Capítulo 10
La primera prueba para Jill no se hizo esperar. A la mañana siguiente, Zach estaba examinando la pierna de Debbie Wright, y ésta le explicaba que había trabajado como modelo de medias antes del accidente.
Zach miró otra la pierna, esbozó una sonrisa y le dijo que sería una pérdida para todos que no siguiera haciéndolo, y que tendría que ser modelo de calcetines.
Jill sorprendida, vio cómo Debbie reía a carcajadas hasta llorar. Zach le dio un golpecito cariñoso en el hombro y se fue, sin notar la reacción de Jill.
A continuación, la esperó, para ir a visitar al siguiente paciente, y la miró fijamente.
—¿Qué pasa?
—¿No te parece conocido?
—No creo. Ella se siente insegura por su físico, y está tratando de tomárselo con valentía y filosofía. Ella ha sido la que ha empezado el tema, después de todo, y yo sólo he hecho una broma para animarla. ¿Te parece mal? ¿O es que estás celosa?
—No, claro que no —mintió.
—Confía en mí, cariño. No tengo fantasías con sus piernas.
Jill se sonrojó y Zach esbozó una sonrisa y continuó caminando.
Al día siguiente Zach estaba hablando con un doctor... o eso parecía. A los pocos minutos, se oyó una voz femenina. —Claro que podemos ir juntos, así ahorramos gasolina y el viaje es más divertido. Podemos incluso hacer alguna parada...
Jill abrió los ojos de par en par y se volvió a Zach.
—¿Puedes comprar pan esta tarde, antes de ir a casa, cariño? —dijo con dulzura, dejando a los dos mirándose de hito en hito.
Zach la vio en el pasillo unos minutos después.
—¿Fue una invitación o un intento de deshacerte de una competidora?
—¿Qué crees tú?
—Yo podría haberme defendido solo, lo sabes. ¿O es que sigues sin confiar en mí?
—No quería arriesgarme. Además, es una devora hombres.
—Mmmm —respondió pensativamente—. Escucha, les he dicho a mis padres que vendrás conmigo a la boda. No sé qué te parece, pero me gustaría que vinieras. Les había hablado de ti y no quiero arruinarles la boda diciéndoles que todo se ha acabado.
—¿Cuándo es?
—El sábado.
—Creo que este sábado trabajo.
—Mary lo ha cambiado.
—¿Por qué?
—Porque yo se lo he pedido.
—¿No te has adelantado un poco?
—¡Oh, Jilly! No te enfades. Quiero que vengas y le pregunté a Mary si trabajabas el sábado. Su marido juega al golf el sábado y no le importa hacer tu turno. Ha sido sencillo, no es un gran cambio.
La voz de Zach sonaba impaciente y Jill se dio cuenta de que una vez más estaba exagerando. Aunque no le gustaba que le organizaran su vida.
—Pensaré si voy, pero si esta relación va a continuar, tiene que continuar en ambos sentidos. Yo no te juzgaré continuamente ni tú harás planes sin contar conmigo, ¿de acuerdo? Me imagino que no se te ocurriría que yo pudiera querer trabajar este sábado para tener otro día para hacer algo, ¿verdad? Tengo cosas que hacer aparte de estar contigo.
Zach se disculpó y ella inmediatamente se arrepintió.
—No tenía otros planes, pero por favor, no vuelvas a hacerlo sin preguntarme.
—No lo haré.
Zach se quedó pensativo y Jill se alegró: así no sería sólo ella la que estaba obligada a hacer concesiones.
Los siguientes días fueron muy atareados y a Jill le parecía que estaban continuamente viéndose. ¿Sería deliberado? Y cada vez que lo veía estaba en el centro de algún grupo de mujeres riéndose.
Así que Jill intentó concentrarse en su trabajo, especialmente con Duncan Buckley.
Estaba haciendo ejercicios de rehabilitación y aprendiendo a usar una pierna ortopédica. También le estaban enseñando a sentarse en una silla. Tenía que hacerlo todo con mucho cuidado para no hacerse una contractura al faltarle el peso de su pierna amputada. Además, el muchacho estaba muy deprimido.
