Capítulo 5

Fue una noche larga y trágica. Adam luchó por salvar las piernas de una mujer joven implicada en un accidente mientras otro equipo luchaba por salvar la vida de su prometido en el quirófano contiguo.

Al final tuvo que amputarle una pierna, porque fue imposible restaurar la circulación, y la otra quedaría desfigurada para siempre.

Hizo todo lo que pudo; siempre lo hacía, pero a veces no bastaba. La chica tenía veintidós años, estaba iniciando su vida y, de pronto, el destino lo había destrozado todo.

¡Y a él ni siquiera le habría correspondido operarla! Había ido a ver a un niño con una fractura pélvica al que al final no había sido necesario operar, y le habían pedido que se quedara a ayudar porque los demás cirujanos no daban a basto.

No terminó hasta las cinco de la mañana, y estuvo hablando con los desolados padres de la joven hasta casi las seis. Luego se duchó y salió del hospital.

Era demasiado temprano para ir a casa de Anna, pero de todos modos se encaminó hacia su casa. Quería verla, abrazarla, estar con ella. Había sido una noche terrible y necesitaba su calidez, su dulzura.

Llamó a la puerta y al cabo de unos momentos apareció Anna, adormecida, con el pelo revuelto y contenta de verlo.

—Lo siento. Sé que dije que llamaría, pero quería verte.

Ella lo miró y asintió con comprensión.

—¿Ha sido una mala noche?

Adam asintió. No quería entrar en detalles. Quería olvidarlo todo, tomarla entre sus brazos y terminar lo que había empezado antes de irse.

—¿Ha quedado algún bombón?

Anna sonrió con aire de culpabilidad.

—Algunos. Están en el cuarto de estar. Me he quedado dormida en el sofá.

Adam la siguió.

—¿Te apetece un café? —preguntó ella, y sonrió.

Adam rio.

—Tal vez será mejor que tome un té. Será más seguro.

—De acuerdo, pero esta vez te quedas aquí. Cómete los bombones.

—Lo haré —Adam se sentó cansinamente en el sofá y eligió un bombón. Coñac y chocolate en un estómago vacío y sin haber dormido era una combinación asquerosa. Probó el Grand Marnier y luego el Drambuie. La cosa no mejoró. Lo que necesitaba era dormir.

Anna volvió con el té en una bandeja.

—¿Por qué no lo llevamos arriba con los bombones? —sugirió Adam.

Una vez en la cama, Adam bebió su té, comió un bombón más y se quedó dormido con Anna acurrucada contra su pecho.

Para cuando despertaron, la luz entraba a raudales por la ventana. Adam miró su reloj, incrédulo, y suspiró. Tenía que ir a comer a casa de sus padres.

—¿Qué sucede? —preguntó Anna, adormecida.

—Nada —contestó él. Apartó con la mano un mechón de pelo que cubría el rostro de Anna para verla mejor. Estaba maravillosa—. Nada —repitió con más suavidad, y sintió una oleada de ternura—. Tengo que irme, pero todavía no. No antes de hacerte el amor.

Se apoyó sobre un codo e hizo que ella se tumbara de espaldas para poder verla y acariciarla. Llevaba el camisón entreabierto y lo retiró a ambos lados. Contuvo el aliento al ver su precioso cuerpo, pálido y esbelto. Luego acercó la boca a sus pezones y sopló suavemente sobre ellos, haciendo que se irguieran para él.

—Eres maravillosa —dijo con suavidad, y se inclinó para besarla.

Anna se sentía como si hubiera estado en una montaña rusa emocional. Por un lado había disfrutado del fin de semana más maravilloso de su vida. Por otro, sentía una profunda tristeza por todo lo que nunca podría llegar a ser.

Después de haber esperado tanto tiempo para conocer al hombre de sus sueños, resultaba que este no podía hacer que el resto de sus deseos se cumplieran. A pesar de que él tenía tres hijos que ya habían capturado su corazón, no era lo mismo que tener un hijo propio.

Si se quedaba con Adam, si su amor crecía, nunca tendría un hijo suyo, no conocería la alegría del embarazo, de darle de mamar, de ver cómo le salía el primer diente, cómo pronunciaba la primera palabra, cómo daba el primer paso. Como toda mujer, había soñado desde niña en casarse algún día y tener hijos. Pero si se casaba con Adam, y aún era demasiado pronto para pensar en aquello, esas expectativas nunca se cumplirían.

