CAPITULO XIV
—Voy a acercarme a la salida del barranco, a ver cómo andan las cosas para Buck. ¿Cómo te encuentras?
—Bien. Amárrale, los pies y déjame el revólver a mano, yo la vigilaré.
Chuck se acercó de nuevo a Noemí y, con sonrisa burlona, le amarró los pies, sin que ella hiciera absolutamente nada para resistirse. Por eso Chuck se confió. Después de todo, sólo era una mujer. Y las mujeres, ya se sabe.
Dejándole a Luck el revólver a mano, fue a echarle la montura a su caballo. Aquellos criadores y ladrones de vacas no iban a pie, sino lo imprescindible.
—Se va a marchar. Será nuestra oportunidad.
Déborah y Abigail habían aprovechado las que les daban los Tucker para mejorar sus posiciones, acercándose a la acampada de sus enemigos sin ser por ellos notadas. Ahora se encontraban a cuarenta yardas escasas, algo por encima, pegadas al suelo como lagartos e invisibles para Chuck cuando paseó la mirada, sin ningún recelo, por rutina, alrededor del campamento. Una piedra grande, un matorral de espinos y un reborde del terreno contribuían a ocultarlas.
Tranquilo, pues, Chuck se fue despacio hacia la desembocadura del barranco. Y no había desaparecido apenas a la vista de su hermano cuando ya las dos mozas entraban en acción.
Luck estaba malherido, inmovilizado y bastante débil por la pérdida de sangre, pero, con todo, era un Tucker. Reclinado encima de la manta que le servía de lecho, y en su montura, vestido con el sombrero, las botas y los vendajes de sus heridas, presentaba un aspecto bastante curioso, tanto, por lo menos, como el de la misma Noemí, de quien le separaban cuatro pasos. La miraba y le habló de un modo que por aquellos tiempos, en aquellas tierras, no tenía mucho de particular, pero que probablemente en ojos más pacatos una transcripción literal del panorama y la conversación despertarían tempestades de indignada pudibundez. Noemí se puso de pronto a contestarle cosas no menos explosivas e irreproducibles, como atacada de pronto por un acceso de furia verbal. Eso creyó Luck, hasta escuchar a su espalda y muy cerca una voz femenina que le advertía entre burlona y agresiva:
—Si llamas a tu hermano, mono sucio, te vuelo la cabeza.
Sobresaltado, Luck la volvió y descubrió a Abigail que, rifle, su propio rifle, en manos le apuntaba con clara actitud de no estar hablando por hablar, desde tres pasos de distancia. Y a Déborah a su lado, ya empuñando su cuchillo de caza.
—¡Ma…, malditas…, malditas arpías…!
—¿Quieres que acabe de romperte esa sucia cara de puerco?
Luck no deseaba tal cosa. Y tampoco morir de muerte violenta a manos de las tres amazonas. Así que se limitó a barbotar hoscas maldiciones mientras Déborah se apresuraba a libertar a su hermana mayor.
—Estábamos ahí arriba desde antes que saliera el sol, pero no quisimos intervenir por temor a que te asesinaran. ¿Cómo te encuentras?
—No ha sido demasiado malo… ¿Y el señor Davis?
—En casa, con madre. ¿Adónde ha ido ese último?
—A ver cómo iban las cosas.
—Madre entretendrá al que fue a parlamentar. Démonos prisa. Vigila tú a éste… Vaya espectáculo, delante de unas señoritas. Claro que sólo es un ladrón de vacas. Ayúdame, Abigail.
—Con mucho gusto, hermana.
Noemí, tras ajustarse los pantalones y meter en ellos los flecos de su rota camisa, apoderóse del cinto de balas del impotente Luck y se lo ciñó a la cintura, recogiendo luego su revólver, que ya Abigail había apartado a un lado, previsora, y plantándosele encima. Abigail, por su parte, echó mano a la silla de montar y se la quitó a Luck sin miramientos, haciéndole caer de espaldas con una nueva maldición de dolor. Mientras sus hermanas se apresuraban a ensillar el caballo del herido, y recoger las provisiones del trío.
Luego, las hermanas montaron a caballo, dos en el de silla, otra en el de carga, y se alejaron de allí a buen paso, dejando al humilladísimo Luck rabiando y barbotando las más furibundas amenazas.
—¿Qué hacemos ahora?
—Vamos hacia ese lado. Hay que dejar que sus hermanos lleguen y descubran lo sucedido, mientras le preguntan y él se lo cuenta, nosotras podremos cogerles suficiente delantera para llegar a casa sin novedad. Con sólo dos caballos, y sin provisiones, no van a quedarles ganas de volver a atacarnos…
Con sólo dos caballos y uno de ellos seriamente herido. Buck Tucker se detuvo a doscientas yardas de la granja, en una ligera depresión que formaba el barranco poco antes del mismo cauce, y examinó el balazo de su caballo. Soltando una sarta de tacos gordos comprobó que el proyectil había encarnado mucho. Si no lograban extraérsela, tendría que pegarle un tiro y montar a Luck en el de carga… o en uno de los mulos de las Casper, cuando hubieran acabado con ellas. Porque iban a acabar con ellas, una a una… Ahora no tendría compasión, en cuanto regresara a la acampada cogería a su prisionera, la traería hasta aquí, y le pegaría cuatro tiros a la vista de su madre y sus hermanas. Luego atacarían, Chuck y él, sin miramientos. No iban a dejarse dominar por un par de mujeres…, y tenían que atrapar al asesino de Tuck, para darle lo suyo.
