CAPITULO VII
Sólo entonces se hizo visible Baldy. Cuando le vieron llegar, pausado y frío, impasible, los otros cambiaron sendas miradas en las que había aprensión más que otra cosa.
—Así que nos ha engañado, está solo…
—Si desean comprobarlo sólo tienen que iniciar la pelea.
—Es un maldito «bluff»…
—Son tres. Ya hemos encontrado a sus caballos. Mi hijo sólo tiene dieciséis años, pero sabe disparar su rifle y con muy buena puntería. Él, o yo, o tal vez ambos, vamos a mantenernos toda la noche muy alerta, por ahí, hombres; excuso decirles que tiraremos a matar si advertimos que alguien se nos acerca. Ahora, pueden irse a acampar donde lo prefieran
—¿Y nuestras armas?
—Mañana, cuando nos marchemos, pueden venir a recogerlas.
Ahora, los tres vaqueros se habían desinflado. Ardían de rabia, pero se daban cuenta de que el hombre que tenían delante era de otra casta y otro temple. El que hablaba por todos gruñó:
—No somos forajidos, hombre. Trabajamos en el T-Circled de Jackson Tucker. Las tierras de Tucker comienzan al otro lado del río, nosotros vigilamos su ganado…
—Antes dijeron que iban persiguiendo a cuatreros.
—Así es. Robaron una veintena de terneros grandes, abollándolos hacia esta parte del país. Les seguíamos la huella cuando descubrimos su hoguera…
—Y al encontrar solos a un viejo y una mujer se han sentido muy a gusto, ya lo noté. Supongo que se proponían únicamente saludarles y desearles una buena acampada.
Su sarcasmo puso aún más nerviosos a los vaqueros. Pero se abstuvieron de protestar.
—No puede dejarnos desarmados…
—Lo que no puedo es dejarles sus armas, para que les entren malas tentaciones. Denme gracias, les estoy haciendo un favor. Y ahora, márchense.
Se fueron. Remolones, pero se marcharon. El viejo Tumbs se había apresurado a apoderarse de uno de sus rifles, que sostenía con belicosidad, mientras la mujer manteníase quieta, callada, atenta. Desaparecieron como lobos que se ven delante de un aprisco demasiado bien guardado…
Cuando los ojos de Laura Barrett buscaron la mirada de Baldy, en ellos había aprensión.
—Volverán…
—No. Sólo son vaqueros, no forajidos. Están corridos y enrabietados, pero tanto si aceptan que puede haber otro hombre por ahí, oculto y vigilándoles, como si no, desarmados no vendrán a molestarnos esta noche. Aparte de que estaré vigilando.
—Yo puedo relevarle…
—Usted debo irse a descansar. Y Tumbs también. Estoy acostumbrado a las noches en vela.
Una vez más, sus palabras eran orden indiscutible.
Fue una noche tensa, pero tranquila. Los tres vaqueros no hicieron aparición hasta que fue día claro, y eso con precauciones. Ya estaban levantando la acampada cuando les vieron llegar, al paso. Baldy les salió al encuentro con su rifle terciado. A la luz del día, ellos le vieron no menos formidable que la noche anterior.
—Venimos a por nuestras armas. ¿Nos las va a dar?
—Las encontrarán ahí cuando nos marchemos.
—Escuche…
—Escúchenme ustedes y no olviden lo que les voy a decir. Llevo una mujer y una niña pequeña a mi cargo, nada les va a pasar. Si veo asomar a alguno de ustedes, tiraré, primero y preguntaré después. Sigan su camino, busquen a esos abigeos y olvídense de nosotros, es un sano consejo…
—Es muy valiente con ese rifle en la mano, estando nosotros desarmados.
Lo había dicho el que la noche antes ironizó sobre la mujer. Mirándole fijo, Baldy le contestó despacio:
—He conocido a muchos como tú. Ninguno llegó a viejo, eran más lenguaraces que valientes o rápidos con la pistola. Si tienes alguna duda, ven a buscarme cuando recuperes tus armas y con mucho gusto te mataré.
Lo dijo con tal acento que el aludido se tragó las palabras envueltas en saliva, cambiando de color. Sus compañeros también prefirieron esperar…
Antes de marcharse, Baldy echó en montón los rifles y los revólveres del trío en lugar bien visible… Llevándose toda la munición, menos dos balas que dejó en cada cinto. Si, como imaginaba, aquellos vaqueros no tenían otra que la de los cintos, iban a pensarlo muy bien antes de venir a buscar con propósitos agresivos.
Después, la carreta, guiada por Tumbs, encaminóse al río y atravesó la escasa corriente sin dificultades, mientras Baldy manteníase alerta a retaguardia. Pero, como supusiera, los tres vaqueros no intentaron seguirles luego que recuperaron sus armas.
El valle del San Pedro era amplio y bastante fértil, aunque a la sazón permanecía yermo, desocupado. Hasta después del mediodía no tropezaron con la primera punta de ganado, dos centenares de cornilargos rumiando la seca yerba de las orillas del río y bebiendo su agua alcalina, bajo la custodia de un jinete que se les acercó sin hostilidad ni desconfianza. Resultó ser un vaquero de edad mediana que examinó con más atención a Baldy que a la mujer.