Sin embargo, y tras un solo fin de semana, la perspectiva de no estar con él resultaba insoportable. ¿Pero crecería su amor? ¿Era solo deseo lo que sentían, o era algo más profundo, más duradero, algo que soportaría el paso del tiempo? «Sé paciente», se dijo. «Da tiempo a que las cosas se desarrollen».

Pero la paciencia nunca había sido su fuerte, y unido a la falta de sueño, aquello no hizo nada para suavizar su genio.

—Pensaba que te habías tomado el fin de semana libre —dijo Allie, con una expresión demasiado feliz para aquella hora de la mañana.

—Y así ha sido —replicó Anna con aspereza—. Lo siento —añadió enseguida—. ¿Estoy muy gruñona?

—Solo un poco drástica. ¿Tiene algo que ver con nuestro nuevo cirujano? —añadió Allie en un tono que hizo que las mejillas de Anna se tiñeran de rubor. Su amiga abrió los ojos de par en par—. ¡Dios santo! ¿Qué os traéis entre manos? ¡Jamás había visto que te ruborizaras!

—Calla, Allie —susurró Anna—. No quiero que todo el mundo se entere.

Allie ladeó la cabeza y sonrió.

—De manera que hay algo de lo que enterarse, ¿no?

Anna volvió a ruborizarse. ¿Acaso se le notaba en la cara? La mirada de Allie se suavizó y miró a su amiga con expresión de disculpa.

—Lo siento. Me estoy entrometiendo... aunque tú hiciste lo mismo cuando yo empecé a salir con Mark.

—¡Pero tú lo conocías hacía cinco años! Yo acabo de conocer a Adam.

—No —corrigió Allie—. Había conocido a Mark brevemente cinco años antes. Eso es distinto, pero, ¿qué más da? Cuando está bien, está bien. A los dieciocho años ya supe que Mark era el hombre adecuado para mí.

Anna dejó las notas que estaba examinando y dedicó a Allie una sonrisa irónica.

—Es curioso, ¿no? En cuanto vi a Adam supe que era el hombre adecuado para mí. Ahora estoy aún más segura, pero... —se interrumpió, incapaz de contar a su amiga los asuntos personales de los que le había hablado Adam.

—¿Pero?

Anna se encogió de hombros.

—Allie, no puedo...

—¿Es por sus hijos? ¿Es su ex esposa una pesada?

—Es complicado —dijo Anna intentando evadirse—. No puedo explicarlo. Me ha contado cosas sobre las que no puedo hablar contigo.

—¿No está casado? —preguntó Allie, horrorizada, y Anna negó con la cabeza.

—No. No es nada de eso. Olvídalo. No importa.

Y no importaba, volvió a decirse unos minutos después, cuando Adam entró en la sala. Comparado con la alegría de estar con él y el amor que podían compartir, no importaba en lo más mínimo.

Qué asombroso descubrimiento...

Era un día difícil. Adam no dejaba de salir y entrar de la sala, sobre todo porque era un día de operaciones, pero cada vez que veía un momento a Anna era como si saliera el sol.

Su primer caso era una niña de catorce años con una pierna siete centímetros más corta que la otra. Se la había roto cuando tenía ocho años y había dejado de crecer, y necesitaba una operación para alargarla.

Lo que preocupaba a Adam no era el trabajo que debía realizar en el hueso, sino los músculos y los nervios implicados en la operación. A veces, el dolor del estiramiento resultaba insoportable y había que interrumpir el tratamiento. Debido a ello, su paciente llevaba tiempo haciendo ejercicio para que la operación y la posterior rehabilitación no resultaran tan traumáticas. Con un poco de suerte, tendría suficiente margen para mejorar considerablemente.

Fue a verla en la antesala del quirófano y sonrió para darle ánimos.

—Hola de nuevo, Kate. ¿Estás bien?

La niña asintió, un poco nerviosa.

—Algo asustada.

—Eso es normal, pero no te preocupes; yo cuidaré de ti. Los dos primeros días serán un poco duros, pero estoy seguro de que merecerá la pena.

Adam guiñó un ojo a la madre de la niña, que sonrió y trató de mostrarse valiente. En realidad, estaba a punto de llorar.

