Este es el problema. Aunque al principio creí en Alendi, más tarde recelé. Parecía que encajaba con los signos, cierto. Pero, bueno, ¿cómo puedo explicarlo?
¿Podía ser que encajara demasiado bien?
38
¿Cómo puede parecer tan confiado cuando yo estoy tan nerviosa?, pensó Vin, de pie junto a Elend, mientras el Salón de la Asamblea empezaba a llenarse. Habían llegado temprano; esta vez, Elend había dicho que quería parecer al mando al ser quien saludara a cada miembro de la Asamblea según fuera llegando.
Se elegiría al rey.
Vin y Elend se hallaban en el estrado, saludando a los asambleístas a medida que entraban por la puerta lateral de la sala. Los bancos ya estaban ocupados; las primeras filas, como siempre, repletas de guardias.
—Estás preciosa hoy —dijo Elend, mirando a Vin.
Ella se encogió de hombros. Se había puesto su vestido blanco, un modelo vaporoso con unas cuantas capas diáfanas en la parte superior. Como sus otros vestidos, estaba diseñado para que pudiera moverse a sus anchas, y hacía juego con la nueva ropa de Elend, sobre todo por el bordado oscuro de las mangas. No llevaba joyas, pero sí unos cuantos pasadores de madera para el cabello.
—Es extraño lo rápido que una se acostumbra a estos vestidos.
—Me alegro de que hayas cambiado —dijo Elend—. Los pantalones y la camisa son propios de ti… pero esta también eres tú. La parte de ti que recuerdo de los bailes, cuando apenas nos conocíamos.
Vin sonrió con tristeza mirándolo, mientras la multitud se volvía un poco más lejana.
—Nunca llegaste a bailar conmigo.
—Lo siento —contestó él, acariciándole levemente el brazo—. No hemos tenido mucho tiempo para nosotros últimamente, ¿verdad?
Vin negó con la cabeza.
—Me encargaré de eso. Cuando esta confusión se haya terminado, cuando el trono esté seguro, podremos dedicarnos a nosotros mismos.
Vin asintió, y entonces se volvió bruscamente al advertir movimiento a su espalda. Un miembro de la Asamblea cruzaba el estrado.
—Estás nerviosa —dijo Elend, frunciendo un poco el ceño—. Aún más que de costumbre. ¿Qué se me escapa?
Vin sacudió la cabeza.
—No lo sé.
Elend saludó al miembro de la Asamblea, uno de los representantes skaa, con un firme apretón de manos. Vin permaneció a su lado, su anterior tristeza evaporándose como las brumas mientras su mente regresaba al ahora. ¿Qué me tiene inquieta?
La sala estaba repleta: todo el mundo quería ser testigo de los acontecimientos del día. Elend se había visto obligado a colocar guardias en las puertas para mantener el orden. Pero no era solo el número de gente lo que ponía nerviosa a Vin. Era lo… equivocado de la situación. Todos se congregaban como carroñeros alrededor de un cadáver putrefacto.
—Esto es un error —dijo, agarrando por el brazo a Elend cuando el hombre de la Asamblea se marchaba—. Los gobiernos no deberían cambiar de mano basándose en las argumentaciones lanzadas desde un atril.
—Que no haya sido así en el pasado no significa que no deba ocurrir —dijo Elend.
Vin negó con la cabeza.
—Algo va a salir mal, Elend. Cett te sorprenderá, y tal vez Penrod lo haga también. Hombres como ellos no se quedarán quietos ni permitirán que una votación decida su futuro.
—Lo sé —contestó Elend—. Pero no son los únicos capaces de causar sorpresa.
Vin lo miró, intrigada.
—¿Estás planeando algo?
Él vaciló antes de mirarla.
—Yo…, bueno, Ham y yo ideamos algo anoche. Un plan. He intentado encontrar un modo de contártelo, pero no he tenido tiempo. Tuvimos que actuar con rapidez.
Vin frunció el ceño, aprensiva. Iba a decir algo, pero calló y estudió su mirada. Elend parecía un poco avergonzado.
—¿Qué? —preguntó.
—Bueno… tiene que ver contigo y tu reputación. Iba a pedirte permiso, pero…
Vin sintió un ligero escalofrío. Tras ellos, el último miembro de la Asamblea tomó asiento, y Penrod se levantó para dirigir la reunión. Miró a Elend y se aclaró la garganta.
Elend maldijo entre dientes.
—Mira, no tengo tiempo de explicarlo —dijo—. Pero en realidad no es gran cosa…, puede que ni siquiera me valga muchos votos. Pero, bueno, tenía que intentarlo. Y no cambia nada. Entre nosotros, quiero decir.
—¿Qué?
—¿Lord Venture? —dijo Penrod—. ¿Estás preparado para iniciar la sesión?
