CAPITULO VIII
BURTON no se enteró de la pelea hasta la mañana siguiente, cuando al levantarse e ir para la cuadra descubrió que tanto el caballo como las cosas de Lane no estaban allí. Luego, cuando los peones fueron a desayunar, tanto él como su esposa vieron las señales en la cara de Wade, y Thomas se puso a contar cosas que casi no se atrevían a creer. Burton inquirió:
—¿Y dónde está ahora Lane?
—Se fue anoche—repuso lacónicamente Jim.
La cara de luna llena de la señora Burton se iluminó de comprensión, y sin decir nada salió de allí, yendo al comedor particular de los dueños del rancho, donde Clare y su padre estaban tomando el desayuno. Regresó poco después para decir a Jim:.
—Clare desea que vaya a verla en el despacho cuando haya terminado el desayuno, Wade…
—No le habrá contado usted lo ocurrido.
—Bueno, pues sí lo he hecho. Le dije que usted ha puesto en su sitio a Clint Lane y que éste se había largado con viento fresco. Y añadiré que me ha alegrado mucho el poder darle esa noticia.
—Es usted una mala persona, señora Burton.
Siguió comiendo en silencio, al igual que los otros, incluso Thomas, enseñado por ejemplo de sus compañeros a mantener la boca cerrada. Y el matrimonio se quedó por el momento con las ganas de saber con todo detalle lo ocurrido.
Terminado el desayuno, Jim se levantó, hablando a los peones:
—Esperadme afuera, muchachos. Voy a ver qué desea la patrona.
En cuanto se hubo cerrado .la puerta de la cocina a sus espaldas pudo notar cómo la voz de Thomas se elevaba excitada en un torrente de palabras; no, el muchacho todavía no había aprendido a callar.
Alien se encontraba sentada en su sillón junto a la ventana con la misma expresión ausente, y no se volvió a mirarle ni contestó a su saludo. Atravesando el salón, Jim llamó a la puerta del despacho.
—Adelante…
Entró. La muchacha estaba sentada a la mesa de trabajo, teniendo delante papeles y libros. Vestía una bata granate con flores bordadas, y llevaba el pelo peinado suelto sobre los hombros. Era la primera vez que él la veía vestida de mujer y sin el sombrero, y se quedó contemplando extasiado su belleza. Los rayos del nuevo sol hacían rebrillar sus cabellos en hermosas tonalidades y prestaban lozanía a su cutis. Ahora, ella enrojeció ligeramente bajo la mirada masculina, mientras a su vez contemplaba las magulladuras bien visibles en el rostro de Wade.
—Buenos días — dijo él al fin. Y ella contestó con voz suave:
—Espero que así sean. Jane me ha dicho que anoche usted y Lane se pelearon y que él se marchó del rancho. ¿Es cierto eso?
—Pues… sí.
—Debí figurármelo que ocurriría algo por el estilo — ella parecía incluso aliviada, pero también preocupada—. Después de lo que ocurrió durante la cena, cuando él ocupó insolentemente el puesto que le correspondía a usted… Sí, Jane me lo dijo. Y. añadió que no le parecía usted muy bueno para capataz. Ahora ha cambiado de parecer en redondo.
Sonrió al decir aquello y Jim correspondió a la sonrisa. Era agradable notar que ella le hablaba de aquel modo confiado.
—Me alegre de saberlo — dijo. Y ella prosiguió:
—Cuénteme qué pasó.
—Pues nada de particular. Lane siguió portándose mal cuando nos fuimos a dormir. Tomó para sí la cama mejor y me envió a dormir a una de las dobles. Luego se me vino encima y tuvimos un encuentro que yo gané. Le dije que estaba de más y le pagué de mi bolsillo las dos semanas que se le debían. Él tomó su caballo y se marchó. Ignoro dónde ha podido ir, pero dudo mucho que sea la última vez que le veamos.
—Puede estar seguro de que será así — asintió ella—. Lane es de esa clase de hombres que no olvidan una derrota. Tiene que prometerme que andará con cuidado, Wade… Bueno, voy a darle ese dinero.
—¡Oh, no corre mayor prisa!
Pero ella sacó unos billetes de un cajón y se los alargó. Al tomarlos Wade se encontraron sus miradas y quedaron prendidas un momento. Luego ella desvió la suya, ruborizándose ligeramente y él carraspeó embarazado.
—Bien — dijo, para salvar la situación—. Creo que será mejor que hoy me vaya con los muchachos al campo a echar un vistazo por todo y enterarme de cómo están las cosas.
—Desde luego. Y yo seré quien le .acompañe.
—No. No podemos correr ese riesgo, miss Alien. Después de lo ocurrido ayer con Milton y anoche con Lane, podía haber un tirador emboscado en cualquier parte esperándome. Y desde luego, vamos a tener dificultades. No quiero que le ocurra nada a usted.
—¡Milton no osaría tocarme! — se acaloró la muchacha. Luego se asustó—. Pero a usted… mucho me temo que le he metido en algo muy peligroso, Wade, y estoy arrepentida. Si algo le ocurriese, no me lo perdonaría.
—Si algo me ocurriera, sería que he aprendido muy pocas cosas en estos años últimos, y la culpa toda mía. Y no se preocupe. Me agrada este trabajo.
De nuevo ella desvió la mirada. Intuía que no era el trabajo lo que le agradaba a él y no le desagradaba saberlo. Wade carraspeó, un tanto azorado también, y volvió a salirse por la tangente.