—No se preocupe —dijo Adam mientras Kate se quedaba dormida gracias a la anestesia—. Estará bien; Iré a verla en cuanto termine la operación.

Por fortuna, todo fue bien y la niña salió del quirófano antes de lo previsto.

Adam pudo relajarse un momento antes del siguiente caso, que iba a ser largo y difícil. Se trataba de un joven con escoliosis al que debía corregir una curvatura lateral de la espina dorsal. Era un caso bastante grave, porque las costillas se le estaban juntando y poco a poco iban comprimiéndole el pecho.

Debía corregir la curvatura en una operación en dos partes a lo largo de las siguientes semanas. La primera iba a tener lugar aquella mañana, y consistiría en colocar una varilla en la zona torcida de la espina dorsal de manera que las vértebras se alinearan.

Después necesitaría someterse a tracción pélvica para mantener la columna recta.

Era una operación delicada, y podía derivar en una parálisis si salía mal. Pero aquella era la especialidad de Adam y lo que más le gustaba hacer, porque ya había visto en varias ocasiones cómo mejoraban física y psicológicamente los niños a los que había tratado hasta entonces. Sin embargo, el éxito no estaba garantizado, y eso siempre suponía un reto.

Pero a Adam le gustaban los retos, y su concentración era absoluta mientras operaba al joven Damián George. Olvidó a Anna, olvidó a sus hijos... lo olvidó todo excepto los huesos y los músculos que tenía bajo sus manos, y el niño que tenía a su cuidado.

Anna miró su reloj. Hacía horas que se habían llevado a Damián al quirófano. Eran las tres y estaba a punto de terminar su turno, pero decidió esperar para ver qué tal le había ido a Damián... y con la tonta esperanza de que Adam acudiera a la sala para verlo.

Estaba en la cocina, preparando una taza de té, cuando apareció tras ella, se acercó y apoyó ambas manos en sus hombros.

—Hola —murmuró con suavidad.

Ella cedió al impulso de apoyarse contra él un momento.

—Hola. ¿Qué tal ha ido todo?

Adam suspiró.

—Muy lento. La curvatura era peor de lo que mostraban los rayos X. He tenido que recortar mucho para obtener el resultado que quería, pero creo que evolucionará bien. Las costillas también estaban demasiado unidas, pero ahora podrán flotar libremente.

—¿Está ya en la sala?

—No, sigue en recuperación. Ha necesitado mucha anestesia. Solo he venido a ver a mi enfermera favorita. ¿Ese té es para mí?

Anna sonrió y se volvió hacia él.

—Podría serlo. ¿Qué me das a cambio?

Él rio y sus ojos brillaron expresivamente. Estaba a punto de inclinar la cabeza para besarla cuando la puerta se abrió a sus espaldas.

—Ya está bien... ¡Separaos! ¿Qué diablos está pasando aquí?

Anna rio y se apartó de Adam.

—Seguro que te gustaría saberlo. ¡Hola, Josh! ¿Qué tal han ido tus vacaciones?

—De maravilla —el hombre que acababa de entrar miró a Adam con atención y besó a Anna en la mejilla—. ¿Me has echado de menos?

—No tanto como creía. Han sido unas semanas bastante tranquilas. Creo que no os conocéis; Josh, este es Adam Bradbury, el nuevo especialista en ortopedia pediátrica. Adam, este es Josh Lancaster, uno de nuestros pediatras —Anna miró a Josh y añadió—. Pensaba que ibas a estar aquí esta mañana.

—Y así ha sido. El avión ha aterrizado a las seis y he venido directamente aquí, pero he estado poniéndome al día en la consulta externa. Lissa ha llevado a los niños a casa para meterlos en la cama. Me temo que se van a pasar la noche despiertos.

—Sin duda —dijo Anna, y rio—. ¿Tienes tiempo para un té?

—Sacaré el tiempo de dónde sea —Josh se volvió hacia Adam—. ¿Qué te ha parecido el Audley Memorial?

—Las enfermeras me han parecido muy amables y serviciales —contestó Adam con una lenta sonrisa, y Anna se volvió rápidamente para que Josh no viera su sonrisa.