La sala permaneció en silencio. Vin y Elend estaban de pie en el centro del estrado, entre el atril y los asientos de los miembros de la Asamblea. Ella lo miró, dividida entre el temor, la confusión y una leve sensación de traición.
¿Por qué no me lo has dicho?, pensó. ¿Cómo puedo estar preparada si no me cuentas lo que planeas? Y… ¿por qué me miras así?
—Lo siento —dijo Elend, y se dispuso a ocupar su asiento.
Vin se quedó de pie, sola ante el público. En otro tiempo tanta atención la habría aterrorizado. Todavía la hacía sentirse incómoda. Ladeó la cabeza y se dirigió hacia los asientos del fondo y su sitio vacío.
Ham no estaba. Vin frunció el ceño y se dio la vuelta mientras Penrod abría la sesión. Allí, pensó. Localizó a Ham entre el público, sentado tranquilamente con un grupo de skaa que conversaban en voz baja, pero ni siquiera con estaño pudo Vin distinguir lo que decían en medio de la multitud. Brisa estaba con unos cuantos soldados de Ham, al fondo de la sala. Daba igual que conocieran o no el plan de Elend: estaban demasiado lejos para que se lo preguntara.
Molesta, se arregló las faldas y se sentó. No se había sentido tan ciega desde…
Desde aquella noche hace un año, justo antes de descubrir el plan de Kelsier, cuando creí que todo se desplomaba a mi alrededor.
Quizás eso era buena señal. ¿Habría ideado Elend algún subterfugio de brillantez política de última hora? No importaba realmente que no lo hubiera comentado con ella: probablemente de todas formas no hubiese comprendido su fundamentación.
Pero… siempre había compartido sus planes conmigo hasta ahora.
Penrod continuó hablando, probablemente para prolongar su tiempo delante de la Asamblea. Cett estaba sentado en primera fila, rodeado por una veintena de soldados, con aire de satisfacción. Y bien podía estar satisfecho. Por lo que ella había oído, iba a ganar la votación con facilidad.
Pero ¿qué estaba planeando Elend?
Penrod se votará a sí mismo, pensó Vin. Igual que Elend. Quedan veintidós votos. Los mercaderes apoyarán a Cett, como los skaa. Tienen demasiado miedo a ese ejército para votar otra cosa.
Eso solo dejaba a los miembros de la nobleza. Algunos habían votado por Penrod (el noble más poderoso de la ciudad; muchos miembros de la Asamblea eran aliados suyos desde hacía tiempo). Pero quien ganaría sería Cett, quien solo necesitaba una mayoría de dos tercios para acceder al trono.
Ocho mercaderes, ocho skaa. Dieciséis hombres de parte de Cett. Iba a ganar. ¿Qué podía hacer Elend?
Penrod terminó por fin su discurso de apertura.
—Pero, antes de votar —dijo—, me gustaría ofrecer la palabra a los candidatos para una alocución final si así lo desean. Lord Cett, ¿quieres ser el primero?
Cett negó con la cabeza.
—He hecho mis ofertas y mis amenazas, Penrod. Todos sabéis que tenéis que votar por mí.
Vin frunció el ceño. Parecía seguro de sí mismo, y sin embargo… Escrutó la multitud y sus ojos se posaron en Ham, que hablaba con el capitán Demoux. Y sentado junto a ellos estaba uno de los hombres que la habían seguido en el mercado. Un sacerdote del Superviviente.
Vin se volvió para estudiar a los miembros de la Asamblea. Los representantes skaa parecían incómodos. Miró a Elend, quien se levantó para ocupar su lugar en el atril. Había recuperado su antigua confianza y el uniforme blanco le daba un aspecto regio. Seguía llevando la corona.
No cambia nada entre nosotros… Lo siento, había dicho.
Se serviría de su reputación para conseguir votos. Su reputación era la reputación de Kelsier, y solo a los skaa les importaba realmente. Y solo había una forma fácil de influir en ellos…
—Te has unido a la Iglesia del Superviviente, ¿no? —susurró.
Las reacciones de los asamblearios skaa, la lógica del momento, las palabras de Elend de antes… todo cobraba sentido de pronto. Si Elend se unía a la Iglesia, los miembros skaa de la Asamblea quizá temieran votar en su contra. Y Elend necesitaba dieciséis votos para conseguir el trono: si había empate, ganaba. Con los ocho skaa y su propio voto, los otros nunca podrían expulsarlo.
—Muy astuto —susurró.
El plan tal vez no funcionara. Dependería de cuánto poder tuviera la Iglesia del Superviviente sobre los asamblearios skaa. Sin embargo, aunque algunos de aquellos skaa votaran contra Elend, todavía quedaban los nobles que votarían por Penrod. Si lo hacían los suficientes, Elend buscaría el empate y conservaría el trono.
