CAPITULO XIII
Déborah y Abigail alcanzaron las colinas sin novedad. Las conocían como la palma de su mano y no vacilaron en la ruta a seguir.
—Esos Tucker han de estar acampados en el barranco, seguramente hacia el lado de las rocas grises.
—Vamos para allá.
No se dieron prisa, si su madre estaba en lo cierto, y consideraban que sí, los Tucker iban a ocuparse ante todo de curar a su hermano herido, luego trazarían su plan de acción, comerían algo…
Llegaron a conveniente distancia y descubrieron el leve resplandor de la pequeña hoguera cuando apuntaba el alba.
—Ahí están, ya lo dije.
—Acerquémonos con cuidado, a ver lo que hacen.
Eran duchas en moverse por el campo, tanto al menos como los mismos Tucker. Así que pudieron alcanzar sin dificultades el punto que deseaban, a menos de doscientas yardas de la acampada. Aún no había luz suficiente, ni para que ellas pudieran distinguir lo que sucedía allí abajo, ni para que el muy alertado Chuck Tucker las descubriera.
—Esperemos a que aclare más.
Esperaron. Aclaró. Y descubrieron lo que había allí abajo. Entonces, se miraron.
—¿Qué hacemos? Podemos dejarles fuera de combate fácilmente.
—Ellos son tres. También pueden matar a Noemí. Hay que cumplir lo que madre nos dijo.
Buck y Chuck Tucker se dedicaron a atender a su hermano y a vigilar el terreno circundante, eso sí, sin imaginarse que estaban por completo bajo la mira de los rifles de las dos hermanas de su prisionera. Luck había recuperado los sentidos, pero sentíase bastante mal, cosa lógica, pues había perdido mucha sangre y su herida del pecho era seria, el refilonazo en la mandíbula casi no le permitía hablar, ni tampoco, desde luego, comer. En cambio sí le permitía beber y se atizó unos tragos del whisky que traían en la impedimenta. Salió el sol y los hermanos conversaron.
—Me voy a acercar a la granja. Tú vigilas a ésta y a todo alrededor, no sea que a la madre y las hermanas se les haya ocurrido salir a buscarla, por más que no lo creo.
—Cuídate tú, hermano, que yo me encargo de ésta. Procura que no te metan plomo, no te fíes,
—No pienso fiarme. Pero esas mujeres se guardarán mucho de dispararme, sabiendo como saben que tenemos en nuestro poder a la hija y hermana.
—¿Crees que nos entreguen a ese tipo?
—A ver… Por mucho que les interese conservarlo, imagino que más les importará ésta.
Era muy lógico. Así, Buck Tucker ensilló su caballo, lo montó y se alejó al trote en dirección a la granja. Cuando desapareció de la vista de Chuck, éste se volvió a Noemí y la contempló con regodeo. Ella le sostuvo indiferente la mirada.
—Oye, Luck, ¿puedes vigilar? Siento mucho, hermano, que te hayan puesto así, porque…
Allí arriba, Abigail apuntó cuidadosamente su rifle y preguntó a Déborah:
—¿Disparo? Lo tengo encañonado.
—No. El otro está demasiado cerca. Madre dijo que cuando hubiera llegado a la granja.
—Pero es que luego no va a haber modo de dispararle a él sin darle a Noemí.
—Esperaremos.
Esperaron. Eran muy obedientes a las órdenes maternas y no deseaban poner en peligro la vida de su hermana. Lo demás, después de todo, no era tan grave, dado que los muertos no suelen contar nada.
Buck Tucker cabalgó sin demasiada prisa, con el rifle terciado y alerta, hacia la granja, que aparecía de lo más tranquila bajo el recién salido sol mañanero. Era perro viejo y no acabó de gustarle tanta calma. Aquellas malditas mujeres les habían probado de sobras su peligrosidad, ahora sólo eran dos para acabar con el trabajo y tenía que echar manos de la astucia. Si lograba convencerlas para que le entregaran al matador de su hermano Tuck a cambio de su prisionera…
Desde luego, no pensaba soltar a Noemí. Lo que se proponía era atrapar a sus hermanas vivas. A la madre, un buen tiro en su cara de vieja bruja gorda para que aprendiera a no mezclarse en los negocios de los Tucker. El tipejo del Este, una muerte lenta y bien desagradable. Las tres hermanas… bueno, a ellas les dispararían unos tiros bien dados, y luego pegarían fuego a la granja, le pondrían al cadáver del tipo del Este ropas, calzado y armamento de hombre, se lo dejarían a los buitres en el patio. Para cuando viniera alguien por allí, no habría forma de averiguar quién hizo la faena, ellos y su hermano Luck estarían lejos.
Llegó a corta distancia de la casa y se detuvo, receloso. Allí no se movía nadie… Por si acaso, echó mano a su pañuelo del cuello y lo ató a la punta del rifle, a guisa de bandera de parlamento; luego avanzó blandiéndola al viento.
Dentro de la casa, la viuda Casper miró al nervioso Jasón y le pidió, comprensiva:
—Haga todo conforme se lo he dicho y no se ponga nervioso. Lo apunta con el rifle, pero que él no le vea la cara, tiene que imaginarse que es una de mis hijas.
