrar la menor resistencia u obstáculo que pudiera oponerse a sus planes.
Jim hizo una seña a su compañero, y ambos descendieron aún más por la ladera hasta llegar a un sitio desde donde les fue posible escuchar la voz ronca de Milton dando órdenes.
—Bueno, muchachos, manos a la obra. Tenemos que dejar lista la cabaña de manera que Morgan y Spike queden listos para recibir a ese Wade cuando se venga para acá al enterarse de que mis animales están siendo llevados a pastar a los campos del «High Hill». Puede que entonces se dé cuenta ese tipo de que no es tan listo como se imagina… y de otras cosas más.
Jim se volvió a Gaines.
—Marcha tú hacia tu izquierda. Yo les tomaré por la derecha. Si la cosa se pone fea, no vaciles en hacer fuego.
—Descuida, que sé mi obligación.
Se separaron. Jim se arrastró con toda la rapidez posible una veintena de metros, mientras los hombres de Milton comenzaban a descargar el carro. Y al llegar a un punto adecuado, se incorporó, encañonándolos con el rifle.
—¡Manos arriba!
Se produjo un silencio repentino. El cuello de Mil—ton enrojeció y su cara también, al darse cuenta de que nuevamente Jim Wade le había ganado la mano. Se volvió congestionado por la cólera, pero sin hacer el menor caso a su orden conminatoria. Y sus hombres hicieron lo mismo.
Jim repitió la orden secamente, girando su arma para cubrirlos. Milton miró hacia la ladera, teniendo la impresión de que Wade se encontraba solo. Entonces hizo un gesto.
Uno de sus peones estaba oculto a Jim por los demás. Rápido llevó su diestra al revólver mientras Morgan hacía lo mismo, tirándose a un lado y disparando casi sin sacar el arma.
Restalló el estampido de un rifle y acto seguido el de otro a espaldas de los hombres del «Doble Flecha». Morgan se derrumbó con el hombro destrozado por una bala, y el peón traicionero se cayó hacia delante con otra entre las costillas y gimiendo de dolor. Gaines apareció al otro lado empuñando un rifle humeante, y dijo alto:
—¡Arriba esos brazos, granujas!
Maldiciendo ferozmente, Milton y sus dos hombres sanos obedecieron al darse cuenta de que estaban atrapados. Jim avanzó sin dejar de apuntarles, y ordenó al otro peón:
—Desármalos, Gaines.
—Con mucho gusto.
Gaines bajó el rifle, se acercó a los dos que estaban de pie y los desarmó en un santiamén, metiéndose los revólveres en el cinto. Luego hizo la misma operación con Milton, que estaba rojo de rabia y rugió:
—¡Esto me lo vas a pagar, Jim Wade! ¡Te aseguro que sí! Este terreno será para mi rancho y a ti y a este mamarracho os vamos a dar tierra justo encima.
—Puedes ir a reflexionar sobre esto junto a los otros, Milton — le repuso Jim con frialdad—. Ya ves que no es tan fácil robar sus tierras al «High Hill». Y cada vez que lo intentéis, llevaréis plomo caliente en respuesta. Recoged a esos dos.
Ninguno estaba muerto, aun cuando Morgan se había desmayado y el otro gemía débilmente. Mordiéndose los labios, Milton tuvo que obedecer al poco suave empujón del rifle de Gaines, y ayudó a transportar a los heridos junto a la cabaña. Jim tomó los cintos de todos y los echó en el carro. Luego dijo a Gaines:
—Mantén a estos vagabundos bien vigilados. Voy a hacer algo que he pensado. Si alguno trata de hacer algo raro, baléalo.
—Me gustaría que alguno lo probase — dijo Gaines ferozmente—. Pero me parece que no lo van a hacer.
Sin contestarle, Jim trepó al carro y condujo el vehículo hasta el corral. Allí desensilló los caballos del «Doble Flecha», echando en el carro las monturas. Luego los desató y con la ayuda del largo látigo del carrero los envió al galope cuesta abajo. Hecho esto, volvió a subir al carro y lo llevó cuesta abajo hacia el arroyo y por la orilla de él hacia la parte elevada. Cuando la barranca se volvió tan empinada que apenas si podía sujetarlo con los frenos, paró, desató al tiro de caballos, los hostigó para que corriesen detrás de los otros, echó también los arneses en el carro y soltó los frenos del vehículo.
El carro comenzó a deslizarse cuesta abajo, la vara golpeando de un lado para otro locamente. Al llegar al recodo sobre el arroyo, el carro se sacudió de costado y no tardó en volcar. Cayó ruidosamente por el cantil, rebotando en las rocas, destrozándose y desparramando el contenido sobre las aguas, que lo arrastraron.
Jim regresó junto a la cabaña y miró con dura sonrisa a Milton y sus hombres.
—Ahora podéis marchar detrás de vuestros caballos, Milton — dijo—. Si apuráis el paso, puede que aún lleguéis al «Doble Flecha» antes que ellos.
Cobrizo de furia, Milton le encaró abriendo y cerrando los puños con fuerza.
—¡Te haré pagar por esto, Jim Wade, con el sucio pellejo! ¡Lo haré aun cuando sea la última cosa que haga en mi vida!
Jim le miró de arriba abajo con fiereza y replicó, en igual tono helado y ominoso:
—Escúchame, Milton. Hasta ahora saliste bien librado en tus intentonas. Te dejo ir sin más castigo. Pero a la próxima vez que encuentre a alguien del «Doble Flecha» en tierras de este rancho, iré a acabar contigo.
—Es muy fácil hablar así cuando se tiene al otro desarmado, Wade — rugió Milton—. Pero no vas a tener esa misma suerte. ¡Yo seré quien te mate!
—Me encontrarás siempre dispuesto, cochino cuatrero ladrón.
Milton pareció que iba a abalanzársele encima, pero lo pensó mejor, se volvió a sus hombres y les dio orden de marchar. Habían vendado a Morgan y al otro de cualquier manera y el alicaído quinteto emprendió la marcha mascullando blasfemias, maldiciones y amenazas contra Wade y la gente del «High Hill».
Jim y Gaines esperaron a verlos lejos para regresar adonde estaba Tad impaciente.
—Creo que esta paliza les va a hacer recapacitar un poco — dijo Gaines—. Es la primera vez que Milton se lleva un susto así.
—No será el último, si continúa tratando de meter aquí sus animales. Bueno, ahora que ya hemos resuelto este asunto, terminemos con la inspección.
Los tres regresaron a la altura desde donde habían avistado el carro y siguieron por el saliente. Parte de una montaña obstaculizaba la vista hacia el norte, pero todo el panorama se mostraba abierto y grandioso por el sur.
—Quedaos aquí — dijo Jim a los otros dos—. Voy a llegarme al extremo del saliente y mirar un poco por el cañón.
Lo hizo así. Y al llegar a la profunda brecha, se dio cuenta de que Gaines había dicho la verdad. Sólo había un sitio por donde el ganado del «Doble Flecha» pudiera entrar en los terrenos del «High Hill». Y éste era fácilmente defendible.
De pronto se quedó mirando a lo lejos, hacia la base de las montañas. Allí, entre los desiguales montículos de lava, un destello de algo brillante atrajo su atención.
Estaba muy lejos para poder identificarlo. Estuvo mirando un par de minutos, pero el destello no volvió a repetirse. Era posible que hubiese sido la parte inferior blanca del ala de un pájaro vuelta hacia el sol.
—Bueno, como sea, carece de importancia — monologó, volviendo a su caballo para retornar junto a sus compañeros.