El único precio sería su integridad.
Era injusto, se dijo Vin. Si Elend se había unido a la Iglesia del Superviviente, se aferraría a las promesas que hubiera hecho. Y, si la Iglesia del Superviviente obtenía el respaldo oficial, podría volverse tan fuerte en Luthadel como lo había sido el Ministerio de Acero. Y… ¿cómo cambiaría eso la manera en que Elend la veía?
«Esto no cambia nada», le había prometido él.
Aturdida, lo oyó empezar a hablar y sus alusiones a Kelsier ahora le parecieron obvias. Sin embargo, lo único que sintió fue una leve sensación de ansiedad. Era lo que Zane había dicho. Ella era el cuchillo. Un tipo diferente de cuchillo, pero un arma de todas formas. El medio por el que Elend protegería la ciudad.
Tendría que haber estado furiosa, o al menos asqueada. ¿Por qué seguían sus ojos recorriendo la multitud? ¿Por qué no podía concentrarse en lo que estaba diciendo Elend, en cómo la estaba ensalzando? ¿Por qué estaba de pronto tan nerviosa?
¿Por qué se movían tan sutilmente aquellos hombres alrededor de la sala?
—Por eso, con la bendición del Superviviente, os pido que votéis por mí —dijo Elend.
Esperó en silencio. Era un movimiento drástico; unirse a la Iglesia del Superviviente ponía a Elend bajo la autoridad espiritual de un grupo externo. Pero tanto Ham como Demoux lo habían considerado una buena idea. Elend se había pasado casi todo el día anterior informando a los ciudadanos skaa de su decisión.
Parecía una buena maniobra. Lo único que le preocupaba era Vin. La miró. A ella no le gustaba el lugar que ocupaba en la Iglesia del Superviviente, y que Elend se uniera a ella significaba, técnicamente, que aceptaba su papel en las creencias de la misma. Trató de mirarla a los ojos y sonreír, pero no lo estaba mirando. Observaba al público.
Elend frunció el ceño. Vin se levantó.
Un hombre apartó de repente de un empujón a dos soldados de la primera fila y luego dio un salto sobrenatural hasta aterrizar en el estrado. El hombre sacó un bastón de duelo.
¿Qué?, pensó Elend desconcertado. Por fortuna, los meses pasados entrenando por orden de Tindwyl habían despertado en él instintos que no sabía que tenía. Cuando el violento lo atacó, Elend esquivó y rodó. Golpeó el suelo, se giró y vio cómo el hombretón se abalanzaba hacia él enarbolando el bastón.
Un destello de encajes blancos y faldas revoloteó en el aire. Vin golpeó con los pies al violento y lo lanzó hacia atrás mientras giraba.
El hombre rezongó. Vin aterrizó de golpe directamente delante de Elend. El Salón de la Asamblea resonó con los gritos y alaridos.
Vin apartó el atril de una patada.
—Ponte detrás de mí —susurró, y una daga de obsidiana chispeó en su mano derecha.
Elend asintió, vacilante, y desenvainó la espada mientras se ponía en pie. El violento no estaba solo: tres grupitos de hombres armados se movían por la sala. Uno atacó la fila delantera, distrayendo a los guardias de allí. Otro grupo subía al estrado. El tercero parecía ocupado entre la multitud. Los soldados de Cett.
El violento se había levantado. No parecía haber sufrido mucho con la patada de Vin.
Asesinos, pensó Elend. Pero ¿quién los envía?
El hombre sonrió mientras se le unían cinco amigos más. El caos imperaba en la sala; los miembros de la Asamblea se dispersaban, sus guardaespaldas corrían a rodearlos. La lucha en la parte delantera del estrado impedía que nadie huyera por aquel lado. Los miembros de la Asamblea se amontonaban en la entrada lateral. Los atacantes, sin embargo, no parecían molestarse con ellos.
Solo tenían ojos para Elend.
Vin se mantuvo en posición, esperando a que los hombres atacaran, amenazadora a pesar del vestido de encaje. A Elend le pareció oírla gruñir en voz baja.
Los hombres atacaron.
Vin se abalanzó hacia delante, atacando con la daga al violento. Sin embargo, él la esquivó fácilmente con un golpe de bastón. Había seis hombres en total: tres eran obviamente violentos, lo que quería decir que los otros tres eran probablemente lanzamonedas o atraedores. Un fuerte componente de controladores de metal. Alguien no quería que ella terminara la pelea con monedas en un abrir y cerrar de ojos.
No comprendían que Vin nunca hubiera usado monedas en tal situación. No estando Elend tan cerca y habiendo tanta gente en la sala, no hubiese podido lanzar monedas con seguridad. Si lanzaba un puñado a sus enemigos podía morir gente.
