En Terris lo rechazaron, pero él logró liderarlos.

23

El rey Lekal dijo que tenía veinte mil criaturas en su ejército —dijo Sazed con voz calma.

¡Veinte mil!, pensó Elend, anonadado. Eso era casi tan peligroso como los cincuenta mil hombres de Straff. Probablemente más.

Los sentados a la mesa guardaron silencio y Elend miró a los demás. Estaban en la cocina del palacio, donde un par de cocineros preparaban a toda prisa una cena tardía para Sazed. La cocina tenía una zona con una modesta mesa donde comían los criados. No era sorprendente que Elend nunca hubiera cenado en esa zona, pero Sazed había insistido en que no despertaran a los criados necesarios para servir en el comedor principal, aunque al parecer no había tomado nada en todo el día.

Así que estaban sentados en taburetes bajos, esperando, mientras los cocineros trabajaban lo bastante lejos para no escuchar la conversación entre susurros que tenía lugar en el cuarto. Vin estaba sentada al lado de Elend, con un brazo alrededor de su cintura y su sabueso kandra en el suelo, a sus pies. Brisa estaba sentado al otro lado del rey, con aspecto un tanto desaliñado: le había molestado que lo despertasen. Ham ya estaba despierto, como el propio Elend. Otra propuesta que había que elaborar: una carta que enviar a la Asamblea explicando que iba a reunirse de manera extraoficial con Straff.

Dockson acercó un taburete y eligió un sitio apartado de Elend, como de costumbre. Clubs estaba en su parte del banco, desplomado, aunque Elend no podía decir si su postura se debía al cansancio o a su pesimismo habitual. Eso dejaba a Fantasma, que estaba sentado a una de las mesas de servir y de vez en cuando alargaba un brazo para robar comida a los molestos cocineros. Elend advirtió con diversión que tonteaba sin éxito con una adormilada pinche de la cocina.

Y luego estaba Sazed. El terrisano se hallaba sentado directamente frente a Elend, con el tranquilo control que solo él era capaz de conseguir. Su ropa estaba manchada de polvo y tenía un aspecto raro sin sus pendientes (para no tentar a los ladrones, supuso Elend), pero llevaba limpias la cara y las manos. Incluso sucio por el viaje, Sazed seguía transmitiendo una sensación de orden.

—Pido disculpas, Majestad —dijo—. Pero creo que lord Lekal no es de fiar. Comprendo que fuisteis amigos antes del Colapso, pero su actual estado parece un poco… inestable.

Elend asintió.

—¿Cómo crees que los controla?

Sazed sacudió la cabeza.

—No tengo ni idea, Majestad.

—Tengo hombres en la guardia que vinieron del sur después del Colapso —intervino Ham—. Eran soldados y servían en una guarnición cerca de un campamento koloss. El lord Legislador no llevaba muerto un día y las criaturas ya se habían vuelto locas. Atacaron todo lo que había cerca: aldeas, guarniciones, ciudades.

—Lo mismo sucedió en el noroeste —dijo Brisa—. Las tierras de lord Cett se han llenado de refugiados que huían de los koloss salvajes. Cett trató de reclutar a la guarnición de koloss que había cerca de sus tierras, y lo siguieron durante algún tiempo. Pero entonces sucedió algo y atacaron a su ejército. Tuvo que matarlos a todos… Perdió a casi dos mil soldados para matar a una pequeña guarnición de quinientos koloss.

El grupo volvió a guardar silencio, mientras el parloteo del personal de cocina sonaba cerca. Quinientos koloss mataron a dos mil hombres, pensó Elend. Y las fuerzas de Jastes constan de veinte mil bestias. Lord Legislador

—¿Cuánto tiempo hace de eso? —preguntó Clubs—. ¿Y a qué distancia sucedió?

—He tardado algo más de una semana en llegar hasta aquí —dijo Sazed—. Aunque me pareció que el rey Lekal llevaba allí acampado algún tiempo. Obviamente viene hacia aquí, aunque no sé a qué velocidad pretende marchar.

