HIJO DE MAMÁ
—Gracias. Son deliciosos. Tiene usted una cocinera magnífica.
—No es mala cocinera Luisa, verdaderamente. Un poco olvidadiza, si acaso, como todas estas jóvenes. No sabe darles variedad a los budines. Dígame: ¿cómo está actualmente Dorothy Yarde de su ciática? Pasaba ante toda la gente por una mártir. Supongo que ahí había más nervios que otra cosa.
Miss Marple se apresuró a suministrar a su interlocutora detalles sobre las dolencias de las personas conocidas de ambas. Había sido una suerte, pensó, que entre sus muchas amigas, esparcidas por toda Inglaterra, hubiese logrado dar con una que conocía a la señora Fane. Esta última había recibido una carta de la amiga común en la que le hablaba de miss Marple, por aquellos días en Dulmouth, esperando que Eleanor tuviera alguna atención con la visitante.
Eleanor Fane era una mujer alta, de aire enérgico, con los ojos grises y los cabellos blancos. El tono rosado de su piel y la expresión de su rostro le permitían ocultar, a primera vista, la ausencia de blanduras de su carácter.
Hablaron de las contrariedades de la salud, verdaderas o imaginadas, de miss Marple. El estado general de ésta fue el tema principal de la conversación, en unión de los aires de Dillmouth y las características de la joven generación, cuyos representantes no solían ser tan fuertes como los pertenecientes a otras anteriores.
—A estos chicos de ahora se les permiten demasiadas cosas —sentenció gravemente la señora Fane—. Los míos no se criaron con tantos mimos.
—¿Tiene usted varios hijos? —inquirió miss Marple.
—Tres. El mayor, Gerald, se encuentra en Singapur, estando colocado en el «Far East Bank». Robert es militar. —La señora Fane dio un pequeño resoplido—. Se casó con una católica. Ya sabe usted lo que esto significa: todos los hijos son católicos. No sé qué hubiera hecho ante eso el padre de Robert. Mi esposo era poco religioso... Apenas tengo noticias de Robert actualmente. No encaja bien las cosas que yo le decía sólo por su bien, por supuesto. Yo siempre he pensado que las personas han de ser sinceras, que deben decir en todo momento lo que piensan. Su casamiento, en mi opinión, fue un tremendo error. Él finge ser feliz, pobre muchacho... Ahora bien, estimo muy poco satisfactorias las circunstancias de su matrimonio.
—Su hijo más joven es soltero, ¿no?
La faz de la señora Fane se tornó radiante.
—En efecto. Walter vive conmigo. No es un hombre muy fuerte. Estuvo frecuentemente delicado, de niño, y me he visto obligada a vivir pendiente de su salud. Ya lo verá luego... Es un hijo muy reflexivo y cariñoso. Por él, me considero una madre verdaderamente afortunada.
—¿Nunca pensó en casarse? —preguntó miss Marple.
—Walter ha dicho siempre que las mujeres de ahora no le llaman la atención, o le atraen. Él y yo tenemos muchas cosas en común. Me preocupa, sin embargo, que salga tan poco. Por las noches me lee algunas páginas de Tackeray y, habitualmente, jugamos una partida de picquet. Walter es muy casero.
—¿Sí? ¿Siempre ha pertenecido a la firma que ahora regenta? No sé quién me dijo que tenía usted un hijo en Ceilán, explotando unas plantaciones de té... Quizá sea una confusión...
La señora Fane arrugó ligeramente el entrecejo. Empujó hacia su visitante el plato de bizcochos antes de contestar:
La señora Fane se desentendió por completo de la sobrina de miss Marple. Se atuvo a lo suyo y no quería perder la oportunidad de hacer hincapié en determinados detalles de la vida de su hijo ante aquella simpática amiga de su querida Dorothy.
—Una chica nada adecuada... como la mayoría de ellas, hoy, a menudo. ¡Oh! No vaya usted a pensar que era una actriz o algo por el estilo. Se trataba de la hermana del médico de la localidad... Bueno, más bien parecía su hija, porque le llevaba bastantes años. El pobre, naturalmente, no tenía la menor idea sobre la forma de educar a una joven. Los hombres son seres completamente desvalidos en ciertas situaciones, ¿verdad?
»Se crió con mucha libertad, sosteniendo relaciones primeramente con un joven de la oficina, un simple empleado... Era un tipo nada recomendable, además. Tuvieron que desembarazarse de él. Solía airear informaciones confidenciales. Bueno, esta chica, Helen Kennedy se llamaba, era, según decían, muy bonita. Yo no opinaba lo mismo. Siempre pensé, por ejemplo, que sus cabellos carecían de vida, parecían artificiales.
