Capítulo 8

Anna estaba de guardia el domingo por la mañana, y la primera persona a la que vio al entrar en el hospital fue a Josh, que estaba sentado junto a la cama de Ben, leyéndole.

Se acercó a ellos, sonriente.

—Buenos días. ¿Cómo te sientes, Ben?

—Duele —contestó el niño.

Anna tanteó las puntas de sus dedos, que asomaban por el borde de la escayola. Comprobó que tenían la temperatura adecuada y que reaccionaban al tacto. Eso era buena señal. El brazo estaba apoyado en un cabestrillo especial sujeto a la cama y eso reducía mucho la movilidad, cosa muy incómoda para un niño tan activo como Ben.

—Está bien —dijo Josh—. Ha pasado una noche un poco inquieta. Yo me he quedado con él y Lissa ha estado en casa con Katie, pero ahora viene para aquí... ah, acaba de llegar. Ben, mamá está aquí.

Anna se volvió para saludar a Lissa y vio que Adam entraba en la sala tras ella con sus tres hijos.

—Es una fiesta —dijo, sonriente, y saludó con la mano.

Los niños le devolvieron el saludo, todos excepto Skye, que miró a su alrededor, cohibida, y se arrimó a su padre. Anna se acercó a ellos y dejó a Lissa y a Katie hablando con Ben y con Josh.

—Hola —saludó—. ¿Has venido de visita o estás trabajando?

—Las dos cosas. ¿Qué tal está Ben? Estaba un poco preocupado por su circulación.

—Acabo de comprobarla y no hay problema.

—¿Se va a poner bien? —preguntó Skye, mirando el cabestrillo con recelo.

—Sí —contestó Adam—. Solo necesita tiempo para que los huesos vuelvan a juntarse. Luego le quitaremos las placas de metal que los sostienen unidos de momento.

—¿Placas de metal? —preguntó Danny, visiblemente interesado.

Adam miró a Anna.

—¿Puedes darme las radiografías?

—Claro —Anna las sacó del carrito en el que estaban todos los archivos de los pacientes y se las entregó.

Adam las colocó en la pantalla de luz que había junto a la cama de Ben.

—¿Ves, Ben? Ese es tu brazo, y esas cosas blancas son las placas que sostienen unidos tus huesos, y esos puntitos son los tornillos. Te los quitaremos en cuatro semanas, cuando estés mejor, y luego solo tendrás que llevar la escayola.

—¿Cuándo podrá volver a casa? —preguntó Josh.

Adam se encogió de hombros y miró a su colega pensativamente.

—¿En un par de días? Antes quiero que le baje la hinchazón para ponerle bien la escayola.

—¿Qué está mirando Jaz? —preguntó Danny.

Todos se volvieron y vieron al pequeño agachado bajo la cama especial de Damián, mirando por el hueco en el que este apoyaba el rostro.

—Ese es Damián —dijo Adam—. Tiene que pasar una temporada en esa cama que da vueltas. Se aburre mucho. Supongo que le gustará tener alguien con quien hablar —se volvió hacia Anna—. Supongo que la cama está bien sujeta, ¿no?

Ella rio.

—Oh, sí. No hay forma de que Jaz pueda darle la vuelta y acabar con Damián en el suelo. De todas formas, creo que será mejor sacarlo de ahí debajo. Jaz, cariño, ven aquí.

El pequeño se despidió de Damián y corrió a arrojarse en brazos de Anna. Ella lo sujetó, riendo, y lo apoyó en su cadera. Cuando miró a Adam, vio en su rostro una expresión pétrea.

—Será mejor que saque a los chicos de aquí —dijo él, tenso—. Vamos, Jasper.

Anna dejó al niño en el suelo y vio cómo se alejaban, sorprendida por la repentina decisión de Adam.

—¿He dicho algo malo?

Josh se acercó a ella.

—Quién sabe —murmuró—. Ese hombre actúa de forma misteriosa. Creo que se ha asustado.

—¿Asustado? —repitió Anna, sin comprender.

—Te estás acercando demasiado. Pero mantente firme. Lo conseguirás.

Anna suspiró y miró la hora en su reloj.

—Debo ponerme en marcha. Tengo que recibir los informes de la noche. Nos vemos luego.

