Capítulo 6
—Vamos a darte la vuelta, Damián —dijo Anna—. ¿De acuerdo?
—Nooo —protestó el niño, en un tono apenas audible—. No, por favor.
—Lo siento, corazón, pero no hay más remedio. Pero antes voy a darte otra dosis de analgésico.
—¿Le duele mucho? —preguntó la madre del niño, preocupada.
—Es probable —dijo Anna mientras abría la válvula del analgésico—. Pero sobre todo asusta. Cuando yo estaba haciendo prácticas tuve que colocarme en una cama como esta y dejar que me dieran la vuelta, y lo cierto es que resultaba bastante desagradable. Me sentí como si fuera el relleno de un sandwich. Comprendo que no le guste, pero le aseguro que le molestaría mucho más que le dieran la vuelta de cualquier otra manera.
Ayudada por Jenny, Anna sujetó al niño con firmeza a la cama y luego hizo girar esta de manera que quedó boca abajo, con el rostro apoyado en un hueco especialmente concebido para ello.
El niño gimió mientras le daban la vuelta, pero no había más remedio que hacerlo. Después retiraron la parte de encima de la cama para que estuviera más cómodo.
Anna decidió dejar los vendajes hasta que Adam acudiera. Estaba segura de que pasaría a ver a Damián y a Kate antes de ocuparse de sus consultas externas, y tenía razón. Apareció poco después de las ocho y se encontraron fuera de la habitación de Damián.
—Buenos días —saludó él, y dedicó a Anna una sonrisa breve pero íntima—. ¿Cómo está hoy mi enfermera favorita?
—Ocupada... ¿Y tú?
—Lo mismo. Tengo que pasar consulta en unos minutos. ¿Qué tal ha pasado la noche Damián?
—Más o menos bien. Odia que le den la vuelta.
—No lo dudo. Supongo que le duele, pero, aparte de suministrarle otra dosis de analgésico, poco más podemos hacer al respecto. Supongo que hoy será el peor día. ¿Puedo echar un vistazo a la herida?
—Claro. Lo tengo todo listo. Te estaba esperando.
Adam sonrió y ella sintió que se derretía.
—Anoche te eché de menos —susurró él en un tono apenas audible.
—Yo también —replicó ella—. Ha sido una larga noche.
—¿A qué hora sueles almorzar?
Anna rio suavemente.
—Cuando puedo... y si puedo. ¿Por qué no me llamas cuando estés libre?
—Buena idea. Y ahora, vamos a ver qué tal va Damián.
—¿Estás bien?
Anna alzó la mirada de la ficha que estaba leyendo y vio a Josh ante su escritorio. Sonrió.
—Sí, gracias.
—He oído cosas interesantes respecto a tu señor Bradbury. Parece que es un cirujano de primera categoría.
—Eso me han dicho —aquello no sorprendió a Anna. Suponía que Adam era la clase de hombre capaz de hacer bien cualquier cosa, y si su forma de hacer el amor era un indicio de ello, debía ser un maniático del detalle. —Robert Ryder está impresionado. El viernes por la noche asistió a una operación en la que Adam salvó una pierna a la que cualquier otro habría renunciado. Al parecer, la joven a la que operó se está recuperando, a pesar de haber perdido la otra pierna y a su novio en el accidente.
De manera que eso era lo que había estado haciendo. Anna se había preguntado cuál habría sido la causa de que tuviera aquella expresión mezcla de angustia y desolación.
—No sé cómo puede soportar alguien dedicarse a la cirugía ortopédica —dijo, y se estremeció—. El aspecto traumático es tan desagradable...
—Yo lo que peor llevo son las heridas sangrantes. No me gusta nada la sangre —Josh sonrió—. ¿Qué tienes hoy para mí?
—Oh, cientos de nuevos ingresos —bromeó Anna. El teléfono sonó en ese momento y lo descolgó.
—Sala de pediatría, enfermera Long al habla. ¿En qué puedo ayudarlo?
—¿Almuerzo?
Anna miró su reloj.
—¿Puedes darme cinco minutos?
—Por supuesto. Nos vemos en el Gallery.
—De acuerdo.
Anna colgó el teléfono y miró a Josh.
—Bien. Allie te llevará a ver a los nuevos pacientes. Solo hay dos; una niña con una especie de gripe que no remite y parece estar transformándose en neumonía y un pequeño que debe ser diabético.
