Agricultura cruceña

Bien o mal, pascando (acampando) a diario en lugares limpios de maleza y conocidos de todos los caminantes de Santa Cruz a Guarayos, como el Pororó, Encrucijada, Sumuqué y Pallarás, pasando el curichón de Quitacalzones, cuyo nombre indica muy bien lo que hay que hacer para atravesarlo, y salvando en tres días de marcha precipitada un camino en que no se encuentra un solo rancho habitado, llegamos por fin a la estancia (hacienda rural) de San Julián, del río de este nombre, que volveremos a encontrar en Guarayos con los nombres de San Pablo y San Miguel, y en Mojos con el de Itunama.

El sitio en que ahora estamos pertenece, como casi todo el trayecto recorrido, a la provincia de Velasco, una de las seis en que se subdivide el departamento de Santa Cruz de la Sierra (3 Las otras cinco provincias son: Cercado, Sara, Valle Grande, Cordillera y Chiquitos). Velasco es el nombre de uno de los guerrilleros altoperuanos de la Independencia con que se designa el territorio al norte y al este de la antigua provincia de Chiquitos, hoy reducida a más estrechos límites. Velasco se divide en dos secciones: la primera, compuesta de los pueblos Santa Rosa de la Mina, San Javier, Concepción y los cuatro pueblos misioneros de Guarayos; la segunda, de San Ignacio, San Miguel, Santa Ana y San Rafael.

Por lo mismo que al hablar de Chiquitos he de extenderme acerca de la indumentaria, usos y costumbres de los indios chiquitanos, nada digo sobre el particular al paso de esta sección del antiguo Chiquitos.

Las 24 leguas que hay de San Julián a Yotaú, que es el primer pueblo guarayo, son un paseo por las estancias escalonadas que se encuentran, en todas las cuales se recibe al viajero con la franca y generosa hospitalidad del campesino criollo. Ahora, en lugar de la monotonía y aspereza del monte, con selva impenetrable a uno y otro lado, la vista se recrea en las ondulaciones del terreno, con extensos palmares y chacos o plantaciones anejas a las haciendas del tránsito.

Los pueblecillos o núcleos de población que hasta las misiones de Guarayos se encuentran, son: San Ramón, Quísere, Limones, San Fermín y el Puente, cuyos pobladores se dedican a trabajos de chacarismo y a la cría de ganado vacuno y caballar.

A poca distancia de cada poblado se ve un claro de terreno con multitud de cruces apiñadas, con piadosas leyendas hechas a punta de cuchillo. Es el panteón o cementerio del lugarejo. Florestas de la muerte pudieran llamarse, como no fuera por la lastimosa profanación que hace el ganado vacuno que, atropellando vallas y alambrados, invade el recinto, remueve el terreno y deja al descubierto, sobre la hierba, huesos y calaveras.

Antes de llegar a San Ramón empieza la serie de vastos palmares que embellecen esta región. Leguas y leguas de praderío están sombreadas por cusis, totaís, motacuses, etc., palmas elegantísimas, de recto tronco y soberbio penacho. Los frutos de estos árboles cuelgan en racimos de veinte a treinta cocos de pericardio fibroso que alberga una semilla de la que se obtiene por maceración un aceite que usan las mujeres para dar lustre a la cabellera, óleo de soberana virtud para vigorizar el cabello, pero excesivamente nauseabando por su ranciedad. El perfumista que aromatizara este aceite capilar ganaría mucho dinero.

Asombra, realmente, la variedad de palmas de estos países del Oriente boliviano, pudiéndose asegurar que cada grado de latitud tiene una o dos especies peculiares. Las propias de la región en que ahora estamos son el motacú (Maximiliana Princeps), cusi (Orbiginiaphalerata), caronday (Copernitia cerifera), zumuqué (Cocos bactriophora) ychonta (Astrocarium chonta), la más hermosa de todas por lo verde de su penacho y la excelencia de su madera, tan dura y elástica, que sirve al indio para arcos de flecha.

Dos árboles hay que llaman la atención del europeo: el ambaibo y el guaporé.

