Capítulo 9
A Zach no le sorprendió la respuesta de Jill, lo que más le sorprendió fue el dolor que sintió. Dejarla marchar sin pelear era quizás la cosa más difícil que jamás había hecho, pero había tenido que hacerlo. Después de todo tenía que respetar su decisión, aunque lo destrozara.
¡Caramba! Se pasó el dorso de la mano por los ojos y tomó aliento. Luego otra vez y otra. Parecían sollozos.
Se mordió los labios y e intentó calmarse. ¡Maldita sea! El no podía llorar.
Tomó el teléfono y marcó un número de manera automática.
—¿Estás ocupado? —preguntó, sin saludar.
—No. No especialmente —hubo una pausa—. ¿Quieres venir?
—¿Están los niños en la cama?
—No, están en casa de sus abuelos. ¿Quieres que vaya yo?
Miró a su alrededor y vio las cosas de Jill por todas partes.
—No, iré yo.
Ryan estaba en la puerta esperándolo, le dejó entrar sin una palabra.
—¿Dentro o fuera?
—Dentro. Necesito hablar, y no quiero que tus vecinos lo oigan.
Ryan lo llevó a la cocina, puso en la mesa un par delatas de cerveza y se sentó, alcanzando otra silla para Zach.
Zach bebió un poco de cerveza antes de sentarse.
—No me ama —dijo sencillamente.
—Ah.
—Tenía el presentimiento de que iba a decirme eso. Trataba de convencerme a mí mismo de que me amaba, de que era sólo una cuestión de confianza, pero puede que su reserva fuera producto de esa falta de amor —alzó los ojos y miró fijamente los ojos verdes de Ryan—. Creí que iba a morirme cuando salió de casa. Luego entré y vi cosas suyas por todas partes...
Ryan le dio otra lata de cerveza.
—Sé cómo te sientes. ¿Quieres que te ayude a recoger las cosas?
—No, no te preocupes. No me hagas mucho caso, no hay tantas.
Había ropa interior en su armario, cosas de aseo en el cuarto de baño, algún jersey que otro, una chaqueta para sacar a pasear al perro, botas...
—¿Qué ha pasado? —quiso saber Ryan.
—Ayer por la mañana le dije que la amaba y le pedí que se casara conmigo. Le dije que reflexionara y que al día siguiente nos veríamos. Esta mañana llamó al hospital y dijo que estaba enferma, fui a su casa y no estaba. Finalmente me llamó al hospital y me dijo que iría a casa a las siete. Parecía un poco nerviosa... no sé, estaba rara. Me imagino que, si hubiera pensado decir que sí, habría estado más alegre, no sé. Por eso yo estaba un poco a la defensiva.
Zach hizo una pausa y se echó el pelo hacia atrás.
—El caso es que llegó y me dijo que no me amaba y no podía darme lo que yo quería. Luego se fue.
—¡Qué directa! —dijo Ryan, con el ceño fruncido.
—Sí, así fue. No duró más de cinco minutos.
—Sería horrible, ¿no?
—Sí, fue horrible. Luego entré en casa y había cosas suyas por todas partes, como te dije, y necesitaba salir. Lo siento.
—No te preocupes, los amigos están para eso.
De repente se oyó un ruido fuera y Ryan levantó la cabeza.
—¿Está Scud en el coche?
—Sí, no quería dejarle solo.
—Puedes traerlo, no hay problema.
Así que Scud entró y se apoyó contra la pierna de Zach, dándole un poco de calor y consuelo. Zach le dio una palmadita en el lomo y entonces comenzó a llorar. Ryan se levantó y lo dejó solo.
Cuando apareció de nuevo, llevaba una botella de whisky en la mano y le sirvió un vaso a Zach.
—Lo siento, pero me ha hecho mucho daño —se disculpó, alzando los ojos.
—Tranquilo. Te entiendo.
Zach dio un suspiro profundo.
—No sé por qué estás siendo tan amable. Tendrías que decirme que me fuera al infierno y dejara de ser tan dramático. Después de todo está viva.
—La pena es una emoción egoísta. Cuando Ann murió, yo estaba triste porque ella no vería crecer a los niños, pero en realidad estaba sobre todo triste por mí. Fue todo muy repentino, en un momento estábamos viajando, y al siguiente, estaba muerta.
—Creí que estabas dormido.