«Te estás acercando demasiado», pensó mientras iba a su despacho, tratando de ignorar el dolor que le había causado la repentina marcha de Adam. «¿Cómo puedo acercarme demasiado? Quiero a los niños, quiero a Adam y el me corresponde... ¿Cómo puedo acercarme demasiado?»

Adam no fue a su casa esa noche, y, por motivos de trabajo, ella no lo vio hasta el lunes por la tarde. Cuando se presentó a comprobar el estado de los operados, parecía nervioso, y Anna decidió plantearle la cuestión cara acara.

—Pensaba que ibas a venir a casa ayer por la noche —dijo, tratando de que su tono no resultara acusador.

—Iba a hacerlo, pero Danny se puso malo y no me pareció bien dejarlo con la canguro.

—Podías haber llamado.

Adam asintió.

—Lo sé. Lo siento. Me puse a terminar de quitar el papel del salón y se me pasó el tiempo volando. No quise llamarte a media noche.

—No me habría importado. Esta mañana no he tenido que levantarme hasta tarde.

—Qué suerte —dijo Adam—. Yo sí me he levantado temprano. La nueva niñera ha empezado hoy, y me temo que va a ser un desastre. Iría a verte esta noche, pero voy a tener que quedarme en casa. Para colmo, estamos a mitad del trimestre, los niños tienen vacaciones y van a tener que estar todo el día en casa con ella.

—¿Por qué no voy yo a tu casa?

—No. No me parece buena idea. No con los niños en casa. Si puedo escaparme iré a verte, pero será una visita rápida.

«Migajas», pensó Anna con tristeza. «Eso es todo lo que puede darme... migajas».

Adam llegó pasadas las diez. Su rostro mostraba claramente los indicios de la tensión doméstica por la que estaba pasando.

—¿Problemas?

—Muchos —dijo, y tomó a Anna entre sus brazos con un suspiro de alivio—. Me temo que va a ser una visita rápida, pero necesitaba verte, recuperar un poco de cordura en mi vida —se apartó un poco, alzó la barbilla de Anna con un dedo y la miró a los ojos. «Parece tan infeliz y cansado», pensó ella, y alzó una mano para acariciarle la mejilla. Luego lo besó.

—¿Cuánto tiempo puedes quedarte? —preguntó, y él rio con suavidad contra su boca.

—Lo suficiente —murmuró, y volvió a besarla.

Mintió. No fue lo suficiente. Ni siquiera «para siempre» habría bastado para que ella le diera todo el amor que tenía para dar.

Ben mejoró rápidamente y Adam le dio el alta el martes por la mañana.

Cuando Lissa fue a llevárselo, Josh se despidió de él con un beso y suspiró aliviado mientras veía cómo se alejaban.

—Menos mal... Ahora podré seguir con mi trabajo sin sentirme culpable. Me ha costado mucho tratarlo como a un paciente normal y no pasarme todo el día viniendo a verlo —dijo a Anna con una sonrisa. Cuando la miró, su sonrisa se desvaneció.

—¿Qué tal van las cosas?

Ella se encogió de hombros.

—Más o menos igual. No sé cuánto tiempo voy a poder soportarlo, Josh. Me siento como un hámster en una jaula de la que Adam me saca cuando quiere jugar conmigo.

—Creo que es una comparación un poco dura —dijo Josh amablemente—. Adam tiene problemas, Anna. Esos niños necesitan mucho tiempo y atención. Sobre todo Skye.

—Lo que necesita es una madre —dijo Anna, tensa.

—Ya ha tenido dos. Puede que lo que necesite sea lo que Adam le está dando, estabilidad y seguridad. Odio decirlo, pero puede que estuviera equivocado. No creo que sea lo que le conviene a Adam, pero tal vez sea lo que los niños necesitan, y es posible que él sea lo suficientemente fuerte como para hacer ese sacrificio por ellos. En cuyo caso, Anna, me temo que vas a sufrir mucho.

—Lo sé —dijo ella, al borde de las lágrimas—. No estoy de acuerdo en lo de Skye, pero creo que tienes razón en lo de Adam; si considera que lo mejor para los niños es acabar con lo nuestro, lo hará a pesar de lo mucho que pueda dolemos a ambos. Solo el tiempo lo dirá.