Tenía que matar rápido a esos tipos. Ya se estaban desplegando, rodeándolos a ella y a Elend. Se movían por parejas: un violento y un lanzamonedas en cada equipo. Atacarían por los flancos tratando de llegar hasta Elend.
Vin recurrió al hierro, tirando de la espada de Elend para sacarla de su vaina. La asió por la empuñadura y la lanzó contra uno de los equipos. El lanzamonedas se la devolvió de un empujón, y ella, a su vez, la empujó a un lado, haciéndola girar hacia la segunda pareja de alománticos.
Uno de ellos la empujó de nuevo hacia ella. Vin tiró desde atrás, arrancando la vaina de punta metálica de las manos de Elend y lanzándola por el aire. La vaina pasó al vuelo junto a la espada. Esta vez, los lanzamonedas enemigos tiraron de ambas simultáneamente hacia el público que huía.
Los hombres gritaron desesperados mientras tropezaban y trataban de salir de la sala. Vin apretó los dientes. Necesitaba un arma mejor.
Arrojó una daga de piedra contra una pareja de asesinos y saltó hacia otra, girando bajo el arma del violento que la atacaba. El lanzamonedas no llevaba metal encima: solo estaba allí para impedirle matar al violento con monedas. Probablemente suponían que sería fácil derrotar a Vin, ya que se veía privada de la posibilidad de lanzar monedas.
El violento hizo girar su bastón, tratando de alcanzarla con el extremo. Ella agarró el arma, dio un tirón y saltó empujando las gradas de la Asamblea que tenía detrás. Golpeó al violento en el pecho con los pies y lo pateó con fuerza avivando peltre. El hombre gemía. Vin se empujó hacia los clavos de las gradas con todas sus fuerzas.
El violento consiguió permanecer en pie. Pareció completamente sorprendido, sin embargo, de que Vin se apartara de él llevándose su bastón.
Vin aterrizó y giró hacia Elend, que se había procurado un arma (un bastón de duelo) y tuvo el buen sentido de colocarse contra una pared. A la derecha se acurrucaban algunos miembros de la Asamblea, rodeados por sus guardias. La sala estaba demasiado llena, las salidas eran demasiado pequeñas para que todos escaparan.
Los miembros de la Asamblea no hicieron ningún amago de ayudar a Elend.
Uno de los asesinos soltó un grito, señalando, cuando Vin se empujó en las gradas hacia ellos y se colocó delante de Elend. Dos violentos alzaron sus armas mientras Vin giraba en el aire, tirando con suavidad de los goznes de una puerta para darse impulso. Su vestido aleteó al aterrizar.
Tengo que dar las gracias al sastre, pensó, alzando el bastón. Quería rasgarse el vestido de todas formas, pero los violentos se le echaron encima con demasiada rapidez. Bloqueó ambos golpes a la vez y luego se lanzó entre los hombres, avivando peltre, moviéndose más rápido que ellos.
Uno maldijo, tratando de hacer girar su bastón. Vin le rompió la pierna antes de que pudiera hacerlo. Cayó con un aullido, y ella saltó sobre su espalda, clavándolo al suelo mientras lanzaba un revés contra el segundo violento, que lo bloqueó y blandió su arma contra ella para quitarla de encima de su compañero.
Elend atacó. Los movimientos del rey, sin embargo, parecían torpes en comparación con los de los hombres que avivaban peltre. El violento giró casi con indiferencia, desviando el arma de Elend sin ninguna dificultad.
Vin soltó una maldición mientras caía. Lanzó su bastón contra el violento, obligándolo a apartarse de Elend. Apenas lo había esquivado cuando llegó al suelo, se puso en pie de un brinco y sacó una segunda daga. Se abalanzó hacia el violento antes de que pudiera volverse contra Elend.
Una lluvia de monedas voló hacia ella. No podía empujarlas, no con tanta gente alrededor. Gritó, colocándose entre las monedas y Elend, y empujó hacia los lados, dividiéndolas lo mejor que pudo para que se esparcieran y chocaran contra la pared. Sintió un destello de dolor en el hombro a pesar de todo.
¿De dónde ha sacado las monedas?, pensó con frustración. Pero vio al lanzamonedas junto a un atemorizado miembro de la Asamblea al que había obligado a entregarle su faltriquera.
Vin apretó los dientes. Todavía podía mover el brazo. Eso era lo que importaba. Gritó y se lanzó contra el violento más cercano. Sin embargo, el tercero había recuperado su arma, la que Vin le había arrojado, y daba un rodeo con su lanzamonedas para intentar sorprenderla por atrás.
Uno a uno, pensó Vin.