—Iré a verlos enseguida. Tú ve a almorzar con el maestro.
Anna se ruborizó.
—¿Qué te hace pensar...?
—No te molestes en negarlo. Lo llevas escrito en la cara con letras de diez metros.
—Mi cara no es tan grande.
—Tu sonrisa sí lo es.
Anna rio y se levantó.
—¿Acaso has venido a vigilar mis movimientos?
—No. La verdad es que esperaba venderte unas entradas para el baile de San Valentín del sábado por la noche. Es para recaudar fondos para las instalaciones de los niños. Tienes el deber moral de apoyar una iniciativa como esa. Hay un par de sitios libres en nuestra mesa... ¿por qué no los aprovechas?
—Se lo preguntaré a Adam —prometió Anna, y su corazón latió con más fuerza ante la perspectiva de pasar una tarde bailando con él—. Ya te avisaré.
Salió casi corriendo del hospital y encontró a Adam sentado junto a la barra del Gallery. Era el bar más cercano al ala de pediatría.
—Has tardado seis minutos —le reprochó él en tono burlón, y ella miró su reloj.
—¿En serio?
Adam rio.
—La verdad es que no lo sé. Pero me ha parecido mucho tiempo. ¿Qué vas a comer?
—No sé. ¿Un sandwich?
—Buena idea.
Eligieron su comida en el autoservicio, añadieron dos tazas de café a la bandeja y Adam pagó.
—Estoy muerta de hambre —confesó Anna en cuanto se sentaron.
—Debe ser por toda la actividad del fin de semana —bromeó Adam, y ella se ruborizó un poco.
—Tengo la sensación de que ha pasado mucho tiempo —dijo Anna con añoranza.
—Demasiado. ¿Qué vas a hacer esta noche?
Ella miró a Adam a los ojos y vio la inconfundible invitación que había en ellos.
—¿Esperarte? —sugirió, y él le dedicó una sonrisa torcida y sexy que hizo que su corazón latiera con más fuerza.
—Me parece buena idea.
—Este fin de semana se celebra un baile de San Valentín para recaudar fondos para el ala de pediatría. Josh me ha preguntado si queremos ir con ellos. Le he dicho que hablaría contigo.
—¿Un baile de San Valentín? —dijo Adam, pensativo—. Hace años que no bailo. ¿Tienes un par de zapatos fuertes?
Anna rio.
—No, y te advierto que me encanta bailar, así que más vale que lo hagas bien.
—Te serviré —confesó Adam—. ¿A ti te apetece ir?
Anna asintió.
—Yo tampoco bailo hace años, y la verdad es que me encanta ir de fiesta.
—De acuerdo, Cenicienta. Irás al baile. Pero no se te ocurra convertirte en calabaza a media noche.
Anna rio.
—Eso le sucedió al carruaje, no a Cenicienta.
—Así que al carruaje... Lo había olvidado. ¿A qué hora quedamos esta noche?
«Esta noche», pensó Anna, y su corazón volvió a agitarse.
—Cuando quieras. ¿A qué hora puedes venir?
—Depende de los niños. No puedo quedarme mucho rato. Anoche, Jasper se despertó llorando y tuve que dormirlo en brazos. No me habría gustado no estar allí para consolarlo.
—¿Qué hace mientras trabajas?
—Llorar, supongo. No lo sé. Trato de no pensar en ello.
—Necesitan una madre —dijo Anna, con el corazón encogido al pensar en Jasper llorando solo en su cama—. Pobrecitos míos...
—No —dijo Adam con firmeza—. Ellos no necesitan una madre y yo no necesito una esposa. No empieces a pensar en esos términos, por favor. Te necesito, sí, pero no como esposa, ni como madre de mis hijos. Ya he pasado por eso y fue un desastre. No, nuestra relación no va a ninguna parte, Anna; quiero que siga siendo un bello oasis de calma y tranquilidad en medio de mi caótica existencia. Lo siento si no es lo que tú quieres, pero es todo lo que puedo darte, todo lo que puedo pedirte. Lo siento.
Anna bajó la mirada para no dejarle ver el dolor que le habían producido sus palabras. «¡Estás equivocado!», quiso gritarle. «¡Claro que necesitas una esposa!»
Pero era posible que no fuera así. Era posible que Adam tuviera razón. Permaneció sentada, removiendo con la cucharilla el café mientras trataba de ocultar su dolor.