El ambaibo (Cecropia palmata) es árbol ribereño, de tronco liso y recto, que da unos frutos como algarrobas o dedos de guante, de un gusto parecido al higo. Es el árbol favorito del perico ligero (el perezoso), que se eterniza en el ambaibo manteniéndose de las frutas y de las hojas. Aquí lo coge el cazador y le quita la piel, que es muy fina y se vende a buen precio. El guapurú (Mortus guapurú) da un fruto del tamaño y gusto de la ciruela, que sirve para fabricar un vinillo bastante aceptable. El fruto de este árbol se produce de un modo extraño: no está adherido por el pedúnculo, como sucede en casi todos los vegetales, sino que se presenta pegado a la superficie del tronco y de las ramas más gruesas a modo de lapas o almejas adheridas a la roca.

El tronco del guapurú parece un árbol cargado de viruelas, pero estas viruelas son frutas exquisitas.

Los chacareros cruceños llaman mazorca al fruto del cacao que se planta, a diferencia del silvestre, que se denomina chocolatillo. El café se vende por arrobas de grano, y su precio corriente en la capital es 10 bolivianos. El plátano o banano, el pan del pobre, aquí como en toda la América tropical, rinde hasta cien plátanos por támara o racimo. En lenguaje cruceño, cada racimo se subdivide en pengas o puñados de diez plátanos. Entre las variedades de esta planta que aquí se dan, sobresalen los guineos pequeños y exquisitos, sanos como el pan y suculentos como mantequilla vegetal, y los hartabellacos o hartones, capaces de satisfacer por su tamaño y por su pulpa el hambre más bellaca. Es planta tan próvida, que hasta de la hoja se obtiene lo que los cruceños llaman papel porongueño por ser un indio del distrito de los Porongos quien descubrió tan flamante aplicación. Finalmente, de tiras y troncos del plátano podado se improvisan balsas y ligaduras, y de sus enormes hojas se sirven los campesinos para resguardarse de la lluvia.

Hay dos clases de yuca o mandioca: dulce y amarga. La primera se come asada o cocida, pudiéndose confeccionar con ella tan variados guisos como con la patata de los países templados o frígidos. De la raíz de la amarga, brava o venenosa, se extrae la fariña o harina de mandioca, rallándola después de lavada y pelada y poniéndola a fer-mentar. Así, por la torrefacción desaparecen los principios deletéreos del jugo venenoso y se convierte en alimento principal de las regiones cálidas. Con ella hacen panes y tortas muy buenas de comer y la chicha de yuca, comiéndose, además, los cogollos, que se rocían con agua para quitarles la acritud, y saben entonces a espárragos trigueros.

Todas estas plantaciones apenas requieren del hombre más trabajo quecarpir o rozar el terreno en que se cultivan, trabajo, empero, que es muy ímprobo por el sinnúmero de hierbas y plantas parásitas que crecen a porfía, amén de los monos, loros y animales roedores que devastan los plantíos.

Al cuidado de éstos se pone de día un muchacho sin más consigna que gritar y alborotar los aires para espantar a los piratas voladores, y además de él una serpiente, la boyé (Spilotes variabilis), que limpia el terreno de ratones y aun de cuadrúpedos mucho mayores, que se traga vivos sin necesidad de quebrantarles los huesos. Estas culebras andan sueltas por los chacos, y sus dueños les proporcionan comida para que no se muevan del campo.

Compárese la abundancia de dones y el poco o ningún cuidado que la agricultura demanda, con siembras, podas, riegos y demás trabajos del agricultor europeo, verdadero siervo de la gleba, y se adivinará la vida feliz, casi paradisíaca, del campesino americano. Dígase si no es ésta otra tierra de promisión para emigrantes y colonias agrícolas.

Por desgracia, antes que pensar en fundar colonias hay que hacer los caminos por donde vengan; hay que buscar medios de proporcionar mercados a los productos. Tras esa colonización por la locomotora y la navegación fluvial, vendría la colonización bracera, porque en cualquiera parte donde humea la chimenea de un vapor o brama la locomotora, acuden pasajeros y colonos.

Entretanto, el agricultor criollo vive de lo que recoge, y aun le sobra para el intercambio y venta locales; y por sobrarle, le sobra el tiempo, que es el peor de los males del campesino americano, tan aficionado a divertirse y echar la casa por la ventana.

Pero pidamos hospitalidad en uno de tantos ranchos de por aquí, y algo se nos alcanzará de la vida de sus moradores.