El violento más cercano blandió su arma. Ella tenía que sorprenderlo. Así que no esquivó ni bloqueó. Se limitó a recibir el golpe en el costado, quemando duralumín y peltre para resistir. Algo crujió en su interior al recibir el golpe, pero con duralumín fue lo bastante fuerte para resistirlo. La madera se astilló y ella continuó avanzando hasta clavar su daga en el cuello del violento.
El hombre cayó, dejando al descubierto a un sorprendido lanzamonedas. El peltre de Vin se había consumido con el duralumín, y el dolor floreció como un amanecer en su costado. A pesar de todo, liberó su daga mientras el violento caía, todavía moviéndose lo bastante rápido para alcanzar al lanzamonedas en el pecho.
Luego retrocedió tambaleándose, jadeando y sujetándose el costado mientras los dos hombres morían a sus pies.
Queda un violento —pensó con cierta desesperación—. Y dos lanzamonedas.
Elend me necesita. Con el rabillo del ojo vio a uno de los lanzamonedas arrojarle a Elend un puñado de monedas. Gritó, empujándolas, y oyó maldecir al hombre.
Se dio la vuelta, contando con que las líneas azules de su acero la advirtieran de si el lanzamonedas trataba de arrojarle algo más a Elend, y se sacó de la manga, donde lo llevaba bien atado para impedir que se lo arrancaran de un tirón, su frasco de metal. Sin embargo, mientras le quitaba el tapón el frasco salió volando de su mano temblorosa. El segundo lanzamonedas hizo una mueca mientras se lo arrebataba, lo volcaba y desparramaba su contenido por el suelo.
Vin rugió, pero empezaba a estar aturdida. Necesitaba peltre. Sin él, la profunda herida del hombro a causa de la moneda (la manga de encaje estaba roja de sangre) y el dolor aplastante en su costado eran demasiado. Casi no podía pensar.
Un bastón trató de alcanzarle la cabeza. Se apartó, rodando. Sin embargo, ya no tenía la gracia ni la velocidad del peltre. Podría haber esquivado el golpe de un hombre normal, pero el ataque de un alomántico era otra cosa.
¡No tendría que haber quemado duralumín!, pensó. La jugada le había permitido matar a dos asesinos, pero la había dejado demasiado indefensa. El bastón voló hacia ella.
Algo grande chocó contra el violento, arrastrándolo al suelo en un rugiente remolino de patas. Vin se incorporó mientras el violento golpeaba a OreSeur en la cabeza, haciendo crujir su cráneo. Sin embargo, el hombre sangraba y maldecía, y había soltado el bastón. Vin lo agarró por un extremo, se puso en pie y apretó los dientes para golpear en la cara al violento con el extremo opuesto. El hombre recibió el golpe con una maldición y le puso una zancadilla que logró derribarla.
Cayó junto a OreSeur. El sabueso, extrañamente, sonreía. Tenía una herida en el lomo.
No, una herida no. Una abertura en la carne… con un frasco de metal oculto dentro. Vin lo agarró, rodando, manteniéndolo oculto mientras el violento se ponía en pie. Tragó el líquido y los copos de metal que contenía. En el suelo, ante ella, vio la sombra del violento descargando un poderoso revés.
El peltre avivó la fuerza en su interior y sus heridas se volvieron meros zumbidos molestos. Esquivó el bastón que caía; golpeó el suelo y arrancó astillas de madera. Vin se levantó y descargó un puñetazo en el brazo de su sorprendido oponente.
No fue suficiente para romperle los huesos, pero obviamente le dolió. El violento, que ya había perdido dos dientes, gimió de dolor. Con el rabillo del ojo Vin vio a OreSeur ponerse en pie, con su mandíbula de perro colgando de una manera antinatural. Le hizo un gesto de asentimiento: el violento seguramente pensaba que estaba muerto debido a la fractura del cráneo.
Más monedas volaron hacia Elend. Ella las apartó sin mirar siquiera. OreSeur golpeó al violento por detrás, que giró sorprendido en el momento en que Vin atacaba. El bastón del hombre pasó a medio palmo de su cabeza y golpeó el espinazo de OreSeur. Ella le plantó la mano delante de la cara al individuo, pero, sin embargo, no descargó un puñetazo, que de poco habría servido contra un violento.
Extendió un dedo y usó su puntería. El ojo del violento saltó cuando le clavó el dedo en la cuenca. Entonces retrocedió de un salto mientras el hombre gritaba y se llevaba una mano a la cara. Le descargó un puñetazo en el pecho, derribándolo, saltó por encima de la forma caída de OreSeur y recogió su daga del suelo.
El violento murió, agarrándose agónicamente la cara, con la daga clavada en el pecho.
Vin se dio la vuelta buscando desesperadamente a Elend, que había recogido una de las armas del violento caído y mantenía a raya a los dos lanzamonedas restantes, que al parecer habían desistido de arrojarle monedas que ella desviaba. En cambio, habían sacado bastones de duelo para atacarlo directamente. El entrenamiento de Elend había sido suficiente para mantenerlo con vida… pero solo porque sus oponentes tenían que vigilar a Vin para asegurarse de que ella no tratara de usar monedas.
