Capítulo 11

Cuando regresaron y recogieron a Scud, ya era tarde, así que Zach dejó a Jill en su apartamento. La acompañó hasta la puerta y, cuando ella se volvió para decirle adiós, éste la tomó por los hombros y la retuvo unos segundos.

—Gracias por venir a la boda —murmuró.

Jill esbozó una sonrisa radiante. La primera en varios días.

—Me he divertido mucho. Tu familia es encantadora.

—Gracias. Sarah piensa lo mismo. Sus padres fallecieron hace tiempo y sólo tiene una hermana mucho mayor. Al principio, le resultábamos demasiado abrumadores.

—Lo entiendo —dijo Jill.

—¿Tú también estabas intimidada al principio?

—Sólo unos minutos, pero sois todos iguales. Era como estar en una habitación llena de Zachs.

—¿Fue bueno o malo?

Jill se mordió los labios y echó hacia un lado la cabeza, como si lo pensara, aunque no pudo evitar reírse.

—Creo que bueno.

—Me alegro. Y ahora me voy antes de que deje libre mis instintos y quiera acostarme contigo.

—No tienes por qué irte —protestó suavemente.

—Sí, me voy —corrigió él, acariciándole la barbilla—. Porque tú tienes que pensar seriamente antes de continuar esto.

«Ya lo he hecho», podría hacer dicho, pero tenía que trabajar temprano al día siguiente y quería saborear al momento de tenerlo otra vez.

Se puso de puntillas y lo besó en la mejilla, luego le dejó ir.

Sería la última vez, juró. La última.

Jill trabajaba al día siguiente. Había la habitual mezcla de pacientes viejos y nuevas admisiones que habían llegado durante la noche.

Duncan Buckley iba a comenzar un tratamiento contra el cáncer aquella semana y Jill notó que necesitaba todavía ánimo. La herida estaba cicatrizando bien, y progresaba mucho con el implante según la fisioterapeuta.

Jill no tenía mucho tiempo para estar con él, sin embargo, por los nuevos pacientes. Entre ellos, tuvieron tres miembros de una misma familia que habían tenido un accidente en la carretera al volver de una boda.

Posiblemente habrían bebido mucho, pensó Jill. Y recordó que Zach había bebido sólo una copa de champán porque sabía que tenía que conducir.

Jill examinó el movimiento del fémur roto del hombre, le colocó el brazo, y le aseguró que su esposa estaba fuera de peligro.

Ésta, aparte de un corte en la frente y algunos rasguños, se había roto la muñeca y dislocado un pie. Podría regresar a casa aquella misma tarde.

La hija de diecisiete años, consciente de su nariz y su ojo hinchados, se quejaba en la cama y se negaba a animarse. Se había dislocado la cadera y no podía moverla.

—Me duele y tiene un aspecto horrible. Mi novio vendrá a verme y me dejará...

—En ese caso no merece la pena —le dijo Jill—. Tienes mucha suerte de no haberte hecho nada grave, y si él es una persona íntegra, se preocupará por ti. La jovencita no escuchaba, no se consolaba con nada ni con nadie. ¿Quizá con su novio?

El novio era estupendo. Le dijo a la muchacha que estaba muy guapa, la besó y le llevó flores y bombones. Luego se sentó a su lado, le tomó de la mano y se quedó un rato consolándola, mirándola al ojo que tenía sano.

Jill los dejó solos. Tenía planes para aquella noche que incluían flores y bombones, y muchas miradas, y apenas podía esperar a terminar de trabajar y organizado todo.

Zach mientras tanto trabajaba duramente en el granero. Su aspecto era casi de una casa normal y quería terminar aquella tarde con el salón, por lo menos, para tener un lugar donde descansar.

Pero no podía parar de pensar en Jill. Se sentía dividido entre el optimismo y el escepticismo, y la tensión le agotaba.

Hacia las cinco acababa de colgar en la pared el último cuadro, y estaba mirando a ver si estaba recto cuando sonó el timbre. Se limpió el polvo de las manos y fue a ver quién era.

Jill se puso un vestido ligero y suave con botones en el pecho. Era discreto y bonito, y no demasiado elegante. Pensó en llevar al vestido ceñido del día anterior, pero luego recordó que la última vez que se lo había puesto para ir al granero había sido un completo desastre.

Puso las flores y los bombones en el asiento de al lado, y se dirigió hacia casa de Zach. Cuando llegó, ¿cómo no?, había un coche aparcado en la puerta.

¡Maldita sea! Pero ella no iba a escapar de nadie.

Scud fue a su lado sin ladrar. Parecía contento de verla. —Hola, ¿por qué estás tan contento?

El perro pareció sonreír y le pasó la lengua por la mano.

—Gracias, amigo —y se limpió en su lomo. Luego tomó las flores y los bombones y se acercó a la puerta.

Dio un suspiro y entró dentro.

Se oían voces en el salón y olía a pintura fresca, mezclado con aroma de café recién hecho. Ella colocó las flores en el fregadero, puso los bombones en el frigorífico y siguió a Scud hacia el salón.

Zach estaba sentado en el sofá. A su lado había una hermosa chica morena de piel clara, vestida con una camiseta corta y unos pantalones cortos que dejaban ver sus piernas largas y elegantes. Zach la tenía agarrada por los hombros.

Jill deseó haber llevado su vestido ceñido.

En ese momento, la chica se inclinaba hacia Zach.

—Me encanta volver a verte. Te he echado mucho de menos.