—Había estado durmiendo y estaba todavía amodorrado. Tuve tiempo de gritar: ¡Cuidado!, y el coche nos dio. Ella no tuvo tiempo de volver la cabeza. Da igual, lo que quiero decirte es que lo que yo sentí, y lo que tú estás sintiendo, es una sensación de pérdida... un vacío, algo que no está donde antes había calor y compañía.
El hombre estaba serio.
—Vas a sentir la soledad, Zach. Llenarás tus días con el trabajo y tus noches con los amigos, y luego irás a casa y te meterás solo en la cama. Eso es lo duro.
—¿Todavía sientes la soledad?
Ryan hizo una mueca.
—Tengo a mis hijos, que son estupendos, y tengo un grupo de colegas con los que estoy a gusto, y te tengo a ti para ganarme al squash cada vez que mi vanidad aumenta.
—Tenemos que ir a jugar de nuevo. Quizá es lo que necesitamos, una sesión de squash para bajar a la realidad. ¡Pero si he estado a punto de casarme! ¡Vaya destino!
Ryan esbozó una sonrisa, aunque sus ojos siguieron serios. Zach tenía el presentimiento de que los suyos tampoco sonreían, aunque ya no le importaba. Se bebió su whisky y Ryan le sirvió otro mientras conversaban sobre lo mismo, hasta que finalmente Zach decidió que haberse casado con Jill habría sido un error fatal.
A las dos de la mañana, Ryan lo llevó a la cama, y por la mañana, se despertó con dolor de cabeza y la boca y la lengua secas. Scud había dormido a sus pies, y a su lado había un vacío. Allí era donde debía estar Jill. En ese momento, entendió lo que Ryan le había explicado de la soledad.
Jill no estaba segura de cómo mirar a Zach al día siguiente. Afortunadamente no lo vio, porque él estuvo en el quirófano toda la mañana y por la tarde se marchó. Las visitas de Zach las hizo un suplente suyo, excepto una que hizo Robert Ryder.
Era un joven al que le habían quitado un tumor en el hueso aquella mañana. Jill pensó que concentrándose en él olvidaría su propia tristeza. Se equivocaba, ya que el muchacho estuvo todo el día durmiendo por los sedantes, y entonces, Jill no pudo hacer otra cosa que revisar una y otra vez los aparatos.
Mary había estado todo el día mirándola, hasta que, cuando Jill estaba a punto de marcharse a casa, la llamó a su despacho y cerró la puerta.
—Muy bien, ¿qué pasa?
—Nada —contestó Jill.
—Mentira. Y no me digas que no es asunto mío. Cuando alguien que trabaja conmigo está tan triste como tú estás hoy, se hace asunto mío.
Jill se mordió los labios y miró por la ventana sin decir nada.
—¿Zach?
—Hemos roto —dijo, sin mirarla, por miedo a comenzar a llorar.
—Pobrecilla, ¿te lo dijo ayer noche?
—No, se lo dije yo.
Mary se quedó asombrada.
—¿Tú? ¡Oh! Estuvo esta mañana aquí un rato, y parecía de mal humor. ¿Quieres hablar de ello, cariño?
—No —dijo Jill secamente, luego se sintió culpable con la mujer—. No —repitió más suavemente—. Lo siento, Mary, es todavía muy reciente.
—De acuerdo, cariño. Entiendo.
—Me voy ya —le dijo—. Te veré mañana a las doce.
Dicho lo cual se fue a casa con los ojos humedecidos, y se tiró en su cama. Luego se levantó, se cambió de ropa y limpió el apartamento en profundidad.
No estaba sucio, había hecho lo mismo la noche anterior. Si ello la ayudaba a superar lo de Zach...
Pero su suerte cambió la siguiente tarde. Zach fue al hospital a ver a Duncan Buckley, el hombre al que le habían quitado el tumor en una de las piernas. Ella estaba cuidándolo, y Zach, como médico de Robert Ryder, era el responsable del seguimiento.
Antes de examinar al joven, Zach miró a Jill, haciéndole un gesto con la cabeza. Ella le devolvió el gesto y eso fue todo.
Bastante normal, o eso fue lo que Jill pensó.
Zach luego examinó la herida, el suero, habló con el paciente y se volvió hacia Jill.
—¿Podemos hablar un momento?
—¿Es necesario? —preguntó Jill en voz baja.
—¿Estás cuestionando mi opinión profesional?
Jill se ruborizó violentamente.
—Lo siento —dijo torpemente—. No sabía lo que querías.
