CAPITULO II

JIM WADE salió de la caballeriza con su maleta de viaje y se detuvo para mirar arriba y abajo de la calle antes de avanzar hacia el hotel.

—Parece un sitio tranquilo — monologó mientras examinaba los pocos caballos atados en los palenques, los escasos transeúntes y las edificaciones de madera y adobes a ambos lados de la polvorienta y ancha calzada Un sitio para afincarse y trabajar en paz.

Había estado cabalgando desde el «Poncha Pass» a través de la planicie que bordeaban las montañas. Y lo que pudo ver por toda ella, ganado pastando en las colinas y los valles, pequeños bosques no muy espesos y amplios pastizales, surcado todo por numerosas corrientes de agua, le pareció desde luego bastante bueno.

No obstante, esta pequeña ciudad de Crescent tenía fama de albergar a gente dura y peleadora. Era una fama que se expandía bastante lejos, y Wade lo había sabido mucho antes de venir para acá. «Tierra de gente peleadora y ganado de buena carne…» eso decía la fama. Bien, a Jim Wade no le preocupaba la gente de pelea, y sí le interesaba el buen ganado. Por eso estaba aquí.

Durante años había estado buscando un sitio como éste para establecerse y levantar un rancho prometedor. Era ésta una vieja idea suya, de los tiempos en que correteaba por las praderas de su nativo Missouri. Pero siempre había parecido como si aquella tierra prometida estuviese más allá de la lejana colina Y siempre hubo algo que le impulsó a seguir más lejos.

Desde luego, él no era un vago, ni siquiera un perezoso; tampoco uno de esos hombres que marchan y marchan hasta el fin de sus días en busca de algo inencontrable. Era simplemente un hombre de veintiocho años, lleno de energías y con toda la vida por delante para poner en práctica sus planes. Ahora podía hacerlo, y había encontrado un sitio idóneo. Si todo salía bien…

—Bueno, muchacho, habrás de probarte a ti mismo que ya te has cansado de vagabundear — se dijo en voz baja—. Y cuando antes lo hagas, mejor.

Hacía ocho años que andaba de un lado para otro, y siempre se encontraba en igual estado de ánimo al llegar a una nueva población. Pero la experiencia le había demostrado cuán poco le solían durar aquellos estados de ánimo. Sólo que ahora estaba intuyendo que era distinto. Había algo en su interior que se lo decía. Aquí, en Crescent, se iba a quedar…

Miró hacia el hotel, descubriendo que el hombre y la mujer que había frente a la puerta cuando él llegó ya no estaban allí. ¿Quiénes serían? El hombre no le había gustado poco ni mucho, pero sí la muchacha. Una hermosa joven donde las hubiera y, desde luego, no parecía muy amiga de su acompañante.

Cruzó la calle con calma, yendo hacia el hotel, ‘subió a la vereda con tablones, empujó la puerta y se metió adentro.

El vestíbulo era fresco y espacioso. Detrás del mostrador de recepción se encontraba un tipo de piel apergaminada, edad indefinible, pelo color de arena y ganchuda y bulbosa nariz, espantándose las moscas con un periódico doblado. Al verle sé puso en pie, lo envolvió en una ojeada escrutadora y le alargó el libro registro de viajeros.

—Buenos días —dijo Wade, dejando la maleta en el suelo, tomando la pluma mohosa y poniendo su nombre al pie de la lista—. Quiero una habitación y lavarme.

El hombre miró su firma, le miró especulativo, se pasó algo del carrillo derecho al izquierdo y dijo con voz cavernosa:

—Perfectamente. Tiene la habitación dieciséis. El desayuno es a las seis, se almuerza a mediodía y se cena a las siete. Su habitación es la segunda al fondo y a la derecha una vez haya doblado la escalera. La llave está en la puerta y el precio del alojamiento es un dólar por día, pago adelantado. La comida la irá pagando a medida que se la sirvan. Ahora llega un poco tarde para comer. Bañarse puede hacerlo en la bañera que tenemos al fondo, pero le costará un dólar.

—¿También anticipado? —sonrió Wade, mientras sacaba del bolsillo una pieza de diez dólares, poniéndola sobre el mostrador. Y el hombre asintió.