—Trabajo para Tucker, su rancho cae al otro lado del río, como a cinco millas al noroeste. Es la primera vez que veo llegar una carreta río arriba ¿De muy lejos vienen?
—De la región del Ramsey Valley. Mi hermano tenía allí una casa y una tierra, pero la sequía y los ladrones no le dejaron medrar. Luego le mordió una víbora serrana, terminando con su mala suerte. Estoy llevándome a su mujer, su hija y su suegro a una tierra mejor.
—Vaya, ha sido una desgracia… Bueno, si se acercan al rancho T-Circled estoy seguro de que mi patrón les atenderá bien. Es una buena persona.
—Es posible que no le gustemos. Anoche tuvimos un pequeño problema con tres compañeros de usted.
El vaquero se envaró y cambió de expresión, de acento también.
—¿De veras? ¿Dónde y cómo fue eso?
—Bastante al sur, como a unas diez millas. Eran tres, dijeron que andaban persiguiendo a unos abigeos que les habían robado algunas reses.
—¿Dijeron que eran del equipo del T-Circled?
—Eso dijeron. También mencionaron a su patrón. Yo les oí llegar y me escondí con tiempo, al ver sola a mi cuñada con su padre debieron pensar que tenían delante una buena ocasión para divertirse, pero se la estropeé. No hubo tiros, aunque uno de ellos parecía bastante gallito. Pero sin duda no hablarán muy bien de nosotros a Tucker.
—Puede que no le hablen de ninguna manera. Es verdad que nos han estado robando algún ganado últimamente, pero por este lado, ahora, sólo andamos otro compañero y yo, al menos que yo sepa. Además, esos tres no pertenecen a nuestro equipo. ¿Por qué no se llegan al rancho y le cuentan al señor Tucker lo sucedido? Le va a interesar saber que anda por ahí gente usando su nombre para cubrirse en una sucia faena como ésa…
—Iremos a ese rancho. Si es como ha dicho el vaquero, Tucker tendrá interés en conocer lo ocurrido y tal vez se muestre generoso con sus víveres.
—¿Por qué mintió a ese hombre que soy su cuñada y Tumbs mi padre?
Ya iban alejándose del solitario vaquero, enfilando a la escueta corriente de agua algo más abajo de donde el ganado la bebía. Mirando a la mujer serenamente, Baldy se lo explicó.
—Las gentes necesitan explicaciones o las buscan por su cuenta. La que di a ese vaquero es tan buena como cualquier otra y encaja con nuestras apariencias. Hasta tanto no pueda dejarles a seguro en una población, creo lo mejor dar a entender a todos cuantos encontremos que somos parientes. Si no le importa, claro.
Ella guardó silencio unos instantes. Luego habló de otra cosa.
—¿Cree que esos hombres de anoche sean abigeos?
—Podían serlo. Los abigeos se diferencian de los vaqueros en que manejan ganado ilegalmente. Los forajidos son otra clase de hombres, reaccionan de modo distinto ante las situaciones que se les presentan.
—Usted debe saberlo…
—Sí que lo sé.
No volvieron a hablar. Baldy alejóse, como tenía por costumbre, a cierta distancia, manteniéndose desde entonces dando amplios rodeos. Sin género de dudas quería evitarle a ella la tirantez de la situación…
—Sea quien sea, Laura, nos está ayudando mucho.
Tumbs le había calado los pensamientos. Sobresaltada, la mujer se volvió, tropezando con su mirada sagaz.
—¿Por qué dice eso?
—Porque estás pensando que él es sin duda un fuera de la ley. Eso no tiene tanta importancia en la frontera, créeme. Un hombre vale por sus acciones, es nuestro amigo o nuestro enemigo de acuerdo con ellas. Su pasado no nos importa, le pertenece por entero. Cuando se marche, todo se irá con él.
Todo se iría con él… La mujer volvió a sobresaltarse ligeramente. Luego se puso a acariciar a su hijita, sentada en su regazo. Y, sin poderlo evitar, sus ojos buscaron al alto jinete que se mantenía a cierta distancia. Creía conocer ya su verdadera identidad, le había dicho claramente que escapó de un penal, el de Yuma, donde cumplía condena a cadena perpetua por toda una serie de delitos graves. Si era quien recelaba… ¿por qué volvió al Arizona, arriesgando el pescuezo caso de ser reconocido? ¿Acaso lo impulsaba la venganza, buscar al traidor que un día lo denunció? ¿Habría matado a aquel juez que lo condenó, de modo tan horrible?
Tuvo esposa y una hijita pequeña… La hijita se le murió, la esposa también, después de abandonarlo… Un hombre aún joven, una fiera reliquia del salvaje Oeste, un jinete solitario…
¿Qué le pasaba a ella? Era viuda desde apenas diez días, con un incierto porvenir por delante. Estaba en la más absoluta miseria y se pasaba las largas horas de marcha a través del desierto, también las no menos largas de la noche, pensando en un fugado de presidio…