«Tampoco sé lo que yo quiero», pensó Jill para sí. Y resistió la tentación de preguntarle cómo iban sus planes de boda. No, no se humillaría. Levantó la barbilla y siguió hacia uno de los despachos.
—¿Sí?
—Tenemos el informe de patología de su pierna. Es grave. Es un cáncer particularmente agresivo, y las posibilidades que tiene de superarlo son pocas. Creo que tienes que estar informada.
—¿Se lo vas a decir? Él sabe que tiene cáncer, creo.
—No lo sé. Lo discutiré con Robert. Si él te pregunta, finge que no lo sabes y dímelo a mí o a Robert. Y por el amor de Dios, mantén a esa chica lejos.
—¿A Angela?
—Sí, que no se acerque, que él tiene bastantes problemas ya.
—Ya se ha ido, de todas maneras.
—Bien. Esperemos que la nueva sea mejor —Zach se dirigió, hacia la puerta y vaciló unos segundos. Luego se dio la vuelta—. Vamos a tener que trabajar juntos, Jill. ¿Será un problema para ti?
—No si no lo es para ti —mintió.
—Bien. Entonces no hay problema.
Zach se marchó y ella quiso gritar. ¡Claro que había problemas! Pero no podía hacer nada, todo tenía que seguir como si nada hubiera pasado.
Se dirigió a la habitación de Duncan Buckley e intentó cuidarlo y hacerle pasar el tiempo lo mejor posible. Era lo menos que podía hacer por él.
Cuando tuvo un momento libre, fue a ver a Debbie Wright, la chica a la que le habían tenido que quitar el injerto de la rodilla. Se estaba recuperando bien, y estaba animada. Aunque de momento no podía caminar y tendría que depender, por un tiempo, de otros para su movilidad.
Aquella tarde la pusieron en una silla de ruedas y su madre la sacó al jardín para dar un paseo. Allí, se encontraron con Dolly Birkett, también en silla de ruedas, y volvieron juntas, parando en la habitación de Duncan para hablar un poco con Jill.
Jill se alegró de ver a Dolly hablando con otras pacientes. Había temido que la mujer sufriera una depresión, pero tenía un aspecto alegre a pesar de que sus heridas no cicatrizaban todo lo bien que era de esperar. La iban a trasladar al día siguiente a otro centro para implantarle un estimulador eléctrico.
A la mañana siguiente, antes de que se la llevaran, Dolly llamó a Jill y le puso algo en la mano.
—Es algo que gané en el concurso de una revista. No es mucho, pero yo no voy a poder utilizarlo con mi pierna así. Es para ti y para ese hombre tan simpático que tanto te gusta. Es encantador, espero que seáis muy felices juntos. Por lo menos sabes que él no te tratará como mi Brian me trataba a mí.
Jill miró el sobre que tenía en la mano.
—Gracias, Dolly —murmuró, incapaz de decirle que Zach y ella ya no estaban juntos—. No tenía que haberse molestado.
—Tonterías. Te comportaste conmigo estupendamente, y Brian estuvo a punto de matarte. De todas maneras no me costó nada. Divertíos.
Jill estaba demasiado nerviosa y emocionada al tocar el tema de Zach y no mostró curiosidad, simplemente se metió el sobre en el bolsillo y se despidió de Dolly, deseándole buen viaje a Londres. Luego, fue a la habitación de Duncan.
El muchacho estaba ya más despierto y Jill supo que iba a comenzar a hacer preguntas difíciles. Para lo que no estaba preparada era para que se las contestara él mismo.
—Me estoy muriendo, ¿verdad? —fue el primer comentario.
—No si nosotros podemos hacer algo —dijo Jill con firmeza.
—No me engañe, enfermera —dijo, con los ojos grises fijos en ella—. Sé que me estoy muriendo, no es una pregunta. La única pregunta es cuándo, y también creo que sé que va a ser pronto.
Jill no sabía cómo responder a eso.
—Creo que estás imaginándote demasiadas cosas —dijo, tras una pausa—. Yo no estoy capacitada para contestar a tus preguntas, no tengo suficiente información para ello. Todo lo que sé es que los doctores no me han dicho nada de eso y tú no deberías decirlo.
—Sólo me enfrento a la realidad. Tengo treinta y dos años, y he tenido hasta ahora una vida maravillosa. He disfrutado cada minuto de ella. Ya se acaba y no lo lamento. Por lo menos me lo he pasado bien. Si quieres sentir pena por alguien, hazlo por mi madre y mi novia, que son las que sufrirán más. Yo no estaré. Jill se llevó aquellas palabras consigo aquella noche, y la ayudaron a relativizar su situación.
