CAPITULO XV
GAINES, WADE y Waters detuvieron sus cabalgaduras delante del hotel, las amarraron, echaron pie a tierra pausadamente y entraron en el mismo. Estaba vacío el vestíbulo, a excepción del soñoliento empleado que ya conocía el primero, que se despabiló al verles aparecer, mirándoles con interés.
—¿Y bien, hombres?
Habló Wade por todos:
—Tengo entendido que Clint Lane anda por la ciudad diciendo cosas que me atañen. Yo también tengo algunas que decirle. ¿No podría informarnos usted por dónde estará ahora?
El otro asintió con la cabeza.
—Desde luego. Está tomando copas en el «Frontier Saloon». Y también debe haber allí como cincuenta o sesenta habitantes de Crescent esperando.
—¿Esperándome a mí?
—Todo podría ser. Ese Clint Lane es individuo rápido con los hierros, dicen. Suele disparar bajo, apenas ha sacado el arma.
—Gracias por el aviso, hombre.
—¡Oh, nada de aviso! Ha sido un simple comentario…
—Pues gracias por el comentario. Vamos, muchachos.
Salieron a la calle de nuevo, disponiéndose a atravesarla. Era muy significativo el hecho de que ahora no surgieran ruidos del «Frontier Saloon», no obstante haber tantos hombres allí dentro.
Mientras andaban, Gaines habló duro:
—Conan tiene razón. Yo le he visto tirar a Lane. Es muy rápido y dispara bajo. Habrás de adelantarle o te secará de un balazo.
—Descuidad. Y una cosa, no quiero que intervengáis en esto. Si me ocurre algo, Clare va a necesitar de todos sus peones para hacer frente a Milton.
—Está bien, hombre.
La calle estaba ahora desierta ya. La atravesaron hacia el saloon, Wade delante y a un paso sus compañeros. Luego subieron a la vereda de tablones y el primero se detuvo un momento delante de las puertas batientes antes de empujarlas con mano firme y entrar.
Había muchos hombres en el interior, y el ambiente estaba cargado de humo de tabaco, vaho de respiraciones, olores de licor… y tensión. Al aparecer Wade en la puerta, los escasos murmullos que se oían se cortaron en seco y se le abrió una ancha calle hasta el sitio donde Clint Lane aparecía solo, bebiendo de codos en el mostrador, con estudiada indiferencia.
Lane debió verle por el espejo, pues se volvió despacio mientras Wade avanzaba a su encuentro despacio también. Y una sonrisa dura le curvó los labios. Se le notaba ligeramente bebido y sus ojos destellaban peligrosamente.
—Vaya — dijo sarcástico—. Aquí tenemos al valentón del «High Hill» con las espaldas bien guardadas. Supongo que vendrás a hacer buenas tus acusaciones de que yo te he baleado esta mañana.
—Así es, Lane — repuso con lentitud, haciendo entrecerrarse los ojos del otro y que se corriesen los espectadores a los lados, ensanchando la línea de tiro.
Un hombre alto, esmirriado, de ganchuda nariz, que llevaba la estrella de sheriff colgando del chaleco y no parecía hallarse allí muy a gusto, se adelantó con cara hosca.
—Bueno, hombres, dejaros de peleas. Tú, Wade, tendrás que presentar tu acusación en forma concreta.
—¡Vete al diablo, Ruders! — estalló Clint salvajemente, aunque sin apenas mirarle, con toda su atención concentrada en el impasible Wade—. Tú nada tienes que ver con este asunto. Este tipo me ha hecho una acusación y yo digo que él es un maldito embustero, un cuatrero venido aquí de quién sabe dónde y que ha sorbido el seso de esa idiota de…
—Cierra tu sucia boca, Clint Lane, o te la cerraré yo a puñetazos otra vez.
—Wade tiene razón — terció Hanson severo—. No estamos juzgándole a él, sino a ti Lane. Y es de muy mal gusto mezclar señoritas en esto.
—¡A mí no me juzga nadie, Hanson! Ese tipo no ha dicho más que mentiras sin pruebas de ninguna clase. Yo puedo probar con testigos que estaba aquí esta mañana a las ocho y media, y también al mediodía. Todos los presentes lo sabéis. Nadie puede ir y volver desde la parte norte del «High Hill» en cuatro horas.
Algunos murmuraron. Pero Hanson volvió a levantar la voz:
—Cierto que muchos te vimos al mediodía, Lane, pero no por la mañana
—Lorna Sprade me vio y habló conmigo.
—Eso dice ella, pero es muy raro que sólo ella, que es tu amiga, te haya visto.
—¿Insinúas que estoy mintiendo?
—Yo afirmo que mientes — la seca voz de Wade hizo que todos le mirasen de nuevo—. Estás mintiendo, Lane, y miente esa muchacha. Lo puedo demostrar.
—Habrás de hacerlo, Wade… o no saldrás vivo de aquí — amenazó Lane, aún dueño de sí mismo.
