LOS HOMBRES DE SU VIDA
Miss Marple se detuvo ante el escaparate de las lanas. Dos chicas atendían en aquellos momentos a unas clientes, pero una mujer ya mayor, al fondo de la tienda, se hallaba libre...
Abrió la puerta y entró. Tomó asiento frente al mostrador. La dependienta, una señora de grisáceos cabellos, muy agradable, le preguntó:
—¿En qué puedo servirla?
Miss Marple deseaba adquirir cierta cantidad de lana de color azul pálido para hacer una chaquetita de punto destinada a un niño. Nadie llevaba prisa allí. Se habló de diversos tonos. Miss Marple consultó incluso algunas revistas especializadas en labores y las dos mujeres hablaron de sus sobrinos y sobrinas respectivos. La dependienta no hizo ningún gesto de impaciencia. Llevaba muchos años atendiendo a clientes del corte de miss Marple. Prefería estas parlanchinas damas, de suaves modales, a las impacientes y más bien descorteses jóvenes madres, que nunca sabían qué era lo que querían concretamente, inclinándose con frecuencia por lo barato y lo más charro.
—Sí —dijo miss Marple, finalmente—. Esto creo que irá bien. Es una marca de confianza, una lana que no se encoge. Me llevaré alguna madeja más.
La dependienta, mientras envolvía la mercancía, apuntó que hacía mucho viento aquel día.
—Es verdad. Me di cuenta de ello cuando avanzaba por el paseo marítimo. Dillmouth ha cambiado mucho. Llevaba sin venir por aquí unos... sí, unos diecinueve años.
—¿De veras, señora? Por supuesto que habrá observado muchos cambios. El «Superb» será nuevo para usted, así como el «Southview hotel».
—Esto era un lugar muy tranquilo antes. En aquella época me alojaba en casa de unos amigos. La casa se llamaba «Santa Catalina». Quizás haya oído hablar de ella. Está en la carretera de Leahampton.
Pero la dependienta sólo llevaba en Dillmouth diez años viviendo.
Miss Marple le dio las gracias por sus atenciones, cogió su paquete y entró en la tienda de tejidos de al lado. De nuevo, seleccionó una dependienta mayor. La conversación tomó un giro semejante a la anterior, con el acompañamiento de unos vestidos veraniegos. Esta vez la dependienta correspondió con curiosidad.
—Usted debe referirse a la casa de la señora Findeyson.
—Sí, sí. La tomaron amueblada unos amigos míos. Me refiero al comandante Halliday, con su esposa, y una niña... Creo recordar que...
—Sí, señora. La ocuparon durante un año, creo.
—Había estado en la India él. Tenían una cocinera excelente... Me dio una receta magnífica para el budín de manzanas y también, me parecer recordar, para el pan de jengibre. Me he preguntado muchas veces qué habrá sido de ella.
—Me imagino que está usted refiriéndose a Edith Pagett, señora. Se encuentra todavía en Dillmouth. Trabaja ahora en... Windrush Lodge.
—Había también otra familia... ¡Ah, sí! Los Fane. Me parece que él era abogado...
—El señor Fane murió hace varios años. Su hijo, Walter Fane, vive con su madre. Sigue soltero. Ahora dirige la firma.
—¿De veras? No sé quién me dijo que Walter Fane se había ido a la India, para explotar unas plantaciones de té o algo por el estilo.
—Creo que, efectivamente, se fue allí siendo un hombre joven. Pero regresó, ingresando en la firma al cabo de uno o dos años. Siempre se han desenvuelto muy bien por aquí. La gente tiene una gran opinión de ellos. Walter Fane es un caballero muy agradable, reposado, sumamente apreciado por todos.
—Es verdad —señaló miss Marple—. Fue el prometido de la señorita Kennedy, ¿no? Luego ella rompió el compromiso y contrajo matrimonio con el comandante Halliday.
—Cierto, señora. Ella fue a la India para casarse con el señor Fane, pero después, cambió de opinión, uniéndose en matrimonio al otro caballero.
La dependienta dio a sus palabras un tono de desaprobación. Miss Marple se inclinó hacia delante, bajando la voz.
—Siempre lo sentí por el pobre comandante Halliday (yo conocía a su madre) y su pequeña. Tengo entendido que su segunda esposa lo abandonó, huyendo con alguien. Creo que era una joven muy inconstante.
—Una auténtica veleta. De su hermano, el doctor, he de decir que era un hombre muy agradable. Yo tenía reuma en una rodilla y él me curó...
—¿Con quién huyó la joven? Nunca lo he sabido.
—No puedo decírselo. Se habló de uno de los veraneantes. Sé que el comandante Halliday sufrió un duro golpe. Se fue de aquí y creo que enfermó. Su cambio, señora.
Miss Marple cogió el mismo y su paquete.
—Gracias... Me estoy preguntando si Edith Pagett... guardará todavía aquella receta para el pan de jengibre que me dio. La perdí... ¡Oh! Soy muy distraída. Y, por otra parte, el pan de jengibre me gusta mucho...
—Supongo que la recordará. ¡Ah! Su hermana vive aquí al lado. Está casada con el señor Mountford, que se dedica a la venta de confecciones. Edith visita el establecimiento normalmente en sus días libres. Estoy segura de que la señora Mountford podrá pasarle cualquier recado...
—Buena idea. Muy agradecida por su atención.
—Ha sido un placer, señora.
Miss Marple salió a la calle.
«Una tienda clásica
—pensó—. Y no puedo decir que haya malgastado mi dinero a la vista
del género que acabo de adquirir, de una calidad excelente —Echó un
vistazo al pequeño reloj que llevaba cogido con un bonito alfiler
al vestido—. Faltan cinco minutos para mi cita con la joven pareja
en "El Gato Rojo". Espero que las cosas no les hayan resultado
demasiado complicadas en el sanatorio.»