—No viviré, ¿para qué voy a aprender a caminar? —dijo en una ocasión a la fisioterapeuta.
La joven doctora estaba muy sensibilizada con aquel paciente.
—Es tan encantador... ¿No tiene posibilidades de salvarse?
Jill negó con la cabeza. Los resultados del último escáner mostraban focos de cáncer en la otra pierna, en la cadera y en el hombro.
—Ni siquiera quiere someterse a un tratamiento con quimioterapia o radioterapia, y ha aceptado venir aquí a tratarse la pierna por la insistencia de su familia. Pero él siempre ha dicho que era inútil y, efectivamente, tenía razón.
—Pobre hombre.
—Según él no. Dice que ha tenido una vida estupenda y que no se arrepiente de nada.
Eso cambió, sin embargo, repentinamente horas después, al llegar su novia diciendo que estaba embarazada.
De repente tenía algo por lo que vivir, un niño al que no vería a menos que siguiera el tratamiento que el doctor le aconsejaba. Jill lo encontró llorando aquella tarde y se sentó a su lado.
—Creí que no me importaba morir —dijo destrozado—, y ahora de repente me importa. No quiero morir todavía, quiero vivir y ver a mi hijo. ¡No quiero morir!
Jill lo abrazó y le prometió hablar con los doctores para que fueran a verlo y encontraran una solución. Cuando se levantó para marcharse, vio que Zach la miraba desde la entrada.
—¡Vaya escenita!
—Estás celoso.
—¿Qué ha pasado?
—Su novia está embarazada y quiere someterse a cualquier tratamiento.
—Llamaré al especialista. ¿Has vuelto a pensar lo de la boda?
—Iré, me gustará conocer a tu familia.
—Muy bien. Voy a llamar al especialista y luego vendré para que planeemos el fin de semana.
Jill se fue a casa y se encontró un gato en el banco del jardín. Preparó un poco de agua mineral y zumo de naranja y se sentó al lado del animalito, pensando en Duncan. Jill había pensado que el joven se tomaba con demasiada filosofía ambas cosas, su amputación y su muerte; pero quizá era porque, a pesar de sus declaraciones de felicidad, no dejaba nada detrás.
Jill entonces pensó en lo que pasaría si ella moría de repente en vez de poder estar con Zach algunos años de su vida, y se dio cuenta de que intentaría cualquier tratamiento.
Y en ese momento se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, que le diría que había decidido confiar en él y que lo único que le importaba era que la relación continuara.
Se lo diría después de la boda.
Una vez tomada la decisión, pensó que el sábado no llegaba nunca. Al día siguiente, amaneció brillante y soleado. Varias personas de la plantilla llamaron para decir que estaban enfermas. Jill se preguntó cuántos sentirían deseos de pasar la mañana al sol sin hacer nada y habían mentido.
Tuvo que preparar a los pacientes que iban a operarse. Con tan poco personal, la gente trabajaba mal y tuvo que reprimirse para no gritar a alguna enfermera.
Tuvieron una urgencia, una joven que se había caído del caballo y había chocado contra un árbol. Aunque al principio parecía haber salido ilesa, cuando llegó al hospital estaba empezando a perder la sensibilidad en la columna. A la media hora de estar allí, había perdido control de su intestino y vejiga, sus piernas se habían quedado inmóviles y su presión sanguínea había aumentado mucho.
—Se ha dañado la espina dorsal, llama a Zach —dijo Jill a una de las enfermeras.
Jill entonces se inclinó sobre la muchacha. —¿Anna? ¿Me oyes? Voy a ponerte una máscara de oxígeno para ayudarte a respirar, y voy a levantar tus piernas y tus manos. ¿De acuerdo?
Levantó cuidadosamente las piernas de Anna y le puso la mascarilla de oxígeno, las manos en el estómago y luego pidió a otra enfermera que llevara suero.
Zach llegó enseguida.
—¿Ha tenido hemorragia?
—Hasta ahora no —respondió Jill—. Creo que se ha dañado la médula espinal, porque ha perdido la sensibilidad en todo el cuerpo a partir del cuello.