—Así mejor. Nunca se sabe cuándo un cliente ha de precisar salir corriendo y sin despedirse de sus amistades.

—Vana filosofía, amigo. Y ahora dígame, ¿no sabe si por ahí habrá alguien que necesite contratar un buen capataz, o al menos un vaquero experto?

El hombre le miró especulativo.

—Si usted es ese hombre, le diré que es posible, y es posible que no. Todo depende.

—¿De qué?

—¡Oh! De muchas cosas. Mejor será que suba a ver su habitación.

Wade se encogió de hombros, diciéndose que aquél era un tipo raro. Tomando su maleta fue a la escalera, la subió, buscó la habitación dieciséis, abrió la puerta y se encontró en una pieza de cuatro metros por cinco, con una cama de hierro que parecía, y era, bastante confortable, una mesa pequeña, un par de sillas, un perchero, un palanganero y un armario de madera sin pintar. Todo ello estaba razonablemente limpio, y la ventana daba a la calle principal.

Dejando la maleta sobre una de las sillas tomó la toalla colgada del palanganero, salió del cuarto, cerró metiéndose la llave en un bolsillo y bajó al vestíbulo descubriendo a la muchacha que viera al llegar hablando animadamente con el empleado del hotel. La joven se volvió a mirarle al oir que bajaba, y Wade vio sus hermosos ojos de cerca por vez primera mientras ella lo examinaba con toda atención.

—Buenos días, miss…— saludó cortés, quitándose el sombrero y dejando al aire sus revueltos cabellos. Ella le contestó con voz armoniosa.

—Buenas tardes, señor. Míster Conan me estaba diciendo que usted le preguntó antes por un empleo de capataz o de vaquero.

—Así es. Especialmente me interesa el de capataz.

—¿Tiene usted condiciones para dirigir la peonada de un rancho?

El esbozó una ligera sonrisa que hizo más agradable su rostro.

—Supongo que usted irá a ofrecerme un empleo, ¿no es así?

La ligera burla de su tono hizo aparecer el color en las mejillas de la muchacha, que contestó algo fríamente.

—Es muy posible. Creo que usted se llama Jim Wade.

—Para servirla.

—Bien. Yo soy Clare Alien. Mi padre es el dueño del rancho «High Hill». En la actualidad él está enfermo, y soy yo quien dirige allí las cosas. Francamente, estamos necesitando un capataz.

Jim Wade la contempló en silencio mientras extraía la bolsa del tabaco y se, preparaba a liar un cigarrillo. Aunque no lo aparentaba, estaba bastante desconcertado, y también intrigado. En toda su vagabunda existencia no había sabido de un caso parecido. Podía ocurrir que un hombre llegase a un sitio desconocido preguntando por trabajo de peón y se lo ofreciesen en seguida. Pero que se le ofreciese un empleo de capataz en un rancho importante apenas hecha la pregunta, era cosa demasiado grande para ser tomada a la ligera. Algún motivo tenía que haber para que aquella muchacha se adelantase a ofrecer tal empleo a un desconocido del que apenas si sabía el nombre…

Miró hacia el encargado del hotel buscando en sus ojos alguna indicación. Pero el hombre se había vuelto de espaldas, como si aquello no le interesase. Y la muchacha parecía estar esperando con mucho interés su decisión.

—Antes de aceptar, me gustaría saber más de cómo están las cosas, miss Alien — dijo cauteloso, mientras la estudiaba atentamente—. No es que trate de ofenderla, ni mucho menos. Pero comprenderá que la cosa, así, resulta un poco extraordinaria.

—Ya me lo supongo — ella había respingado ligeramente la nariz, en un gesto muy femenino y delicioso—. Comprendo que usted se muestre receloso ante mi oferta, y le diré que no se la habría hecho si creyese que es otra cosa de lo que representa ser.

—¿Y qué represento ser?

—Un hombre bastante competente y decidido — dijo ella, volviendo a enrojecer ligeramente. Wade se inclinó un poco.

—Muy halagüeño, miss Alien. Pero también soy bastante prudente, y no suelo meterme en los sitios sin antes saber qué hay detrás de la puerta.

—¿Usted buscaba un empleo, no es así?