El problema era que había cometido otro error al confiar en Zach. Había sido una estupidez, pero lo superaría. Por muy triste que fuera la separación, sobreviviría. Se podía cambiar a otro sitio, y después de un tiempo quizá fuera capaz de recordarle con cariño en vez de con angustia y desagrado.
De momento, prefería no pensar en él, ya que la herida estaba demasiado reciente.
Se metió las manos en los bolsillos y, de repente, notó el sobre que Dolly le había dado aquella mañana. ¿Qué sería?
Lo abrió. Era una invitación para dos personas de un fin de semana en la suite nupcial de un hotel de Cambridge con todos los gastos pagados. Era increíble cómo las cosas cambiaban. Pocos días antes hubiera sido maravilloso y habrían disfrutado enormemente.
¿Y si se lo daba a él como regalo de boda?
Zach estaba profundamente deprimido. No comía, no dormía. Fue a hacer un cursillo a Cambridge del que no aprendió absolutamente nada. Además, tenía que solucionar la boda de su hermano, que por otro lado, no cooperaba lo más mínimo.
—Es sólo un trozo de papel. Una formalidad. ¿Por qué tengo que casarme con ella sólo por compromiso?
—Si es una formalidad, ¿por qué no lo aceptas aunque sea sólo por agradar a Sarah?
—Todo iba bien antes de que se quedara embarazada.
—Los niños son maravillosos.
—Sí, pero no hace falta casarse.
—No seas estúpido y vuelve con ella, que es lo más importante. Dom maldijo, pero Zach sabía que no era importante. Estaría en la boda porque era una persona buena y amaba a Sarah.
Uno de esos días tenía que hacer una llamada desde el hospital. Confiaba en que Jill no estuviera allí para poderse concentrar, pero no tuvo suerte.
—Tenemos que revisar otra vez la lista. Si Stella va a cambiar sus vacaciones porque tiene un nuevo novio, tendremos que rezar por que le dure un poco —dijo Mary desesperada—. Vayamos al despacho y miremos a ver.
Fueron y se encontraron a Zach en la mesa, hablando por teléfono.
—De acuerdo, así que la boda será a las tres y cuarto... Samuels. Sí. Está bien. Sí, yo soy Zachary Samuels. Muy bien. Gracias.
El rostro de Jill se transformó. ¡Así que era cierto! Iba a casarse con ella. La muchacha dio un suspiro y salió corriendo de la habitación. Mary la llamó, pero la muchacha no contestó y corrió hacia la cocina.
La puerta no se cerraba, era una puerta grande, así que simplemente se quedó dentro, abrazándose a sí misma temblando e intentando calmarse.
¡Dios mío, la boda! Ella no quería saber nada de la boda de Zach...
De repente notó que alguien ponía la mano en su hombro.
—¿Jilly?
Jilly le quitó la mano.
—¿Tenías que hacer esto en el trabajo? —le preguntó con rabia.
—¿Hacer qué? —quiso saber, con asombro.
—Esa llamada. —Oh, vamos, Jill, todo el mundo hace llamadas personales desde aquí de vez en cuando.
—¡No tan personales! La mayor parte de nosotros no pedimos hora para nuestra boda, y menos delante de otra novia.
Jill creía notar los ojos de Zach en su cuello.
—¿De qué demonios estás hablando? ¿Qué otra novia?
—La tuya, por supuesto. ¿No estás hablando de tu boda?
Hubo una pausa.
—No, la verdad es que no. Es la de mi hermano. Su novia está embarazada y él no quiere comprometerse de la manera en que ella le pide. Estoy intentando hacerle entrar en razón. ¿Por qué creías que era mi boda? Tú dijiste que no te casarías conmigo. ¿Por qué iba a pedir hora para mí?
Jill se dio la vuelta despacio.
—¿Tú... hermano? ¿La embarazada es la novia de tu hermano?
—¿Tú conoces a Sarah? Mi hermano se va a casar con su novia, que está embarazada.
—¿De pelo negro, alta?
—Sí. ¿Ha venido a verme? ¿Qué pasa?
Jill sintió que iba a desmayarse.
—No, estaba en tu casa.
—¿Sarah? Sólo ha venido una vez, pero tú no estabas.
—No, pero la vi. Dijiste que era preciosa y la besaste, y dijiste que ibas a asegurarte de que no iba a ser una madre soltera...