—De acuerdo —dijo Zach, pidiendo un monitor del corazón para colocárselo.
Esperó a que la circulación aumentara y se volvió a Jill.
—Ahora tiene mejor aspecto. ¿Le han hecho un escáner o radiografías?
—Enseguida le harán el escáner, las radiografías están aquí.
El doctor se fue hacia la mesa de luz y estudió en silencio las placas.
—No hay ninguna señal de fractura, sólo hay una pequeña inflamación. Necesitamos los resultados del escáner para ver un poco más. Por ahora prefiero que no se mueva, no quiero que se asuste viéndose llevada de un sitio a otro. Cuando la bajemos, baja tú con ella.
—Precisamente hoy —dijo Jill con un suspiro.
—¿Hay algún problema?
—Puedes llamarlo así, sólo hay una enfermera cualificada hoy.
No hubo problemas, ya que una de las personas que habían llamado diciendo que estaba enferma, «se puso mejor» y llegó a la hora de comer. Relajada y feliz.
Jill enseguida la puso a trabajar, y bajó con Anna a hacerla el escáner. Los resultados fueron esperanzadores, y confirmaban un golpe en la espina dorsal, pero sin fractura.
—Puede que el efecto del golpe le dure horas, días y hasta semanas —les avisó Zach a los padres—. No tenemos modo de saberlo, pero sí le puedo decir que se recuperará completamente. Sólo tendrá esa parte más débil y puede que necesitemos operarla para que los ligamentos vuelvan a su posición.
Anna se alegró infinitamente y mejoró bastante. Sus padres estuvieron con ella un rato hasta que se quedó dormida. Después de lo cual todo volvió a la normalidad.
Como habían tenido problemas con la plantilla, Jill no había podido salir un rato y buscar un regalo para la boda ni ropa adecuada. Tenía que ser especial, pensaba. Así que decidió utilizar el vestido azul pálido de seda que finalmente había rescatado de la basura. Había pensado no volvérselo a poner, pero tampoco lo había querido tirar por razones sentimentales.
Lo había llevado al tinte y se asombró de lo bonito que había quedado. Estaba muy delgada, pero aquel vestido era bonito. Y si mal no recordaba la chaqueta que se había comprado el año anterior tenía la longitud perfecta para ponérsela encima.
La boda fue ruidosa y exagerada. Todos los miembros de la familia de Zach era igual que él: cariñosos, encantadores y extrovertidos. Era fácil entenderlo conociéndolos.
Su hermano, especialmente, era como él, y estaba claramente entusiasmado con Sarah. Ella estaba radiante, en avanzado estado de gestación y orgullosa de ello.
Jill estuvo todo el tiempo con Zach. Le presentaron a todos los miembros de la numerosa familia y ella se mantuvo continuamente sonriente al lado de él.
Éste la había agarrado del brazo y no la soltaba. Sólo una vez fue capaz de escaparse. Se fue a la sombra de un árbol y se quedó observándolo.
Una muchacha de pelo castaño se acercó a él. Lo abrazó cariñosamente y Jill se sintió insegura y enfadada.
—Siempre hace lo mismo cuando lo ve. Es su prima Mel. Es modelo. No es inteligente, pero tiene un cuerpo precioso. Desgraciadamente es demasiado estúpida para entender que él quiere algo más que una mujer bonita.
Jill se dio la vuelta y se encontró con la madre de Zach.
—Siempre está rodeado de mujeres —respondió Jill.
La mujer rió.
—Siempre lo ha estado. Incluso en la escuela infantil sus amistades eran niñas. Se peleaban por estar con él y por llevarle la mochila.
—¿Con cuatro años? —preguntó Jill sorprendida.
—Sí. Siempre ha tenido ese problema con las mujeres. Son sus ojos y su carácter, tan amable y abierto. Las chicas siempre se equivocan y él es demasiado amable para mostrar antipatía o brusquedad.
Jill recordó que él la había dicho que no querría seguir con ella a menos que estuviera dispuesta a luchar por él. Así que se dirigió hacia él mientras éste apartaba a la chica, le daba un beso breve en la mejilla y luego la soltaba.
