El diabólico fotógrafo serpiente

 

“La falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose,

de modo que cuando la gente se da cuenta del engaño

ya es demasiado tarde”

Miguel de Cervantes Saavedra

En cuanto llegaban el verano y el buen tiempo a Leganés, el césped del parque Picasso se llenaba de grupos de jóvenes de distintas edades, fumando y bebiendo cerveza. No hacía falta que anocheciera para ver a las parejas sobándose y morreándose; subidos uno encima del otro. Escandalizaban a algunos adultos que paseaban el parque arriba y abajo mientras se quejaban de que aquello no era normal y hubieran apostado que iban a ser incapaces de acostumbrarse a tamañas muestras de amor entre la juventud del país. La misma tarde que nos dieron las notas en el colegio, los chicos de la Pandilla nos fuimos también a celebrarlo al parque.

Piojo Rubio quería aprovechar aquella primera tarde de las vacaciones porque sospechaba que podía ser la última en la que le dejarían salir. Así que reunió a la Pandilla, quería que nos juntáramos todos para desparramar. Su padre trabajaba todo el día y no volvía hasta que empezaba a anochecer, entonces concluiría su plazo para salir y disfrutar del verano.

– ¡Verás cuando tu padre vea estas notas, te vas a quedar sin salir a la calle lo que te queda de vacaciones! –le anunció su madre al verlas.

Piojo Rubio suponía que seis suspensos provocarían en su progenitor una reacción tan enérgica como la de su madre. No sé de quién fue la idea pero nos compramos una litrona cada uno para tomárnosla en el parque Picasso como los chicos del barrio que ya iban al instituto.

Piojo Rubio se pasaba todo el día contando chistes, se sabía uno sobre cualquier tema. A veces no podía parar y mareaba a partir de vigésimo chascarrillo seguido pero nos divertía escucharle en aquellas tardes de verano. Había tomado cervezas en el parque otras veces con su hermano mayor que estaba allí casi todas las tardes y no le dio vergüenza entrar en los frutos secos él solo a comprarse una litrona.

Félix entró inmediatamente después del Piojo Rubio para comprar otra litrona, debía estar dolido por que se le adelantaran puesto que para él era importante demostrar su liderazgo. En nuestra pandilla cada miembro tenía su función y la de Félix era ser el jefe. Los planes que proponía siempre eran grandes ideas o al menos tenía carisma y siempre consiguió que nos lo parecieran.

Yo era el encargado de poner motes, también era capaz de aportar ideas que sonaban mejor por boca de Félix, sería por lo del carisma. Como has podido deducir con mi aventura de esa mañana, no soy muy decidido. Cuando salió mi amigo con su litrona en la mano les propuse a los demás comprar juntos el resto de la cerveza.

Amalia era la única chica de nuestra edad en la calle y por tanto la más guapa. Yo sabía que no era el único al que le gustaba aquella muchacha, aquello me exigía realizar actos que de no haberme sentido obligado a impresionarla, no los hubiera realizado.

La Pandilla se completaba con otros dos chicos que tenían los apodos que yo les asigné. Redford, que era bajito, delgado y enfermizo, era el único niño con alergia que yo conocía entonces. El otro era Cabezabuque, un niño que hoy llamaríamos obeso aunque en aquellos tiempos mi madre decía que era un niño hermoso y sano. Todo lo que tenía de grande lo tenía de noble, de generoso y de bruto.

A ninguno nos sobró suficiente dinero para comprar tabaco y decidimos conseguir unos cigarrillos sueltos y chicles para disimular el olor a tabaco en nuestro aliento con lo que nos dieran en los frutos secos por los cascos de la cerveza. En otras ocasiones habíamos obtenido algunas monedas para flaxes o chicles recogiendo las botellas vacías que dejaban tiradas en el césped algunas pandas; a veces buscábamos en las cabinas de teléfonos el cambio en monedas que a algunas personas se les olvidaba recoger. Era una fuente de ingresos extra –la asignación semanal de nuestro padres era nuestro único devengo regular – que nos daba a veces para comprar algunas chuches que al adquirirlas con el dinero obtenido con nuestro esfuerzo, nos sabían más ricas.

Piojo Rubio que parecía estar sobrado de adrenalina aquella tarde se fijó en tres chicas que paseaban por la acera junto al parque a unos veinte metros de nosotros y comenzó a vocearlas.

– ¡Eh, tías buenas, venid aquí! ¡Venid, que mis amigos quieren conoceros!

Para Amalia, aquello era machista y vergonzoso; yo me sentí cohibido delante suyo y tuve que reprimir las ganas de reírme de aquella situación que me parecía de lo más cómica. Con gusto hubiera seguido la broma, pero no quería disgustar a Amalia y perder a la vez todas mis posibilidades con ella.

–No hagas el gilipollas, Piojo. –le exhortó Amalia.