—En cuanto a Milton, no le he visto más que una sola vez, miss Alien, pero puedo asegurarle una cosa de él. Es capaz de lo que sea con tal de obtener lo que busca. Y Burton me ha dicho que el sheriff de Crescent se halla dominado por él, de modo que no teme a la Ley.
—Cierto. Pero yo andaré por los terrenos de mi rancho cuando y como me plazca sin temerle a él — replicó ella de nuevo acalorada. Y Jim insistió:
—De acuerdo. Pero no hoy.
—¿No le parece que está usted tomándose demasiada autoridad? — protestó la muchacha, mientras se le subían los colores—. Le he contratado como capataz, no como a guardaespaldas.
—Bueno, le ruego me disculpe — sonrió él desarmado, pero firme en sus trece—. Y no se trata de una cuestión de autoridad, sino de simple sentido común. Ese Milton pretende adueñarse de este rancho, ¿no es así? Pues siéndolo, y siendo él como es, no va a esperar a que nosotros nos afiancemos. De ahora en adelante, es casi seguro que hablarán las armas.
—Yo sé manejar un revólver, y no tengo miedo — afirmó ella con energía.
—De acuerdo. Ya sé que es valiente. Pero no se trata de eso, compréndalo. Es como si fuésemos a librar una batalla. Si cae un soldado, o diez, no es importante. Pero si muere el general en jefe, se acabó todo. Usted es el jefe aquí. Y las balas no hacen distinciones. Es por eso que quiero que se quede metida en el rancho. Así estaré tranquilo y podré llevar adelante el juego mi manera. Si usted fuera por ahí tendría que destacar hombres a vigilarla, o a hacerlo yo mismo. Y eso no le va a gustar. Por usted, por el rancho, y por su padre debe ser sensata y hacer lo que le digo. ¿Me promete que lo hará?
Había hablado con serena firmeza, sin levantar la voz, como pidiendo… Y no obstante, Clare se sintió cual una niña pequeña que acababa de cometer una tontería y está siendo reprendida. Volvió a enrojecer y asintió con desgana.
—De acuerdo. No me moveré de aquí, pero no voy a estarlo siempre.
—Me basta con unos días. Y muchas gracias. Ahora, con su permiso, voy con los muchachos.
Salió, sonriéndole desde la puerta. Una sonrisa cálida, que daba confianza. Y dejó a la muchacha muy pensativa allí dentro.
Clare había sido siempre una niña mimada. Siempre se había salido con la suya, ante un hombre indulgente, y cuando la enfermedad de éste echó la responsabilidad del rancho sobre sus hombros, había sabido resistir el enorme peso sin abatirse. Esto le había formado un complejo de suficiencia y superioridad. Y ahora, este hombre, Jim Wade, lo había resquebrajado de golpe y porrazo, poniéndola a la defensiva.
Nunca se había ejercido ninguna presión sobre ella, y el hecho de que ahora la hubiese, hacíala sentir una especie de desilusión, de anhelo frustrado.
Era aquel un raro sentimiento. ¿Por qué razón ella deseaba poder andar a caballo con su capataz? ¿Por qué le agradaba el que la mirase y le sonriera de aquel modo?
Un pensamiento extraño pasó de súbito por su cerebro, haciéndola respingar. ¿Sería posible que estuviera enamorándose de Jim Wade? ¡Pero si apenas le conocía y nada sabía de él! La primera vez que le viera fue veinte horas antes. Y ahora mismo no sabía en realidad quién era ni de dónde venía, cuál fue su vida pasada. Él podía estar enamorado y tener una novia… Acaso una mujer… ¿No podía ser que hubiera abandonado a su mujer?
—¡Déjate de pensar en esas cosas estúpidas, idiota! — se dijo malhumorada. Mas la irritante sensación de desilusión y haber sido como privada de algo que apetecía mucho estaba persistiendo en ella. Salió del despacho y se fue hacia la cocina, donde la señora Burton estaba trajinando. Y en seguida le preguntó:
—Bueno, Jane, dime qué piensas del nuevo capataz. ¿Cambiaste de idea sobre él?
—Cierto que sí — replicó sonriendo la mujer—. Ese muchacho es todo un hombre, y va a volver muy fea la situación a Milton y su gentuza, Clare. Anoche dio a Lane una tremenda paliza. Thomas nos lo contó, y no sabes cuánto me habría gustado verlo.
—Bueno, pues cuéntamelo tú a mí. El sólo me dijo que pelearon y venció a Lane.
La señora Burton satisfizo su curiosidad, y cuando Clare pidió detalles y detalles, se la quedó mirando fijo.
—Oye, Clare. ¿No te parece que te estás interesando mucho por Jim Wade? — le espetó de pronto con la franqueza de quien siempre la miraría como a una niña. Y Clare enrojeció violentamente, escondiendo los ojos.
—Bueno, me parece natural que lo haga, tratándose del nuevo capataz.
—¡Ah, ah!…—murmuró la señora Burton con malicia—. Con que esas tenemos… ¿A quién pretendes engañar, Clare? ¿A mí o a ti misma?
—¡No seas tonta, Jane!—protestó azorada la muchacha. Y acto seguido se levantó, abandonando de prisa la cocina para ocultar su turbación a los ojos de la otra mujer. La señora Burton la vio marchar, y luego se volvió a sus ollas y cacerolas meneando la cabeza. '
—Bueno, pues me parece que has caído, muchacha — murmuró para sí—. Y no diré que me desagrade la cosa. Aquí hace falta un hombre… y ese muchacho, Jim Wade, me parece que lo es, y vale de verdad.