Wade ya había visito a Milton entre los presentes, así como a Zaner y uno o dos más de los hombres del «Doble Flecha». Ahora, el ranchero metió baza ostensiblemente:
—A mí me parece que estamos dando más crédito a las palabras de este vagabundo que a las de dos personas honorables y conocidas de tiempo por todos nosotros. Sería mejor averiguar de dónde ha venido este hombre y quiénes pudieran tener interés en balearlo de los que ha dejado atrás en su camino.
—Yo te lo diré, Milton. De ellos, ninguno. Pero si no hubiera sido Lane, el único con interés eres tú. Sólo que, por su cuenta o por la tuya, ha sido él quien hizo la intentona. Pedías pruebas, ¿no es así, Lane? Bueno, pues te daré unas cuantas. Escapaste muy aprisa esta mañana y por eso te descuidaste un poco. Tu caballo tiene la herradura trasera izquierda rota. La misma huella está todavía donde el asesino frustrado guardó el suyo. Y las marcas de los tacones de tus botas están también allí. Si eres inocente, no tendrás ningún cuidado de acompañarnos para comprobarlo.
Con una maldición, Clint Lane se encogió. Aquello le había cogido de sorpresa y cayó en la trampa. Su diestra se movió velocísima al costado, extrajo el revólver y disparó, todo en un segundo escaso.
Wade estaba preparado, mas, no obstante, casi le ganó la mano el otro. Cuando su propia arma escupía fuego y plomo desde la cadera, sintió un terrible choque en la boca del estómago, una intensa náusea y un violento y doloroso mareo que envolvió su mente, haciéndole caer al suelo sin sentido.
En el mismo momento, Clint Lane, que se había encogido bruscamente con una mueca de dolor, se estiró a medio movimiento con igual brusquedad, emitió un grito ronco y se cayó contra el mostrador de costado, rodando de allí al suelo con un feo agujero en plena frente.
Los disparos habían parecido llenar de ecos el saloon. Ahora se llenó de exclamaciones mientras les espectadores del duelo se echaban adelante para ver su resultado. Waters y Hanson se acercaron a Wade.
Waters removió a Wade, que abrió los ojos, parpadeando con una mueca de dolor.
—¿Cómo te encuentras, Jim? ¿Dónde te ha dado?
—Creo que… en el vientre…
Las manos diestras de los dos hombres fueron allí, mientras sus caras se ensombrecían. Pero de pronto, uno emitió un silbido mientras el otro decía excitado:
—¡Mil pares de rayos! Eres el hombre de la suerte, chico…
Todos les que miraron, incluso el mismo Wade, pudieron constatarlo. La bala de plomo había chocado contra el recio centro de la hebilla del cinturón, desviándose hacia arriba y a la derecha, cortando los músculos protectores del estómago y yendo a aplastarse contra la costilla inferior derecha. Aquella era una herida aparatosa, dolorosa, pero apenas poco más que un rasguño.
Y Clint Lane estaba bien muerto. Tenía un balazo en la cabeza, anunció uno de los presentes.
—Buena puntería, Wade, sí, señor — dijo otro admirado, mientras incorporaban a Jim para sentarlo en una de las sillas y alguien corría en busca del médico y otros estaban empapando en whisky una toalla para la primera cura—. Le metiste a Clint una bala entre ceja y ceja y otra en el costado, todo en un segundo. Eso sí que es rapidez.
Wade puso cara de estupor.
—¿Dos balas? Estoy seguro de haber disparado sólo una vez.
Se hizo el silencio. Un silencio embarazoso. Waters se inclinó a recoger el revólver de Jim, lo examinó y levantó el rostro excitado.
—¡Es verdad! Sólo tiene un cartucho disparado.
Se alzaron murmullos entre la concurrencia.
—¿Queréis decir que alguien disparó contra Lane, además de Wade? — inquirió uno.
En eso entró el doctor, inquiriendo por el herido. Pero Wade le indicó el cadáver.
—Examine primero a ese hombre, Doc, y díganos desde dónde le dispararon las balas. Él estaba de pie junto al mostrador.
Tras una mirada de sorpresa, el galeno obedeció. Diez minutos después se incorporaba, perplejo.
—No lo entiendo. La bala del costado le entró de abajo arriba, pero la de la cabeza de arriba abajo.
—¿Está seguro?
—No cabe duda. Tiene el proyectil alojado casi a flor de piel, detrás de la oreja derecha, en el arranque del cuello. ¿Qué ha pasado aquí?
—Tuvimos un cambio de disparos. Yo disparé sólo una vez. Y él cayó con dos balazos.
—¡Alguien le disparó desde el piso alto!
—¡Ahora que recuerdo, me pareció oir un disparo desde arriba!
—¡Yo creí que era el eco de los estampidos, maldita sea!
—¿Dónde está Hook Milton?
Cincuenta pares de ojos le buscaron. Pero ni él estaba, ni tampoco sus hombres. Se habían escurrido a toda prisa fuera del saloon.