Capítulo 9

Adam llevó a Anna a un tranquilo pub en el campo, donde se sentaron en un rincón junto a la chimenea. Él apoyó la cabeza contra la pared y suspiró. Estaba cansado... cansado y triste, y preocupado por los niños.

—Qué día —murmuró.

—¿Qué tal los niños? —preguntó Anna, yendo directa al grano.

Él cerró los ojos y gruñó.

—Aún no he resuelto el problema de la niñera. Llamé a la agencia y les dije claramente lo que pensaba, así que ya no cuento con ellos para resolver el problema. Luego lo intenté de nuevo con la agencia de au pairs y han prometido enviarme una, pero no antes de quince días, y mis padres se van a Florida dentro de tres días —tomó su cerveza y le dio un sorbo distraídamente—. ¿Qué puedo hacer, Anna? ¿Renuncio a mi trabajo?

—¡No seas tonto! —exclamó ella—. No puedes. Eres demasiado valioso. ¿Qué harían tus pacientes sin ti? Tus dotes son demasiado buenas como para malgastarlas. Tienes que trabajar.

Sus palabras reconfortaron a Adam y le hicieron sentirse mejor. Pero había cosas imposibles de mejorar.

—Perdí a Emily —dijo.

—No la perdiste, Adam —matizó ella con delicadeza—. Ya estaba perdida cuando nació. Considerarte responsable de su muerte es asumir demasiado. No eres omnipotente. Deja eso para Dios, donde corresponde.

—Podría hacerme carpintero —sugirió él, y Anna tuvo la sensación de que solo estaba bromeando a medias.

—Dudo que seas lo suficientemente bueno en eso. La madera no cicatriza.

Él contuvo una sonrisa.

—¿Estás insinuando que mis habilidades como carpintero no están a la altura? —preguntó, indignado.

—Estoy seguro de que eres muy hábil, pero eso no resolvería tu problema. Necesitas una solución en tres días —le recordó Anna—, y haciéndote carpintero no la vas a encontrar.

Adam suspiró y se pasó una mano por el pelo.

—¿Y qué sugieres? —preguntó—. La guardería del hospital está abarrotada, y de todos modos, los niños tienen que ir y volver al colegio. Además, eso no resuelve el problema que tendré las noches que esté de guardia. Necesito ayuda en casa. No puedo levantar a los niños en medio de la noche y llevármelos al hospital.

—Yo podría quedarme contigo —sugirió Anna.

Él se sintió muy tentado a aceptar... pero no porque el ofrecimiento de Anna resolviera nada.

—¿Y eso de qué serviría? —preguntó—. Tú también tienes que trabajar.

—Yo trabajo de siete a tres. Si tú te los llevas al hospital hacia las ocho, pueden tomar un taxi desde allí al colegio, y yo puedo ir a recogerlos a la salida. Tú podrías llegar a casa cuando quisieras, yo estaría por la noche cuando tuvieras guardia y así... nos veríamos todas las tardes.

Adam miró a Anna pensativamente.

—Hablas en serio, ¿verdad? —dijo, bastante asombrado—. Lo harías.

—Claro que sí. ¿Por qué no iba a hacerlo?

Adam negó con la cabeza. Podría acostumbrarse a la presencia de Anna en su casa, y los niños también.

—No. No me parece buena idea.

—¿Tienes una mejor?

—Lo cierto es que no —Adam permaneció un momento pensativo. Los niños no tenían por qué desarrollar una dependencia demasiado grande de ella en dos breves semanas—. Sería solo algo temporal —dijo, casi para sí—. Hasta que llegue la nueva au pair.

—¿Es eso un sí? —preguntó Anna.

Él se encogió de hombros.

—No creo que tenga otra opción —contestó. Sabía que no estaba siendo especialmente cortés, pero la idea de que Anna fuera a vivir con él resultaba tan tentadora que estaba nublando su objetividad—. No es la solución ideal, pero resolvería casi todos los problemas. ¿Puedes organizar tus horarios para que te toque el primer turno durante las próximas semanas?

Anna rio con suavidad.

—Puedo hacer lo que quiera con los turnos. Son mi responsabilidad.

