Capítulo 4
Cuando Jill vio a Ryan no fue en el hospital, sino en el granero de Zach. Era un fin de semana y Zach había conseguido convencerla de que no pasaría nada si iba de día.
—Creo recordar que era de día —comentó cortante la muchacha—. Me parece que eso da exactamente igual.
—Me comportaré bien, te lo prometo.
—También dijiste eso aquel día.
Zach tomó su mano y esbozó una sonrisa.
—Por favor, ven. No puedo hacer nada en el granero con la mano así y voy a aburrirme mucho con Scud como única compañía. Puedes ir en tu coche, si prefieras, y hablarme a través de la ventanilla si así te sientes más segura.
—Puede que lo haga —dijo, pero no fue necesario. Poco después de que llegara, apareció Ryan O'Connor y sus dos hijos pequeños. Jill a su pesar se sintió molesta de no tener a Zach para ella sola.
—¿Interrumpimos? —quiso saber Ryan.
—No. Además es estupendo que hayas venido. Jill no confía mucho en mí, así que tú servirás de carabina. Conoces a Jill Craig, ¿no?
El hombre asintió, se acercó y dio la mano a Jill.
—Encantado, Jill. Estos son mis hijos: Evie y Gus. Niños, decid hola a la señorita Craig.
—Hola —dijeron los niños al unísono.
—Tío Zach, queremos llevarnos a Scud a dar un paseo, ¿podemos?
—Claro, si vuestro padre os deja.
Ryan asintió con un gesto de cabeza y su cabello brilló al sol... era el mismo pelo dorado que el de Evie.
—No vayáis muy lejos, Evie. Dad una vuelta y volved enseguida. No quiero que vayáis al bosque.
—¡Pero nos gusta el bosque, papá! —exclamó la niña con voz mimosa.
—He dicho que por aquí cerca, si no os quedaréis con nosotros —insistió el hombre.
La niña hizo un puchero, pero el padre no cambió de opinión, para sorpresa de Jill.
—De acuerdo entonces. ¿Le ponemos la correa?
—Sí —dijo Zach, pasando el perro a la niña. Instantáneamente el animal se tranquilizó y caminó despacio, siguiendo el paso de la pequeña. Ryan sonrió.
—El pobre perro se cree que va a dar un gran paseo.
—Luego lo llevaré yo —prometió Zach—. Ven a ver el granero, está progresando.
—¿Qué tal tu mano?
—Mejor, aunque todavía me duele y no la puedo mover. Necesita cariño y Jill no coopera.
—Es una mujer inteligente. Sabe hablar mejor que yo, pero no confíes en él, Jill. Yo soy mejor persona.
Los tres rieron y se dirigieron al granero para examinar la viga que había causado la herida a Zach. Jill se quedó aterrada al ver que la viga se había quedado a la altura de la cabeza.
—¡Podría haberte matado! —exclamó.
—¡Le importo! —dijo Zach a Ryan.
—En sueños —respondió Jill.
—Si ahora no estuviera aquí Ryan, te hablaría de mis sueños...
Ryan hizo un gesto con la cabeza.
—Tranquilo, chico. Creí que estaba aquí para cuidarla. Enséñame lo que has hecho o cualquier otra cosa mundana, y olvídate de ella. Jill esbozó una sonrisa y les dejó discutiendo detalles del techo. Puso agua a calentar y fregó unas tazas; luego salió al campo para comprobar que los niños estaban bien.
Al principio no los vio por ninguna parte, así que rodeó el granero. Los divisó por fin a lo lejos, haciendo un ramillete de rosas. Estaba prohibido, por supuesto, pero había tantas y los niños estaban tan alegres, que no les dijo nada.
—¿Para quién son las flores?
—Para el tío Zach —dijo Gus—, porque tiene una mano mala.
—Con esto se pondrá más contento.
—Es una buena idea —dijo Jill, agachándose a su lado y dando un golpecito a Scud, que estaba tumbado esperando impacientemente seguir el paseo—. Contadme algo. ¿Cuántos años tienes, Evie?
—Cinco, casi seis. Gus tiene cuatro.
—Casi cinco.
—No hasta julio. Mi cumpleaños es en mayo. Él todavía no va a la escuela, irá el próximo trimestre —dijo orgullosa la niña.
—¿Así que, Gus, vas a una guardería?
El niño asintió.
—Pintamos y cantamos y escribimos letras, y algunas veces vamos al zoológico.
—Sólo una vez.
—¿Y te gustó?
El niño volvió a asentir.
—Especialmente los tigres, con sus dientes enormes.
Jill pensó que eran unos niños preciosos y que era una lástima que hubieran perdido a su madre.
