Cascanueces

 

“Cuando era más joven podía recordar todo,

Hubiera sucedido o no.”

Mark Twain

Las series americanas de acción eran muy típicas en los mediodías estivales de los años ochenta: “El coche fantástico” que veíamos esos días, “El Halcón Callejero”,  la que habían emitido nueva ese verano, que era “Starman”, y algunas otras. Mi serie favorita siempre fue “El Superhéroe Americano”, que era muy cómica.

En aquellos tiempos no había TDT ni un canal alternativo. Si no te gustaba lo que ponían en la televisión pública solo te quedaba cambiar de afición, no había más canales ni más cáscaras.

Habían terminado de emitir “Falcon Crest”, que a los chicos de la pandilla no nos gustaba pero a Amalia le encantaban los líos de Ángela Chaning. Y no era la única serie del estilo que procuraba no perderse, también era seguidora de “Dallas”, “Dinastía”, “Los Colsby”, “Santa Bárbara” y alguna otra que permanece oculta en mi memoria por mi salud mental.

Amalia continuaba de vacaciones en Torrevieja y nos encontrábamos Félix, Cabezabuque y yo en El Refugio, ociosos y muertos de calor. Era una mañana anodina de un día entre semana, sin planes a la vista. Recuerdo que las calles parecían desiertas, la mitad de la población del barrio se había ido de vacaciones y los que no estaban en la playa o en el pueblo, se habían tenido que ir a trabajar. Solo se veía pasar cada poco a alguna mujer tirando de un carro de la compra. Puede que siempre fuera la misma, las marujas me parecían todas iguales. De todas formas el que hubiera tan poca gente nos iba a beneficiar después.

Discutíamos sobre el Coche Fantástico y si Michael Knight era homosexual. Cabezabuque insistía en que si no lo era, no había ninguna razón para no haberse tirado a la morena del último episodio que habían emitido. Era una chica con el pelo liso y largo hasta la mitad de la espalda, tenía unos ojos verdes que harían replantearse su castidad al Papa de Roma. La verdad es que no sabía cómo rebatirle, yo también sería capaz de dejar a Kit, a La Fundación y la serie a la mitad si me surge una oportunidad así. A Félix no le parecía que la chica fuera tan guapa. A él le gustaban las mujeres con mucho pecho. Acababa de ponerse de moda el “Boys, boys, boys” de una cantante italiana llamada Sabrina y empezó a obsesionarse con esa cualidad femenina. Cada vez que televisaban el vídeo musical en el que Sabrina cantaba y bailaba dentro de una piscina, él se quedaba aborregado frente a la pantalla esperando que esa vez fuera distinto y se vieran algo más los pezones que se quedaban a punto de asomarse por encima del bikini blanco. Yo le advertía:

–No seas iluso. ¿Te crees que en televisión van a dejar que se le salga una teta?

Félix se deshacía en elogios hablando de la cantante italiana en cuanto le dábamos ocasión y ésta no iba a ser menos. Estaba empezando con su retahíla sobre la mujer latina que se había aprendido de una Superpop de su hermana cuando Piojo Rubio llegó al Refugio con un cascanueces en forma de corazón entre sus dedos que regalaban con las nueces de Borges.

–¿Qué haces con eso? –pregunté deseando librarme del discurso de Félix, que ya conocía de sobra.

–Me han enseñado a abrir coches con esto –contestó –.

La respuesta nos dejó helados, congelados en mitad del verano durante unos instantes hasta que Félix consiguió reaccionar.

-No nos tomes el pelo, Piojo.

En la pandilla habíamos comprobado la fórmula de la pólvora explotando petardos, esta vez no nos íbamos a quedar atrás. Para demostrarnos sus mañas adquiridas recientemente como ladrón de coches salimos del Refugio. Según Piojo Rubio, los coches más fáciles de abrir eran los SEAT Ronda y los Ford Fiesta.

La búsqueda de nuestro objetivo no nos llevó mucho tiempo. A menos de cincuenta metros de mi casa encontramos un SEAT Marbella blanco. Piojo Rubio decidió que al ser pequeño resultaría fácil de abrir. Se acercó a la puerta del conductor con los aperos de su nuevo oficio en la mano mientras los demás nos quedamos en cada punta del coche vigilando por si se acercaba alguien.

–Date prisa. –Acució Cabezabuque según pasaban los segundos.

A mí no me gustaba aquella idea. El riesgo de que nos pillaran a cambio de un par de cintas del Fary y una linterna, que era lo que llevaban en la guantera de su coche casi todos los habitantes de Zarzaquemada, no merecía la pena. Y más después de lo ocurrido con los petardos en el Centro Comercial Getafe III. Cualquier día podían llamar a mis padres los guardias de seguridad que me tomaron el teléfono, si además me pillaban ahora robando me encerrarían en un reformatorio o en un colegio interno.

Un momento después Piojo Rubio anunció que la cerradura se había roto y comenzó a alejarse del auto caminando tranquilo, como si paseara despreocupadamente. Los demás le seguimos pero sin saber aparentar la misma tranquilidad.