—En ese caso, puede que tenga que aceptar tu oferta —dijo Adam con una sonrisa, y ella le ofreció su mano.

—Hecho —dijo mientras él la estrechaba.

Adam sintió que se liberaba de un gran peso. Fueran cuales fuesen los inconvenientes, al menos sabría que sus hijos estaban en buenas manos, y eso era lo más importante. Se llevó la mano de Anna a los labios y la besó.

—¿Sabías que eres una mujer maravillosa?

Ella se ruborizó y rio.

—Solo quiero poder estar contigo día y noche.

Adam pensó en las noches, cuando los niños estuvieran dormidos, y una intensa oleada de calor recorrió su cuerpo. Terminó de un trago su cerveza.

—¿Quieres otra, o prefieres esperar y tomar vino con la comida?

—Estás conduciendo.

—Siempre estoy conduciendo. No necesito beber. ¿Y tú?

—Tampoco. Con un poco de agua me basta.

Anna sonrió y él se preguntó cómo iba a sobrevivir a tenerla en casa.

Pero eso no supondría ningún problema. Lo difícil sería dejar que se fuera, y de pronto se le ocurrió que tal vez acababa de cometer un terrible error.

Para alegría de los niños, Anna se trasladó a su casa el domingo por la tarde. Llevó consigo solo la ropa necesaria y la comida que tenía en el frigorífico. Su casa estaba tan cerca que podía ir por lo que necesitara en cualquier momento.

Los niños la ayudaron a subir la maleta y la bolsa de viaje a su habitación en el ático. Skye fue a dejar su neceser en el baño mientras Jasper le iba pasando su ropa interior para que la guardara y Danny se esforzaba por colgar sus blusas en perchas.

Unos minutos después Adam apareció con una bandeja con té y galletas. Los niños lo rodearon al instante.

Anna aceptó una taza de té y le dio un sorbo.

—Mmm. Maravilloso. Justo lo que necesitaba —miró a su alrededor y suspiró—. Es un cuarto encantador. Me va a gustar estar aquí —dijo, satisfecha.

—¿Tienes todo lo que necesitas?

«Todo», pensó Anna. «A ti, a los niños...»

—Seguro que sí. Y si no, puedo pedirlo, ¿verdad, niños? Vosotros me ayudaréis.

—Yo ya he comprobado que tienes papel y jabón en el servicio —dijo Skye con seriedad.

—Gracias, querida. Eres muy amable.

—Yo he ayudado a papá a hacer la cama —dijo Danny, orgulloso—. ¡Te ha dado su edredón!

Adam rio, un poco avergonzado.

—Es el único que hay sin desgarrones. Un día de estos tengo que ir de compras, pero creo que será mejor esperar a que las habitaciones estén acabadas para elegir.

—Eso parece lógico —Anna deslizó la mano por el edredón—. Sois muy amables —dijo, conmovida por las molestias que se habían tomado todos para recibirla.

—Yo he limpiado la mesa —dijo Jasper, satisfecho—. ¿Ves?

Anna se fijo en las zonas brillantes, en las no tan brillantes y en las huellas de deditos que había por casi toda la superficie.

—Está reluciente —dijo, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta—. Gracias, Jaz. Gracias a todos.

—Y ahora, todos abajo —dijo Adam—. Cuando baje dentro de unos minutos quiero veros en la cama.

Los niños salieron refunfuñando un poco y él se volvió hacia Anna en cuanto la puerta se cerró tras ellos.

—¿Seguro que tienes todo lo que necesitas?

—Seguro. ¿Quieres que baje a ocuparme de acostar a los niños? —preguntó Anna.

Él la miró, ligeramente sorprendido.

—No. ¡Claro que no!

—¿No? Entonces, ¿para qué me quieres? —preguntó ella con curiosidad, y Adam rio.

—¿Aparte de para lo obvio?

Al ver que se ruborizaba, la besó con delicadeza en los labios.

—Aparte de para lo obvio —repitió ella, sintiendo que su corazón latía con más fuerza.

Él se encogió de hombros.