—Vamos a darle al tío Zach el ramo de flores antes de que se pongan feas —sugirió Jill, poniéndose en pie.
Fueron los tres de la mano, Scud intentando no arrastrar a Evie. Al llegar la niña le dio el ramo a Zach. —Toma, estás malito y van a curarte. Tienes que ponerlas en agua o se marchitarán y se pondrán feas.
Zach se agachó y tomó las flores, mirando fijamente a la niña. Jill se dio cuenta de que se había emocionado, y se sintió a su vez conmovida.
¿O era amor? Dio un suspiro profundo y observó cómo el hombre acariciaba la cabecita de Evie.
—Gracias, bonita, ha sido un detalle precioso.
—Es de los dos —dijo Gus, y Zach se volvió hacia él.
—¿Sí? Pues a ti también gracias. Las voy a poner en agua ahora mismo.
Zach buscó un recipiente donde colocar el pequeño ramo, mientras que Jill preparó té y bebidas frías para los niños.
Se llevaron las bebidas fuera, al lugar donde iba a ser el patio, y se sentaron relajadamente a tomarlas. Scud olfateaba animado. Sólo le sobresalía el rabo entre la hierba.
—Me encanta este lugar —dijo Ryan, estirando las piernas y dando un suspiro perezoso—. Me podría sentar aquí y quedarme horas escuchando los pájaros.
—A las cinco de la mañana no es tan agradable —dijo Zach.
Rieron y Ryan miró hacia el granero.
—¿Cuándo compraste este montón de escombros?
—¿Montón de escombros? —repitió Zach indignado.
—Es una manera de hablar.
—Desde luego es un poco cierto. Lo vi hace dos meses, después de saber que iba a comenzar a trabajar.
—Has elegido bien. Ann siempre quiso algo así; le habría encantado —murmuró Ryan.
Lo había dicho con el rostro serio, y a pesar de todo sin tristeza, aunque Jill advirtió la soledad de aquel hombre. Fue la soledad que había sentido también en Zach, y se preguntó si no habría sido aquello lo que los habría unido. —¿Cuánto hace que os conocéis? —quiso saber Jill.
—Hace dos semanas. Nos conocimos jugando al squash.
—Creí que hacía mucho tiempo que os conocíais.
—Es lo que me parece a mí muchas veces. Me imagino que tenemos muchas cosas en común, mucho trabajo y poco tiempo, libre, por ejemplo.
Ryan hizo un ruido con la boca.
—Así es, pero me gusta mi vida. Tengo dos niños preciosos y un trabajo que me encanta. Podría ser mucho peor.
Jill pensó que tenía que ser un hombre con una profunda filosofía de vida, para decir eso después de haber perdido a su esposa siendo tan joven. Le preguntaría a Zach cómo había muerto.
La conversación derivó a temas personales. Finalmente, Ryan se levantó.
—Aquí se está maravillosamente, me quedaría para siempre.
Jill pensó que ella también se quedaría el resto de sus días, aunque sabía que eso era como querer volar, algo que no iba a ocurrir. A diferencia de Ryan, Zach no parecía ser el tipo de hombre que quisiera sentar la cabeza y casarse.
Quizá debería abandonarse y tener una aventura con él. Le podría sentar bien relajarse y disfrutar de la vida, aunque eso finalmente conllevara sufrimiento cuando todo acabara...
Zach no le dio la oportunidad de tener esa aventura. Tomó al pie de la letra su palabra y se mantuvo a distancia prudencial continuamente. Sólo se acercaba a veces para acariciarla brevemente o besarla, o hacer algún comentario provocativo.
Zach se permitía tocarla sólo cuando era seguro, por ejemplo mientras trabajaban o cuando ella tomaba notas; entonces él a veces la tomaba de la mano un segundo.
Un día, Brian Birkett llegó al hospital desafiando la orden de prohibición. Jill pasaba junto a la habitación de la señora Birkett cuando notó un movimiento. Descubrió con espanto que el hombre tenía un revólver en la mano y lo dirigía hacia su esposa dormida. Sin pensarlo, se fue hacia él y lo golpeó en la espalda, haciéndole perder el equilibrio.
Se oyó un disparo y el hombre se dio la vuelta y la tiró al suelo. Luego se oyó otro disparo y Jill sintió el roce de una bala que se clavaba en la pared. A continuación, el señor Birkett se marchó a toda prisa sin que nadie pudiera detenerlo.
Zach llegó enseguida.
—¿Estás herida? ¿Te ha golpeado?
—No, no ha sido nada. ¿Cómo está Dolly?
