El hombre que lloraba con las
películas de Kárate
“La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado
y saber que nunca lo podrás tener.”
Gabriel García Márquez
“El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo:
amar a quien no os ama
y ser amados por quien no podemos amar.”
Alejandro Dolina
En aquella época los aparatos electrónicos parecían mejores cuanto más grandes eran. Durante la década de los ochenta llevábamos los loros de doble pletina y altavoces descomunales al parque, para escuchar música tumbados en el césped, así que teníamos que cargar con esa especie de pesada maleta llena de cables y componentes electrónicos. No sólo no nos quejábamos del tamaño sino que además presumíamos seguros de lo cierto de las máximas “el tamaño importa” y “burro grande, ande o no ande”.
Para la lógica de aquella década el vídeo Beta de Cabezabuque era tecnología punta –ya le llamábamos Corleone a esas alturas, aunque me seguiré refiriendo a él con su anterior apodo para no confundir –. El reproductor era de ancho y de fondo como las tablas de los pupitres de mi colegio, más alto que un palmo de mi mano de catorce años y tan pesado que el único que podía moverlo era su padre.
Los padres de mi amigo Cabezabuque lo habían comprado en las rebajas del Corte Inglés –el vídeo no podía disponer de mejor pedigrí – y como era el único de la pandilla que lo tenía, nos reuníamos algunas veces a ver aburridísimas películas de kun-fu o de Bud Spencer que eran las que le gustaban a su padre. No recuerdo el título de aquellas películas que provocarían pesadillas a cualquier cinéfilo, después de tantos años solo recuerdo una de Bruce Lee y no la terminé de ver.
En las últimas dos semanas nos habíamos tragado unas pocas de aquellas infumables películas porque hasta que se le secaran los puntos del costado, no le permitían estar en la calle mucho tiempo e íbamos a hacerle compañía a su casa.
Veíamos películas a la hora de la siesta y a veces por la mañana, siempre y cuando estuvieran sus padres en casa, excepto en nuestros certámenes de cine porno –por razones obvias –, que conseguimos mantener en secreto. Además Amalia había regresado de Torrevieja y aquellas sesiones furtivas se convirtieron en un tema tabú en su presencia.
Una de aquellas tardes de verano que íbamos toda la pandilla a casa de Cabezabuque en las horas de más calor del día la película era una que realmente me gustó. Creo que se llamaba “El Furor del Dragón”. En ella, Bruce Lee acude a Roma para proteger a unos amigos de unos gangsters que los acosan. Al final de la película se tiene que enfrentar a un luchador americano contratado para matarle, al que interpretaba Chuck Norris.
Estábamos los cinco chicos de la Pandilla –con Piojo Rubio no volvimos a tener contacto – distribuidos por el salón. Cabezabuque, Redford y yo, sentados en el sillón y a los pies del mismo Amalia y Félix. Yo había insistido en dejarle a ella mi sitio de manera caballerosa porque sabía que eso les gusta a las mujeres y tenía la sensación de que yo empezaba a gustarle tanto como ella a mí, pero al final prefirió quedarse en el suelo porque era más fresquito que el sofá de pana azul marino de los padres de Cabezabuque.
Vi la película embobado, deseando que llegara ese enfrentamiento final entre Bruce y Chuck que se anunciaba hasta en la carátula. Tras hora y media de espera el momento llegó. Uno frente al otro. Patadas a la cara, al pecho, las trampas del americano y el pobre Bruce pasándolo mal, la tensión me tenía rígido en el asiento.
En ese momento se levantó el padre de Cabezabuque de la siesta y apareció en el salón gritando a su hijo por haberse dejado juguetes tirados en el pasillo. De la impresión di un salto en mi asiento como si me hubieran clavado una aguja en el culo.
Entonces volví a ser consciente de dónde estaba, miré a mi alrededor y vi cómo Félix se separaba de Amalia repentinamente y quizás, sí, creo que sí, la mano de él saliendo de debajo de la blusa de ella. Seguro que sí, las venas del rostro de Amalia mostraban el tono rojizo del azoramiento, que contrastaba con el blanco de la blusa.
Nadie más se dio cuenta, todo había sucedido en décimas de segundo. La película siguió como si tal cosa, como si no se hubiera parado el mundo, pero para mí se paró.
Nunca me enteré del final, nunca he sabido quién ganó la pelea, nunca he querido ver la película más. Las lágrimas se embolsaron en mis párpados hasta que no pude aguantarlas más y se desbordaron. Un chico de hoy en día probablemente no lo entenderá pero los españoles que lloramos con la muerte de Chanquete empatizamos con cualquiera que se emocione viendo una película. Verano Azul nos quitó la vergüenza de llorar en público viendo la televisión porque ese día lloramos todas las personas a las que nos corría sangre por los vasos sanguíneos.
Me quedé mirando la pantalla en estado de trance, sintiéndome traicionado por mi mejor amigo y por aquella chica a la que ni siquiera había declarado mi amor.
La película acabó y todos me miraban. Estaba compungido y con cara de flipado.
– Cómo te ha gustado, ¿no?
Miré a Félix sintiéndome cazado, pero contento de no tener que buscar una excusa para aquella situación.
–¡Qué final!– respondí –, Bruce Lee es el mejor actor de la Historia.
El padre de Cabezabuque, mientras una lágrima le recorría la cara, afirmó que estaba completamente de acuerdo conmigo.