—Me basta con que vayas a recogerlos al colegio y los cuides hasta que yo llegue. No espero que hagas nada más. Puede que alguna vez quieras cocinar algo, pero eso tampoco me preocupa —apoyó una mano en la mejilla de Anna y ella volvió el rostro para besársela—. Es estupendo tenerte aquí. Gracias, Anna. Me has quitado un gran peso de encima. La seguridad y la felicidad de los niños son lo más importante para mí. Me siento tan responsable de ellos...

—Lo sé. ¿Te ha dicho alguien alguna vez lo buen padre que eres?

Adam apartó la mirada con timidez.

—No demasiado a menudo, pero no lo hago para recibir halagos. Hago lo que puedo. A veces no es suficiente, pero casi siempre nos las arreglamos.

—Tienen suerte de contar contigo.

La boca de Adam se tensó.

—No tanta como esperaban tener. A veces es difícil, estando solo —recogió la bandeja de la mesa y se acercó a la puerta—. Nos vemos luego. Baja cuando te apetezca un poco de compañía.

Era extraño, pensó Anna. No sabía qué terreno pisaba con Adam en aquellas circunstancias. Normalmente habría bajado con él y se habría sentido como en su casa, pero esa noche se sentía un poco tímida e incómoda, como si debiera permanecer en su cuarto como una niñera contratada.

Era absurdo.

—¿A qué hora quieres cenar, Anna?

Anna salió al descansillo y se acercó a la barandilla de la escalera. Adam estaba en el primer rellano, mirándola, y de pronto se sintió muy tonta por su reticencia. ¡Por supuesto que esperaba que se reuniera con él!

—Cuando sea. ¿Quieres que baje a prepararla?

—Iba a pedirla de encargo. Los niños ya han comido, y he pensado que podíamos encargar la nuestra a un chino, o a un indio.

—Me parece buena idea.

Unos momentos después, Anna se reunión con Adam en la cocina.

—Echa un vistazo al menú —dijo él.

Una hora después habían cenado y llegó la hora de irse a la cama. De pronto, Anna no supo qué esperaba Adam de ella.

Con los niños en la casa, no sería adecuado que compartieran abiertamente la cama. Por otro lado, no sabía si sería mejor andar disimulando y moviéndose de cuarto en cuarto a hurtadillas.

—Te acompaño a tu dormitorio —dijo Adam mientras ella se detenía en el rellano que llevaba al ático. Su boca se curvó en una sonrisa muy sexy—. Es solo cortesía.

—Por supuesto —dijo Anna, y subió de puntillas para no despertar a los niños.

Una vez arriba, entraron en el dormitorio y Adam la tomó entre sus brazos tras cerrar la puerta.

—Llevo horas deseando besarte —confesó. Entrelazó las manos en su pelo y la besó en la frente, en los párpados, en los pómulos, en la garganta...

—Adam... —susurró ella y, respondiendo a su ruego, él tomo ávidamente su boca...

—¿Papá?

Adam se apartó con la respiración agitada.

—Sí, cariño —dijo a través de la puerta—. Estoy arriba. Enseguida bajo —volvió a besar brevemente a Anna y la miró con pesar—. Qué duermas bien, corazón. Nos vemos mañana por la mañana.

Salió, cerró la puerta cuidadosamente tras de sí y Anna se fue a la cama, sola pero feliz. Adam estaba cerca, muy cerca, y parecía estar ablandándose. Sintió esperanzas por primera vez desde que le había dicho que su relación no iba a cambiar.

Se durmió y no despertó hasta que Adam la llamó por la mañana.

Ese lunes Adam llevó a Damián de nuevo al quirófano y completó la operación que acabaría recolocando definitivamente su columna vertebral. También retiraron el halo metálico de su cráneo y la mitad inferior de la estructura que sujetaba su pelvis.

Después, el niño necesitaría varias sesiones de fisioterapia para volver a ponerse en pie. Pero una vez fuera de la cama Stryker podría volver la cabeza, mirar a su alrededor, sentarse y caminar con ayuda, lo que supondría un gran cambio respecto a la inmovilidad de las tres semanas anteriores.