De repente, Zach entendió todo y la rabia transformó su cara.
—¿Viste aquello y pensaste...? Déjame adivinar... ¿imaginaste que era una antigua novia que venía a buscarme? ¿Que iba a casarme con ella? Zach la tomó en sus brazos y la apretó contra su pecho.
—Nos viste y te imaginaste todo eso, y al día siguiente viniste a decirme que no me querías.
—Sí —dijo Jill, cerrando los ojos.
—¿Por qué demonios no pudiste confiar en mí? Nunca has confiado. Desde el principio has estado buscando todo tipo de señales para probar tus teorías. Pues bien, déjame preguntarte algo, Jill: ¿te sentiste mejor cuando creíste que estabas en lo cierto?
—No. Me hizo sentirme horriblemente mal. Fui a decirte que te amaba, que quería casarme contigo. Entonces creí que planeabas casarte con otra mujer. ¿Qué iba a pensar?
—Podrías habérmelo preguntado en aquel momento o al día siguiente. Tenías que haber discutido conmigo, pero claro, tú tenías que confirmar tu teoría, ¿verdad? Pues te diré lo que vas a hacer con tu teoría, puedes quedártela y... Olvídalo. No merece la pena.
Dicho lo cual salió y cerró la puerta de un golpe, dejando a Jill temblorosa y amargada por lo que había destruido.
—¿Vas a hacer algo para comer?
Ryan levantó la cabeza del informe que estaba leyendo e hizo un gesto negativo.
—No. Iba a comer en la cafetería cuando terminara con esto. ¿Por qué?
—Vayamos al pub que hay en la carretera.
Ryan no protestó, firmó la página, colocó bien los papeles y se levantó. Colgó su bata blanca en la puerta y la abrió.
—Vamos.
Comieron en el jardín, tranquilamente al sol. Zach pidió gambas y Ryan una ensalada.
—Pensó que Sarah era mi novia.
—¿Qué? ¿Sarah?
Zach dio un suspiro y se pasó la mano por el pelo.
—Sarah es la novia de mi hermano. Está embarazada y está muy deprimida porque mi hermano no quiere comprometerse. Se cree que está fea y que por eso Dom no la encuentra atractiva y no quiere comprometerse. Yo le estaba diciendo que estaba preciosa y que tendríamos que hacer algo para que se casara, y en ese momento Jill apareció y lo escuchó.
—Y sacó sus propias conclusiones.
—Sí. Ridículo, ¿no?
Ryan hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No, un poco retorcido, pero creo que es entendible. Veamos: Jill llega sin avisar y te encuentra abrazado a una mujer embarazada, diciéndole que es preciosa y que arreglarás un matrimonio, y, lógicamente, ella cree que tú eres quien se va a casar con ella. Me parece lógico. ¿Qué otra cosa iba a imaginar?
Zach lo miró de hito en hito.
—¿Pero es absurdo! La noche anterior le había pedido que se casara conmigo...
—Entonces pensó que posiblemente no tenías pensado hacerlo. Puede que pensara que ibas a casarte con ella por despecho, o simplemente que querías casarte con quien fuera. En esa situación hay varias cosas posibles.
Zach no salía de su asombro. ¿Era cierto? ¿Podía tener razones Jill para pensar que se iba a casar con Sarah?
—¡Vaya! ¿Y ahora qué hago?
—Descubrir si aún te ama.
—¿Y estar toda la vida con miedo por si hablo con otra mujer y ella me malinterpreta?
Ryan tomó una gamba del plato que Zach no estaba comiendo y se la llevó a la boca pensativo. —Puede que la confianza de ella hacia ti se haya solucionado de una vez para siempre con esto. Me parece que ella es bastante desconfiada, pero tú esperas que ella entienda cada cosa que tú haces, y eso es pedir demasiado. Tienes que respetar el sentimiento de posesividad que tiene contigo. Si no le importara con quién estás, ¿confiarías en ella?
—No. Claro que no, pero no puedo soportar que desconfíe de mí cada vez que hablo o río con alguien.
—Por supuesto que no. Creo que eso tienes que solucionarlo antes de continuar. ¿Quieres estas gambas?
—No todas —dijo Zach, alcanzando tres y dándole el plato a Ryan.
—Ve a verla después del trabajo y aclarad todo antes de que os volváis locos.
Jill apenas podía concentrarse en el trabajo, así que Mary la envió a casa.