»Pero mi pobre Walter se enamoró de ella. No le convenía, en absoluto. Allí no había dinero ni perspectivas de que lo tuviera... No era la muchacha en quien yo había pensado como nuera. No obstante, ¿qué puede hacer una madre en tales situaciones? Walter se le declaró y la chica lo rechazó. Mi hijo concibió entonces la absurda idea de trasladarse a la India para probar suerte con las plantaciones de té. Mi esposo se disgustó mucho. Había estado acariciando la ilusión de que Walter ingresara en la firma, puesto que acababa de terminar sus estudios de derecho. Había que resignarse... Esta clase de mujeres hacen en algunas familias verdaderos estragos.
—Cierto. Mi misma sobrina—Una vez más, la señora Fane se desentendió por completo de la sobrina de miss Marple.
—En consecuencia, mi pobre hijo se trasladó a Assam, o a Bangalore... No recuerdo el lugar ahora. ¡Han pasado tantos años! Yo me sentía más preocupada todavía porque pensaba que su salud no resistiría aquello. (Cuando llevaba fuera del país un año, cumpliendo perfectamente con su cometido, ya que Walter lo hace todo siempre bien... ¿querrá usted creerlo?... aquella caprichosa joven cambió de parecer, escribiéndole para hacerle saber que estaba dispuesta a ser su esposa.
—Es sorprendente —manifestó miss Marple, moviendo expresivamente la cabeza.
—La joven embaló su trousseau, encargó un pasaje y... ¿A que no sabe usted qué hizo después?
—Soy incapaz de imaginármelo —repuso miss Marple, pendiente por entero de las palabras de su interlocutora.
—Pues tuvo un idilio con un hombre casado... A bordo del buque en que viajaba. Creo que era un hombre con tres hijos, casado, naturalmente. Walter la esperaba en el muelle y lo primero que oyó de sus labios fue que no podía casarse con él. ¿No consideraría usted esto, como yo, una acción perversa?
—Por supuesto. Era imposible que en el futuro su hijo tuviera alguna fe en la naturaleza humana.
—Entonces, Walter debió verla como era ella realmente. Y reaccionar. Pero Helen Kennedy se apartó de mi hijo sin más, sin que él le diera una merecida lección. Esta clase de mujeres suelen tener suerte...
—¿Y él no... —miss Marple vaciló, eligiendo cuidadosamente sus palabras— no acusó el golpe? En una situación de ese tipo son muchos los hombres que se dejarían llevar de su indignación... que harían algo...
—Walter ha sabido dominar muy bien sus impulsos siempre. Por muy preocupado que esté, por grande que sea su enojo, nunca lo demuestra.
Miss Marple contempló a la señora Fane especulativamente. Lentamente, alargó un tentáculo...
—Es que en esos jóvenes los sentimientos calan muy hondo. Los niños, a veces, la dejan a una asombrada con sus cosas. En ocasiones, saltan violentamente con algo, cuando una creía que no habían sufrido la menor impresión. Hay caracteres muy sensibles, que sólo «explotan», por así decirlo, cuando llegan a los límites máximos de resistencia.
—¡Oh! Es muy curioso, miss Marple, que usted haya dicho eso. Porque me acabo de acordar de un hecho que guarda relación con su idea. Gerald y Robert fueron siempre chicos de genio muy vivo, dispuestos en todo momento a pasar a las manos. Algo muy natural, por supuesto, en unos niños llenos de salud...
—Completamente natural.
—Contrastaba con ellos Walter, siempre tranquilo y paciente. Un día, Robert se apoderó de un avión pequeño, un modelo que su hermano construyera tras varios días de trabajo (creo haber dicho va que era muy hábil)... Robert, un chiquillo muy descuidado, acabó rompiéndoselo. Bueno, pues cuando entré en la habitación de la casa en que solían jugar vi a Robert tumbado en el suelo. Walter, encima de él, empuñaba uno de los hierros de la chimenea... Tuve que hacer acopio de fuerzas para apartarlo de su hermano, mientras repetía, furioso: «Lo hizo a propósito... Lo hizo a propósito. Lo voy a matar.» Yo me asusté mucho. Los chicos sienten las cosas, generalmente, con mucha intensidad.
—En efecto —repuso miss Marple, pensativa.
Volvió al tema anterior.
—Así pues, el compromiso quedó roto definitivamente. ¿Y qué fue de la chica?
