CAPITULO VII

JIM WADE había terminado dos horas más tarde de inspeccionar el rancho y sus aledaños bajo el asesoramiento de Webb Burton. Y el viejo vaquero estaba dándole detalles que Clare no había mencionado aún cuando aparecieron Waters y Clocksley, viniendo de la parte alta del valle. Los dos vaqueros eran de media talla, recios y curtidos, algo mayores que el propio Jim, y de rostros francos que predisponían a su favor. Waters era un poco más alto, rubio y de larga nariz.

Clocksley, moreno, de ojos pardos y penetrantes. Cuando fueron presentados examinaron a Wade en rápida ojeada, dieron un seco «encantado de conocerle» y se marcharon sin hablar más.

—Son buenos peones, duros en el trabajo y leales de verdad, Wade. Pero tendrá que darles tiempo a acostumbrarse — le dijo Burton. Y Jim sonrió, decidiéndose que tendría que hacer algo más que darles tiempo para ganarse sus simpatías.

Poco después apareció Tad Thomas, un muchacho alto y pecoso, evidentemente muy contento de estar trabajando en el «High Hill». Todavía no había aprendido la conveniencia de mantener la boca cerrada y ahorrar comentarios sobre asuntos vitales.

—Es cierto que estamos pasando malos tiempos, Wade — dijo—. Pero podemos, ciertamente, torcer el rumbo con un poco de buena suerte de nuestra parte.

Luego se puso a dar opiniones. Toda una serie de opiniones tan diferentes a lo que Clare había dicho que a Jim le pareció que el muchacho estaba reflejando ajenos puntos de vista. Tal vez los de Clint Lane…

Norman y Gaines llegaron casi en seguida, dos tipos de la edad de Jim, poco más o menos, y a los que éste catalogó en seguida como gente con quien se podía contar en caso de dificultades. Gaines tenía un lacio pelo rojizo, ojos como abalorios negros y una nariz insolente. Su compañero era alto y huesudo, de pelo color de zanahoria y con salediza nuez, boca enorme y un chirlo sobre el ojo izquierdo. Ambos miraron de arriba abajo a Wade con descaro, emitieron francamente su opinión de que el nuevo capataz no les parecía gran cosa y terminaron estrechándole la mano con sencilla cordialidad.

Y entonces llegó Lane.

Apenas hizo su aparición, el ambiente se enfrió de modo perceptible. Wade estaba tan alerta como un gato y pudo notar que tanto a Norman y Gaines como a Waters y a Clocksley, que aparecieron inopinadamente desde la otra esquina de la casa, no les era Lane simpático Desde luego, los cuatro, y también Burton y Thomas, estaban ahora a la expectativa.

A primera vista, Clint Lane parecía un joven y guapo vaquero de figura más bien delgada y ágiles movimientos. Pero mejor mirado, pedía apreciarse que era bastante viejo, más o menos de un año o dos más que el mismo Wade, y tan ancho de espaldas y alto como éste. En cuanto a la forma en que cargaba su revólver al costado, bajo y sujeto al muslo con una trabilla, hizo a Jim Wade reflexionar.

Lane se quedó mirándole unos momentos, y luego avanzó despacio a su encuentro. Burton hizo las presentaciones en medio de la general curiosidad.

—Hola, Lane. Este es Jim Wade, el nuevo capataz.

Jim notó cómo se endurecían la boca y los ojos azules del otro. Un tipo peligroso, al que nada gustaba su presencia allí. Pero en seguida se mostró impenetrable y tendió la mano diciendo con impertinencia.

—Mucho gusto en conocerle, Wade. Aunque creo que ha tomado un trabajo algo grande para usted.

Apenas si había abierto la boca para hablar, haciéndolo con marcado acento en Texas. Todo en él estaba respirando confianza en sí mismo y desdeñosa hostilidad.

Los otros peones escuchaban y miraban en tenso silencio. Apretando la mano de Lane, Jim replicó lento, mirándole a los ojos:

—Es muy posible, Lane, que así sea. Ya trataré de acomodarlo a mi estatura.

El otro ensanchó una sonrisa que indicaba cuán poco lo creía. Y sin más, dio media vuelta y se marchó. Lo mismo estaban haciendo los demás. Jim sabía que ahora pensaban que él había aflojado ante la insolencia clara de Lane. Bueno, que lo siguieran pensando. Aún no era su momento.

Ni tampoco creyó que lo fuera poco más tarde, cuando pasaron a la cocina para cenar. Al trasponer la puerta, Jim y los restantes peones, Lane ya estaba allí, sentado ostentosamente a la cabecera de la mesa, en el lugar destinado al capataz.