Jasón empuñaba ahora el rifle que fuera del difunto señor Casper, con más buena voluntad que arrestos y tratando de dominar el hormiguillo. Asintió, mirando hacia el temible parlamentario que llegaba.
—Sí, señora Casper…
—No se le ocurra apretar el gatillo, hay que dejarle volver junto a sus hermanos. Déborah y Abigail tienen que conseguir tiempo para liberar a Noemí y liquidar al que se ha quedado con ella y el herido, luego, entre las tres se sobran para acogotar a éste.
Ojalá…
—¿Cree…, cree que habrán encontrado su campamento?
—Ya deben estar allí desde hace rato. Ahora voy a salir. Cuidado.
Salió, llevando el rifle de Abigail en sus manos. Y, al verla salir, Buck Tucker sintió bastante alivio.
Llegó hasta el borde mismo del patio y pudo distinguir el cañón de un rifle apuntándole desde una de las ventanas. La otra hija debía estar arriba, en el henil, pero no la podía descubrir. Tal vez, escarmentada por lo ocurrido a su hermana, habíase emboscado en otro punto… De todos modos, ellas estaban en casa y eso era bueno.
—¿Dónde está mi hija, señor Tucker?
La voz de la viuda Casper sonaba tranquila y seca. Buck Tucker se dijo que aquella vieja era de armas tomar.
—La tenemos a buen recaudo, en nuestro campamento. Ustedes hirieron anoche a mi hermano Luck de mala manera, señora Casper, y todo para proteger a un asesino reclamado.
—El que entra de noche en tierra ajena se expone a que le peguen un tiro, ¿no lo sabía? Y ustedes no vinieron a tocarnos una serenata.
—Tienen ahí dentro al asesino de nuestro hermano, su hija nos lo ha dicho.
Jasón se lo creyó. Pero la señora Casper conocía mejor a sus hijas.
—Tienen que haberle hecho algo muy especial para obligarla a decirles una mentira, señor Tucker. Y si es asi, le garantizo que ni usted ni sus hermanos van a volver a su casa tranquilos.
—No me gusta que me amenace, mujer. Su hija está en mi poder y he venido a ofrecerle un trato; lo tomará o lo dejará.
—¿Qué clase de trato, señor Tucker?
—Queremos a ese tipo que tienen con ustedes. Lo queremos en seguida. Cuando lo tengamos, le devolveremos a su hija.
—O sea, que tenemos que entregarle a uno que no está aquí…
—¡Déjese de monsergas! Antes de venir recorrimos toda la línea del ferrocarril hasta Tucson, preguntando en cada estación o apeadero, también lo hicimos en otras poblaciones. Estuvimos en San Elías y nadie allí le vio, nadie le ha visto por ninguna parte.
—Y por eso duda de mi palabra…
—Usted tiene tres hijas casaderas tan feas y grandotas que ningún hombre en sus cabales cargaría con ellas, tres marimachos capaces de acogotar a un becerro, pero no de enamorar a un hombre. Seguro que atraparon a ese tipo y lo guardaron para su uso personal, y él se ha quedado porque es un gallina sin redaños…
Dentro de la casa, Jasón estaba sintiendo ira, humillación, odio y vergüenza, por todo lo que escuchaba al hombrón agresivo que tenía delante. Y todo aquello unido le llevó a, sin meditarlo, apretar el gatillo.
Con tan mala puntería que el proyectil le pasó a Buck Tucker a un palmo de su cara. Lo suficiente, sin embargo, para que se convenciera de que una de las hijas de la viuda era quien le había disparado. Y como vio que la viuda Casper alzaba aprisa su propio rifle, sin encomendarse a Dios ni al diablo le disparó a su vez mientras encabritaba al caballo, colocándoselo entre su persona y la ventana donde se encontraba Jasón.
Por muy precipitado, su disparo sólo pudo herir a la viuda en el costado, en la gruesa capa de carne y grasa que le recubría las costillas. A su vez, ella le acertó medianejamente, de refilón, en la cadera, y se apresuró a meterse en su casa antes de que su enemigo la rematara. El nervioso y descontrolado Jasón estaba ya recargando su rifle apuradamente, pero Buck Tucker no tenía ninguna gana de morir y picó espuelas a su caballo tendiéndose encima de él y corriendo a poner tierra por medio, mientras con una sola mano enviaba balas a la granja, de donde sólo salieron un par de ellas, una disparada por Jasón, que la envió a mil metros del fugitivo, y otra por la viuda, que herida y todo acertóle al caballo en el anca, haciéndole dar un bote de carnero que casi desazonó a Buck y faltó poco para que le hiciera perder el rifle. Como estaba seguro de haber herido a la viuda, aquel certero disparo bastó para terminar de convencerle de que allí atrás se encontraban haciéndole fuego las dos hijas restantes de la mujer, ya que en ningún momento le había pasado por las mientes la idea de que el matador de su hermano Tuck fuera capaz de dar la cara y disparar un arma.
No lo era. Y mientras se iba hacia una silla para dejarse caer en ella, así se lo dijo secamente la viuda Casper:
—Habría sido mejor para todos que me hiciera caso, señor Davis. Cuando se dispara contra un hombre como ése, hay que hacerlo a matar, no a espantarle las moscas de la cara.