Exploración del río Beni: Orton y Heat

He aquí el cuadro de distancias que, según el Padre Armentia, hay yendo de subida por el río Beni hasta Riberalta:

De Villa Bella a la cachuela Esperanza: . . . . . 6 leguas.

De la cachuela al Orton: . . . . . . . . . . . . . . . . 26

Del Orton al Madre de Dios: . . . . . . . . . . .. . . 6

TOTAL . . . . . . . . . . . . .. . . . . . .. . . . . . . . . . 38

Las mismas en las que el lector se ha de servir acompañarme, si a tanto llega su curiosidad y mi buena suerte.

Entre Villa-Bella y la cachuela Esperanza no hay servicio a vapor, por ser relativamente corto el trayecto intermedio y no poder las lanchas del Beni franquear aquella barrera natural. Hay necesariamente que valerse de alguna persona piadosa dueña de batelón o montería que quiera llevarle como pasajero hasta la cachuela, y esto hice, despidiéndome de guarayos y suizos. Para librarnos del mariguí, tábanos y jejenes, que infestan las orillas del Beni, salimos a media noche de la Aduana; pero a poco se desató unsurazo con tanta violencia, que obligó a la montería a regresar al embarcadero.

Estos sures son muy frecuentes en el Oriente y el Noroeste, y en extremo molestos, además de perjudiciales para la salud, por el descenso de temperatura, tan súbito y repentino, que hace dar a la columna termométrica un bajón de 12 y más grados. De manera que, si bien el termómetro señala todavía 20º y 22º de temperatura estival en cualquier otra parte, en el Beni se antoja ser frigidísima y como una ducha de agua fría al salir calentito de la cama. Como es viento sumamente seco, absorbe la humedad de la atmósfera, y como se corta repentinamente la transpiración del cuerpo, de aquí el malestar que éste experimenta. Con este frío intenso sucede en el Beni lo que de Mojos cuenta el noticioso Padre Eder: se hiela el aceite en la despensa y está así más de un día; los caimanes mueren en las lagunas, y las aves se hielan en cierto modo. Los caballos y vacas, si se echan de noche por algún tiempo, pierden el uso de los nervios y no pueden levantarse. Demás de esto, sopla con tanta violencia a veces, que destroza techos y árboles y ocasiona formidables derrumbos en las barracas. En mi opinión, es el pampero o viento Suroeste, que tantos estragos causa en el Río de la Plata; sur y pampero coinciden en su aparición, en sus efectos y hasta en su dirección y duración. La época de los sures fuertes es en los meses de julio, agosto y septiembre, lo que no quita que soplen inopinadamente y sin pedir permiso en cualquier día del año.

Cuando brama el sur no les queda más remedio a las embarcaciones a remo que suspender el viaje y esperar a que amaine el tiempo, ya por lo peligroso que se pone el río, ya por lo poco o nada que se adelanta en el camino. Como no hay mal que dure cien años, el batelón en que iba de pasajero pudo salir de nuevo a la mañana siguiente, arribando a media tarde alrabo de la cachuela. Le sorteó felizmente, y fuimos a desembarcar al pie de la barraca, situada a la derecha orilla del río y mirando el cuerpo principal de la formidable rompiente.

Magnífica es la vista que desde la barraca se disfruta. Todo el enorme caudal del Beni repleto con el cuantioso tributo de todos sus afluentes, miles de cubos métricos de agua, encajonados en un cauce relativamente angosto, se precipitan en tumbos y pequeñas cascadas con un desnivel de 12 metros sobre el lecho pétreo de la cachuela, cuya extensión a lo largo del río tiene más de medio kilómetro. El ruido es atronador e incesante; de tal suerte, que para hacerse oír hay que esforzar la voz, de donde resulta que los habitantes del lugar han adquirido insensiblemente la costumbre de hablar recio, como suelen hacerlo los medio sordos. El sitio no puede ser más oportuno para aquellos oradores que, siguiendo el ejemplo de Demóstenes, quieran tener voz robusta y vibrante. Especialmente de noche, da gusto conciliar el sueño arrullado por el bramido del monstruo, comparable al del Océano cuando asalta la escollera de un puerto.