El teléfono sonó en ese momento y se excusó para responder.

—De acuerdo. Nos pondremos en marcha enseguida. Tenemos algunas camas... no muchas. Trataré de agilizar algunas altas y de cancelar algunas operaciones. Gracias por avisar —miró a Josh—. Un autobús escolar ha volcado. Hay muchos lesionados y los van a traer rápidamente. ¿Puedes dar de alta a alguno de tus pacientes?

Josh deslizó la mirada por la sala.

—No lo sé. Podías llamar a Adam para averiguar si alguno de los suyos puede irse. Yo voy a echar un vistazo a las fichas.

Anna llamó a la consulta de Adam y le explicó lo que pasaba.

—Tengo muchos pacientes esperando pasar consulta —murmuró él, pensativo—. Pero no va a haber más remedio que retrasarla. Estaré en urgencias para recibir a los niños según vayan llegando. Y eso significa que llegaré a casa tarde, y la nueva niñera tiene que irse a las seis.

—¿Quieres que me acerque yo a tu casa?

—No... avisaré a mi madre. Si ella no puede ir, aceptaré tu oferta, gracias. En cuanto a las camas, lo más que podría hacer sería enviar a Kate a casa. Su pierna se está recuperando bien. Iba a darle el alta mañana, pero puedo hacerlo hoy. Habla con su madre para ver qué dice.

—De acuerdo. Luego hablamos.

Anna avisó a Allie para que se ocupara rápidamente de organizar las cosas y luego fue a ver a la señora Funnell y a Kate para explicarles lo que sucedía.

—A mí me encantaría volver a casa —dijo la niña—. Aquí me aburro mucho. Quiero volver al colegio.

—Eso va a llevar más tiempo, pero creo que en casa podrás estar perfectamente —Anna se volvió hacia la madre—. ¿Necesita llamar a alguien para que vengan a buscarla?

—He traído mi coche —dijo la señora Funnell, animada ante la perspectiva de poder llevarse a su hija—. Puedo llevármela enseguida.

—Creo que el doctor Bradbury vendrá antes a ver a Kate... oh, aquí está.

Las miradas de Anna y Adam se encontraron y compartieron una breve pero íntima sonrisa.

—Kate está entusiasmada con la idea de irse —dijo Anna, y sonrió a la niña.

—Lo suponía —Adam examinó la pierna y asintió—. No hay ningún problema. Ve a casa y disfruta. Tendrás que venir a diario a las sesiones de fisioterapia, pero estarás bien. Siento haber tenido que meterte prisa, pero no parece que te haya molestado mucho, ¿no?

Kate sonrió.

—No me ha molestado nada.

Adam rio, se despidió de la niña y de la madre, guiñó un ojo a Anna y se fue a urgencias.

El teléfono volvió a sonar y Anna hizo que otra enfermera se ocupara del alta de Kate antes de ir a contestar.

Después de colgar reunió a todas las enfermeras.

—Están llegando los primeros heridos. Aseguraos de que se haga todo lo que hay que hacer, y que las prisas no os hagan olvidar a los pacientes que ya tenemos en tratamiento. Yo me ocuparé de los nuevos ingresos. Allie, quiero que te quedes a cargo de la sala de momento, por favor. No olvidéis sonreír a los niños. Estarán asustados y dolidos. Sus padres estarán muy nerviosos. Manteneos tranquilas y sed amables. Muy bien. Adelante.

Adam fue a urgencias, miró a su alrededor y vio a un grupo de médicos en torno a Patrick Haddon, uno de los especialistas.

—Tenemos tres equipos ortopedistas de guardia, incluyendo al de Adam Bradbury... Hola, Adam. Reúnete con nosotros, por favor. Ya conoces a Robert Ryder y a su ayudante David Patterson. Vosotros formaréis los tres equipos. Quiero que trabajéis juntos en los casos de traumatología, asignándolos a vuestros equipos según las especialidades. Sé que hay al menos una fractura de pelvis, y que probablemente haya otras. También es posible que haya lesiones de columna. Los neurocirujanos se ocuparán de estas, pero tengo entendido que la cama Stryker no está libre, ¿no, Adam?

—El paciente está prácticamente listo para salir de ella. Si es absolutamente necesario, haré que lo saquen.

