CAPITULO XI

Las noches del desierto son siempre muy hermosas. En aquélla no había luna, en cambio sí un millón de altas y magníficas estrellas. El viento soplaba sin demasiada fuerza, los coyotes cantaban su lúgubre sinfonía… lo de costumbre.

Los hermanos Tucker arribaron sin novedad a la linde de los campos cultivados. Allí, Buck dio las últimas instrucciones y cada cual tomó una dirección. Avanzaban como indios, sin hacer ningún ruido, enmascarándose en los ribazos bajos, en la sombra de los frutales, entre el maíz a medio crecer…

Noemí se encontraba en lo alto del henil, con los ojos muy abiertos. Pero, como a veces ocurre, sus ojos y sus oídos estaban embotados por sus pensamientos. La sesión amorosa que por la tarde había sostenido con el apocado y nervioso Jasón, por ser la primera en mucho tiempo, por ser ella ya algo ducha en tales trotes, por haber sido tan breve y, realmente, tan poco importante, habíala dejado con la miel en los labios, ni más ni menos que a don Juan le sucedió después de darle el primer achuchón a doña Inés y sin solución de continuidad tener que salir corriendo. Salvo que sus emociones eran del todo femeninas, mientras eran casi masculinos sus pensamientos.

Tres cuartos de lo mismo le ocurría a Déborah en su apostadura. En cambio, Abigail estaba más despejada que sus hermanas, no soñaba nunca, la descarada, ella vivía plenamente sus impulsos, luego dejaba la cabecita en paz. La viuda Casper tenía sus propios sueños, pero ellos no le ponían telillas ante los ojos ni tapones en los oídos. En cuanto a Jasón…

Jasón estaba sentado en su cama, completamente vestido, a oscuras y dándole vueltas a sus pensamientos, sus problemas y sus temores. No era para menos.

Los Tucker completaron su aproximación sin novedad. Y Buck descubrió pronto que había alguien en el henil, cosa que ya sospechara. Se fue a la derecha y encontró a su hermano Chuck, que no había podido descubrir a la señora Casper dentro de la tranquila, silenciosa y oscura casa, ni tampoco a Déborah.

—Hay una en el henil, donde estaba por la mañana. La he oído rebullir.

—¿Qué hacemos?

—Vamos por ella. Si grita, o salen las otras, Luck se encargará de eso.

Ni cortos ni perezosos, los dos hermanos maniobraron cuidadosamente, aproximándose a la cuadra, sin que la abstraída Noemí les viera ni oyera. Mientras tanto, Luck Tucker iba husmeando por el lado occidental de la granja, en busca de otra posible centinela.

Buck y Chuck consiguieron su objetivo de llegar sin novedad a la pared de la cuadra. Pegados a ella, avanzaron hasta su entrada, luego se introdujeron en su interior. Allí, cuchicheáronse al oído:

—Tiene que haber una escalera para subir al granero.

—Seguro. Y que crujirá, como todas las escaleras.

—Pues tendremos que subir a por ella. No esperarás que baje por su gusto.

—¿Y por qué no? No va a estarse ahí arriba toda la noche, tendrán que relevarla. Cuando eso suceda, atrapamos a ella y a quien venga a relevarla.

Era una estupenda idea, sin lugar a dudas. Dos mejor que una… Así que ambos hermanos se quedaron agazapados y a la espera, en plena oscuridad. Podían oír de vez en cuando el rebullir de la moza allí arriba y estaban prometiéndoselas muy buenas.

También se las prometía excelentes Luck Tucker. Acababa de recorrer un buen trecho de la periferia de la granja sin ninguna dificultad, estaba convencido de que, por aquel lado, no había centinelas. Sólo un par de ventanas, pero cerradas. ¿Por qué no acercarse hasta la casa y escuchar? A lo mejor lograba oír algo.

La idea no era mala en sí misma, ni tampoco la ejecutó de modo desatentado. Quiso su mala estrella que viniera de cara al apostadero de Abigail y ésta estaba más despierta que un pilluelo ladrón de manzanas, además de tener un par de ojos de mirada muy aguda. Vio acercarse a Luck Tucker cuando éste aún se encontraba a cincuenta yardas y con sólo la luz de las estrellas, se imaginó a lo que venía y tuvo la astucia de dejar a un lado el rifle y utilizar el revólver. Si hubiera sacado el arma larga, Luck, que también tenía muy buena vista, no habría dejado de notarlo, porque no quitaba ojo a aquella ventana y a la otra de aquel lado de la casa.

