CAPITULO XI

Tres jornadas más tarde alcanzaron los alrededores de Hayden.

La población estaba alzada en un estratégico lugar, allí donde el San Pedro desagua en el Gila, que forma un ángulo agudo con vértice hacia el Sur. Las altas montañas Mescal abríanse dejando entre ellas un amplio y hermoso valle, de muchas posibilidades futuras, cuando el número de colonos y granjeros aumentara. Por el momento, Hayden vivía más del ganado y el comercio. Con tres o cuatro ranchos en los alrededores y frecuentes visitas de inmigrantes de todo género. Eso había formado un núcleo de población con dos calles principales en forma de T y otras más pequeñas, donde habitaban unos trescientos blancos y algunos más mestizos, mexicanos, chinos…, toda una metrópoli.

Dos millas antes de llegar allí, Jack Lester se despidió de Laura Barrett, pero ya antes, al amanecer, habían dejado a los caballos de Lazard atados junto al río.

—Cuando lleguen a la población, limítense, si les preguntan, a contar que han venido solos por el desierto, que yo les dejé poco después de quitarles los caballos a los perseguidores y que nada saben sobre mi persona, destino o procedencia. Tome este dinero. No es mucho, pero les permitirá subsistir mientras halla un trabajo, o decide continuar camino hacia otra parte. Le aconsejo lo último, cuanto más se aleje de esta región, será mejor para usted y la niña.

Laura Barrett tomó el dinero, noventa dólares, y se los guardó en la faltriquera. Tanto ella como Lester estaban pálidos y algo rígidos. Tumbs manteníase apartado, con aire de viejo filósofo cínico.

—Usted buscará a ese hombre…

—Y lo mataré. Luego procuraré irme a México. Conozco a un hombre que me ayudará a rehacer mi vida.

—Entonces… hay que decirnos adiós…

—Sí, creo que sí.

De repente, ambos sentían como un peso de plomo dentro del pecho. Ni se atrevían a mirarse.

—He de darle las gracias… Jamás olvidaré la generosa ayuda que nos ha prestado…

—Eso no debe preocuparla. Hice lo que cualquier hombre hubiera hecho.

—Ambos sabemos que no.

Otra pausa. La niñita les miraba sin entender, intrigada. Lester se inclinó a cogerla, la besó y le habló con ternura.

—Tienes que ser muy buena con mamá…

—¿Te vas, tío Tom?

—Sí, he de marcharme.

—¡Pero yo no quiero que te vayas! ¿Vas a buscar a papá?

Laura Barrett se sobresaltó. Una sombra cruzó las pupilas de Lester.

—Sí, es posible que sí…

La dejó en el carro de nuevo y miró, por fin, a la mujer.

—Que tenga toda la suerte del mundo, señora Barrett.

—Yo se la deseo a usted, Tom Baldy.

—Gracias.

El vaciló. Y ella adivinó. Entonces tendió su mano. La del hombre se apretó como una garra sobre ella, pero no fue una presión dolorosa, ni mucho menos.

—Adiós…

—Adiós…

Y luego, el carro reanudó su marcha, guiado por Tumbs, tirado por los dos mulos, que resentían la falta de ayuda de los caballos, con una mujer que miraba alejarse al jinete con ojos empañados y oprimía con angustia instintiva a su hijita contra su pecho… mientras el jinete marchaba con la boca apretada y en los ojos una expresión de sufrimiento.

Jack Lester desanduvo el camino hasta donde dejara atados a los caballos del Double-L, tomó a uno, dejó suelto al otro. Luego se encaminó derechamente al Norte, vadeó el Gila aguas abajo de Hayden y siguió su camino a lo largo del valle del Mescal durante toda la jornada, eludiendo todo encuentro con humanos. Parecía como si de repente le hubiera entrado una gran prisa.

Ya era de noche cuando se detuvo para acampar, a orillas de un escueto manantial que brotaba en la quebradura entre dos montes, un lugar agreste y solitario. Sin embargo, apenas una hora después, cuando terminaba lentamente su café, advirtió que tenía visita.