—Probablemente no esperaba que los otros dos ejércitos llegaran antes —advirtió Ham.

Elend asintió.

—¿Qué hacemos, entonces?

—No veo que podamos hacer nada, Majestad —dijo Dockson, sacudiendo la cabeza—. El informe de Sazed no me da muchas esperanzas de que podamos razonar con Jastes. Y, con el asedio ya en marcha, poco puede hacerse.

—Podría darse la vuelta e irse —dijo Ham—. Con dos ejércitos aquí ya…

Sazed pareció vacilar.

—Sabía lo de los dos ejércitos, lord Hammond. Parecía confiar en sus koloss por encima de los ejércitos humanos.

—Con veinte mil, probablemente podría con cualquiera de esos otros dos ejércitos —dijo Clubs.

—Pero tendría problemas con ambos —dijo Ham—. Ese sería un buen motivo para detenerme, si fuera él. El hecho de aparecer con un montón de volátiles koloss podría preocupar lo suficiente a Cett y Straff para que unieran fuerzas contra él.

—Lo cual nos vendría bien —dijo Clubs—. Cuanto más luchen los otros, mejor estaremos.

Elend se echó hacia atrás en su asiento. Sentía el acecho de la ansiedad, y se alegró de tener a Vin junto a él, abrazándolo, aunque no dijera mucho. A veces se sentía más fuerte simplemente con su presencia. Veinte mil koloss. Esa sola amenaza lo atemorizaba más que ninguno de los otros dos ejércitos.

—Esto podría ser buena cosa —dijo Ham—. Si Jastes perdiera el control de esas bestias cerca de Luthadel, cabe la posibilidad de que atacaran a alguno de esos ejércitos.

—De acuerdo —dijo Brisa, cansado—. Creo que nos hace falta ganar tiempo, estirar este asedio hasta que llegue el ejército koloss. Un ejército más en liza solo implica más ventaja para nosotros.

—No me gusta la idea de tener koloss en la zona —dijo Elend, estremeciéndose levemente—. No importa la ventaja que saquemos. Si atacan la ciudad…

—Yo digo que nos preocupemos de eso cuando lleguen, si lo hacen —repuso Dockson—. Por ahora, tenemos que continuar con nuestro plan tal como está previsto. Su Majestad se reúne con Straff, tratando de manipularlo para que forje una alianza secreta con nosotros. Con suerte, la presencia inminente de los koloss lo hará estar más dispuesto al acuerdo.

Elend asintió. Straff había accedido a reunirse y habían fijado una fecha para la que faltaban unos cuantos días. Los miembros de la Asamblea estaban furiosos porque no había consultado con ellos el día y el sitio, pero poco podían hacer al respecto.

—Bueno —dijo Elend por fin, suspirando—. ¿Dijiste que tenías más noticias, Sazed? Mejores, espero.

Sazed vaciló. Un cocinero se acercó y le sirvió un plato de comida: cebada al vapor con tiras de carne y cerveza ahumada. El aroma fue suficiente para que Elend sintiera un poco de hambre. Hizo un gesto de agradecimiento al jefe de cocina, que había insistido en preparar la comida él mismo a pesar de lo intempestivo de la hora. El hombre llamó a su vez al personal y se dispuso a marcharse.

Sazed esperó en silencio a que todos estuvieran lejos y no pudieran oírlo.

—Dudo si mencionar esto, Majestad, pues tus cargas ya parecen bastante grandes.

—Bien puedes decírmelo.

Sazed asintió.

—Me temo que hayamos expuesto el mundo a algo cuando matamos al lord Legislador, Majestad. A algo inesperado.

Brisa alzó una ceja.

—¿Inesperado? Quieres decir… ¿aparte de koloss salvajes, déspotas hambrientos de poder y bandidos?

Sazed vaciló.

—Hmm, sí. Hablo de asuntos algo más difusos, me temo. Sucede algo extraño con las brumas.

Vin se irguió levemente.

—¿Qué quieres decir?