Pero fue demasiado lenta. Una vez despertada su curiosidad, Josh decidió quedarse por allí, de manera que Anna no pudo charlar con Adam como le habría gustado. Hablaron sobre el hospital y sobre los lugares en los que Adam había trabajado hasta entonces, hasta que este dejó su taza en el fregadero, besó a Anna en la mejilla y dijo:

—Tengo que ir a ver a Damián. Te llamaré esta noche.

Anna pensó que aquello fue demasiado revelador, y no se equivocó. Josh le dedicó una larga y penetrante mirada antes de arquear una ceja inquisitivamente.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, tensa.

Él alzó las manos en señal de rendición.

—Nada.

—Te conozco, Josh. Si tienes algún problema, suéltalo —Anna se volvió para fregar la taza de Adam de espaldas a él.

Pero no era tan fácil hacer desistir a Josh. Tomó un paño de cocina y la taza y se situó junto a ella. La secó despacio y Anna fue la primera en ceder.

—¿Y bien?

Él se encogió de hombros.

—El asunto ha ido un poco rápido, ¿no te parece? —murmuró—. Bradbury llegó el miércoles. Hoy es lunes y ya se despide de ti besándote. Me parece un poco... no sé... precipitado.

Anna se volvió hacia él, furiosa.

—¿Tienes algún problema con eso? —preguntó.

Él volvió a encogerse de hombros.

—¿No te parece que es demasiado pronto?

Anna dejó caer su taza en el fregadero y salpicó agua por el borde.

—¿Desde cuándo te has convertido en mi hermano mayor? —preguntó en tono helado—. Además, ¡quién fue a hablar! ¿Qué me dices de ti y de Lissa? Fue la segunda noche, ¿no?

Josh se ruborizó y apartó la mirada.

—Tocado —reconoció.

—No te entrometas. No es asunto tuyo.

Él suspiró.

—Lo siento. Solo me estaba preocupando por ti, Anna. Sé que últimamente se ha agudizado tu instinto maternal. Te he observado con los niños y... no sé. Creo que estás desesperada por tener una relación, y no me gustaría que te precipitaras solo para quedarte embarazada.

—Ah, ¿sí? —preguntó, y tiró con fuerza del paño que sostenía Josh para secar su taza—. Pues deja que te diga algo, amigo —continuó, mientras sentía cómo— se acumulaba el dolor en su interior—. Es imposible que eso suceda porque Adam no puede dejarme embarazada, ¡así que puedes ahorrarte el discurso!

A continuación se volvió, dejó la taza y la toalla en la encimera, enterró el rostro entre las manos y rompió a llorar.

—Oh, Anna —arrepentido, Josh le hizo volverse y la estrechó cariñosamente contra su pecho—. Lo siento —murmuró—. No lo sabía.

—¡Claro que no lo sabías! —dijo ella, y lo empujó para buscar un pañuelo de su bolsillo.

—Toma.

Josh le entregó un trozo de papel de cocina y ella se secó los ojos y se sonó la nariz.

—Mira lo que has conseguido —protestó—. Ahora estoy hecha un asco. Van a traer a un niño de recuperación al que tengo que instalar antes de irme y parece que acaban de sacarme de la lavadora.

—Necesitabas desahogarte —dijo él con suavidad—. ¿Cuándo lo averiguaste?

—El viernes por la noche —Anna sorbió por la nariz y dedicó a su amigo una mirada desafiante—. ¡Y no necesitaba desahogarme! Para tu información, llevo haciéndolo todo el fin de semana, cada vez que he perdido de vista a Adam. Creía que lo había superado, que había analizado el problema con objetividad.

Josh movió la cabeza.

—Lo siento, Anna. Supongo que es demasiado tarde como para aconsejarte que lo dejes. Ella volvió a sonarse la nariz e hizo una mueca.

—¿Tú qué crees?

—Creo que le has entregado tu corazón, y solo espero que sepa el tesoro que tiene entre manos.

Aquello hizo que Anna rompiera a llorar de nuevo. Necesitó otros dos trozos de papel de cocina antes de recuperarse.

—¿Qué aspecto tengo? —preguntó, y Josh sonrió con expresión de disculpa.

—Horroroso.

—Lo suponía —Anna se volvió hacia el fregadero y se lavó la cara con abundante agua fría. Luego sacó del bolsillo de la bata su neceser de urgencias, se pintó rápidamente los labios y se dio un poco de maquillaje—. ¿Mejor? —preguntó.