Jim se detuvo, vacilando acerca de lo que le correspondía hacer. Por una parte, no le parecía nada bien iniciar una pelea ahora, estando presente la señora Burton. Y, por otra, le constaba que los demás peones se hallaban, al igual que la mujer, esperando que él hiciera algo para arreglar el asunto. Desde luego, tenía que hacerlo, pues la intención de Lane estaba clara.

Lentamente fue hacia una de las sillas vacías y la ocupó. Por el rabillo del ojo vio asomar una sonrisa despectiva en los labios de Lane, y una expresión de desencanto en la cara de la señora Burton. Cuanto a los restantes peones, bastaba con verles las caras para comprender que su escaso crédito ante ellos se había venido por los suelos. Ahora ninguno daba diez centavos por su efectividad como capataz en el rancho «High Hill».

Sin hacer mayor caso a los demás, despachó su cena en silencio, despaciosamente. Y de ese modo, todos los otros terminaron y salieron antes de que él lo hiciera. Esperó aún unos minutos antes de marcharse a su vez, y lió y encendió un cigarrillo mientras la señora Burton quitaba los platos y su marido le miraba con desánimo. Luego se incorporó.

—Ha sido una cena excelente, señora Burton —dijo despacio—. Buenas noches.

—Buenas noches — fue la poco amistosa réplica de la matrona. Sonriendo, Jim se marchó afuera, y avanzó despacio hacia el dormitorio de peones. Sabía muy bien lo que le esperaba.

Como suponía, todos los vaqueros estaban allí reunidos. Y Clint Lane estaba sentado liando un cigarrillo en la cama mejor, una situada al fondo que recibía durante el día la luz y aire directos de la ventana. Era una cama corriente, al par que las de los otros eran apareadas, una encima de otra. Y Clint Lane estaba deliberadamente ocupando aquélla, la cama destinada al capataz.

Jim avanzó despacio al centro del dormitorio y se quedó mirando a la cama y su ocupante con fijeza. Norman y Waters fueron los primeros en comprender que se habían equivocado con respecto al nuevo capataz. Pero Lane estaba demasiado seguro de sí mismo.

Señaló displicente con una mano a unas camas vacías, hablándole cual si fuera el dueño del rancho.

—Ahí podrás encontrar una cama para ti, Wade — dijo con arrogancia. Y Wade dio otro paso adelante.

—Levántate de ahí, Lane, y ve a ocuparla tú — dijo seco—. Esa es mi cama.

—Pareció que bombeaban fuera del cuarto de peones el aire en violenta inhalación. Los cinco hombres que contemplaban curiosos la escena se atensaron, comprendiendo que había llegado el momento de aclarar las cosas y éstas iban a ser aclaradas en toda regia, con arreglo al recio código vaquero. Clint Lane había quebrantado insolentemente algo establecido al ocupar antes en la mesa el lugar del capataz, Ahora había vuelto a hacerlo al tratar de quedarse con su cama. Dos veces eran muchas.

Y Clint Lane se estaba levantando ahora sin dejar su insolente sonrisa. Tiró el cigarrillo y se encogió un poco, mientras decía suave:

—¿De veras? ¿Y qué te hace pensar que puedas ocupar tú esta cama?

—No he dicho que pensaba ocuparla — le corrigió Jim, ya casi junto a él—. ¡Dije que la voy a ocupar!

Lane dio un rápido y ágil salto hacia adelante, distendiendo su puño derecho hacia la mandíbula de Wade. Pero éste se encontraba listo para afrontar cualquier clase de ataque. Desvió su cuerpo en ágil esquiva y asestó a su vez un terrible derechazo en plena boca del estómago de Lane que lo dobló hacia adelante. Un segundo después le conectaba un gancho corto a la mandíbula lanzándolo contra la pared con tal fuerza, que vaciló al choque la lámpara colgada del techo.

Pero Clint Lane era recio y no sentía temor. Rebotó con los puños preparados, se agachó amagando la cara de Wade, esquivó la réplica de éste y le asestó un golpe en el costado que le hizo tambalear y perder casi el equilibrio. Entonces se le vino encima martilleándolo con una sucesión de golpes cortos.

Jim aguantó la borrasca protegiéndose con ambos puños mientras giraba en el espacio libre. Y en un momento dado atravesó la guardia del otro con un uppercut que hizo caer a Lane de rodillas. Pero Lane no estaba vencido, ni mucho menos. Se levantó en el acto, ansiando vengarse, y al poco había conectado un zurdazo en la mandíbula de Jim que le envió de espaldas contra una de las camas dobles.