—He estado siguiendo una cadena de hechos —explicó Sazed. Bajó la cabeza mientras hablaba, como cohibido—. Podríamos decir que he estado llevando a cabo una investigación. Veréis, he oído hablar de numerosos casos de brumas que surgen durante el día.

Ham se encogió de hombros.

—Eso pasa a veces. Hay días de niebla, sobre todo en otoño.

—No me refiero a eso, lord Hammond —dijo Sazed—. Hay una diferencia entre la bruma y la niebla corriente. Cuesta verla, tal vez, pero un ojo entrenado la capta. La bruma es más densa y… bueno…

—Se mueve en volutas más grandes —dijo Vin en voz baja—. Como ríos en el cielo. Nunca se queda flotando en un solo sitio: flota con la brisa, como si la compusiera.

—Y no puede entrar en los edificios —dijo Clubs—. Ni en las tiendas. Se evapora poco después de hacerlo.

—Sí —contestó Sazed—. Cuando escuché por primera vez esos informes sobre la bruma diurna, supuse que las supersticiones de la gente estaban escapando a su control. He conocido a muchos skaa que se negaban a salir de día cuando había niebla. Sin embargo, sentí curiosidad, así que seguí la pista de los informes hasta una aldea del sur. Estuve enseñando allí durante algún tiempo y nunca recibí confirmación de las historias. Así que me fui de ese lugar. —Vaciló, frunciendo levemente el ceño—. Majestad, por favor no creas que estoy loco. Durante esos viajes pasé por un valle apartado y vi lo que juro que era bruma, no niebla. Se movía por el paisaje, arrastrándose hacia mí. A plena luz del día.

Elend miró a Ham, que se encogió de hombros.

—A mí no me mires.

Brisa hizo una mueca e intervino.

—Te está preguntando tu opinión, querido amigo.

—Bueno, pues no tengo ninguna.

—Vaya filósofo que estás hecho.

—No soy filósofo —dijo Ham—. Me gusta pensar en esas cosas.

—Bueno, entonces piensa en esto —le recomendó Brisa.

Elend miró a Sazed.

—¿Estos dos siempre se han comportado así?

—Sinceramente, no estoy seguro, Majestad —respondió Sazed, con una sonrisita—. No los conozco desde hace mucho más tiempo que tú.

—Sí, siempre han sido así —dijo Dockson, suspirando—. En todo caso, han empeorado con los años.

—¿No tienes hambre? —preguntó Elend, indicando el plato de Sazed.

—Puedo comer cuando termine esta conversación.

—Sazed, ya no eres ningún sirviente —dijo Vin—. No tienes que preocuparte por ese tipo de cosas.

—No se trata de servir o no, lady Vin —contestó Sazed—. Es una cuestión de educación.

—Sazed —dijo Elend.

—¿Sí, Majestad?

El rey señaló el plato.

—Come. Puedes ser educado en otro momento. Ahora pareces desnutrido… y estás entre amigos.

Sazed vaciló, dirigiendo a Elend una mirada de extrañeza.

—Sí, Majestad —dijo, y levantó un cuchillo y una cuchara.

—Ahora bien —empezó a decir Elend—, ¿qué importa que vieras bruma durante el día? Sabemos que las cosas que dicen los skaa no son ciertas: no hay ningún motivo para temer las brumas.

—Puede que los skaa sean más sabios de lo que creemos, Majestad —dijo Sazed, dando pequeños y cuidadosos bocados a la comida—. Parece que la bruma ha estado matando gente.

—¿Qué? —preguntó Vin, inclinándose hacia delante.

—Yo nunca lo he visto, lady Vin —dijo Sazed—. Pero sí que he visto sus efectos, y he recogido varios testimonios. Todos coinciden en que la bruma ha estado matando gente.

—Eso es ridículo —dijo Brisa—. La bruma es inofensiva.

—Eso es lo que pensaba, lord Ladrian. Sin embargo, varios de los informes son bastante detallados. Los incidentes siempre tuvieron lugar durante el día, y todos hablan de cómo la bruma se enroscó en torno a un desafortunado individuo, que luego murió… normalmente de un ataque. Yo mismo recopilé las entrevistas con los testigos.