Su cama estaba junto a la de Richard Lewis, el niño al que había operado de rotura de pelvis y fractura de vértebra y que estaba evolucionando muy favorablemente. Richard aún debía permanecer inmovilizado en la cama, y Damián podía pasar un rato con él, entreteniéndolo. Adam estaba seguro de que Anna encontraría algún modo práctico para que se relacionaran.

Era maravillosa con los niños. Los mantenía animados y a la vez controlados. Era totalmente natural, tanto con los del hospital como con los suyos, y volvió a pensar que sería una madre estupenda.

Aquel pensamiento hizo revivir intensamente un anhelo que ya creía olvidado.

Quería verla embarazada de su hijo.

El dolor que le produjo aquel deseo imposible lo dejó sin aliento. Respiró hondo, echó atrás la cabeza y flexionó los hombros.

—¿Te encuentras bien, Adam? —preguntó el anestesista.

—Sí... solo un poco agarrotado. Necesito moverme un minuto. ¿Te importa cerrar la incisión? —preguntó a su ayudante y, tras quitarse los guantes, salió del quirófano al pasillo, donde se apoyó contra la pared y cerró los ojos.

Maldijo interiormente. Creía que lo había superado y, en muchos aspectos, así era, pero en todo hombre había algo esencial y primitivo que lo impulsaba a trasmitir sus genes. Lo entendía y podía racionalizarlo, pero eso no hacía que las cosas fueran más fáciles.

Quería darle a Anna un hijo, y no podía.

Y por eso, ella acabaría dejándolo. Tal vez no enseguida, pero sí en unos años, cuando su afán por ser madre se volviera acuciante.

¿Cuándo se había vuelto Anna tan importante para él? ¿Cuándo había permitido que se acercara tanto como para haber llegado a formar parte de él?

Dos semanas, se dijo. En dos semanas llegaría la nueva au pair y Anna se iría. Y entonces dejaría de verla, de ir a su casa, de hacerle el amor, de flirtear con ella, bromear y besarla cada vez que surgía la oportunidad.

No sería justo tenerla atrapada, utilizarla, mantenerla en vilo por su propio beneficio, por mucho que la necesitara. Tenía que cercenar sus lazos de unión, dejar que se fuera por su propio bien. Debía ser cruel para ser justo.

Suspiró y se apartó de la pared. Su ayudante no era lo suficientemente bueno como para cerrar la incisión de Damián. Había tenido que volver a abrirla, y en esas circunstancias era más difícil hacer un buen trabajo. Debía hacer todo lo posible por su paciente.

Volvió a lavarse, se puso unos guantes y una bata nueva y entró en el quirófano.

Adam estuvo muy ocupado esa semana con las emergencias, y Anna apenas lo vio en la sala. Damián estaba disfrutando por fin de cierta movilidad, y aunque sufría bastantes dolores, aquella libertad los compensaba.

Richard, el niño con la lesión en la vértebra y la pelvis rota, era de la misma edad, y Anna alentó su amistad.

En una de las rápidas visitas de Adam a la sala, ella le preguntó si había vuelto a ver a Ben Lancaster.

—Sí. Lissa lo trajo ayer para quitarle los puntos y ponerle una nueva escayola. La rotura tiene buen aspecto. Dentro de un par de semanas le quitaré las placas y quedará como nuevo, lo que es un milagro, dado el estado en que quedó la barandilla de la escalera. Por cierto, recuérdame que la repare con cola esta noche.

—Escríbetelo en la mano —sugirió ella con una sonrisa, y él rio.

—No quedaría demasiado bien ante mis pacientes, y prefiero fiarme de tu magnífica memoria —dijo Adam, que suspiró tras mirar su reloj—. Tengo que irme. Han ingresado dos nuevos pacientes a los que debo ver urgentemente. Uno de ellos parece tener la rodilla rota. El otro es un bebé con una dislocación congénita de las caderas que hasta ahora se había pasado por alto.

—¿Operarás a los dos mañana?

—No sé. ¿Cómo estamos de camas?

Anna hizo un rápido recuento mental de los niños que iban a ser dados de alta.