—¿Anna? —Adam apoyó un dedo bajo su barbilla y le hizo alzar el rostro para poder mirar sus ojos, ya llenos de lágrimas—. Oh, corazón, no llores. No he dicho que no te necesito. Claro que te necesito... probablemente más de lo que imaginas —miró a su alrededor, suspiró y retiró la mano—. No podemos hablar de esto aquí. Iré a verte esta noche... ¿puedo ir a verte esta noche?
Ella cerró los ojos y apartó la mirada.
—No sé... Sí, por supuesto que puedes venir —suspiró temblorosamente y abrió los ojos de nuevo—. Por supuesto que puedes. Nos vemos luego.
Anna se levantó y, sin decir nada más, fue al servicio.
«Dale tiempo», se dijo mientras frotaba las lágrimas de sus mejillas. «Dale tiempo».
Se lavó la cara, sacó del bolsillo su neceser de emergencia y volvió al hospital.
—¿Otra vez? —dijo Josh, y la arrinconó en la cocina—. ¿Y ahora qué?
—Dice que no necesita una esposa.
Josh sonrió.
—Bien. Eso significa que está pensando en ello.
—No. Yo he dicho que sus hijos necesitaban una madre. Soy yo la que está pensando en ello, no él. Me ha puesto en mi sitio.
Josh suspiró.
—Así que no vais a reuniros con nosotros en el baile, ¿no?
Su busca sonó en ese momento y fue al despacho para utilizar el teléfono. Volvió un momento después con una irónica sonrisa en el rostro.
—Curioso. Era Adam; me ha preguntado si aún tenía las entradas para el baile. Quiere comprar dos. Al parecer, aún cree que vas a ir con él.
—Y tiene razón. No puedo negarle nada. Lo quiero, Josh, y él me necesita. Esa es la verdad. Aceptaré las migajas que quiera ofrecerme... y eso es todo lo que tiene para mí, migajas... —la voz de Anna se rompió al pronunciar aquella palabra y tuvo que volverse.
—Hey, hey, no seas tan pesimista —dijo Josh en tono alentador—. Mucha gente huye de los compromisos, especialmente si ya se han quemado con anterioridad. Si él dice que te necesita, te aseguro que acabará cediendo. Aguanta y hazte indispensable para él. Verás como se ablanda. A Lissa le sucedió. Solo tienes que esperar. Hazte desear, dale largas... —sugirió.
—No puedo ser tan calculadora —protestó Anna—. Además, yo también lo necesito —suspiró—. Sé que pase lo que pase, voy a sufrir, pero no puedo dejarlo.
—Lo siento —dijo Josh y apoyó cariñosamente una mano en su brazo—. Si necesitas un hombro sobre el que llorar, ya sabes dónde estoy. Solo tienes que ir a casa. Lissa está casi todo el día y yo siempre estoy por las tardes.
Anna hizo un esfuerzo por sonreír.
—Gracias, Josh. Eres un buen amigo. Cuando fue a la sala se encontró con Allie, que la miró inquisitivamente.
—No preguntes —advirtió—. Por favor.
—Oh, Anna. Vamos, lo que necesitas es estar ocupada —dijo Allie—. Hay que dar la vuelta a Damián; ¿quieres echarme una mano? Y luego hay que comprobar el vendaje de Kate.
Tras dejar bien instalado a Damián fueron a ver a Kate, que acababa de empezar con el proceso de estiramiento de la pierna.
Aún le dolía, pero parecía contenta de poder empezar con los ejercicios. Adam le había enseñado a girar la llave y hasta dónde podía hacerlo, y ella misma se ocuparía de aquella importante parte del proceso.
Las heridas parecían limpias y saludables, y Anna se quedó impresionada con la pulcritud de la incisión y la perfección de la sutura. Con el tiempo no quedaría el más mínimo indicio de la cicatriz. Aquella era otra de las habilidades de Adam.
Luego fue a ver a la niña con neumonía y se aseguró de que estuviera cómoda y pudiera respirar bien. Sus signos vitales estaban mejorando.
—El doctor Lancaster es encantador, ¿verdad? —dijo la madre de la niña, y Anna asintió.
Josh era amable y muy atento... y había removido cielo y tierra para convencer a Lissa de que se casara con él cuando se quedó embarazada de su primer hijo. Al menos, cuando hablaba de paciencia lo hacía desde su experiencia personal. Tal vez tenía razón.
Y tal vez los cerdos volaran.