Elend frunció el ceño. No hubiese dado crédito a la noticia de haber sido otro hombre, pero Sazed… no era alguien a quien se pudiera ignorar. Vin, sentada junto a Elend, seguía la conversación con interés, mordiéndose levemente el labio inferior. Extrañamente, no ponía objeciones a las palabras de Sazed… aunque los demás parecían reaccionar como lo había hecho Brisa.

—No tiene sentido, Sazed —dijo Ham—. Ladrones, nobles y alománticos se han internado siempre en las brumas.

—Así es, lord Hammond —asintió Sazed—. La única explicación que se me ocurre tiene que ver con el lord Legislador. No había escuchado ningún informe importante de muertes en la bruma antes del Colapso, pero he tenido pocos problemas para encontrarlos a partir de entonces. Los informes se concentran en las Dominaciones Externas, pero los incidentes parece que se mueven hacia el interior. Encontré un… incidente muy preocupante hace varias semanas, al sur, donde todos los habitantes de una aldea quedaron atrapados en sus chozas por miedo a la bruma.

—Pero ¿qué puede tener que ver la muerte del lord Legislador con las brumas? —preguntó Brisa.

—No estoy seguro, lord Ladrian —respondió Sazed—. Pero es la única conexión que he podido conjeturar.

Brisa frunció el ceño.

—Preferiría que no me llamaras así.

—Pido disculpas, lord Brisa —dijo Sazed—. Sigo acostumbrado a llamar a la gente por su nombre completo.

—¿Te llamas Ladrian? —preguntó Vin.

—Desgraciadamente. Nunca me ha gustado, y con el querido Sazed poniendo la palabra «lord» delante…, bueno, la aliteración lo hace todavía más atroz.

—¿Soy yo, o nos estamos yendo por las ramas más de lo habitual esta noche? —dijo Elend.

—Suele pasarnos cuando estamos cansados —respondió Brisa con un bostezo—. Sea como sea, nuestro buen terrisano debe haber malinterpretado los hechos. La bruma no mata.

—Solo puedo informar de lo que he descubierto —dijo Sazed—. Tendré que seguir investigando.

—Entonces, ¿te quedarás? —preguntó Vin, claramente esperanzada.

Sazed asintió.

—¿Y la enseñanza? —preguntó Brisa, agitando una mano—. Cuando te marchaste, recuerdo que dijiste algo de pasarte el resto de la vida viajando, o alguna tontería por el estilo.

Sazed se ruborizó un poco y volvió a bajar la cabeza.

—Me temo que ese deber tendrá que esperar.

—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Sazed —dijo Elend, dirigiendo una dura mirada a Brisa—. Si lo que dices es verdad, entonces harás un servicio mayor a través de tus estudios que con tus viajes.

—Tal vez —dijo Sazed.

—Aunque probablemente podrías haber elegido un lugar más seguro para instalarte —le dijo Ham, risueño—. Un lugar que no esté acosado por dos ejércitos y veinte mil koloss.

Sazed sonrió y Elend soltó una risa forzada. Ha dicho que los incidentes con las brumas se desplazan hacia dentro, hacia el centro del imperio. Hacia nosotros. Otra cosa más de la que preocuparse.

—¿Qué ocurre? —preguntó de pronto una voz. Elend se volvió hacia la cocina, donde se encontraba una despeinada Allrianne—. He oído voces. ¿Hay una fiesta?

—Estábamos tratando asuntos de Estado, querida —dijo Brisa rápidamente.

—La otra chica está aquí. —Allrianne señaló a Vin—. ¿Por qué no me habéis invitado?

Elend frunció el ceño. ¿Ha oído voces? Las habitaciones de los invitados no están cerca de las cocinas. Y Allrianne iba vestida con una sencilla túnica de noble. Se había tomado la molestia de quitarse la ropa de dormir, pero se había dejado el pelo despeinado. ¿Tal vez para parecer más inocente?

Estoy empezando a pensar como Vin, se dijo Elend con un suspiro. Como para corroborar sus pensamientos, advirtió que Vin miraba a la nueva chica entornando los ojos.