Como ya observó Palacios, esta cachuela corresponde a la Bananera y Palo Grande del Mamoré, y en todo el curso del Beni, desde Villa-Bella, coinciden peñascos y fuertes corrientes con las cachuelas del primero.

Por lo demás, la cachuela Esperanza, como las del Mamoré y Madera, ni es cascada ni menos catarata. Son rápidos, «una corriente de agua —como escribe Crevaux refiriéndose a los saltos de las Guayanas— forzada a correr por un canal formado por rocas en sentido longitudinal hasta la barrera de otras rocas transversales, cuyo dique es el salto o cascada». Nadie se atreve a pasar la Esperanza; todas las embarcaciones son transportadas por tierra hasta sacarlas fuera del cuerpo de la cachuela.

La barraca, como por antonomasia llaman aquí al establecimiento donde se almacena la goma, fue fundada en 1882, y es propiedad de Nicolás Suárez, uno de los millonarios del Beni, por obra y gracia de los gomales del Madre de Dios. La goma que pasa por la barraca no baja actualmente de 14 a 15.000 arrobas anuales, toda ella de superior calidad, a juzgar por los montones de bolachas tendidos en los patios del establecimiento, esperando los batelones que deben transportarlas a San Antonio del Madera, de donde los vapores brasileños se encargan de llevarla al Pará.

La casa tiene un personal de 700 peones más o menos, empleados unos en la pica de la siringa, y a éstos no se les ve nunca, porque viven en los centros del Madre de Dios; otros, en tripular las embarcaciones que pasan al Madera, y son los que constituyen la población de la barraca, todos ellos indios trinitarios y cayubabas. ¡Medio pueblo de Mojos! a esta gente se le paga 50 bolivianos por viaje redondo de la cachuela a San Antonio, viaje largo y penoso, en el que se emplea de diez a quince días de bajada y mes y medio a dos meses de subida, y del que regresan las tripulaciones diezmadas por las cachuelas del Madera, las fiebres malignas y los naufragios.

La cachuela Esperanza, cuya altura había sido ya levantada por el ingeniero Palacios, debe su nombre al Dr. Eduardo Heat, cuando dio con ella en su famosa exploración del año 1880. El nombre de este norteamericano está tan íntimamente unido a la geografía de estos lugares, que es muy justo se le consagre algunas líneas, haciendo para esto previamente una pequeña disertación de historia retrospectiva.

El Dr. James Orton, profesor de Geografía, norteamericano, vino a Bolivia con la intención de explorar el río Beni, abajo del Madidi, buscando el curso perdido del Madre de Dios. El Gobierno del general Daza le proporcionó toda clase de facilidades para la empresa, y organizada la expedición, salió de Trinidad en 1877, bajando el Mamoré. El viaje, empezado con tan buenos auspicios, había de fra-casar por uno de esos incidentes propios a toda navegación por lugares nuevos y remotos. La tripulación, atemorizada a la vista de las cachuelas de aquel río, intimó la vuelta al doctor, quien, menos afortunado que Colón, hubo de ceder sin prórroga ninguna. EI mal éxito de la expedición y los sufrimientos del viaje exacerbaron una tuberculosis que a la postre rindió al Dr. Orton en Copacabana (Titicaca), aumentando así la lista necrológica de los sabios a quienes la muerte ha sorprendido en Bolivia, entre ellos el famoso botánico bohemio Tadeo Haenke, fallecido en Cochabamba el año 1787, y el Dr. Julio Crevaux, asesinado por los tobas en 1882.

La empresa iniciada por Orton había de ser felizmente terminada por otro norteamericano, el Dr. Eduardo Heat, médico-cirujano de la frustrada Empresa Church para la apertura del camino Madera-Mamoré.