Cuando reanudaba la retirada, llevando al caballo de la rienda, vio llegar a su hermano Chuck a toda prisa. Y se preguntó, malhumorado, por qué vendría.
Chuck había escuchado los disparos cuando aún estaba llegando a la desembocadura del barranco, vio a su hermano huir aprisa de la granja y venía en su ayuda, bastante inquieto.
—¿Qué ha pasado?
—¡Me dispararon esas brujas, cuando estaba parlamentando con su madre! ¡Me han dado en la cadera, pero sólo es un arañazo, y le metieron a mi caballo una bala en el anca, pero yo le di bien a la vieja, lleva un buen recuerdo mío! ¿Por qué has dejado a Luck sólo con la otra?
—Está bien amarrada y él tiene su revólver a mano. Quise ver cómo te iba y ya ves que hice bien. Monta en mi caballo, yo llevaré el tuyo. ¿Qué haremos ahora?
—Matar a ésa que cazamos anoche y traérsela para que vean que no hablamos por hablar. Luego, tú y yo atacaremos la granja sin miramientos…
Fue perfilando su rencoroso plan de acción mientras retomaban despacio a su acampada, porque el renqueante caballo de Buck no daba para más. Y mientras tanto, las tres hermanas se alejaron aprisa en otra dirección, trepando la ladera para contornear una áspera y no alta colina y salir al valle desértico tres cuartos de milla más al Este.
—Les vamos a… ¿Eh, qué pasa?
—¡Es Luck!
Era Luck, aullándoles llamadas a sus hermanos, por si estaban cerca. Súbitamente preocupados, Buck y Chuck apretaron el paso, dejando atrás al caballo herido.
—¡Maldición! ¡No está esa bruja!
—¡Y tampoco los otros caballos!
—¡Luck! ¿Qué rayos ha pasado? ¿Qué…, qué tienes en la cara?
Luck se lo dijo entre tacos súper gordos, mientras Buck y Chuck le miraban atónitos.
—Vinieron sus dos hermanas, habían estado todo el tiempo ahí arriba, en la ladera, vigilándonos, y aprovecharon su oportunidad…
Y tanto como la habían aprovechado. Una somera inspección visual bastóles para ver que les habían dejado sin un pellizco de harina y una judía que llevarse a la boca.
—¡Las hijas de tal, y de cual…! ¡Hay que alcanzarlas, rápido!
—¿Con un sólo caballo?
—¡El mío tendrá que correr, le guste o no!
Estaba demasiado enfurecido Buck Tucker para pararse a pensar en los sufrimientos de su caballo. Corrió a él, lo montó, sin tampoco hacer caso a su propia herida en la cadera, y se lanzó tras su hermano Chuck. No sólo habían sido vencidos, sino burlados y humillados por aquellas tres buenas mozas, eso era algo que le escocía, y a sus hermanos, como ácido.
—¡Míralas!
—¡Apura, ya las tenemos! ¡Tira a matar, nada de contemplaciones!
Chuck estaba también muy furioso, tanto que se adelantó a su hermano, sacó el rifle y comenzó a dispararles a las Casper cuando aún se encontraban a cuatrocientas yardas de distancia.
Las tres hermanas habían corrido lo suyo, a lomos de ambos caballos, acababan de desembocar en el terreno llano y se encontraban a media milla de la granja cuando vieron aparecer por el barranco a sus dos enemigos.
—¡Ahí vienen!
—¡No nos van a dar tiempo a llegar a casa!
—¡Apura al caballo! ¡Tenemos que llegar al ribazo!
El ribazo a que Déborah se refería era uno que había al filo de sus tierras de cultivo, cerrando por aquella parte la extensión de las mismas. Lo suficientemente alto para permitirles parapetarse detrás de él, no había sino ciento cincuenta yardas desde allí a la casa.
Espolearon a los animales. Pero el de silla remoloneaba, desconociéndolas, y el de carga no era capaz de ir aprisa, cargado con las provisiones de los Tucker y con Noemí. Pronto los proyectiles disparados por Chuck comenzaron a aullarles demasiado cerca.
Entonces Abigail hizo una hombrada.
Tirándose del caballo, les gritó a sus hermanas:
—¡Poneos a cubierto, yo lo detendré!
—¡No seas loca!
Ya ella corría, como una cierva joven, hacia una piedra grande a corta distancia. Sus hermanas siguieron corriendo, pero miraban hacia atrás.
Chuck venía más de cien yardas por delante del herido caballo de su hermano mayor, vio la acción de Abigail, detuvo a su cabalgadura en seco y apuntó con cuidado, disparando cuando ya la moza llegaba a la piedra. Era un excelente tirador y, aunque la distancia no era corta, dio en el blanco.
Al recibir el impacto, Abigail gritó y cayó, detrás de la piedra.
Oír el grito de su hermana, verla caer, refrenar a los caballos que montaban, tirarse a tierra, poner rodilla en suelo, apuntar y disparar, todo fue uno para Déborah y Noemí. Lo hicieron como soldados de caballería bien entrenados. Chuck tuvo justo el tiempo de disparar otra vez, errándole a Noemí por poquísimo, antes de que un proyectil le pegara a su caballo en la cabeza y otro a él en pleno pecho.