Así, nada advirtió y continuó su avance cuidadosamente, sin imaginarse que dos brillantes ojos femeninos estaban siguiéndolo por sobre el punto de mira de un revólver.

Abigail le dejó llegar a quince pasos de la casa. No tenía malos sentimientos y sí muy buena puntería; cuando apretó el gatillo lo hizo apuntando a la pierna derecha del merodeador nocturno. Y en la pierna le dio.

Concretamente, le metió una bala a medio muslo. Luck soltó un taco muy gordo, se tiró al suelo y siguió tirando tacos gordos a la vez que abría fuego sobre aquella ventana con su rifle, metiendo por ella dos o tres proyectiles absolutamente inofensivos porque ya Abigail no estaba allí. De paso, y sabiéndose muy a descubierto, procuró encontrar un sitio más seguro, cosa difícil para él ahora por razones obvias.

Allí, en el establo, Buck y Chuck calcularon bastante bien lo sucedido al oír los disparos, pero sin imaginarse que su hermano estaba tocado y en posición de lo más comprometida. Ellos tenían su propia misión y se quedaron dónde estaban.

Despertada de su abstracción, Noemí atrapó bien el rifle y husmeó fuera con ojos y narices, aunque sin advertir nada. Seguía sin sentir ninguna clase de temor, lo demostró levantándose y disponiéndose a descender a la cuadra para apostarse detrás de su puerta. Si una de sus hermanas acababa de disparar sobre uno de los Tucker, los otros no podían andar muy lejos.

Fue una imprudencia la suya, pero no podía imaginarse que tenía a sus enemigos tan cerca. Ellos la oyeron moverse arriba y luego descender la escalera, al modo como se bajan las escaleras de granja. Guiados por los crujidos de los travesaños, acercáronsele por ambos lados y, a una, se le tiraron encima.

Sorprendida, Noemí gritó. Al verse agarrada, se revolvió con todas sus fuerzas. Aun cogida de aquel modo, su reacción fue eficaz; Chuck recibió tal porrazo con su rifle en la cara, el cuello y el hombro, que se quedó sin aliento y la soltó, maldiciendo y yéndose hacia atrás. Pero Buck ya estaba allí y no se anduvo con contemplaciones, también utilizó su rifle pegándole a la moza, tan a ciegas como ella, un golpe que le alcanzó el hombro derecho de refilón, dejándoselo entumecido. Luego, allí dentro hubo una épica lucha de dos contra una, a oscuras y a mano limpia. Noemí no volvió a gritar, guardó sus energías para devolver golpe por golpe.

Jasón había brincado en la cama al primer disparo. Luego se quedó vacilante, sin saber qué hacer a ciencia cierta. De haber tenido un arma… también se habría quedado vacilante, porque de sobras sabíase incapacitado radicalmente para un combate a tiro limpio.

La viuda Casper estaba en su cuarto, echada y confiada en la vigilancia de sus hijas, pero con un revólver al alcance de la mano. Se levantó con gran presteza al primer disparo, fue a su ventana, la abrió con cuidado y descubrió a Luck Tucker tratando de alejarse mientras disparaba sobre la ventana desde donde habíale disparado Abigail. Rápida, alzó su arma y le disparó un par de tiros.

También era una excelente tiradora, aunque los años y lo forzado de su postura no le permitieron apuntar bien. Una de las balas le afeitó lindamente el maxilar izquierdo a Luck, la otra se le metió entre las costillas; y a Luck se le acabaron de golpe las ganas de disparar. Dejándose caer, se hizo el muerto mientras rogaba fervorosamente porque aquel par de arpías así lo ere vieran.

Abigail volvió a asomar la nariz, le descubrió tendido e inmóvil a veinte pasos de distancia, supuso que su madre le había dado bien y no le disparó más.

—¡Madre, yo le di en una pierna!

—¡Pues yo le he dado en la cabeza, creo! ¡De todos modos no te descuides, aún quedan dos!