Unos metros más adelante, en nuestra misma calle,  había una plazoleta con cuatro o seis coches aparcados. Como era verano quedaba sitio libre para otros diez o doce vehículos.

-Ahí hay un Ford Fiesta, voy a probar con él.

Yo me quedé en la esquina de la plazoleta, justo a la entrada donde podía vigilar si alguien se acercaba. Los demás fueron con Piojo Rubio para comprobar si conseguía abrirlo. A esas alturas, Félix empezaba a desconfiar de que con esa mierda de herramienta para abrir nueces pudiera abrirse un automóvil. Pero no tardó más de un minuto en verlo con sus propios ojos.

Esta vez no quise acercarme pero tampoco tuve el valor de irme a mi casa y dejarles allí cometiendo un acto delictivo. Había hecho el ridículo varias veces ese verano y no quería que me llamaran gallina.

Desde mi posición, a un paso del automóvil que estábamos forzando, controlaba la bodega de mi calle que se encontraba a unos diez metros. Observé que ya había abierto la puerta de un Ford Fiesta azul marino y el Piojo Rubio se metía dentro para saquearlo. Aquel modelo era bastante común, no había sido difícil encontrar uno al que forzar la cerradura, de hecho yo mismo tenía un familiar con un coche igual. Podía ver un ambientador de pino colgando del espejo interior, lo cual era muy común también pero al estar tan cerca de mi casa debía cerciorarme de que no fuera el de nadie conocido. Así que abandoné el puesto de vigilancia un momento.

Cuando estuve más cerca vi la matrícula y  tuve la certeza de que aquél era el Fiesta de mi tío. Entonces se me ocurrió mentirles. Corrí hasta la altura del coche urgiéndoles para que salieran, gritando:

-Ha salido un hombre de la bodega y viene hacia aquí. ¡Salid rápido que viene!

Redford y Cabezabuque, que estaban fuera del vehículo, huyeron inmediatamente en dirección contraria a la bodega. Por un pasillo entre setos que casi no se utilizaba y que salía a un parque. Piojo Rubio y Félix, que ocupaban el asiento del conductor y del copiloto respectivamente, dejaron de registrar las guanteras y salieron tras ellos.

Félix cuando se iba se giró para avisarme.

-Corre, que viene- y se fue perdiendo el culo. 

Félix me advirtió de que venía alguien porque él mismo lo había visto mientras salía del Ford Fiesta. Yo, a pesar del consejo, me quedé para cerrar las puertas y para comprobar si la cerradura se había roto; creyendo que habían huído alertados por mi falsa alarma. Aún no sabía que la historia que me inventé de que alguien había salido de la bodega y venía hacia allí se había hecho realidad. Cerré la puerta del acompañante primero y me dirigía a cerrar la del conductor sin saber que el dueño del coche estaba ya a un metro de mí.

-¿Qué ha pasado?

La voz a mi espalda de mi tío Juan me sorprendió. Me quedé blanco, no sabía cuánto tiempo llevaba detrás, qué había visto y oído, o si había reconocido a mis amigos entre los chicos que habían salido corriendo.

-¿Conocías a alguno de esos chicos? –siguió preguntando.

Sus preguntas me daban a entender que no había descubierto nada de lo ocurrido realmente. Comenzó a contarme que había salido de comprar vino de Camarena de la bodega –solía venir a nuestro barrio una vez al mes para comprarlo – y vio cómo echaba a unos chicos de dentro de su coche.

-Has sido muy valiente enfrentándote a ellos –me dijo –, pero deberías haber avisado a alguien. Lo que has hecho es peligroso, podían haber ido armados.

Mi tío me dio la coartada perfecta. Yo no hubiera sido capaz en ese momento de inventar tamaña mentira –no podía ni hablar del susto, mucho menos pensar una explicación coherente -. Solo tuve que asentir con la cabeza.

En mi casa, aunque me llevé una pequeña reprimenda por enfrentarme a unos ladrones, me trataron como a un héroe.

Mis amigos, que pensaban que me habían pillado, lo pasaron mal por mí y por ellos, temiendo que hubiera delatado a mis cómplices. Estoy seguro de que lo pasaron tan mal como yo tras el incidente de los petardos.

Nunca se supo que yo estaba entre aquellos chicos que forzaron la cerradura del Fiesta de mi tío y escuchaba a mis padres presumir de mi hazaña mientras me sentía un mezquino. Al principio me daba vergüenza cada vez que hablaban con orgullo de aquello y yo procuraba no intervenir. Pero según pasó el tiempo me fui creyendo la mentira y añadía detalles a la anécdota. Mientras que los primeros días no conseguía recordar ningún rasgo físico de los ladrones, según se sucedieron las narraciones, rememoraba matices y hacía puntualizaciones cuando lo contaban. Los chicos empezaron a tener dieciocho años, a vestir pantalones elásticos y camisetas de Iron Maiden. Mas tarde llevaban un pendiente en la oreja izquierda y luego tatuajes en el antebrazo. Menos mal que pasado un tiempo ya se lo había contado a todo el mundo, si sigo añadiendo hubieran medido dos metros de alto y hubieran portado una ametralladora cada uno.