El río Beni, el más importante de Bolivia, no era conocido antes del año 80 sino hasta los 12° de latitud meridional, poco más o menos. Antiguos cascarilleros de La Paz y algunos benianos habían dado principio a la industria gomera en aquella parte del Alto Beni, y entre estos últimos, el malogrado Dr. Antonio Vaca Díez, natural de Trinidad de Mojos, doctor en Medicina, ex diputado y periodista, a quien la ola de las revoluciones políticas había traído a estos lugares en 1875, metamorfoseándole en barraquero. Cuando el Dr. Heat en 1880 resolvió explorar el río Beni, Vaca Díez, interesándose vivamente en el proyecto, púsose de acuerdo con su colega yanqui, proporcionándole un bote de 5 varas de largo y dos remeros. Heat salió de Reyes en octubre del citado año.

Al interés científico de la exploración del Beni se unía ahora el afán de descubrir los ricos gomales, que por relación de una tribu araona aliada de Vaca Díez sabíase que había en las márgenes de un afluente desconocido: el Dati-Manu (río de las tortugas, en araona).

El éxito fue completo. A los cinco días de empezar el viaje, el 8 de octubre, halló la confluencia del Madre de Dios a los 11º de latitud, frente a la barranca, sobre la que más tarde se fundó Riberalta; sigue el viaje, y a las dos horas encuentra a la izquierda orilla, a los 10° 48’, el ponderado Dati-Manu, al que bautizó con el nombre del malogrado Orton.

A partir de este punto, el explorador, siempre bajando el Beni, fue descubriendo islas y arroyos, a los que puso diferentes nombres, llegando a la madrugada del séptimo día a la vista de una gran cachuela, cuyo aspecto y temeroso ruido impresionaron a sus dos remeros.

Entonces Heat les anima con el gesto y con la palabra, y arengándo-les, les dice:

—¡Adelante! Vamos a alcanzar la boca del Mamoré, que está a poca distancia de esta cachuela.

—Conque, doctor —le contesta uno de los tripulantes—, ¿hay esperanza de llegar a la boca? Pues que se llame la cachuela Esperanza y adelante con ella.

—Esperanza se llamará —replicó el explorador8.

La montería, impelida por el entusiasmo de sus tripulantes, llegó felizmente al varadero, a poca distancia de la rompiente de la cachuela. Heat tomó la altura del lugar y halló que era la misma señalada por Palacios. Con la llegada a la junta Beni-Mamoré terminó la expedición, una de las más breves que registran los anales geográficos, organizada con menores recursos y en esquife tan pequeño, que el explorador, a su regreso, que lo verificó Mamoré arriba hasta Exaltación, lo hizo transportar en carreta hasta Reyes, en donde los expedicionarios entraron triunfalmente, en diciembre del mismo año. Habían recorrido una extensión de 875 kilómetros en ciento treinta y cinco horas.

8. Según otra versión, el nombre deriva de que el indio remero, a la exhorta-ción de Heat, contestó con un fatalista «¡Qué esperanza!», expresión muy criolla.

La parvedad de la expedición hace resaltar más si se quiere el mérito de Heat, tanto por sus descubrimientos geográficos, que nunca olvidará Bolivia, cuanto por el provecho que reportó al comercio del Beni.

Hasta entonces la goma de este río, amedrentada ante la visión del misterioso e ignoto Bajo Beni, retrocedía aguas arriba hasta Reyes. De aquí, por los campos de Mojos, buscaba salida en Santa Ana por el Yacuma, y dejándose llevar por el Mamoré, salía al Madera. En este viaje empleaba no menos de cuatro meses. Era el camino seguido por la cascarilla de Caupolicán para llegar a la villa de Serpas, en el Amazonas, y desde aquí, por el Pará, a Europa.

El descubrimiento de Heat fue al Beni lo que la obra Lesseps al comercio de la India. Trazó nueva ruta a la exportación de la goma, ahorró tiempo, y lo que es mejor, abrió el camino para el descubrimiento de seringales vírgenes en el Bajo Beni, el Madre de Dios y el nuevo Orton. Nuevos horizontes se desplegaron a la empresa de los industriales, demasiado ceñidos en el Alto Beni, y con los gomales cansados; y la falange colonial se aumentó hasta llegar al número de 8.000 almas, que son las que aproximadamente pueblan en la actualidad la parte de la hoya amazónica perteneciente a Bolivia, no menos rica en seringa que su homóloga la brasileña.