Al ver a Jill se acercó.
—Aquí estás. Has desaparecido de repente.
Le puso un brazo alrededor de los hombros, sonrió a su madre e hizo un gesto a la multitud.
—Todo el mundo se está divirtiendo —comentó Zach.
—Sí, eso parece. Te debo un favor. Nunca creí que pudiéramos conseguir que Dominic se casara, incluso después de que Sarah se quedara embarazada —respondió la madre.
—Tenías que haberme preguntado antes a mí —contestó Zach.
—¿Cómo iba yo a imaginar que ibas a ayudarme? Tú nunca te has mostrado inclinado al matrimonio.
Zach miró a Jill. Detrás de su sonrisa, la muchacha notó cierta inseguridad.
—Quizá porque nunca antes había pensado en casarme.
Su madre miró a ambos y luego a Zach.
—Bueno, avísame. Ahora tenemos algo de práctica en bodas. Podemos preparar una incluso más rápidamente si es necesario.
La madre se marchó y los dejó a solas.
—¿Por qué le has dicho eso? —preguntó Jill.
—Porque es la verdad. No tengo secretos con mi madre. No le he dicho que te lo haya pedido ni que tú hayas aceptado.
Jill miró a la multitud. Mel seguía mirándolos confusa.
—Tu prima se enfadará si te robo.
—¿Mel? Ella es inofensiva. Piensa demasiado poco como para ello.
En ese momento alguien llamó a Zach, que se excusó y fue a reunirse con un grupo de hombres. Todos solteros, pensó Jill, que miró a la multitud y buscó en ella a Mel. Podía ir a hablar con ella, ¿por qué no?
Jill cruzó el jardín y sonrió a la muchacha, que sonrió a su vez encantadoramente.
—Soy Jill, Jill Craig. Tú eres Mel.
—Sí. Estás con Zach, ¿verdad?
Jill asintió.
—Sí. ¿Te ha mencionado que vamos a casarnos?
—¿Casaros? —preguntó impresionada—. ¿Zach? Qué pena. Bueno, iba a ocurrir tarde o temprano. Me habría gustado que se casara conmigo, pero piensa que soy poco inteligente. Tiene razón, claro.
—¿De qué habláis? —preguntó Zach acercándose.
Jill lo tomó del brazo.
—Nada, simplemente charlábamos.
Zach miró a Mel, que a su vez apartó la mirada.
—¿Qué le dijiste?
—Nada —mintió Jill.
—¿La estabas avisando?
—¿Qué te hace pensar eso?
Zach la observó un rato y luego esbozó una sonrisa. Una sonrisa que fue aumentando hasta hacerse una gran carcajada. Entonces la tomó en sus brazos y comenzó a dar vueltas.
—Oh, Jill —murmuró, poniéndola en el suelo—. Creí que no íbamos a llegar a ninguna parte.
—Todavía no he conocido a tu hermana —dijo Jill, arreglándose el pelo y la chaqueta.
—¿Cuál de ellas?
—Jody. La dueña de Scud.
—No está aquí. Llamó para decir que el bebé estaba acatarrado y que no se atrevía a dejarlo o venir hasta aquí con él. Ya la conocerás. Va a llevarse pronto a Scud, porque piensa que no es bueno que esté solo todo el día encerrado en casa.
—¿Dónde lo has dejado hoy?
—Con Ryan. Eso estrecha nuestra amistad.
En ese momento alguien dio tres palmadas para llamar la atención de la gente y Zach anunció que Dom y Sarah se marchaban. Todos tiraron confeti y les desearon buena suerte.
—Es hora de irse —dijo Zach, después de cinco minutos—. Tú tienes que trabajar mañana temprano, y yo tengo mucho que hacer en el granero. También tengo que ir a recoger a Scud, antes de que les destroce la casa. Ryan es un buen amigo y no quiero aprovecharme.
Jill sentía tenerse que marchar. Le gustaba su familia y se sentía aceptada a su vez. Eso esperaba. ¡Iban a tener que tratarse bastante pronto!