—¿Habías hecho eso antes? —preguntó Josh, impresionado.

Ella sonrió.

—Solo cada vez que pierdo a un niño. Y ahora tengo que ir a instalar a Damián —fue hasta la puerta y se detuvo con la mano en el pomo—. Josh, lo que te he contado sobre Adam...

—Soy una tumba. Ya lo sabes.

Anna sonrió.

—Gracias. Eres un encanto. Siento haberme puesto así.

—Ha sido un placer —dijo Josh en tono irónico—. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que te haga falta.

Anna fue a la sala y encontró a Adam con Damián y sus padres. El niño estaba en la estructura Stryker, que se utilizaba para problemas de columna, de manera que se le podía hacer girar de vez en cuando sin perjudicarlo.

Tenía un halo de aluminio sujeto al cráneo del cual salían unas varillas que se sujetaban en torno a una especie de cinturón a la altura de su pelvis para mantener la columna vertebral en tracción. Además, debido al dolor que podía producirle la operación en la columna, recibía regularmente un fuerte analgésico a través de un gotero.

El proceso de recuperación iba a ser largo y pesado y, entretanto, lo más normal solía ser que el carácter del niño empeorara.

Anna ya tenía experiencia en aquellos casos, y sabía que podía suponer todo un reto para una enfermera.

Adam la miró, sonrió, apartó la mirada... y volvió a mirarla enseguida con los ojos entrecerrados.

Anna comprendió que su sesión de maquillaje no había servido para nada.

—Ya conoces al señor y a la señora George, ¿verdad, Anna? —preguntó él.

—Sí, por supuesto. ¿Cómo están? —preguntó ella—. ¿Puedo ofrecerles algo? Deben haber pasado un día agotador.

La madre de Damián sonrió lánguidamente.

—Lo más agotador es la espera.

—Lo sé. Yo ya he terminado mi turno, pero si necesitan cualquier cosa no tienen más que pedírsela a cualquier enfermera. Jenny se ocupará de mantener vigilado a Damián y de informar al doctor Bradbury hasta que termine su turno, a las nueve. Habrá otra enfermera con él por la noche, y yo volveré a las siete. Si desean saber algo, solo tienen que preguntar, ¿de acuerdo?

Se fue con una sonrisa, tomó su abrigo del vestuario y se encaminó hacia la salida.

—¡Anna!

Ella se detuvo y esperó a que Adam la alcanzara.

—Hola. Lo siento, pensaba que estabas ocupado.

—Lo estoy. ¿Te encuentras bien?

Anna sonrió con tristeza.

—Sí, Adam, estoy bien. Solo un poco cansada. Voy a casa a acostarme.

—¿Puedo llamarte por teléfono? No querría despertarte.

—No me importa que lo hagas. Supongo que no podrás venir, ¿no?

—No hasta mucho más tarde. Hacía las diez.

—Puedes venir de todos modos si quieres.

—Ya veremos —Adam se alejó de nuevo en dirección a la sala—. Hablamos luego. Cuídate.

Anna sonrió, vio cómo entraba en la sala y salió del hospital. Lo echaría de menos si no iba a verla, pero tal vez sería mejor así. Como había dicho Josh, aquello iba demasiado rápido, de manera que no le vendría mal un poco de tiempo para ir asimilándolo.

Adam ya había abierto el coche, pero se detuvo antes de entrar.

«Sé racional», se dijo. «No puedes pasar cada minuto de cada noche con ella y luego trabajar todo el día. Es una tontería».

Cerró el coche, volvió a su casa, colgó el abrigo, se sirvió un whisky y subió a su cuarto. Allí se quitó los zapatos, se tumbó en la cama y descolgó el teléfono.

—Hola —dijo, en respuesta al saludo de Anna—. ¿Estás bien?

—Mmm. Estaba dormida, pero me encanta oír tu voz.

—¿Estás en la cama? —preguntó Adam, lamentando no estar a su lado.

—Mmm. Te echo de menos.

Él cerró los ojos y gruñó suavemente.

—He estado a punto de ir.

—Deberías haberlo hecho.

—No. Necesitamos dormir. Además, ahora me estoy tomando una copa, así que no puedo conducir.

—Oh.

Adam creyó percibir cierta decepción en el tono de Anna.