Vin dio una patada al bastón del hombre al que acababa de matar y lo atrapó al vuelo. Un lanzamonedas gritó cuando se abalanzó contra ellos con un alarido y haciendo girar su arma. Uno pudo reaccionar y se empujó en las gradas para apartarse. El arma de Vin, de todas formas, lo alcanzó en el aire, lanzándolo a un lado. El siguiente golpe alcanzó a su compañero, que había intentado escabullirse.
Elend respiraba entrecortadamente, con el uniforme desordenado.
Le ha ido mejor de lo que esperaba, admitió Vin, doblándose, tratando de juzgar la gravedad de la contusión de su costado. Necesitaba vendarse el hombro. La moneda no había alcanzado el hueso, pero la hemorragia le…
—¡Vin! —gritó Elend.
Alguien muy fuerte la agarró de pronto por atrás. Vin se quedó sin respiración mientras la arrojaban al suelo.
El primer violento. Le había roto la pierna y luego se había olvidado de él…
El hombre le rodeó el cuello con ambas manos, apretando mientras se arrodillaba sobre ella con las piernas contra su torso y la cara contraída de furia. Sus ojos parecían a punto de reventar, la adrenalina se mezclaba con el peltre.
Vin jadeó en busca de aire. Revivió lo acontecido años atrás, las palizas recibidas por hombres que la avasallaban. Camon, y Reen, y una docena más.
¡No!, pensó, avivando peltre, debatiéndose. Sin embargo, él la tenía inmovilizada y era mucho más corpulento que ella. Mucho más fuerte. Elend descargó su bastón contra la espalda del hombre, pero el violento apenas dio un respingo.
Vin no podía respirar. Le aplastaba la garganta. Trató de separar las manos del violento, pero era como siempre había dicho Ham. Su pequeño tamaño era una gran ventaja en la mayoría de las situaciones, pero, cuando se trataba de fuerza bruta, no podía competir con un hombre musculoso. Trató de volverse de lado, pero la tenaza del hombre era demasiado fuerte, su propio peso demasiado pequeño en comparación.
Se debatió en vano. Todavía tenía duralumín: quemarlo solo consumía los otros metales, no el duralumín en sí, pero la última vez había estado a punto de no poder contarlo. Si no eliminaba pronto al violento se quedaría sin peltre una vez más.
Elend golpeó, gritando en busca de ayuda, pero su voz sonaba lejana. El violento apretó el rostro contra el de Vin, y ella vio su furia. En ese momento, increíblemente, se le ocurrió una idea. ¿Dónde he visto antes a este hombre?
La visión se le nubló. Sin embargo, mientras el violento apretaba, se acercó más, y más, y más…
No tenía elección. Quemó duralumín y avivó peltre. Separó las manos de su oponente y le dio un cabezazo en la cara.
La cabeza del hombre explotó casi con la misma facilidad que antes el ojo había saltado.
Vin jadeó y se quitó de encima el cadáver decapitado. Elend retrocedió, con el traje y la cara manchados de rojo. Ella se levantó del suelo. El peltre se consumía y veía borroso, pero a pesar de todo vio una emoción en el rostro de Elend, pura como la sangre en su brillante uniforme blanco.
Espanto.
No, rogó mientras se desvanecía. Por favor, Elend, eso no…
Cayó de bruces, incapaz de mantenerse consciente.
Elend se sentó con las manos en la frente y el caos del Salón de la Asamblea, fantasmagóricamente vacío, a su alrededor.
—Vivirá —dijo Ham—. No está tan malherida. O… bueno, no está malherida para ser Vin. Solo necesita un montón de peltre y las atenciones de Sazed. Dice que ni siquiera tiene las costillas rotas, solo fisuradas.
Elend asintió, ausente. Algunos soldados estaban retirando los cadáveres, entre ellos los de los seis hombres que Vin había matado, incluido el último…
Elend cerró los ojos.
—¿Qué? —preguntó Ham.
Elend abrió los ojos y cerró el puño para impedir que la mano le temblara.
—Sé que has visto un montón de batallas, Ham —dijo—. Pero yo no estoy acostumbrado a ellas. No estoy… —Se volvió mientras los soldados se llevaban el cadáver sin cabeza.
Ham vio cómo arrastraban al muerto.
—Solo la había visto luchar una vez —dijo Elend en voz baja—. En el palacio, hace un año. Empujó a unos cuantos hombres contra las paredes. No fue como esto en absoluto.
Ham se sentó junto a Elend en uno de los bancos.