—De acuerdo. Ya veremos. Y ahora, suerte y pongámonos en marcha. Ya oigo las sirenas.

Fue caótico, pero estaban tan ocupados que no tuvieron tiempo de notarlo. La rotura de pelvis era fea y necesitó fijación externa. Adam se ocupó de ella. Estaba a punto de sacar las radiografías de la pantalla de luz cuando se fijó en una línea prácticamente invisible a lo largo de una de las vértebras.

—Quiero otra placa de esto —dijo al radiógrafo—. Muévalo con mucho cuidado. Parece una fractura muy inestable.

—De acuerdo. ¿Qué punto de vista quiere? —Lateral y oblicuo. Puede que así la veamos mejor.

Tenía razón. Era una fractura de la cuarta vértebra lumbar, y la radiografía lateral mostraba un fragmento de hueso a punto de penetrar la médula espinal.

—Habrá que operar —dijo Adam a Robert Ryder—. Quiero un escáner antes de hacer nada, y hay que colocar al niño en el tablero espinal.

—Tendrás que pelearte con los de neurocirugía por el escáner. Tienen un par de heridos en la cabeza.

—Podemos esperar un poco. Este caso no es urgente, sino crítico. ¿Qué más tenemos?

El primer caso de Adam en el quirófano fue una complicada fractura de mano y brazo. Tuvo que trabajar dos horas para restaurar la circulación y alinear los huesos a su satisfacción. Después operó al niño con la rotura de pelvis y la fractura de la vértebra. Al abrir se encontró con una hemorragia interna inesperada y tuvo que averiguar de dónde venía.

Fue una lucha contra el tiempo, pero finalmente encontró el origen, un vaso sanguíneo que se había roto al final de uno de los huesos pélvicos. Tras cortar la hemorragia pudo empezar a trabajar con el paciente y olvidó todo lo demás.

No había tiempo para preocuparse por los pacientes que aguardaban, ni por la niñera que sus hijos odiaban, ni por si su madre habría escuchado el mensaje que le había dejado en el contestador.

Anna tuvo que quedarse después de su turno para atender a los numerosos pacientes que no dejaban de salir del quirófano.

En aquellos momentos, Adam estaba operando a un niño con rotura de pelvis y fractura de una vértebra. Estaba preguntándose cómo diablos iban a atenderlo cuando Adam entró frotándose los ojos y flexionando los hombros.

—Pareces agotado.

—Lo estoy... ¿Qué haces tú todavía por aquí?

—Echar una mano. No podía irme en esta situación. ¿Has hablado ya con tu madre?

—No. Voy a hacerlo ahora. ¿Hay más pacientes para mí?

—Me temo que sí. Una niña con el codo roto y un niño con una fractura simple de fémur.

Adam miró a lo alto, exasperado.

—Odio los codos. De acuerdo; primero me ocuparé del fémur. En cuanto al codo, haz que lo mantengan inmovilizado y que le den un analgésico a la niña. ¿Ya se lo han prescrito?

—Sí, pero está llorando.

—No es de extrañar. Si yo me hubiera roto el codo también estaría llorando.

Adam entró en el despacho y reapareció un momento después con expresión preocupada.

—Mi madre está en casa. Ha echado a la niñera. Por lo visto, esta mañana ha pegado a Jasper por estar llorando. Mamá ha presentado una denuncia a la agencia. ¿Qué diablos hago ahora?

—Ocuparte de tu fémur y de tu codo. Tu madre se las arreglará perfectamente, no te preocupes.

—¿Y mañana?

—Trae aquí a los niños. Pueden sentarse en la sala de juegos, ver la tele, pintar y jugar con los demás niños. No será ningún problema. Y ahora vete a operar.

Adam le dedicó una sonrisa cansada y salió al pasillo.

Una hora después, Anna se fue a casa, comió un sandwich, tomó un baño y se acostó, agotada. Estaba a punto de quedarse dormida cuando sonó el teléfono.

—¿Hola?

—Hola, soy Adam.

El corazón de Anna latió con más fuerza y una sonrisa curvó sus labios. Suspiró, satisfecha.

—¿Qué tal te ha ido con el codo y el fémur?

—Bien. Por fin estoy en casa.

—¿Y los niños?