Cierto, aún quedaban dos. Y tras ruda brega habían conseguido dominar a Noemí, no sin recibir por su parte un buen castigo. Le habían dado un golpe brutal en el cráneo, para domarla, y la moza estaba desmayada. Sin embargo, ahora ellos estaban preocupados.

—Maldita bruja, peleó como un hombre…

—Como que me ha dejado maltrecho… ¿Qué habrá pasado con Luck? Mira que si le dieron…

—Hay que sacar a ésta de aquí y llevárnosla lejos. Vamos, ayúdame, que pesa lo suyo. Y mucho ojo, no vayan a disparamos. Cárgamela a la espalda, tú llevas los rifles.

Déborah no cubría aquel lado y no sospechaba lo que le estaba sucediendo a su hermana mayor. Tampoco se lo imaginaban su madre y Abigail, por eso los Tucker pudieron sacar a la desvanecida Noemí de la cuadra sin dificultades y llevársela al campo libre. Una vez a razonable distancia de la granja, la depositaron en tierra.

—No la habremos matado…

—Si tiene el cráneo tan duro como las manos y los pies, seguro que no. Vamos a verlo… Vaya, aquí hay carne de la buena… Está viva, le late el corazón. Ayúdame a amarrarla bien, luego buscaremos a Luck. No me gusta nada este silencio después de ese tiroteo.

Amarraron a la desvanecida Noemí como si fuera una ternerá resabiada y recogieron sus rifles, yéndose hacia la parte donde su hermano había estado combatiendo. Lo hicieron con las debidas precauciones, pero sin encontrar su rastro. Y comenzaron a preocuparse.

Más preocupado aún estaba Luck, con tres balazos y perdiendo sangre a chorros, comiendo tierra y sin atreverse a mover un dedo por miedo a que lo remataran. Por eso cuando oyó la voz ronca de Buck, que echando al aire toda discreción se dio a llamarle:

—¡Luck! ¿Dónde estás?

Sintió un gran alivio. Por su parte, Abigail y su madre apuntaron al lugar donde había sonado la llamada y enviaron su propia respuesta de plomo, obligando a Buck a meter la nariz contra el tronco del álamo que lo cobijaba y escurrirse aprisa al suelo para conseguir mejor protección.

—¡Tirad a las ventanas, estoy herido!

Buck y Chuck obedecieron en el acto, disparando sobre las ventanas con excelente puntería. Pero las dos mujeres no sentían el menor deseo de ser heridas y ya se habían desenfilado, las paredes de la casa eran demasiado recias para las balas.

Déborah escuchó el nuevo tiroteo, pero no se apartó de su puesto de vigilancia en la habitación principal. Oyó salir de la suya a Jasón, que estaba haciendo de tripas corazón y se le acercó preguntándole, nervioso, qué sucedía.

—No lo sé. Abigail y madre le han dado a uno de los Tucker, los otros deben estar tratando de rescatarlo.

—Creo que deben darme un arma, no es decente que estén peleando para defenderme y yo me quede quieto.

—Usted no puede hacer nada. Bueno, sí que puede. Deme un beso.

—Pero…

—Eso me prestará muchos ánimos para pelear.

Siendo así, era lo menos que él podía hacer… Y además, ahora, totalmente a oscuras, la cosa resultaba mucho más hacedera. De modo que Jasón no sólo accedió, sino que llegó bastante más lejos de lo que había llegado hasta entonces con Déborah, la cual, advirtiéndolo, mostróse de lo más complacida.

A todo esto, bajo la protección del fuego graneado de sus hermanos, Luck Tucker se fue arrastrando penosamente lejos de la casa, hasta que, descubriéndole, Chuck hizo la hombrada de correr a su lado y recogerlo, ayudándole a llegar a cubierto, donde se les reunió Buck.

—¿Dónde te han dado?

—¡En todas partes, malditas sean! ¡Me estoy desangrando; creí que no llegabais!

—¡Hemos atrapado a una de ellas, nos costó lo nuestro, se defendió como una mula loca! Ahora te llevaremos junto a ella y te curaremos. ¡Ayúdame a cargarlo, Chuck, y vámonos de aquí!

Sin esperar más, agarraron a su hermano por sobacos y rodillas y se lo llevaron, rabiando de dolor, maldiciendo y quejándose, lejos del alcance de los rifles de las defensoras de la granja.