Jack Lester había vuelto a ser el lobo solitario, el hombre con la cabeza a precio. Igual de sigiloso que la noche en que aparecieron los cuatreros se deslizó a las sombras, con su rifle. Y allí, agazapado, aguardó…

Hasta que sonó la voz ronca del que llegaba.

—Soy hombre de paz y sólo busco agua para acampar, amigo. Además, no traigo encima nada que merezca la pena robarlo. Voy a acercarme a la hoguera para que lo compruebe.

Poco después, un típico buscador de oro, con dos burros grandes en reata, se hizo visible al leve resplandor de la hoguera. Aquel hombre andaba por la cincuentena y parecía muy tranquilo. Paróse junto a la hoguera y añadió:

—Sólo un tonto de remate le dispararía a Goldstrike Jones, hombre. ¿Por qué no sale de una vez?

Lester acababa de recibir una buena sorpresa y estaba asimilándola. Ahora emergió, despacio, de su resguardo y habló con lenta voz.

—En efecto, tendría que ser muy tonto. Hola, Goldstrike.

Le tocó al buscador pegar un violento respingo y cambiar de expresión, al tiempo que dilataba la mirada y soltaba un violento taco.

—¡Fuego del infierno! ¡Me comeré la carroña de un perro si no eres el mismísimo…! ¡Pero no es posible, estás bien guardado en Yuma!

—Salí de allí hace diez semanas, en libertad condicionada. No has cambiado mucho en doce años, viejo buitre. ¿Aún no diste con tu mina de oro?

—¡Hum! Deja que te mire y me reponga de la impresión. Al pronto creí que se trataba de un aparecido. ¿Dices que te dejaron en libertad? ¿Cómo pudo ser eso?

—Cosas que pasan. Le salvé la vida casualmente al único hijo del director del penal. Se me permitió llamar a un abogado. ¿Te acuerdas de Luke Murchison?

—¿Aquel picapleitos amigo tuyo? Creí que había reventado hace tiempo.

—Aún está vivo. Y no le costó demasiado probar que mi juicio fue todo menos legal.

—Eso lo sabía todo el mundo aquí, en Arizona. Pero el juez Cochrane se había empeñado en destruirte y tenía mucho poder.

—Ahora, otro juez decidió que debía ser libertado.

—Vaya, pues no sabes cuánto me alegro. Es como rejuvenecer… Pero ya te habrás dado cuenta, Jack, que la frontera está en las últimas.

—Sí. Goldstrike, ¿de veras nada has oído de mí últimamente?

—Nada de nada. Justo ahora vengo de Globe. Aquello se ha convertido en una balsa de aceite, apenas si una mala pelea de cuando en cuando, hace más de tres meses que nadie ha sostenido un verdadero duelo a tiros… Nada de nada, ya te lo digo. La gente, a decir verdad, no se acuerda de ti, lo cual no sé si va a alegrarte.

—Me desconcierta. Tendrían que estar buscándome por todas partes.

—¿Buscándote? ¿Por qué?

—Hace siete semanas asesinaron al juez Cochrane en su casa del valle de San Bernardino, en California.

El buscador de oro respingó y silbó, excitado.

—¡Diablos! ¿Quieres decir…?

—Le vaciaron los ojos a balazos. ¿Comprendes?

—¿Quieres decir que un hijo de perra ha tratado de cargarte ese asesinato?

—Sí. Estuvo a punto de conseguirlo, pero casualmente un pequeño incidente me demoró y llegué allí unas horas después de lo que tenía calculado, al día siguiente, cuando ya preparaban el entierro. De todos modos, la situación para mí era de lo más desagradable, como comprenderás. Me costó trabajo demostrar mi inocencia, pero lo conseguí. Convinimos que vendría para acá pasando por México, igual que si de veras hubiera cometido el asesinato. Y ahora me dices que por aquí nadie habla de él, ni de mí…

—Ni una palabra, al menos en Globe. Es más, el Globe News, que me entretuve en leer para matar el tiempo y enterarme de cómo anda el mundo, dio la noticia de la muerte de Cochrane sin mencionar detalles, de esto estoy seguro.

Ahora, Lester parecía sumamente preocupado, intrigado, reconcentrado. Se habían sentado junto al fuego, tendió su petaca al buscador y luego comenzó a prepararse un cigarrillo.