Zach la dejó un momento y contempló a la aterrorizada mujer, luego corrió a la puerta.
—Llamaré al vigilante.
Jill se levantó y vio con horror que Zach salía corriendo para atrapar al señor Birkett. Mary O'Brien estaba hablando por el teléfono, al parecer con el vigilante. Jill se sentó, le temblaban las piernas.
—¿Estás bien? —preguntó la enfermera mayor, apareciendo en la puerta.
—Sobreviviré. ¿Cómo está Dolly?
A partir de ese momento, todo se hizo confuso. Un policía llegó y le hizo unas preguntas, las mismas una y otra vez, mientras Zach observaba desde lejos. El señor Birkett había logrado escapar y la policía le había perdido la pista en la calle.
Cuando el interrogatorio con la policía terminó, Zach la llevó a casa.
—Estaré bien, no te preocupes —le dijo a Zach, pero las piernas no parecían dispuestas a sostenerla, y tenía los ojos anegados en lágrimas.
Zach le preparó una taza de té muy azucarado y la obligó a bebérselo. Una vez que lo hubo terminado, la sentó en su regazo y la abrazó mientras ella lloraba desconsoladamente.
—Intentó matarme —dijo, cuando finalmente pudo hablar.
Los brazos de Zach la apretaron con fuerza.
—Gracias por estar conmigo —murmuró.
—No me des las gracias. Tengo que asegurarme de que estás viva.
Jill alzó la cabeza y esbozó una sonrisa, luego lo besó en los labios.
—Estoy viva —susurró.
Entonces, Jill bajó la cabeza y puso sus labios en los de él, y él enteró una de sus manos en el cabello rubio de ella, para así sujetar su cabeza mientras se besaban. Jill suspiró dentro de la boca de Zach y el tiempo se detuvo.
Se besaron durante mucho tiempo y, finalmente, cuando el deseo se estaba haciendo más y más intenso, Zach alzó la mano y tocó sus labios.
—Eres preciosa. Vamos a mi casa.
—¿Por qué?
—Porque te deseo y tú me deseas, y tengo que sacar al perro.
Jill se quedó inmóvil en los brazos de Zach, mirándolo a los ojos.
—No íbamos a hacer esto.
—No tenemos por qué hacerlo —explicó, y Jill creyó sus palabras—. Simplemente no quiero que nos separemos todavía.
—Si me voy a tu casa, terminaremos en la cama, lo sabes perfectamente.
—Ven un rato. Ella quería, pero no podía. Había algo dentro de ella que la advertía de no hacerlo.
—No, estaré bien, Zach. Vete a sacar a Scud, yo me quedaré y me acostaré temprano.
—No puedo hacerlo. La policía no quiere que estés sola, no mientras no sepan el paradero del señor Birkett.
—¿Entonces estás aquí obedeciendo órdenes?
Zach la apretó entre sus brazos.
—Por el amor de Dios, Jilly, no seas tonta, no te dejaría nunca sola, a pesar de lo que la policía dijera; y además, en este caso tengo que estar de acuerdo con ellos. No creo que debas estar sola, así que olvídalo. O te vienes a mi casa para pasar la noche allí, o te vienes, sacamos al perro, y volvemos y nos quedamos aquí. Tú eliges.
—No me permiten tener perros aquí.
—De acuerdo, entonces tienes cinco minutos para recoger tus cosas.
—No quiero dormir contigo.
—No hay problema. Recoge tus cosas.
Él no había insistido mucho, pensó Jill, mientras metía algo de ropa en una bolsa. Era evidente que esperaría a estar en el granero antes de intentar convencerla para que se acostaran juntos. «Pues no voy a dormir con él», decidió. «Me da igual lo que diga».
No hubo ningún problema, sin embargo. Zach, decidiendo que no confiaba en sí mismo demasiado, le dio de cenar, la metió en la cama, le dijo a Scud que se quedara a los pies, y él se fue fuera con un saco de dormir.
—¿Dónde vas? —preguntó sorprendida.
—Dormiré en tu coche —le dijo—. Quieres tener confianza en mí, y yo voy a hacer que la tengas.
Y la puerta se cerró con un ruido sordo.
Scud no perdió un segundo, enseguida se subió a la cama y puso la gran cabeza al lado de la de ella, mirándola con sus ojos inteligentes.
—Eres un monstruo, Scud. Tienes que mirar hacia el otro lado.
El perro lamió la cara de Jill y luego puso la cabeza entre las patas con un suspiro. Jill se dio la vuelta, enterró el rostro en la colcha e instantáneamente se quedó dormida.