—Dormidos. Mañana llamaré a la agencia para protestar por lo sucedido. He sobornado a mis padres para que se queden hasta el fin de semana, pero el martes se marchan a Florida. Eso me da menos de una semana para resolver el asunto...

—Ahora olvídate de eso. Toma un baño y acuéstate.

—Estoy en el baño —dijo Adam—. Con el teléfono inalámbrico y un vaso de vino. Una auténtica bendición.

—Yo estoy en la cama.

—¿Te he despertado?

—Aún no estaba dormida, pero no me habría importado que me hubieras despertado. Me gusta hablar contigo.

—Ojalá estuviera ahí —murmuró Adam—. Me vendría bien un abrazo.

—¿Solo un abrazo? —preguntó Anna, y él rio.

—De acuerdo. Me confieso.

—Ojalá estuvieras aquí —admitió Anna—. Antes no solía importarme dormir sola.

—Cierra los ojos y simula que estoy contigo —susurró él en tono seductor—. Imagina que te estoy acariciando, que sientes el calor de mis manos sobre tu piel. Imagina mi cuerpo...

—¿Adam?

Anna oyó un gruñido de sorpresa seguido de un chapoteo y de una maldición entre dientes. No pudo contener una risita.

—¿Es tu madre?

—Sí... estoy hablando por teléfono, mamá —dijo Adam en voz alta para hacerse oír a través de la puerta.

—Oh. Bien. He preparado té.

—Gracias mamá.

Anna oyó el sonido de unos pasos que se alejaban y la risa apagada de Adam.

—Podría matarla. He estado a punto de dejar caer el teléfono al agua.

—Es encantadora.

—Está en todas partes —Adam suspiró. Luego, en un susurro, añadió—: Te deseo.

Anna tragó saliva.

—Lo sé. ¿Por qué no te escapas? Dile que tienes que comprar leche, o que quieres dar un paseo...

—Podría decirle que necesito ir a verte. Le encantaría. No ha dejado de hablar de ti desde que te conoció.

—¿Y por qué no lo haces? —preguntó Anna con suavidad, pero sabía que Adam no lo haría.

Él suspiró y permaneció un momento en silencio. Cuando habló, Anna supo que había vuelto a la realidad, a sus responsabilidades y deberes.

—No. Será mejor que nos veamos mañana. ¿Tienes el turno de primera hora?

—No. El siguiente.

—¿Quieres que te llame para despertarte?

—¡Adam!

Anna oyó un profundo suspiro al otro lado de la línea.

—Sí, mamá. Ya voy —Adam volvió a suspirar y rio perezosamente—. Será mejor que cuelgue. Nos vemos mañana. Que duermas bien.

Anna oyó el timbre de la puerta entre sueños. Salió de la cama, se puso la bata y bajó a abrir medio dormida.

—El desayuno —dijo Adam. Pasó al interior y la tomó entres sus brazos. Ella rio y lo miró con ojos aún adormilados.

—Estás loco... Estaba dormida —miró su reloj—. ¡Son solo las seis y media!

—Lo siento —Adam la tomó por la barbilla y acarició con el pulgar su mejilla—. Anoche te eché de menos. Nuestra conversación no me ayudó precisamente a conciliar el sueño.

—Estoy segura de ello. Yo he tenido unos sueños bastante... coloridos, diríamos —Anna deslizó la lengua por sus labios e hizo una mueca—. Necesito cinco minutos en el baño. Pon agua a hervir, por favor.

Corrió escaleras arriba, se duchó rápidamente y se limpió los dientes. Al salir encontró a Adam desnudo en su cama, con el té recién preparado en una bandeja y un plato de bollos rellenos de chocolate. Palmeó el colchón a su lado.

—Desayuno en la cama —dijo.

Al ver la lenta y sugerente sonrisa que curvó sus labios, Anna sintió que se derretía.

—Eso tiene muy buen aspecto —murmuró.

—Y sabrá aún mejor —prometió Adam mientras apartaba la bandeja a un lado—. Podrás comer luego. Es el postre.

Anna se pasó el día con una sonrisa tonta en el rostro. La hora que había pasado Adam con ella había sido la más maravillosa de su vida. El recuerdo la ayudó a pasar su difícil turno, con todas las camas llenas y varios pacientes en situación crítica.