—De modo que total silencio… Goldstrike, ¿conoces a Douglas Sturm?

—¿Y quién no? Es uno de los malditos buitres que se comen todos los beneficios de esta tierra. No me digas que es un amigo tuyo.

—Es el hombre que me denunció a Cochrane. Su propia mujer preparó el narcótico que tomé y me dejó inerme cuando vinieron a por mí.

—¡Truenos y centellas! ¿Qué me dices? Se murmuró entonces que te habían traicionado, pero se pensó en uno de tu banda, en Burton o en Mac Alloran… Por cierto, que Mac Alloran se cambió el nombre, la cara y todo lo demás, para volver y convertirse en un honrado ganadero. Yo lo descubrí por pura casualidad, no creo que nadie más de por aquí lo sospeche. Él tiene buen cuidado de evitarlo. Y ahora que me lo dices, lo voy entendiendo… Mac Alloran es muy amigo de ese buitre de Sturm, con dinero de su Banco ha alzado ese estupendo rancho que ahora tiene…

—¿Dónde lo tiene?

—Cerca de aquí, como a cuatro millas y media de Hayden. Tres mil acres de muy buena tierra, cinco mil reses, treinta hombres trabajando para él en los campos y con el ganado. Es uno de los rancheros más ricos y poderosos de la zona. Se hace llamar Culver, debió sufrir un accidente que le quemó todo el lado izquierdo de la cara, dejándole tuerto. Como antes llevaba siempre barba y tenía dos ojos, ahora nadie ha acertado a reconocerle. Yo lo hice por casualidad y porque me fijo muy bien en los detalles. Desde que lo reconocí, procuro alejarme de donde él esté, y miro hacia mi espalda.

—Mac Alloran… Dime, ¿sabes si hizo un viaje últimamente?

—Ahora que me lo preguntas, sí, lo hizo. Hará como dos meses. Al parecer, se fue al Este para comprar ganado. Estuvo tres semanas fuera.

—Conque al Este, a comprar ganado… Sturm, naturalmente, se quedaría en Globe, atendiendo a su Banco… Eso cierra el círculo. Gracias por tus informes, Goldstrike.

—No me las des. Y si en algo más te puedo ayudar… No intentarás ir contra ellos tú sólo, muchacho, sería una locura. Si te están esperando…

—Seguro que me esperan. Pero no saben por dónde voy a llegar. Y ahora creo que estoy teniendo mucha más suerte de la que nunca esperé.

—Tal vez te interese saber que Sturm salió de Globe hace tres días. Yo me encontraba descansando en el puesto de mulas de Rock Creek, cuando llegó en la diligencia. Creo que iba a Hayden, por asuntos de negocios. Apuesta a que visitará a Mac Alloran.

—A Hayden… Es curioso, cómo todo comienza de pronto a ensamblarse, igual que las piezas de un puzzle

—¿Qué quieres decir?

—Nada. Dime, ¿hasta qué punto eres capaz de hacerme un favor?

—Demonios, yo diría que hasta el límite, salvo en lo de disparar una pistola. Sabes que no soy muy bueno…

—Ya lo sé. Y no es eso lo que quiero que hagas. Necesito que vayas a Hayden. Tienes que apurarte, para llegar allí mañana. Una vez llegues, tómate unas copas, abre los oídos, tira de las lenguas. Necesito saber si Sturm se encuentra aún allí, si se ha entrevistado con Mac Alloran, si éste se halla en la población. ¿Sabes dónde está Deadrock?

—Vaya una pregunta. Claro que lo sé.

—Te estaré esperando allí al anochecer. Mejor si puedes llegar antes. Consígueme la mayor cantidad de detalles acerca de los movimientos de esos dos, también si hay algo raro en la población, como precauciones veladas y todo eso.

—¿Quieres decir que esperas una trampa?

—Alguien tenía que propagar la noticia de que yo me había escapado del penal de Yuma y asesiné al juez Cochrane en venganza por haberme llevado a presidio falseando pruebas y presionando al jurado. Pero esa noticia no se ha dado, según tú. Y eso significa que determinada persona, que siempre creí era uno de mis mejores amigos, no es sino un maldito traidor, una serpiente venenosa de lo peor. Y no me estoy refiriendo ni a Mac Alloran ni a Sturm. Si abres bien los ojos sin duda te lo vas a encontrar en Hayden. Se llama Luke Murchison.

