La colonia del Orton

De la cachuela Esperanza a la barraca Orton hay 27 leguas (78 millas) de navegación penosa, cuando se hace a remo, a causa de ir contra la corriente y haber de contrarrestar una plaga de sabandijas mayor que en otras partes.

Por fortuna, empalmó mi llegada a la cachuela con la salida de la lancha a vapor de la Casa Suárez. La Esperanza, chata de 40 toneladas y 20 caballos, construida en los talleres de Cochran (Birkenhead, Liverpool), empleada en el acarreo de la goma de la barraca, pero que tomaba pasajeros, haciéndose pagar muy bien. Veinte bolivianos me costó el pasaje a Riberalta, que se hace en horas.

En la travesía se ven multitud de barracas a una y otra banda del río hasta Orton, cabeza de los seringales de tierra adentro. Llegamos a la confluencia del río Orton (a los 10° 48’ latitud Sur). El curso de este río es de unos 800 kilómetros, y su desembocadura, que está a la izquierda del Beni, es angosta, pero en proporción con la relativa estrechez del río, que a la par de su riqueza forestal, goza fama por lo manso de su corriente y lo pintoresco de sus márgenes llanas y onduladas, que en los meses de agosto y septiembre se pueblan de apetitosas tortugas, las cuales depositan sus huevos en las orillas.

El Orton está formado por la confluencia del Manuripi (río de los ambaibos), que viene del Suroeste, y el Tahuamanu (río pequeño), que se abre al Norte. Esta junta, que hoy lleva el nombre de PuertoRico, por una barraca allí establecida, fue hallada por el Sr. Farfán en 1884, acompañando al P. Armentia en su expedición al Madre de Dios, que dio por resultado el descubrimiento del Manuripi.

Está demostrado que este Manuripi sigue paralelo al Madre de Dios, a una distancia de 20 millas, siguiendo la senda de los indios que pueblan el espacio intermedio; y que desde la última barraca del Tahuamanu hasta el Acre o Aiquiri hay un día de camino, lo cual indica que la distancia de ambos ríos no pasa tampoco de otras 20 millas.

En el espacio de tierra firme que queda entre el Madre de Dios y el Orton y los afluentes de éste hasta el Acre, habitan los indios araonas y sus aliados loscavinas, de habla tacana, usada también por los neófitos de las Misiones de La Paz, gente dócil y tímida, que sin gran esfuerzo han llevado los gomeros a sus seringales.

No así los caripunas, acanga-pirangas y pacaguaras, tribus bárbaras del Alto Madera (así llaman los brasileños al Mamoré y al Beni), las cuales ocupan la tierra firme que se extiende desde el Orton hasta las cachuelas del Madera. Son guerreros y navegantes, en lucha tenaz con los blancos establecidos en su territorio.

Como pienso dedicar capítulo aparte a las costumbres de araonas y caripunas, los paso por alto para hablar de la barraca Orton.

Después que el Dr. Heat abrió al comercio el Bajo Beni, el primero en aprovecharse fue su huésped y aliado el Dr. Vaca Díez. En doce años, de 1881 a 1893, éste reconoció y ocupó sucesivamente los gomales del Bajo Beni y del Orton, constituyendo en el primero siete seringales, nueve en el Orton y uno en el Tahuamanu, con 2.241 estradas abiertas, 1.209 en explotación y 833 reconocidas y señaladas o por abrir.

El centro de las operaciones o casa matriz del Orton es la barraca de este nombre, casi un pueblo, en la margen del Beni, a 6 metros sobre el nivel del río en su mayor creciente, y a 2 millas de la confluencia del Dati-Manu. La barraca es un elegante edificio con piso alto, a manera de chalet suizo, casi la única construcción de buen gusto que hay en todos estos ríos, pues las demás se reducen a grandes galpones (cobertizos) por el estilo de los de Villa-Bella. En casas más sencillas, formando calles, viven los empleados y obreros de la barraca: un verdadero modelo de colonia, con trapiche, máquinas de pelar arroz y café, e imprenta, que ha editado La Gaceta del Norte, primer periódico del Beni ribereño.

También Vaca Díez fue el primero que hizo venir de Europa lanchas a vapor: una de ellas, armada en el mismo Orton y bautizada con el nombre de Cernambí, que con La Esperanza, de Suárez, han sido las primeras entre la flotilla de vapores que ahora navegan el Madre de Dios y el Beni, desde Reyes hasta la Esperanza.

Estas lanchas hacen el viaje sin itinerario fijo: su principal misión es el transporte de la goma de sus armadores; de modo que si admiten pasaje es casi por favor, cobrándose una barbaridad: de 150 a 200 bolivianos desde Riberalta a Reyes, con la circunstancia que en el pasaje sólo va incluida la comida, harto sencilla, y para dormir hay que colgar la hamaca como se pueda, pues en estas lanchas de poco calado no hay sitio para camarotes, fuera de que éstos son innecesarios en una temperatura de 30 a 35° centígrados a la sombra. Esto, unido a la enorme distancia del centro de la República, tardándose cerca de un mes en recibir el correo del interior, pone al Beni a más distancia de la capital que de sus antípodas; como que por eso dicen los benianos «voy a Bolivia» cuando han de hacer un viaje a La Paz o a Sucre.

En el río Beni no se ven los bufeos del Mamoré, pero abunda en pescado de buen tamaño y de óptimo gusto. La providencia de las barracas ribereñas son las tortugas opetas, que en las primeras noches de agosto y septiembre salen a desovar en las playas, con gran contentamiento de los golosos que, apostados convenientemente, cogen cuantas quieren, sin más que volcarlas de una en una.

Estos quelónidos son bastante grandes y, sobre todo, exquisitos.

Sus huevos son más pequeños que los de gallina, y tan blandos que se deforman sin romperse, a la simple presión de los dedos. En la época del celo pelean los machos, dándose fuertes golpes con el peto, a cuyo ruido suelen acudir los pescadores, quienes dirimen la contienda cargando con los dos rivales y con la hembra que se disputaban.

El uso y el abuso de la pesca de huevos y de la mísera tortuga son tan grandes en estos ríos, que ha de llegar el día en que desaparezca la especie de estas márgenes, a menos que no se reglamente su pesca, como sucede en el Orinoco. Según Keller, pasan de 2.000 los tarros de manteca de huevos de tortuga fabricados en el Madera. Ahora bien: como para cada tarro se necesitan 2.000 huevos, sube a la enorme cantidad de 4 millones de huevos los que anualmente se recogen para fabricar manteca y un aceite para untos, que podría ser reemplazado ventajosamente por aceites vegetales. No contentos aún con la destrucción de los huevos y con la pesca de millares de tortugas grandes, los pescadores vuelven al poco tiempo para cargar con las chicas, recién salidas del cascarón. A esta destrucción por el hombre hay que añadir los banquetes pantagruélicos que los caimanes se proporcionan con estos ovíparos, así que se echan al agua por primera vez.