No hubiera dormido tan pronto si hubiera sabido que Zach estaba fuera despierto, esperando aterrado ver una señal de Birkett. Era bastante improbable que conociera el lugar y supiera que Jill estaba allí, pero no podía estar tranquilo.
Además, necesitaba pensar en algo para olvidarse del anhelo que le estaba consumiendo por dentro.
En esos momentos deseó tener el hábito de fumar.
La deseaba con locura y no podía borrar el recuerdo de ella en sus brazos. Había intentado con todas sus fuerzas mantenerse alejado de ella y no tocarla, pero aquella noche no había podido evitarlo.
No se le olvidaban esos ojos grises, ese cuerpo caliente y delgado...
Gimió y Se dio la vuelta, intentando amortiguar el dolor. De repente se quedó helado. ¿Había oído algo? Era imposible, pensó, o sería un zorro. O sus hormonas, que no se calmaban.
Se tumbó boca arriba y cerró los ojos. Inmediatamente vio el cuerpo de Jill estirándose en su cama, con una sonrisa en los labios. ¡Maldita sea!
Jill se despertó de repente sin saber qué la había molestado. Scud estaba despierto, se había incorporado y tenía las orejas de punta.
La cerradura se abrió y el perro gruñó amenazadoramente. —Calla, Scud. Es Zach —murmuró adormilada.
Entonces el perro se puso en pie y ladró furiosamente. Se oyó un disparo y Scud cayó a su lado con un grito de agonía. No hubo más disparos ni más gritos. La puerta se abrió y cerró y oyó la voz de Zach fuera.
«¡Dios mío, que no le pase nada!», rezó levantándose. Consiguió llegar hasta la lamparilla y la encendió en el momento en que Zach entraba.
—Se ha ido. ¿Estás bien? ¡Jilly, háblame!
La muchacha vio sus ojos horrorizados y fue a su lado.
—Estoy bien. Ha dado a Scud...
El hombre se arrodilló al lado del perro y lo acarició.
—¿Scud? No va a pasar nada, amigo. Estoy aquí. Jilly, llama a la policía y diles que va hacia la ciudad. Luego llama al veterinario, el número está al lado del teléfono. ¡Es un canalla!
Jill oyó el ruido de una tela al rasgarse y vio a Zach enrollando un trozo de almohada al cuello del perro. La muchacha llamó a la policía, y al veterinario. Mientras tanto no podía borrar de su mente que la bala de Scud iba dirigida a ella.
Colgó el auricular, fue al baño y se lavó la cara. Luego se secó y volvió a la salita.
—¿Qué puedo hacer?
Zach la miró preocupado y temeroso.
—Pon el coche en marcha y llévalo hacia el patio. Llevaremos a Scud por ahí.
Jill obedeció y ayudó a sacar al animal envuelto en una manta. Luego lo pusieron en la parte de atrás del coche de Zach. Él se arrodilló en el hueco que había tras el asiento del pasajero y fue todo el camino sujetando el cuello del perro.
Para Jill fue una pesadilla conducir a gran velocidad por carreteras secundarias desconocidas, en un coche extraño y con Zach suplicándole que fuera más deprisa, ya que la vida de Scud se iba consumiendo entre sus manos. Finalmente llegaron al aparcamiento del veterinario, que los esperaba con las luces encendidas.
Y a continuación no pudieron hacer más que esperar... Con los dedos entrelazados y el corazón encogido, esperaron impacientes a que el veterinario salvara la vida de Scud.
Por fin, la puerta se abrió y el veterinario salió con una sonrisa en los labios.
—Ha perdido mucha sangre, pero no tiene ninguna lesión grave. Estará unos días bajo de energía, pero en enseguida se recuperará.
Zach echó la cabeza hacia atrás, intentando contener la emoción. Luego miró al veterinario.
—Gracias. Es el perro de mi hermana. Todos lo queremos mucho... —su voz se quebró, y Jill apretó su mano cariñosamente—. Creo que deberíamos ir a la policía ahora mismo —dijo finalmente—. Estarán preguntándose dónde estamos.
Se lo estaban preguntando, pero no había ninguna prisa ya. La policía había visto el coche de Brian Birkett a toda velocidad por los caminos que rodeaban el granero, lo habían seguido y habían visto cómo en una curva se había salido de la carretera y se había empotrado en un árbol. Según el detective les explicó, ya no sería un peligro para su esposa ni para nadie nunca más.
Había otro problema, y era que alguien, probablemente Birkett, había roto la ventana del dormitorio de Jill y había disparado varias veces sobre la cama.