Goldstrike volvió a silbar, excitado.

—¿El picapleitos?

—Es el único que conocía mis planes. Yo debía haber llegado a Hayden,- camino de Globe, hace tres o cuatro días. Por eso Sturm fue a Hayden. No les interesa levantar polvareda antes de matar a su pieza. Han vivido tranquilos durante doce años, porque yo estaba en Yuma bien vigilado, con cadena perpetua. De repente, se enteran de que he recuperado la libertad y se imaginan cuál será mi primer paso, ir a buscar al juez Cochrane y obligarle a revelarme la identidad de quienes me delataron y me entregaron inerme a él. No se imaginaban que ya conocía a algunos… y el gran traidor tenía que cubrirse bien. Por eso me preparó la trampa mortal, enviando a asesinar a Cochrane con tiempo para poder achacarme ese crimen. Sería capturado, juzgado y devuelto a Yuma, para sin duda completar la cadena perpetua, a no ser que me colgaran. Pero me demoré unas pocas horas, las suficientes, y descubrieron que podía probar mi inocencia en ese crimen con muchos irrebatibles testigos. Entonces Murchison me preparó otra trampa de la que calculaba no me podría escapar… Creo que soy hombre de mucha suerte, Goldstrike. O tal vez Dios haya decidido que ya pagué mis culpas…

—Por los Evangelios que no te entiendo ni jota, muchacho. Pero sea lo que sea, cuenta conmigo para ayudarte contra esa gentuza. Nunca me gustaron los Judas.

—Si hubiera ido a Hayden por el camino que pensaba, a estas horas seguramente estaría muerto y enterrado en pleno desierto. Así, ellos se habrían librado de mí sin alharacas, sin que nadie los uniera a mi muerte. Por eso Murchison no llevó, sin duda, mi ruego al alcaide de Yuma y a los periódicos… Jack Lester desaparecería sin dejar rastros y tres ricos, influyentes, honorables ciudadanos de este territorio, respirarían en paz… Pero ocurrió que hace unos días llegué a una choza miserable, rodeada de tierra estéril, y me encontré a una mujer, una niñita y un viejo rengo. El marido de ella había sido asesinado días antes por gentes que, al parecer, sufrieron un buen engaño, a poco de yo llegar aparecieron dos vaqueros injertados en matones a amedrentar a aquella mujer. Metí mis narices en el asunto, salieron escocidos, y como aquella mujer nada tenía allí que le instara a quedarse, y quedándose sólo disgustos podrían llegarle, decidí escoltarlas, a ella y a su hija, hasta que pudieran hallar un lugar seguro. De modo que nos encaminamos derechos al Este, al valle de San Pedro, dando un amplio rodeo. Las dejé esta misma mañana en las afueras de Hayden, para seguir mi camino. Y así es como he burlado, sin saberlo, a mis enemigos, ¿te das cuenta?

El buscador de oro seguía escuchándole con vivo interés.

—Nunca está de más hacer una buena obra —dijo—. Claro que nadie te buscaría acompañado por una mujer y una niñita…

—Aún estarán en Hayden. Ella se llama Laura Barrett.

—¿Qué…?

El sobresalto del buscador provocó intrigada sorpresa a Lester.

—¿Es que la conoces?

—A ella, no. Pero sí a su marido. Hace algunas semanas yo venía de un recorrido por los montes Galliuro. Había tenido bastante suerte, di con una pequeña veta, que por cierto me dispongo a explotar con calma y discreción, ya voy haciéndome viejo y creo que llegó la hora de dejarlo y darme buena vida… A ti te lo puedo decir, muchacho, puede que de allí saque algunos miles, lo suficiente para un viejo coyote reumático. Bueno, el caso es que subía hacia Globe para cambiar unas pocas libras de oro virgen por víveres y herramientas mejores, procurando despistar a los husmeadores de siempre, cuando hallé a un hombre de lo más abatido. Me dijo que era granjero, se llamaba Barrett, que su mujer estaba muy enferma…