—Creo que podríamos meter otras dos camas si no surge alguna emergencia. Pero todo puede haber cambiado para mañana, por supuesto.

—De acuerdo. Mantenme informado.

Cuando Adam se fue, Anna comprobó la lista de pacientes para asegurarse de que tendría las camas disponibles. Luego lo llamó a su consulta para comunicarle que podía contar con ellas.

—Bien. He dicho que avisaré por la mañana si puedo ocuparme de ellos. Ingresarán a las ocho, en ayunas y listos para ser operados; he pensado que eso sería mejor que hacerles pasar aquí la noche innecesariamente. ¿Vas a tardar mucho en irte a casa?

—No, no te preocupes. No he olvidado a los niños.

Anna oyó que Adam reía.

—Disculpa. Es difícil dejar de preocuparse. Cuesta deshacerse de los hábitos arraigados.

—Tranquilo, Adam. Todo está bajo control. Nos vemos luego.

Anna colgó el teléfono, entregó las llaves a Allie y se fue. Mientras conducía hacia la guardería de Jasper se encontró tarareando suavemente una canción. Era justo lo que necesitaba. Antes, cuando terminaba su jornada, sentía que el resto del día se alargaba interminable y vacío ante ella. Casi temía que llegara aquel momento. Sin embargo, desde que se ocupaba de los niños de Adam todo parecía tener más sentido. Eran unos niños maravillosos y se estaba divirtiendo mucho con ellos. Incluso Skye empezaba a ablandarse.

La vida era mejor que hacía muchos años. Probablemente, mejor de lo que lo había sido nunca para ella.

—Anna, ¿puedes ayudarme con mi habitación? —preguntó Skye el miércoles después de clase, cuando Adam aún estaba trabajando.

—Por supuesto. ¿Qué quieres hacer?

—Terminar las paredes. El papel esta a medio quitar y me gustaría dejarlo limpio y recogido. Papá ya ha preparado el cuarto de estar; dice que aún hay que empapelarlo, pero está mucho mejor que antes. Sé que no podemos pegar el papel, ¿pero podemos dejarlo igual de limpio?

—Me parece una idea excelente —dijo Anna, y pasaron las dos tardes siguientes raspando las paredes. Para el viernes por la noche, el dormitorio estaba preparado para ser pintado o empapelado.

—Lo quiero de color crema y rosa —dijo Skye cuando terminaron.

De manera que el sábado por la tarde, cuando Adam volvió del hospital, encontró a Anna y a Skye pintando.

—Dios santo —murmuró débilmente desde el umbral de la puerta, estupefacto.

—Hola —saludó Anna, y apartó de su frente un mechón de pelo manchado de pintura rosa—. Espero que no te importe. Skye me pidió que la ayudara a arreglar su cuarto y decidimos darte una sorpresa pintándolo.

—Ya veo —dijo Adam, desconcertado—. Umm... ¿queréis que os eche una mano? Enseguida me cambio.

—Gracias.

Volvió en un par de minutos, con unos vaqueros que tenían un agujero en la rodilla y que ya estaban totalmente manchados de pintura. Anna comprendió que aquello no era nada nuevo para él.

—Si os parece bien, yo me ocuparé de la madera —dijo y, papel de lija en mano, se acercó a la ventana.

Les llevó todo el fin de semana, pero para el domingo por la noche Skye estaba de vuelta en su dormitorio y este tenía un aspecto encantador.

—Todo lo que necesitas ahora es una alfombra nueva y algunas cortinas —dijo Adam—. Tendrás que elegirlas el próximo fin de semana... y supongo que también tendremos que ocuparnos del cuarto de los chicos.

«Tendremos», pensó Anna, y se preguntó si eso la incluía a ella. Supuso que sí, y sintió una agradable calidez interior.

—¿Y qué me dices de tu cuarto? —dijo esa noche, mientras bajaban después de haber acostado a los niños—. ¿Vas a hacer algo con él?

—Todavía no. No hasta que todo lo demás esté acabado, incluyendo los dos baños.

—En ese caso, no será esta semana —dijo Anna con una sonrisa.

Él rio y la estrechó contra su costado.