Cuando llegó, se encontró a Zach esperando fuera, sentado en el muro del jardín.
Al verlo, Jill se dio la vuelta y comenzó a alejarse. Él corrió y la alcanzó enseguida, deteniéndola suave pero firmemente.
—Jilly, tenemos que hablar.
—¿Hay algo más que decir?
—Sí, pero no aquí en medio de la calle, con los vecinos escuchando.
—No creo que les pueda extrañar. Están acostumbrados a mi comportamiento extraño últimamente.
Jill se dio la vuelta y se dirigió entonces a su casa. Abrió la puerta y dejó entrar a Zach.
—Querías hablar conmigo.
—Sí. ¿Podemos sentarnos?
—¿Será tan largo?
—Depende. Jill se esforzó por mirarlo a los ojos, y notó por primera vez las arrugas que había alrededor de ellos. Le había dicho que la amaba y probablemente era cierto, y sus celos estúpidos habían destruido la vida de ambos. Por lo menos tenía que permitirle hablar.
—Lo siento, vamos al salón.
Lo llevó al salón y se sentaron en sendas sillas, evitando ambos el sofá, donde habían hecho el amor en multitud de ocasiones.
Zach se miró las manos un rato, luego la miró fijamente. Parecía destrozado.
—No sé si hay esperanza para nosotros. Sé que mis sentimientos hacia ti no van a cambiar, que te amo y que probablemente siempre te amaré. Sé que nunca te he herido deliberadamente, y que sin ti mi vida está vacía y no tiene sentido.
Zach hizo una pausa.
—Sé también que no puedo vivir bajo la continua sospecha y la desconfianza. De acuerdo que fue una situación un tanto extraña, pero si tú hubieras confiado en mí, si me hubieras amado lo suficiente para luchar por mí, podrías haber entrado y haberte enfrentado a Sarah. Podrías haberle dicho: «Es mío, no me lo puedes quitar». Pero no lo hiciste, preferiste pensar lo peor de mí, y creo que es lo que siempre harás.
Zach volvió a mirarse las manos mientras Jill se mordía los labios y reflexionaba sobre aquellas palabras.
—Lo siento —dijo, casi sin poder hablar—. Quiero confiar en ti. Quiero creer en ti, pero cada vez que confío en un hombre me abandona. Soy demasiado insegura, Zach, no sé si soy capaz de confiar en ti ni en nadie.
—Sirve para los dos, Jilly —continuó con suavidad—. Tengo que ser capaz de confiar en que no vas a imaginarte cosas raras cada vez que me ves en el teléfono hablando con mi madre, por ejemplo. Tengo que ser capaz de confiar en que vas a estar a mi lado cada vez que tenga problemas. Si una paciente me acusa de acoso sexual, por ejemplo, sabes que puede ocurrir, ¿estarías a mi lado? ¿O pensarías que siempre lo habías sospechado?
Jill lo miró, buscando sus ojos y preguntándose qué haría en ese caso. ¿Tendría razón?
Probablemente.
Jill apartó los ojos con el corazón encogido. Iba a perderlo simplemente porque no confiaba en él. Y no había hecho nada, absolutamente nada para que ella pudiera dudar de él.
Zach se levantó y se acercó a ella. La hizo ponerse en pie.
—Te sigo amando, Jilly. Sigo queriendo casarme contigo, pero la decisión tienes que tomarla tú. Cuando seas capaz de venir y decir que confías en mí, que lucharás por mí, y que estás completamente segura de que no voy a mirar a otra mujer porque no voy a desearlo, entonces podremos intentarlo de nuevo.
Entonces se inclinó y la besó breve pero cariñosamente en los labios. Luego se dio la vuelta y salió.
Jill se quedó allí mucho tiempo pensando en su propia estupidez. Entonces recordó de repente la cara de la esposa de su primer novio, el que había hecho nacer en ella la desconfianza. El rostro de la mujer aquella no era de sorpresa, era de enfado. No se había sorprendido de ver a su esposo con otra mujer, casi parecía darle pena Jill.
¿Cómo se habría casado con alguien así? ¿Para cambiarlo? Mary O'Brien le habría dicho que eso no funcionaba. Ella no había cambiado a Zach; éste seguía riéndose y charlando con cada persona que se encontraba. ¿Le disgustaba esa camaradería? En ese momento la anhelaba. Echaba de menos su buen humor y su comportamiento afable, sus brazos alrededor de ella y sus comentarios provocativos. ¡Dios, mío cómo lo echaba de menos!