El timbre de la puerta sonó a las diez menos cuarto y Anna fue a abrir. Era Adam, que sostenía un ramo de flores en la mano.
—¿Puedo pasar? —preguntó, con expresión arrepentida.
—Por supuesto.
Adam dejó las flores en la mesa del vestíbulo y tomó a Anna entre sus brazos.
—Lamento haberte hecho daño —murmuró—. Solo pretendía evitar que empezaras a tener sueños poco realistas. Y siento haber llegado tarde.
Ella le devolvió el abrazo.
—No seas tonto. ¿Quieres algo de beber?
Él negó con la cabeza.
—No. Solo te quiero a ti.
Sin decir una palabra, Anna se volvió y comenzó a subir las escaleras hacia su dormitorio.
El resto de la semana resultó bastante extraño. Anna estaba deseando que llegara el día del baile, pero estuvo demasiado ocupada como para pensar mucho en ello, y el sábado se acercaba como un tren expreso.
—¿Tienes un vestido adecuado? —le preguntó Allie el viernes, y ella asintió.
—Uno color crema bastante ceñido y con una raja que sube hasta quién sabe donde... pero me sienta bien, es mío y no tengo tiempo para ir de compras.
Allie rio y movió la cabeza.
—Deberías darte un capricho. ¿No quieres impresionarlo?
—No creo que baste con un vestido —contestó Anna con sequedad—. Ven a echarme una mano con Damián. Quiero trasladarlo a la sala. Está aburrido y quisquilloso, y creo que estaría mejor con algo que mirar y alguien con quien hablar. Tendremos que hacer algo ingenioso con unos espejos para que pueda ver la televisión. Estaban cambiando de posición cuando Adam entró en la habitación.
—Hola a todos —saludó—. ¿Qué tal van las cosas, Damián?
—Aburridas.
—Vamos a trasladarlo para que tenga algo más que ver —explicó Anna—. Vamos a colocar algunos espejos de manera que pueda ver la sala y la televisión.
—Me parece una gran idea —Adam se volvió hacia Anna—. ¿Podemos hablar un momento, por favor?
—Por supuesto —Anna dejó a Damián a cargo de Allie y salió con Adam de la habitación—. ¿Qué sucede?
—¿Aparte del hecho de que quería verte? —preguntó él con una irónica sonrisa—. Va a ingresar una niña de seis años con osteogénesis imperfecta. Es muy pequeña para su edad, y muy frágil. Es estrecha de pecho y sufre escoliosis. Me temo que no voy a poder hacer mucho por ella, pero esta mañana se ha caído y se ha roto un brazo y una pierna.
—¿Piensas operarla?
Adam se encogió de hombros.
—No sé. No estoy decidido. La verdad es que no tengo muchas esperanzas. Es tan delicada que solo le conviene un tratamiento muy conservador, y temo empeorar las cosas si la meto en el quirófano. Sus huesos son tan frágiles que parece absurdo tratar de unirlos con una placa. Es un problema de colágeno, por supuesto, y los huesos quebradizos son solo un síntoma. De momento vamos a tratar la deficiencia de colágeno a largo plazo y vamos a ponerle una escayola muy ligera, así que te agradecería que advirtieras sobre su delicado estado al resto de la plantilla.
—Lo haré —prometió Anna—. De momento necesitará un colchón Propad y una piel de borrego. Me ocuparé de que los preparen. También necesitará una cuna; no podemos correr el riesgo de que se caiga de la cama. ¿Va a venir su madre con ella?
—Sí. Gracias a ella ha llegado tan lejos la niña, así que habrá que utilizarla lo más posible. Está acostumbrada a manejarla, y al parecer han desarrollado un sistema. Por lo visto, la niña es muy valiente, pero por muy acostumbrada que esté a las fracturas, estas siempre duelen —Adam suspiró y se pasó las manos por el pelo—. Vendré a verla en cuanto la tengáis instalada. Entonces decidiré qué hacer con ella. Ahora voy a echar otro vistazo a las radiografías. Puede que luego llame a un antiguo colega para consultar el caso —estaba a punto de salir cuando se volvió—. Lo de mañana sigue en pie, ¿no?
—Por mí sí, ¿y por ti?
Adam cerró los ojos y resopló.
—Helle no puede quedarse con los niños porque vuelve a irse a Londres, así que mis padres vendrán a casa a cuidarlos. Eso significa que me someterán al tercer grado si llego más tarde de media noche.
