CAPÍTULO SIETE

EL DOCTOR KENNEDY

Varios días más tarde, Gwenda avanzaba por la Explanada, azotada por un fuerte viento. De pronto, decidió detenerse junto a uno de los cobertizos de vidrio, que el ayuntamiento de la localidad, previsor, había instalado en aquel lugar para uso de los visitantes del mismo.

—¡Miss Marple! —exclamó, sorprendida, en cierto momento.

La dama que tenía delante era, en efecto, miss Marple, quien vestía un abrigo ligero ceñido al cuello por una bufanda.

—Desde luego, no me extraña tu gesto de sorpresa —dijo miss Marple, con viveza—. Mi médico me ordenó que pasara una temporada junto al mar y entonces me acordé de tu descripción de Dillmouth, por cuya razón decidí venir aquí. Los que fueron en otro tiempo cocinera y mayordomo de una amiga mía abrieron en esta población una casa de huéspedes. Esto contribuyó mucho a facilitar mi elección.

—Pero, ¿por qué no ha ido a vernos a casa? —inquirió Gwenda.

—Los viejos somos casi siempre una molestia, querida. A los jóvenes recién casados es preciso dejarlos solos —miss Marple sonrió ante el gesto de protesta de Gwenda—. Estoy segura, no obstante, de que me habrías recibido bien. ¿Cómo estáis? ¿Habéis hecho progresos con respecto a vuestro enigma?

—Seguimos una pista que nos parece buena —declaró Gwenda, sentándose junto a miss Marple.

Detalló las investigaciones por ella y Giles realizadas.

—Y ahora —dijo Gwenda para terminar— hemos puesto un anuncio en muchos periódicos, de la localidad y de fuera de aquí: en el Times y otros grandes diarios. Pedimos en él que cualquier persona que tenga o haya tenido conocimiento de la existencia de Helen Spenlove Halliday, Kennedy de soltera, haga el favor de ponerse en contacto, etcétera. Yo creo que recibiremos algunas contestaciones. ¿Opina usted igual, miss Marple?

—Sí, querida.

Miss Marple hablaba con el tono plácido en ella habitual, pero sus ojos revelaban cierta preocupación. Examinó fugazmente, de reojo, a la chica. Su aire decidido no parecía sincero. Gwenda, a juicio de miss Marple, estaba intranquila. Lo que el doctor Haydock había denominado «las implicaciones» comenzaban, quizás, a surtir sus efectos. Bueno, ya era demasiado tarde para retroceder...

Miss Marple dijo, afectuosa, como si se excusara:

—La verdad es que me inspira mucho interés este asunto. A lo largo de mi vida he tenido escasas ocasiones de vivir momentos de emoción. Supongo que no me juzgarás una entrometida si te pido que me tengas al corriente de vuestros progresos.

—Naturalmente que la tendré al corriente —replicó Gwenda, también cariñosa—. Lo sabrá todo. De no haber sido por usted andaría yo ahora de consulta en consulta, pidiendo a los médicos que me internaran en un manicomio. Déme sus señas aquí... La esperamos en casa para tomar el té con nosotros. Le enseñaremos la vivienda. Es preciso que conozca usted la escena del crimen, ¿no le parece?

Gwenda se echó a reír, pero había una leve nota de falsedad en su gesto.

Cuando la joven se hubo ido, miss Marple movió la cabeza lentamente, frunciendo el ceño.