—Es una nacida de la bruma, El. ¿Qué esperabas? Un simple violento puede acabar fácilmente con diez hombres… con docenas, si tiene un lanzamonedas que lo apoye. Un nacido de la bruma… Bueno, ellos son como un ejército de una sola persona.
Elend asintió.
—Lo sé, Ham. Sé que mató al lord Legislador. Incluso me contó cómo se enfrentó a varios inquisidores de Acero. Pero… nunca había visto…
Volvió a cerrar los ojos. La imagen de Vin acercándose a él, al final, con su hermoso vestido blanco lleno de sangre y vísceras del hombre al que acababa de matar de un cabezazo…
Lo ha hecho para protegerme, pensó. Pero no por eso es menos preocupante. Tal vez incluso lo sea más.
Abrió los ojos. No podía permitirse distracciones: tenía que ser fuerte. Era el rey.
—¿Crees que los ha enviado Straff? —preguntó Elend.
Ham asintió.
—¿Quién si no? Iban por Cett y por ti. Supongo que tu amenaza de matar a Straff no fue tan amedrentadora como pensábamos.
—¿Cómo está Cett?
—A duras penas ha escapado con vida. Han matado a la mitad de sus soldados. En la refriega, Demoux y yo ni siquiera hemos podido ver lo que estaba pasando en el estrado contigo y con Vin.
Elend asintió. Ham había llegado cuando Vin ya se había encargado de los asesinos. Solo había necesitado unos minutos para eliminarlos a los seis.
Ham guardó silencio un instante. Finalmente, se volvió hacia Elend.
—Lo admito, El. Estoy impresionado. No he visto la pelea, pero sí los resultados. Una cosa es luchar contra seis alománticos y otra es hacerlo mientras tratas de proteger a una persona normal e impedir que hieran a la gente que te rodea. Y ese último hombre…
—¿Te acuerdas de cuando salvó a Brisa? —preguntó Elend—. Estaba muy lejos, pero juro que la vi lanzar los caballos por los aires con la alomancia. ¿Has oído alguna vez algo igual?
Ham negó con la cabeza.
Elend no dijo nada durante un momento.
—Creo que tenemos que hacer algunos planes. Con lo que ha sucedido hoy, no podemos…
Ham alzó la cabeza cuando Elend calló.
—¿Qué pasa?
—Un mensajero —dijo Elend, señalando hacia la puerta.
En efecto, el hombre se presentó a los soldados y fue escoltado hasta el estrado. Elend se puso en pie y se acercó a recibir al hombrecillo, que llevaba el escudo de Penrod en la casaca.
—Mi señor —dijo el hombre, inclinándose—. Me han enviado a informarte de que la votación tendrá lugar en la mansión de lord Penrod.
—¿La votación? —preguntó Ham—. ¿Qué tontería es esta? ¡Han estado a punto de matar a Su Majestad, hoy!
—Lo siento, mi señor —dijo el ayudante—. Simplemente me han encargado que transmitiera el mensaje.
Elend suspiró. Esperaba que, con la confusión, Penrod no se acordara de que se había acabado el plazo.
—Si no eligen a un nuevo rey hoy, Ham, conservaré la corona. Ya han agotado su período de gracia.
Ham suspiró.
—¿Y si hay más asesinos? Vin estará en cama unos cuantos días, como mínimo.
—No puedo contar con que me proteja siempre —dijo Elend—. Vamos.
—Yo voto por mí mismo —dijo lord Penrod.
No es ninguna sorpresa, pensó Elend. Estaba sentado en el cómodo salón de Penrod entre un grupo de aturdidos miembros de la Asamblea, ninguno de los cuales, por suerte, había resultado herido durante el ataque. Varios tenían vasos en la mano, y había un ejército de guardias asegurando el perímetro, mirándose unos a otros, en estado de máxima alerta. En la abarrotada habitación también se encontraban Noorden y otros tres escribas, quienes, según la ley, serían testigos de la votación.
—Yo también voto por lord Penrod —dijo lord Dukaler.
Tampoco es de extrañar, pensó Elend. Me pregunto cuánto le ha costado a Penrod.
La mansión Penrod no era una fortaleza, pero estaba lujosamente decorada. La comodidad del sillón que Elend ocupaba era un alivio de las tensiones del día. Sin embargo, Elend temía que fuera demasiado cómodo. Le sería muy fácil quedarse dormido…
—Yo voto por Cett —dijo lord Habren.
Elend alzó la cabeza. Era el segundo voto por Cett, y lo ponía a tres de Penrod.
Todos se volvieron hacia Elend.
—Yo voto por mí mismo —dijo, tratando de aparentar una firmeza que le resultaba difícil mantener después de todo lo sucedido. Los comerciantes votaron a continuación. Elend se acomodó, preparado para la esperada ristra de votos por Cett.
—Yo voto por Penrod —dijo Philen.