—Yo no volvería allí esta noche, si fuera usted —aconsejó el policía—. Han llamado al dueño de la casa y han arreglado ya la ventana, pero queremos analizar los trozos de cristal y las balas, para asegurarnos de quesea el mismo hombre que luego fue al granero. Yo no iría tampoco esta noche allí, doctor Samuels.
Jill miró a Zach.
—¿Dónde podemos ir? —preguntó.
—A casa de Ryan. Nos dejará estar allí el resto de noche que queda.
Zach dio a la policía la dirección de Ryan, luego ayudó a Jill a meterse en el coche, le puso el cinturón de seguridad y al sentarse la miró cariñosamente.
—¿Estás bien?
—Sobreviviré.
Fue una frase desafortunada, y ambos se quedaron impresionados. Zach dijo algo entre dientes y la abrazó. Zach estaba temblando. Jill puso la cabeza en su hombro y rió entre sollozos.
—Lo siento. No debí decir eso.
—No te preocupes. Vamos, iremos a casa de Ryan.
Se dirigieron hacia las afueras, a una preciosa casa de dos plantas. Fuera, en el porche, las luces estaban encendidas y Jill se alegró, no quería volver a estar en la oscuridad de nuevo. Zach pulsó el timbre unos segundos, y las luces de la casa se encendieron. Enseguida se oyeron unos pasos.
Jill se recostó sobre Zach mientras esperaban que la puerta se abriera. Zach le contó brevemente todo, y Ryan los miró con los ojos abiertos de par en par.
—Entrad, ¡Dios santo! —dijo, conduciéndolos al salón—. ¿Queréis una copa? ¿Un coñac, un whisky?
—¿Puede ser un té? —preguntó Jill—. Mataría por una taza de té... ¡Oh, Zach...!
Entonces se abrazó a Zach, recordando el horror de la noche. Y éste la apretó tan fuertemente que pensó que iba a romperle la espalda.
No lloró. Estaba tan impresionada y asustada, que apenas podía moverse. Se quedó en aquellos brazos que la hacían sentirse tan bien hasta que la tensión de ambos fue disminuyendo poco a poco y pudo comenzar a respirar de nuevo.
Entonces, Ryan le ofreció una copa de coñac a Zach, y a ella una taza de té.
—¿Podríais contármelo despacio?
Zach comenzó desde el principio, desde que la señora Dolly Birkett había sido admitida en el hospital. Poco a poco, todo comenzó a tomar sentido para Jill.
—Me ha intentado matar porque escuché aquella conversación, ¿verdad?
—Me imagino que sí —dijo Zach con suavidad—. De todas maneras, todo ha terminado ya, cariño. No volverá a intentar hacerte nada.
—Ni a ti —dijo ella, mirando su cara encantadora, imaginándosela fría y sin vida. La suya podría estar en esos momentos así, si no hubiera sido por el perro—. Llama al veterinario —pidió de repente.
Zach lo hizo y volvió diciendo —que Scud seguía bien.
—Llamará aquí si hay algún cambio.
Ryan asintió.
—Muy bien. Espero que no tenga que llamar. Y ahora hablemos de las habitaciones, ¿una o dos?
—Una —dijeron al unísono.
—Una, sí. No voy a dejarla sola de nuevo —dijo Zach.
—¿Y si os doy la habitación doble?
—Estupendo.
Sin embargo durmieron en una cama los dos, abrazados fuertemente el uno al otro. No hubo ningún amago de hacer el amor, estaban los dos tan cansados y asustados que ni siquiera se les ocurrió.
Hasta por la mañana.
Zach la despertó con un beso que se convirtió en un arrebato de pasión en pocos segundos. Sólo la llamada de Ryan en la puerta los hizo tranquilizarse.
El hombre abrió la puerta y habló a través de una rendija. —He llamado al hospital y he dicho que no iréis. Yo voy a llevar a los niños a la guardería y luego me iré a trabajar. Quedaos aquí y sentíos como en vuestra casa.
La puerta se cerró suavemente y luego se oyeron voces en la planta de abajo. Unos minutos después, todo se quedó en silencio.
Zach apartó las sábanas y se acercó a la ventana.
—Ella estará a salvo ahora —dijo en voz baja.
—¿Dolly?
—Sí. Voy a llamar al veterinario. ¿Quieres una taza de té?
—Me encantaría.
—Quédate aquí.
Zach salió y la dejó tumbada en la cama, oyendo el sonido del tráfico y de los pájaros. Todo parecía tan soleado, tan normal y tan seguro, que cerró los ojos y se quedó dormida.
Zach volvió con el té unos minutos más tarde y la encontró dormida. La vio tan frágil, tan increíblemente deliciosa...
¡A Dios gracias Birkett estaba muerto!