—Yo también —dijo, volviéndose hacia ella y dándole un beso en el pelo.

Jill no fue la única que no vio bien aquellas muestras de cariño: Scud se lanzó hacia ellos y en ese momento Zach miró hacia arriba.

—¡Jill, no te esperaba hasta más tarde!

«Ya me imagino», pensó ella. ¿Parecía culpable? No le importaba. La muchacha la miraba sin mostrar ninguna reacción de sorpresa.

—No creo que nos conozcamos. Yo soy Jill, la novia de Zach. No sé quién eres o qué impresión te ha dado Zach, pero no está libre.

Zach hizo un sonido con la boca, mitad tos mitad risa, y la muchacha descruzó las piernas y se levantó, esbozando una sonrisa.

—Yo soy su hermana Jody.

—Oh, lo siento, parecía... lo siento. Zach puso un brazo alrededor de sus hombros y la besó.

—No te disculpes. No sabes lo que he esperado oírte decir eso.

Jill se volvió y vio los ojos de Zach, luego apoyó la cabeza en su pecho.

—Me siento como una idiota.

—¿Te he dicho alguna vez lo que te quiero?

—Sí, pero no te creas que eso te va a dar libertad en el futuro.

—Sí, señora —dijo. Luego se volvió hacia Jody—, ¿Puedo proponer algo?

—Yo voy a irme enseguida. Divertíos. Intentaré ir a vuestra boda.

—Espero que sí.

Zach la abrazó cariñosamente y luego la besó en la frente.

Scud se quedó en la entrada, viéndola marcharse. Luego se volvió a Jill y a Zach con impaciencia. Era evidente que no iban a jugar con él. Así que se tumbó en la alfombra, puso la cabeza entre sus patas y suspiró. Iba a ser una tarde aburrida y larga...

Jill se despertó con el canto de los pájaros y los ronquidos de Zach. Le tocó en las costillas.

—¡Oye!

Zach abrió un ojo.

—¿Cómo que «oye»? ¿Y los «buenos días, cariño»?

—Estamos casados ya y no necesitamos todo eso.

Zach la agarró por las muñecas y la obligó a ponerse sobre él.

—No seas descarada. Buenos días, cariño.

—Buenos días cariño —respondió la mujer, volviéndose y mirando la enorme cama de matrimonio—. ¿No ha sido maravilloso el regalo de Dolly Birkett? —Mmm... y justo a tiempo. Aunque tenía razón, ella no iba a usarlo. Una suite nupcial después de lo que le ha pasado es un poco innecesario.

—Perfecto para nosotros, sin embargo. Creo que nos lo merecemos. Aunque no me gustó que nos hicieran fotos.

Zach la besó en los labios.

Jill se estiró provocativamente.

—Tu madre sabe preparar bien las bodas, ¿verdad?

—Todo es práctica. Ahora estamos todos casados menos Jody, y ella no quiere volver a casarse.

—Puede que se enamore de alguien —dijo Jill, acariciando el vello del pecho de Zach.

Agachó la cabeza y lamió el pezón cobrizo hasta ponerlo duro. Luego se encargó del otro pezón.

—Después de todo a mí me ha pasado.

—Mmm —murmuró Zach—. Puede que... ¡Ah...!

Jill le pasó la punta de la lengua por el pecho hasta llegar al ombligo. Zach se estremeció y comenzó a reír, intentando apartarse.

Se incorporó y la hizo tumbarse boca arriba. Jill rió y agarró la cabeza de Zach, entonces lo besó en la boca y se olvidó de todo.

Volvieron poco a poco a la tierra y Zach se levantó y se acercó a la ventana. Había una vista estupenda sobre el río.

—Es una mañana preciosa. Podríamos dar un paseo.

—Nada de eso. No tenemos a Scud y no necesitamos hacer más ejercicio.

Zach soltó una carcajada y fue al lado de Jill.

—Espero que Scud esté bien con Jody. Se había acostumbrado a la libertad del campo y del bosque —dijo, acariciando los pechos de Jill casi sin darse cuenta—. Parece que va a ser padre y nos han prometido uno de los cachorros. Aunque no creo que lo aceptemos, necesitan demasiada atención.

Jill esbozó una sonrisa serena. —Yo estaré en casa para cuidarlo, ¿no?

Zach frunció el ceño y Jill acarició su frente.

—No frunzas el ceño, hacen falta ciento quince músculos para ello y sólo doce para sonreír. Odio que malgastes tu energía.

—¿Por qué vas a estar en casa?

—Con el niño.

—¿Niño? ¿Qué niño?

—Nuestro hijo —dijo, como si fuera algo evidente—. No hemos tenido cuidado un par de veces.

—La noche en que viniste y echaste a mi hermana de la casa.

—Exacto.

—Un niño —repitió Zach, y su rostro se convirtió en una sonrisa radiante.

—Puede que ahora tenga los pechos más llenos.

—Me gustan así —protestó, apartándola y mirándola.

—Pero si no te gustan las chicas delgadas. Se lo dijiste a Sarah.

—A Dominic no le gustan las chicas delgadas. Le estaba diciendo a Sarah lo que necesitaba escuchar.

—Podrías habérmelo dicho antes, estaba pensando en ponerme silicona.

—No te atrevas a hacer eso. Te amo. Te quiero, señora Samuels, como eres.

Jill apoyó la cabeza en el hombro de Zach y sonrió.

Aquello era maravilloso.

Fin