Elend se irguió, alertado. ¿Qué?
El siguiente comerciante votó también por Penrod. Y el siguiente, y el siguiente. Elend se quedó de piedra. ¿Qué he pasado por alto?, pensó. Miró a Ham, quien se encogió de hombros, confundido.
Philen miró a Elend, sonriendo amablemente. Elend no supo si había amargura o satisfacción en esa mirada. ¿Han cambiado de bando? ¿Tan rápido? Philen había sido quien había colado a Cett en la ciudad.
Elend contempló la fila de comerciantes, tratando con poco éxito de medir sus reacciones. Cett no había asistido a la reunión: se había marchado a la fortaleza Hasting para que le curaran las heridas.
—Yo voto por lord Venture —dijo Haws, el primero de la facción skaa. Esto también provocó una conmoción en la sala. Haws miró a Elend a los ojos, y asintió. Era un firme creyente de la Iglesia del Superviviente, y aunque los diferentes predicadores de la religión estaban empezando a no estar de acuerdo en cómo organizar a sus seguidores, todos coincidían en que un creyente en el trono sería mejor para ellos que entregar la ciudad a Cett.
Habrá que pagar un precio por esta alianza, pensó Elend mientras los skaa votaban. Conocían la reputación de honradez de Elend, y él no traicionaría su confianza.
Les había dicho que se convertiría en un miembro declarado de su secta. No les había prometido creer, pero sí devoción. Seguía sin estar seguro de qué había cedido exactamente, pero todos sabían que se necesitaban mutuamente.
—Yo voto por Penrod —dijo Jasten, un obrero del canal.
—Y yo también —dijo Thurts, su hermano.
Elend apretó los dientes. Sabía que serían un problema: nunca les había gustado la Iglesia del Superviviente. Pero cuatro de los skaa le habían dado ya su voto. Con solo los dos restantes tenía buenas posibilidades de lograr un empate.
—Yo voto por Venture —dijo el siguiente.
—Y yo también —dijo el último skaa. Elend le dirigió al hombre, Vet, una sonrisa de agradecimiento.
El resultado era de quince votos para Penrod, dos para Cett y siete para Elend. Insuficiente para Penrod. Elend se recostó levemente, apoyando la cabeza contra el acolchado respaldo del sillón, y suspiró.
Tú has hecho tu trabajo, Vin. Y yo el mío. Ahora tenemos que conservar a este país de una pieza.
—¿Se me permite cambiar mi voto? —preguntó una voz.
Elend abrió los ojos. Era lord Habren, uno de los que habían votado a favor de Cett.
—Quiero decir, está claro que Cett no va a ganar —habló Habren, ruborizándose un poco. El joven era un primo lejano de la familia Elariel, y probablemente por eso había conseguido su escaño. El apellido todavía significaba poder en Luthadel.
—No estoy seguro de si puedes cambiarlo o no —dijo lord Penrod.
—Bueno, prefiero que mi voto valga algo. Solo hay dos votos a favor de Cett, después de todo.
La habitación se quedó en silencio. Uno a uno, los miembros de la Asamblea se volvieron hacia Elend. Noorden, el escriba, lo miró a los ojos. Había una cláusula que permitía cambiar el voto, siempre y cuando el canciller no hubiera dado por cerrado oficialmente el escrutinio…, cosa que, en efecto, no había hecho.
La cláusula no era conocida; Noorden era probablemente el único en la sala aparte de Elend que conocía la ley lo bastante a fondo para interpretarla. Asintió levemente, sin dejar de mirar a Elend a los ojos. Se callaría la boca.
Elend guardó silencio en una habitación llena de hombres que confiaban en él, aunque lo rechazaran. Podría hacer lo que proponía Noorden. Podía no decir nada, o decir que no lo sabía.
—Sí —dijo en voz baja—. La ley te permite cambiar tu voto, lord Habren. Puedes hacerlo solo una vez, y debes hacerlo antes de que se dé a conocer oficialmente el ganador. Todos los demás tienen el mismo derecho.
—Entonces voto por lord Penrod —dijo Habren.
—Y yo también —dijo lord Hue, el otro que había votado por Cett.
Elend cerró los ojos.
—¿Algún cambio más? —preguntó lord Penrod.
Nadie habló.
—Entonces —dijo Penrod—, son diecisiete votos a mi favor y siete votos por lord Venture. Cierro oficialmente la votación y humildemente acepto vuestro nombramiento como rey. Serviré lo mejor que pueda en el ejercicio de esta función.
Elend se puso en pie y, lentamente, se quitó la corona.
—Toma —dijo, colocándola sobre la repisa—. La necesitarás.
Hizo un gesto a Ham, y se marchó sin mirar a los hombres que lo habían rechazado.
FIN DE LA TERCERA PARTE