—¿Seguro que estás bien? —volvió a preguntar, aún preocupado por ella. Estaba convencido de que había estado llorando, pero no podía imaginar por qué. Sin duda, Josh y ella...

—Josh y tú... ¿hay algo entre vosotros? —preguntó con brusquedad.

Anna rio.

—¿Josh y yo? ¿Bromeas? Tiene una esposa preciosa por la que estaría dispuesto a matar y dos hijos maravillosos, un niño y una niña. Ni se le ocurriría mirar a otra mujer.

—¿Y a ti? —preguntó Adam, tratando de mantener controlados sus celos.

Ella dudó un momento, y cuando habló había un tono de reproche en su voz que hizo que él se avergonzara.

—¿Qué sucede, Adam? ¿No te bastó el fin de semana para convencerte? No tengo ninguna aventura con nadie... solo contigo.

—Lo siento. No pretendía ponerme así, pero parecías disgustada después de haber hablado con él, y aún no sé por qué.

Anna suspiró.

—Josh me preguntó por ti. Piensa que todo esto es demasiado repentino. Pero se comporta como un hermano mayor con todas nosotras, y no hay que darle importancia. Una aprende a ignorarlo al cabo del tiempo.

¿Hermano mayor? Adam sintió el impulso de hacer que Josh Lancaster se tragara los dientes de su entrometida boca. ¿Quién le había dado vela en aquel entierro?

—Basta ya, Adam. Noto que te estás enfadando —dijo Anna en tono de suave reproche—. Josh no tiene mala intención. Es un tipo encantador.

Adam no quería hablar más de él. No quería hablar, y punto. Quería abrazar a Anna, acariciarla, ver cómo se derretía bajo sus caricias. Miró el whisky que aún no había probado.

Entonces oyó que Jaz lloraba. Suspiró, tomó el vaso y lo vació de un trago.

Aquello dejaba zanjado el asunto. No podía ir a casa de Anna. Jamás conducía después de beber; no después de lo que había visto en su trabajo.

—Tengo que dejarte —dijo, reacio—. Jasper está llorando. Nos vemos mañana. Que duermas bien.

—Lo mismo digo. Espero que el niño esté bien.

—Seguro que sí. Buenas noches, Anna.

Colgó el teléfono, salió de la cama y fue a la habitación de los niños. Danny estaba dormido, pero Jasper estaba sentado en un extremo de la cama, frotándose los ojos y lloriqueando.

—Tranquilo Jaz, estoy aquí —murmuró Adam. Tomó al niño en brazos, se sentó en la cama y lo acunó entre sus brazos.

—Tenía un sueño —Jaz hipó con tristeza—. Me daba miedo.

—Ahora ya ha pasado. Estás a salvo conmigo.

«Si me hubiera ido a casa de Anna no habría estado aquí para consolarlo, y seguro que Helle no lo habría oído por encima de su música», pensó Adam.

De pronto, su ardiente deseo por Anna fue reemplazado por el afán de cuidar a sus hijos, de protegerlos.

—Tranquilo —volvió a decir, y acunó a Jaz hasta que sintió que se relajaba por completo. Luego lo metió en la cama y volvió a su dormitorio, tratando de no pensar en Anna y en lo vacía que parecía su cama.

No podía abandonar sus responsabilidades, y no quería hacerlo. Lo que quería, lo que necesitaba, era un refugio, algún lugar en el que esconderse cuando todo le resultaba demasiado. Un oasis de calma y ternura, un lugar en el que recargar sus baterías y apaciguar su alma.

Pensó en Anna y en su calidez, y esta pareció caer sobre él como una gran sábana.

—Buenas noches, mi amor —susurró—. Que duermas bien.

A dos kilómetros de distancia, Anna estaba acostada y sostenía en las manos una bufanda que Adam se había dejado en su casa. Era muy suave y olía ligeramente a su loción para el afeitado. Lo echaba de menos, pero sentía que, de algún modo, estaba muy cerca, casi como si estuviera pensando en ella en aquellos momentos. ¿Se habría acostado ya? Su cama parecía vacía sin él. Vacía y fría.

—Buenas noches, mi amor —susurró—. Que duermas bien. Hasta mañana.

Creyó sentir que la rodeaba con sus brazos y la estrechaba con fuerza contra su pecho, y unos momentos después se quedó dormida.