—¿En serio?
Adam rio.
—Tal vez. No lo sé, porque aún no me ha pasado, pero de lo que estoy seguro es de que a mi madre le encantará saber que hay una mujer en mi vida. Piensa que soy un recluso.
—En ese caso, tendremos que volver a casa temprano —dijo Anna con una sonrisa, y la mirada de Adam se oscureció.
—Promesas, promesas —murmuró, y se alejó silbando con suavidad.
—Estás maravillosa.
Anna rio y acarició la solapa de seda de Adam.
—Tú tampoco estás mal. Me gusta la pajarita; es muy profesional.
—Y es auténtica —dijo él, orgulloso—, no una de esas con elástico.
Ayudó a Anna a quitarse el abrigo, le dio un rápido e intenso beso en los labios y luego esperó mientras ella le frotaba el pintalabios de la boca con un pañuelo.
—¿Por qué has hecho eso? Me había parecido buena idea ponerlo de moda.
—No es tu color. Te sentaría mejor el color ciruela.
—Lo tendré en cuenta.
Poco después entraban en el hotel en que se iba a celebrar el baile y se encontraron rodeados de rosas rojas, corazones de plata y música romántica.
—Ahí están los demás —dijo Anna al ver a Josh haciéndoles señas desde una mesa.
—Supongo que ya conoces a casi todos —dijo Josh a Adam cuando se reunieron con ellos—. Te presento a mi esposa, Lissa, y a Sarah Jordán, la esposa de Matt, de pediatría. Ya conoces a Allie, a Mark y a Matt. Aún estamos esperando a Nick y a Ronnie Sarazin; puede que se retrasen. Al parecer, uno de sus hijos se ha puesto enfermo. Y ahora, ¿queréis que os traiga una bebida? Me dirigía hacia el bar.
La comida fue excelente y, mientras tomaban café, el maestro de ceremonias pidió un momento de atención, dio las gracias a todos los presentes por su colaboración y les anunció que el baile iba a comenzar. El grupo empezó a tocar y Adam se volvió hacia Anna con una sonrisa retadora.
—Querías divertirte, ¿no? —dijo—. Pues vamos allá.
Anna le devolvió la sonrisa, se levantó y tomó su mano.
—Disculpadnos, amigos. Estamos aquí para bailar.
Lo siguió hasta la pista de baile vacía y empezaron a bailar. Estaba sonando un tema con un ritmo pesado y Adam colocó un muslo entre los de Anna, apoyó una mano en su espalda y la condujo mientras daban una complicada serie de giros y pasos que la dejaron riendo y sin aliento mientras todo el mundo aplaudía.
La gente fue animándose a bailar poco a poco durante las siguientes piezas. Cuando el grupo empezó a tocar temas más lentos, Adam rodeó la cintura de Anna con sus brazos y le sonrió.
—¿Lo estás pasando bien?
—Mucho. Eres un auténtico exhibicionista —dijo ella, asombrada, y él rio—. Y un mentiroso —añadió—. ¡No me has pisado ni una vez!
—Te pregunté si tenías zapatos fuertes... ¡pero no dije que fuera a pisarte! Además, lo haces muy bien. No has perdido el paso ni una vez.
—Tú tampoco. Estoy asombrada. Hay tantos hombres con dos pies izquierdos...
—Bueno, ya sabes lo que se dice sobre los buenos bailarines...
Anna trató de reprimir una sonrisa.
—Si estás buscando cumplidos por tu técnica en otras facetas, puedes seguir buscando —se burló.
—Eres una mujer dura.
—No quiero que los cumplidos se te suban a la cabeza.
—De eso no hay peligro. Estoy seguro de que no lo permitirías —Adam estrechó a Anna con más fuerza y suspiró junto a su oído—. Hueles muy bien —murmuró.
—Tú también. Podría seguir oliéndote toda la noche.
—Me temo que no va a poder ser. Josh nos ha llevado unas bebidas y yo ya estoy jadeando. ¿Volvemos a la mesa?
—Deberíamos hacerlo, o empezarán a quejarse de que estamos siendo antisociales.
Como era de esperar, los demás bromearon sobre el baile.
—Muy sexy —dijo Lissa, mirándolos con interés—. ¿Pero estabais atornillados o era solo una ilusión óptica?
—¡Lissa! —exclamó Josh, y todos rieron.
—Era solo una ilusión óptica —le aseguró Adam con una sonrisa.