—Cierto. Y usted me lo ofrece. También iba a decirme algo acerca de su rancho.

Ella se azoró un poco, aun cuando no desvió la mirada.

—Así es. Bueno, «High Hill» es el rancho más grande de la región. Exactamente ciento ochenta mil acres de buenas tierras. Y desde que mi padre enfermó, las cosas no han andado allí del todo bien. Con toda mi buena voluntad, yo no soy más que una muchacha y… para serle franca, hemos tenido dificultades.

—¿Qué clase de dificultades?

—De todas clases. Otro ganadero, Hook Milton, del rancho «Doble Flecha», está hostilizándonos. Y algunos peones del nuestro se han vuelto bastante díscolos últimamente.

—Ya comprendo — Jim Wade prendió fuego al cigarrillo y dio una larga chupada mientras pensaba en todo lo que la muchacha le había dicho. Al parecer, ella estaba en serio apuro, y esto era lamentable.

Probablemente aquel tipo grandote que hablaba con ella en la acera fuese ese Milton vecino suyo que la molestaba. Era una fea cosa que una muchacha así se viese metida en líos, pero él no había venido a Crescent a buscar enredos, ciertamente. No, sino a hallar la oportunidad para establecerse y echar raíces de una vez.

Abrió de nuevo la boca para rechazar la propuesta, pero la cerró sin hacerlo.

Un pensamiento nuevo acababa de ocurrírsele. Ante él estaba esta débil y delicada muchacha, como tambaleándose bajo el terrible peso de sus responsabilidades, pero afrontándolas con valor. Y aquí estaba también él, un hombre hecho y derecho, un vaquero experimentado y capaz, que siempre había plantado cara a las dificultades y las había superado sin desmayo… buscando excusas para no ayudarla. Por primera vez en su vida se dio cuenta de algo que momentáneamente le aturdió. Él no había estado haciendo durante años otra cosa que engañarse a sí mismo. No fue buscando oportunidades, sino eludiendo responsabilidades serias, del tipo de ésta que se le presentaba ahora. Por eso nunca arraigó en ninguna parte. Y tampoco arraigaría aquí si dejaba que esta muchacha se marchase con una negativa suya a aceptar el puesto que ella le ofrecía. Un puesto de trabajo y alta responsabilidad.

Ella estaba esperando ansiosa su respuesta, como si de lo que él dijera dependiese algo de suma importancia. Aquello le decidió:

—Bueno, miss Alien, acaba usted de encontrar un capataz.

Iluminóse el rostro de la joven, y en sus ojos y labios floreció una sonrisa cálida y hechicera que apagó las últimas dudas en el pecho de Wade. Le tendió la mano, pequeña, fina y fuerte, hablándole de prisa. /

—No sabe cuánto se lo agradezco. Bien, ahora tengo que comprar algunas cosas en el almacén de Hanson. En cuanto lo haya hecho, nos iremos los dos para el rancho. Hasta luego, míster Wade.

Dio media vuelta y salió rápidamente del hotel, como si temiera que Jim le hiciese más preguntas y tuviera entonces que darle contestaciones que acaso le hiciera cambiar de idea a él. Jim se la quedó mirando y luego se volvió hacia el empleado del hotel.

—Bueno, amigo, nos olvidaremos de ese baño por ahora, y usted ha perdido pronto un cliente. No ha sido mucho lo que miss Alien me ha dicho acerca de su rancho y lo que pasa allí. ¿Podría usted agregar algo a la información?

—Siempre he tenido por costumbre ocuparme de mis propias cosas, hombre — fue la desconsoladora respuesta. Pero luego, el hombre pareció ablandarse y añadió mirando a Wade con ojos maliciosos: —De todos modos le diré una cosa: Clare Alien tiene veinte años y es soltera… si es eso lo que quiere usted saber.

—No, no era eso—repuso Jim—. Y no es mucho más de lo que ya sabía. Pero gracias de todos modos. Bueno, ¿podría bajarme la maleta del cuarto? Voy a recuperar mi caballo y prepararme para marchar.

El hombre le miró despacio antes de asentir.

—Desde luego lo haré, pero consideraré que usted ha ocupado esa pieza mientras tanto no haya retirado sus cosas de aquí, Wade.