Las tres chicas aparentaban tener un par de años más que nosotros. Eso significaba que eran chicas de instituto, osea, fuera de nuestro alcance puesto que nunca perderían el tiempo con unos colegiales recién graduados como nosotros. De todas maneras para Piojo Rubio llamar a unas muchachas “tías buenas” era un piropo inmejorable, así que cuando ellas le ignoraron y terminaron perdiéndose de vista, nuestro amigo se quedó un poco decepcionado.

– Las muy guarras no me han hecho ni caso –dicho lo cuál se dejó caer encima de Cabezabuque para hacerle una llave de judo –. Si en vez de quedarte ahí sentado las hubieras llamado conmigo…

–Si no cambias de técnica, morirás virgen. –le advirtió Amalia.

Entonces fue cuando se acercó zigzagueando hacia nosotros el diabólico fotógrafo serpiente con la seguridad de ser el más astuto. Estábamos sentados en el césped y ninguno de los seis habíamos visto llegar a aquel hombre, puede que llegara reptando entre la hierba, lo cierto es que había aparecido de repente a nuestro lado. Se presentó siendo cordial pero sin separar las mandíbulas porque sus colmillos podían haber presagiado el veneno que escondían sus palabras y dijo ser fotógrafo de prensa. Era joven y vestía pantalones vaqueros, una camisa a cuadros rojos y blancos de manga corta con un chaleco color camel. Su pelo era castaño y lacio con un peinado que me recordaba al de Enrique del Pozo. Aquella fue la primera vez que escuché el término “freelance”.

– Hago un reportaje fotográfico sobre cómo pasa la juventud el verano sin salir de Madrid –nos dijo –. Os he visto a los seis de cachondeo, gritándole a unas chicas y me gustaría haceros una foto.

– Celebrábamos el comienzo de las vacaciones y el fin del colegio. –trató de justificarse Amalia.

– Y que yo he aprobado Gimnasia, Plástica y Religión…únicamente. –añadió Piojo Rubio provocándonos a todos una carcajada.

El Piojo Rubio aprovechó para pedirle un cigarrillo y el freelance sacó un paquete de Marlboro blando y nos ofreció tabaco a todos.

–Y además, pata negra. –exclamó Piojo Rubio al ver la marca.

Yo me acordé de aquello que decían mis padres de no coger nada de extraños y me quedé con las ganas de fumar de gorra.

No íbamos borrachos, no llevábamos bebida ni la mitad de la botella que habíamos comprado, pero estábamos muy animados y mis amigos decidieron posar. Yo que veía sisear al cameraman cuando hablaba, no me fié y me quedé tras el tronco de un chopo a un metro de mis amigos para no aparecer en la fotografía.

El fotógrafo se tomó su tiempo para enfocar, e incluso hizo alguna prueba antes de sacar la foto definitiva. A mí, que no entendía de fotografía y que cuando tenía que hacer una mandaba al que fuera a retratar un par de pasos a un lado y a otro, no me pareció que empleara mucho tiempo en enfocar, pero me asomé con curiosidad un par de veces esperando comprobar si había acabado ya. La segunda vez que saqué la cabeza por fuera del chopo, anunció que por fin había acabado. Se despidió de nosotros tan cordialmente como se presentó y le vimos alejarse paseando por el parque.

Unas semanas después saqué la conclusión de que “freelance” se traduce al castellano como cabrón y rastrero. En un especial del diario El Mundo salía nuestra foto dentro de un reportaje sobre el alcohol y la droga en la juventud. Junto a las fotos de porreros y pastilleros con cara de colgados. Allí, gracias al objetivo de la cámara del embaucador (¿se llama gran angular?), salían mis amigos posando juntos y a un paso, las tres botellas de cerveza que habían apartado fuera del encuadre, descansando junto al tronco de un chopo tras el que asomaba mi cabeza mientras trataba de averiguar si había terminado de hacer la fotografía. El “freelance” nos engañó diciendo que las litronas no estaban en el objetivo y yo no di mi consentimiento para salir en la foto, pero eso a mis padres no les iba a servir como excusa para librarme de un castigo antológico.

Así se publicó la fotografía de La Pandilla al completo como modelo de borrachos juveniles y pervertidos que increpaban a las muchachas inocentes que paseaban por el parque en un periódico de tirada nacional para que todo el mundo nos viera.

Afortunadamente, y esto también lo descubrí aquel verano, los hombres sólo leen las hojas de los deportes. Los fichajes del Real Madrid y sus partidos de pretemporada. Ninguno de nuestros progenitores llegó a ver la comprometida fotografía y pudimos seguir disfrutando del verano (yo ya me veía en un campamento realizando trabajos forzados).

Además, el padre de Piojo Rubio cuando llegó a casa el día de las notas, no se cabreó tanto como pensábamos. El hombre ya había perdido la esperanza de que estudiara una carrera y consiguiera un trabajo en el que se hiciera rico, se resignó varios cursos antes a aguardar hasta que cumpliera los dieciséis años para que empezara a trabajar de aprendiz en un taller mecánico, como él.  Así que Piojo Rubio no llegó a estar castigado y al día siguiente en el rincón de reunión de la Pandilla, comenzamos a planear las actividades para el verano.