El niño con la fractura de pelvis y columna estaba siendo atendido en una cama con un colchón especial, pues no se le podía dar la vuelta debido a la fijación externa de su pelvis. Dentro de un orden, su estado era bastante satisfactorio. Adam había visto a todos sus pacientes y estaba muy satisfecho con sus progresos. Anna ya había comprobado lo maravilloso que era con los padres de los niños. Explicaba lo justo, de manera que no se sintieran tratados con condescendencia y entendieran lo que había tenido que hacer y por qué. Ella sabía por experiencia que aquella era una habilidad de la que carecían muchos médicos, pero Adam parecía tener un talento natural para comunicarse.

La pequeña Emily Parker con su enfermedad de huesos era la única que realmente la preocupaba, a pesar de que estaba progresando. Pero el progreso era más lento de lo que Adam esperaba, y estaba preocupado por su pecho.

—Está muy comprimido —murmuró—. Esas costillas tienen una forma muy peculiar y le obligan a respirar solo abdominalmente.

—El pronóstico no es muy bueno, ¿verdad? —dijo Anna, pensativa.

—Me temo que no. Está en el filo de la navaja —admitió Adam—. Lo que más temo es que se acatarre. Sus pulmones se encharcarían y acabaría ahogándose. Mantenía alejada de cualquiera con un catarro.

Pero no sirvió de nada. El jueves, la niña empezó a toser, y el viernes por la mañana, cuando Anna fue al hospital su cama estaba vacía.

—¿Dónde está Emily? —preguntó a la enfermera a cargo del turno de noche.

—La perdimos a las tres de la mañana a causa de una neumonía. Sus pulmones se encharcaron y luego sufrió un paro cardíaco. Adam trató de reanimarla, pero no fue posible. Se quedó destrozado.

Anna se dejó caer en una silla.

—Oh —fue todo lo que pudo decir. Pensó en la valiente chiquilla con los huesos deformados y en su madre, que había pasado la mayoría de los seis últimos años protegiendo a su frágil hija del mundo. Y ahora se había ido para siempre a causa de un catarro sin importancia.

—Era inevitable —dijo la enfermera del turno de noche pragmáticamente—. Tenía que pasar.

—Lo sé —dijo Anna, pero eso no hizo que la afectara menos.

Tras recibir el resto del informe, fue a la cocina, lloró, se sonó la nariz, se lavó la cara y sacó su neceser de emergencia. Allí fue donde la encontró Adam, dándose maquillaje. Lo miró en el espejo, se volvió y lo tomó entre sus brazos.

—Lo siento, amor —dijo con ternura, y él la abrazó con fuerza. Ella pudo sentir su tensión, el dolor que aún trataba de escapar de su cuerpo—. Ven a verme esta noche —añadió, y él asintió.

—Lo haré —Adam se apartó y se apoyó contra el borde de la encimera con un suspiro—. ¿Cuántos pacientes he perdido? ¿Cuántas veces he pasado por esto? Lo más lógico sería que me hubiera acostumbrado.

—Me alegra que no haya sido así. Creo que eso hace que seas mejor doctor.

Adam sonrió.

—Eso no lo sé, pero creo que me hace mejor padre. Cuando he vuelto a casa he entrado al cuarto de Skye y la he mirado largo rato, preguntándome cómo me sentiría si hubiera sido ella —se miró las manos y volvió a suspirar—. Sabía que tenía que pasar, que en el fondo era lo mejor para Emily, porque su vida era un calvario. Pero duele de todos modos.

—Lo sé. ¿Quieres que te preste mi pintalabios? A mí me sirve.

Él rio con suavidad y volvió a abrazarla.

—Eres un tesoro. Nos vemos esta noche, si no antes. Puede que incluso llegue a un acuerdo con mi madre y pueda pasar la tarde contigo. ¿Qué te parecería?

—Maravilloso —dijo Anna, y se preguntó qué se sentiría realmente siendo un hámster en una jaula al que sacaran de vez en cuando para volver a meterlo en ella.

Detuvo aquellos pensamientos en seco. Adam ya estaba lo suficientemente tenso, y no lo ayudaría que ella empezara a quejarse porque no podía dividirse en más partes. La necesitaba. Eso era todo lo que importaba de momento.

La necesitaba y ella lo amaba. No había más que decir.