—No, esta semana no. Gracias por ayudar a Skye. Eres una estrella.

—Ha sido un placer.

En cuanto entraron en la cocina, Adam la tomó entre sus brazos y la besó apasionadamente.

—Te echo de menos —dijo con voz ronca al cabo de un largo momento—. Parece que nunca estamos a solas.

—Podríamos ir a mi casa —sugirió Anna—. Tal vez, alguna de tus vecinas podría hacer un rato de canguro.

Los ojos de Adam se oscurecieron y volvió a besarla.

—Estás llena de buenas ideas —murmuró. Al oír los pasos de Skye en la planta de arriba se apartó de Anna y fue hasta el pie de las escaleras—. ¿Estás bien, Skye?

—Sí, papá. Solo he ido al baño.

Adam entró de nuevo en la cocina y suspiró.

—Buscaré esa canguro —dijo con una sonrisa—. Esta situación me está destrozando los nervios.

Anna pensó más tarde que no habría ningún problema si no estuvieran simulando que no había nada entre ellos. De lo contrario, no pasaría nada si los niños entraran en la habitación y los encontraran abrazados.

Miró el cubículo de la ducha de su baño y suspiró. Quería tomar un baño. Le apetecía pasar un buen rato en remojo.

Seguro que a Adam no le importaría que usara el otro. Se puso la bata y bajó a la segunda planta con el neceser y una toalla. Al ver que Adam salía en ese momento del dormitorio de Skye, le preguntó si le importaba.

—Claro que no me importa. Yo estaba pensando en hacer lo mismo, pero pasa tú antes. Avísame cuando hayas acabado.

Anna asintió y entró en el baño. Llenó la bañera y permaneció en ella todo el tiempo que le pareció razonable. Era una sensación maravillosa, pero Adam estaba esperando y, después de todo, aquel era su baño. Se secó rápidamente, utilizó la toalla a modo de turbante para sujetarse el pelo y fue a llamar suavemente a la puerta de Adam.

Él abrió al instante con una tierna sonrisa en el rostro.

—Aún estás mojada —murmuró, y frotó con el pulgar una gota que se deslizaba por el cuello de Anna. Luego inclinó la cabeza y tomó su boca en un beso ardiente que la dejó temblando. Cuando se apartó, bajó la mirada hacia el cuello del camisón, que se había entreabierto y revelaba la suave curva superior de sus pechos—. Esta noche subiré a tu habitación —prometió, sin aliento—. Después de medianoche, cuando los niños estén profundamente dormidos.

—De acuerdo.

Anna subió a su dormitorio ya palpitante de deseo. La espera fue agónica, pero finalmente oyó los pasos de Adam en el rellano de la escalera. Enseguida lo tuvo a su lado en la cama y pudo sentir el calor y la evidencia de su dura excitación.

No hubo preliminares. No eran necesarios. Anna tomó a Adam entre sus brazos, él se colocó sobre ella y la penetró de un solo y desesperado empujón. Luego empezó a moverse, despacio primero, más rápido después, conduciendo sus cuerpos unidos hacia la cima.

—Te quiero —dijo, casi con aspereza, como si las palabras hubieran surgido contra su voluntad, y entonces su cuerpo se estremeció contra el de Anna y sus brazos se tensaron convulsivamente, como si quisiera retenerla contra sí para siempre.

Las lágrimas que Anna había contenido se derramaron silenciosamente por sus mejillas.

—Te quiero —susurró, y la boca de Adam encontró la suya en un beso que parecía lleno de desesperación.

Susurró su nombre reverentemente y luego, tras un último beso, la dejó.

Anna permaneció tumbada, sin moverse, con las emociones a flor de piel. ¿Qué había pasado? Había algo diferente en la actitud de Adam, algún elemento de desesperación. Sintió la terrible premonición de que algo había cambiado o estaba a punto de cambiar, de que iba a perder a Adam.

«Te estás poniendo paranoica», se dijo, enfadada. Nada había cambiado.

Pero si era así, ¿por qué habían sido sus emociones tan intensas, y por qué cuando Adam había dicho su nombre había sonado casi como una plegaria?