Wade se rehízo instantáneamente, cuando su contrario se le venía encima, lo contuvo con dos ganchos cortos y luego ambos peleadores se fajaron cambiando feroces golpes cuerpo contra cuerpo mientras iban de uno a otro lado del dormitorio entre la silenciosa ansiedad de los demás.

En un momento dado, cayeron juntos sobre la cama grande, quedando Jim debajo. Dobló las piernas instantáneamente, empujando con las rodillas y liberándose de Lane al enviarlo hacia atrás dando traspiés. Otra vez de pie, comenzaron a cambiar puñetazos, bien plantados sobré sus piernas. Pero Lane forzó lentamente a retroceder a Jim.

Aceleró entonces el ritmo de sus golpes, saboreando de antemano el éxito de quedar por encima del nuevo capataz antes incluso de que éste hubiera comenzado a trabajar. Jim retrocedía más y más.

Pero de pronto frenó su retroceso y contraatacó con dureza inesperada, cogiendo fuera de guardia a Lane. Sus puños cayeron sobre la cara y el pecho del peón como otros tantos mazazos demoledores, aturdiéndolo. Clint trató de zafar al castigo agarrándose, y juntos cayeron sobre una mesa y volcaron una silla, rodando por el suelo sin dejar de pelear. Lane logró patear a Jim en un costado, pero con ello sólo consiguió aumentar la furia de éste, que le atrapó una pierna, arrojándolo al suelo mientras él mismo se incorporaba quedando alerta.

Lane se puso en pie respirando con dificultad. Y a medio movimiento, Jim se balanceó sobre les suyos, levantó uno y le atizó una patada en la mandíbula, haciéndole rodar sin sentido al suelo, donde quedó hecho un guiñapo.

6


Sonaron suspiros contenidos en el dormitorio. Por el rabillo del ojo Jim notó cómo la expresión de los rostros de los cinco peones había cambiado. Ahora ya le habían tomado la medida.

—Podéis tomar a éste y meterle en un cubo la cabeza— dijo seco yendo hacia la cama y tirando de allí todas las pertenencias de Lane al suelo, tras, lo cual puso allí las suyas. Entre Clocksley y Thomas levantaron a Lane, y Waters le tiró a la cara el contenido de un cubo, despabilándolo. Quedó encogido, mirando a Jim con odio y acercó la diestra a su revólver.

—Será mejor que no lo intentes, Lane — dijo Wade con la mano sobre el suyo—. También yo sé tirar.

Y tanto su lenta afirmación como las expresiones que vio en los rostros de Waters, Clocksley, Norman y Gaines, expresiones que le dijeron que los cuatro sacarían sus armas contra él si iniciaba una lucha a tiros, aplacaron a Lane. Andando con dificultad, se llegó a recoger sus pertenencias mirando a Jim con odio, luego se las llevó sobre la mesa, poniéndose a liarlas. Wade volvió a hablar:

—Está bien pensado. Aquí sobras desde hoy. ¿Qué se te debe en el rancho?

—Dos semanas. Pero no te preocupes por ello. Se lo regalo a Clare Alien. Va a necesitar ese dinero.

—Recibirás ahora mismo tu paga. «High Hill» no necesita limosnas de nadie.

Sacando del bolsillo un rollo de billetes, Jim contó unos y los tiró sobre la mesa. Tras aguantarle un rato la mirada, Dañe los tomó.

—Está bien—dijo en tono de amenaza—. Esto liquida mis cuentas con el rancho, pero no contigo. Yo también sé pagar mis deudas, no lo olvides.

Wade se encogió de hombros.

—Puedes venir a cobrarlas cuando gustes y como te plazca. Siempre me encontrarás.

—Ya lo veremos.

Y tras esta amenaza, el vapuleado Clint Lane recogió sus cosas y marchó hacia la puerta, desapareciendo.

El silencio llenó el dormitorio mientras todos los que en él había escuchaban atentos. Unos minutos más tarde se oyó el ruido de un caballo alejándose rumbo a la ciudad. Entonces Waters tomó la palabra, encarándose a Wade con tono cordial.

—Bueno, Lane ya se va. Pero nosotros no hemos terminado con él, puedes estar seguro, Wade. Clint Lane sabe cuándo lleva las de perder, pero no es un cobarde.

—Sí, ya lo sé. Y estaré prevenido — aquel «nosotros» de Waters significaba mucho. Nada menos que la aceptación de un hecho irrebatible—. Gracias, Waters.

El vaquero sonrió y también lo hicieron todos. Sabían bien que las gracias no eran por la advertencia, sino por el «nosotros». Ahora todos formaban parte del mismo equipo y lucharían juntos contra cualquier dificultad.