—Solo me preguntaba si, siendo cirujano ortopedista, podrías dar un significado totalmente nuevo al término «unidos por la cadera» —Lissa se volvió hacia su marido y lo miró especulativamente—. Josh, ¿tú puedes bailar así?
—No en público —contestó su marido en tono reprobatorio, y Anna rio.
—No seas estirado, Josh. Tu esposa quiere bailar, así que sácala de una vez. Puede que no obtengas una oferta mejor en toda la noche.
—Más tarde. Necesito beber un poco más antes de lanzarme a hacer el ridículo.
Todos rieron y la conversación se volvió más general. Adam fue interrogado sobre su nueva casa y él explicó el estado en que estaba y la de trabajo que le esperaba para terminar de decorarla.
—Deberías organizar una fiesta en la que todos los invitados te echaran una mano —sugirió Lissa—. Alquilas unas cuantas máquinas quitapapeles, compras un montón de comida y bebida... y en unas horas está hecho. Será divertido. Iremos.
—¡Pero si ni siquiera te han invitado todavía! —dijo Josh.
—Por si no lo sabías, cariño, soy un hacha quitando papel de la pared —replicó Lissa con orgullo.
—Pensaré en ello —dijo Adam entre risas—. Y ahora, si me disculpáis, voy a llevar a Anna de nuevo a la pista de baile para ver qué más sabe hacer.
Apenas pararon en toda la noche. Bailaron juntos, bailaron separados, bailaron uno en torno al otro, bailaron valses, tangos, rock... y finalmente, con la pieza más romántica para concluir el baile de San Valentín, permanecieron casi quietos, balanceándose el uno contra el otro.
Anna nunca se había sentido tan unida a nadie en su vida. Apoyó la cabeza en el hombro de Adam y deseó que la noche no acabara.
Pero, inevitablemente, llegó el momento de irse. Se despidieron de los demás y, unos minutos después Adam detenía el coche ante la casa de Anna.
La tomó entre sus brazos en cuanto entraron.
—¿Dónde estábamos? —susurró mientras le deslizaba el abrigo por los hombros. El suyo siguió a este al suelo. Luego se quitó los zapatos, la chaqueta y la pajarita.
Anna se quitó los zapatos según subía la escalera y, mientras la seguía, Adam la tomó por un tobillo y plantó un beso en medio de la planta de su pie.
Ella rio y lo apartó. Al volverse vio que él se estaba quitando la camisa. Tras dejarla caer al suelo, se quitó los pantalones y los calcetines y se quedó tan solo en calzoncillos. Anna siguió subiendo de espaldas, atrapada por la fiebre que relucía en los ojos de Adam, y entró en el dormitorio.
Antes de irse había colocado varias velas en la cómoda y había cambiado las sábanas. Las flores que le había regalado Adam estaban en un florero sobre el tocador. Probablemente, aquellos detalles la delataban, pero no le importaba. No era buena ocultando cosas, nunca lo había sido, y prefería que Adam lo supiera.
Mientras encendía las velas, Adam se inclinó tras ella y la besó en un hombro.
—Eres preciosa —susurró mientras le bajaba la cremallera y deslizaba los tirantes del vestido por sus hombros. Cayó a sus pies, dejándola tan solo con un par de medias. Adam contempló su reflejo en el espejo, la rodeó por detrás con los brazos y tomó sus pechos en las manos.
—Preciosa —repitió, y le hizo girar para besarla con apasionada ternura en los labios—. Te deseo —murmuró con voz ronca—. Haz el amor conmigo, Anna. Te necesito.
Su sinceridad conmovió a Anna, que lo rodeó con fuerza entre sus brazos y lo estrechó contra su corazón. Él inclinó la cabeza sobre su hombro y permaneció unos momentos sin moverse. Luego se irguió y sonrió.
—Tenemos un baile que acabar —murmuró, y se agachó para retirar las medias de las piernas de Anna. Luego la tomó en brazos, la dejó sobre la cama y besó cada centímetro de su piel hasta que ella quiso llorar de deseo.
Por fin, cuando creía que iba a morir sin él, Adam se colocó sobre ella y, con el cuerpo tembloroso bajo sus manos, la miró a los ojos.
—Te quiero —dijo con suavidad, y a continuación Anna le dio la bienvenida con su cuerpo, y supo que nunca podría amar a nadie como amaba a aquel hombre...