—Regresó. Durante este viaje tuvo otro idilio, contrayendo matrimonio con el nombre que conoció. Era viudo, con una hija. Un hombre que acaba de perder a su esposa es siempre un objetivo fácil... El matrimonio se instaló en una casa situada al otro lado de la población, en «Santa Catalina», junto al hospital. No duró mucho, claro. Ella abandonó a su marido al cabo de un año. Creo qué huyó con un hombre...
Miss Marple tornó a mover la cabeza.
—¡De buena se escapó su hijo!
—Eso es lo que le he dicho siempre.
—¿Y renunció a abrirse paso en la vida con las plantaciones de té a causa de algún quebranto de salud?
La señora Fane frunció el ceño.
—No era de su agrado la vida que se veía obligado a llevar allí —explicó—, regresó a casa seis meses después de haber vuelto la joven.
—Debió de enfrentarse con una situación embarazosa —aventuró miss Marple—, por el hecho de vivir ella aquí, en la misma población...
—Walter es maravilloso —dijo la señora Fane—. Se comportó exactamente igual que si no hubiese ocurrido nada entre los dos. En su momento, pensé y dije que lo más conveniente era cierto apartamiento... Sus encuentros podían resultar molestos para ambas partes. Pero Walter insistió en comportarse con la mayor naturalidad, en mostrarse cordial, incluso, con ellos. Visitaba la casa y jugaba a menudo con la niña... A propósito, y esto sí que es curioso... La chica ha vuelto. Bueno, es ya una mujer, casada, además. El otro día fue a ver a Walter a su despacho, con el fin de redactar su testamento. Ahora es la señora Reed... Reed, sí.
—¿Se refiere usted al matrimonio Reed? Él y ella son amigos míos. Es una pareja muy simpática. ¡Qué cosas ocurren! Y la joven es realmente aquella niña que...
—Hija de la primera esposa. Esta mujer murió en la India. ¡Pobre comandante... No recuerdo bien su apellido... Hallway, me parece que era... Algo así... Fue un duro golpe para él la huida de su esposa. Nadie se explica por qué razón estas mujeres perversas dan siempre con hombres intachables.
—¿Y qué fue del joven que tuvo que ver con ella en cierto momento de su vida? Usted me ha dicho que era uno de los empleados de la oficina de su hijo. ¿Adonde fue a parar?
—Se ha abierto paso. Explota una agencia de viajes, la «Coach Tours». Los vehículos van pintados de amarillo rabioso. Su clientela es de lo más vulgar. Todo el mundo conoce los coches de Afflick.
—¿Afflick? —inquirió miss Marple.
—Jackie Afflick. Es un desagradable sujeto, que parece dispuesto a prosperar como sea. Probablemente, por eso se fijó en Helen Kennedy, en primer lugar. Era hermana de un médico... Pensó que haciendo de ella su mujer ganaría en posición social.
—¿Y esa Helen no ha vuelto a dejarse ver nunca más por Dillmouth?
—No. Ha sido una suerte. Estará hundida por completo, ahora. Yo lo sentí por el doctor Kennedy. No se le puede culpar de nada. La segunda esposa de su padre fue una persona débil de carácter, mucho más joven que su marido. Supongo que Helen heredó de ella su veleidoso carácter. Siempre pensé...
La señora Fane no terminó su última frase.
—Aquí está Walter —declaró.
Había percibido unos sonidos muy familiares en el vestíbulo. La puerta de la estancia se abrió, entrando Walter Fane.
—Te presento a miss Marple, hijo mío. Toca el timbre y tomaremos unas tazas de café.
—No te preocupes, mamá. Ya lo he tomado.
—Desde luego que tomaremos un poco de té... Acompañado de unos bizcochos, Beatrice —añadió la señora Fane, dirigiéndose a la doncella, que acababa de aparecer.
—Sí, señora.
Con una sonrisa de resignación, Walter Fane comentó:
—Como verá usted, mi madre me mima mucho.
Miss Marple estudió a Walter Fane mientras correspondía a sus palabras con un cortés comentario.
Era un hombre de aire tranquilo, ligeramente desconfiado... incoloro. Una persona vulgar. El tipo clásico del joven que las mujeres suelen ignorar, con el que terminan casándose una vez que se convencen de que el ser amado no corresponde a su cariño. Walter siempre estaba en casa. ¡Pobre Walter! Era el típico hijo de mamá... Pero, de pequeño, Walter Fane había atacado a su hermano mayor, armado con un hierro de la chimenea, dispuesto a matarlo...
Miss Marple estaba
sumida en un mar de dudas.