—Vuelve a tus aposentos, querida —aplacó Brisa—. No molestes a Su Majestad.

Allrianne suspiró dramáticamente, pero se dio la vuelta e hizo lo que le pedían, marchándose pasillo abajo. Elend se volvió hacia Sazed, que observaba a la muchacha con curiosidad, y le dirigió una mirada que significaba «pregunta más tarde». El terrisano continuó comiendo. Unos instantes después, el grupo empezó a disolverse. Vin se quedó con Elend mientras los demás se marchaban.

—No me fío de esa muchacha —dijo Vin cuando un par de criados recogieron la mochila de Sazed y lo acompañaron a su habitación.

Elend sonrió y se volvió a mirarla.

—¿Tengo que decirlo?

Ella puso los ojos en blanco.

—Lo sé. «No te fías de nadie, Vin». Esta vez tengo razón. Iba vestida, pero despeinada. Tiene que haberlo hecho intencionadamente.

—Me he dado cuenta.

—¿Sí? —Vin parecía impresionada.

Elend asintió.

—Debió oír a los criados despertando a Brisa y Clubs, y por eso se levantó. Eso significa que se ha pasado una buena media hora escuchando. Se revolvió el pelo para que pensáramos que acababa de llegar.

Vin abrió la boca, luego la cerró, estudiándolo.

—Estás mejorando —dijo.

—Eso, o la señorita Allrianne no es muy buena.

Vin sonrió.

—Sigo tratando de comprender por qué no la has oído —dijo Elend.

—Los cocineros hacían demasiado ruido —respondió Vin—. Además, estaba un poco distraída con lo que Sazed contaba.

—¿Y qué opinas de eso?

Vin vaciló.

—Te lo diré más tarde.

—Muy bien —dijo Elend. A los pies de Vin, el kandra se levantó y desperezó su cuerpo de sabueso. ¿Por qué ha insistido ella en traer a OreSeur a la reunión? No hace ni unas semanas que no podía soportar a la criatura.

El sabueso se volvió a mirar las ventanas de la cocina. Vin siguió su mirada.

—¿Vas a salir? —preguntó Elend.

Vin asintió.

—No me fío de esta noche. Estaré cerca de tu balcón, por si hay problemas.

Lo besó y se retiró. Él la vio marchar, preguntándose por qué le había interesado tanto la historia de Sazed, preguntándose por qué no se lo contaba.

Basta, se dijo. Tal vez estaba aprendiendo sus lecciones demasiado bien… De toda la gente de palacio, Vin era la última de la que tenía que recelar. Sin embargo, cada vez que creía que estaba empezando a comprenderla, se daba cuenta de lo poco que la entendía.

Y eso lo hacía todo un poco más deprimente. Con un suspiro, se dio la vuelta para regresar a sus habitaciones, donde su carta a medio terminar para la Asamblea le esperaba.

Tal vez no debería haber hablado de las brumas, pensó Sazed siguiendo a un criado escaleras arriba. Ahora he preocupado al rey con algo que tal vez solo sea una suposición mía.

Llegaron a lo alto de las escaleras y el criado le preguntó si deseaba que le prepararan un baño. Sazed negó con la cabeza. En otras circunstancias hubiera agradecido la oportunidad de asearse. Sin embargo, haber ido corriendo hasta el Dominio Central, ser capturado por los koloss y luego marchar hasta Luthadel lo había dejado al borde del agotamiento. Apenas había tenido fuerzas para comer. Ahora tan solo quería dormir.

El criado asintió y condujo a Sazed hasta un pasillo lateral.

¿Y si estaba imaginando relaciones inexistentes? Todos los eruditos sabían que uno de los mayores peligros de la investigación era el deseo de encontrar una respuesta concreta. Sazed no se había inventado los testimonios, pero ¿había exagerado su importancia? El testimonio de un lunático, enloquecido hasta el punto del canibalismo… Seguía quedando el hecho de que Sazed nunca había visto que las brumas mataran a nadie.

El criado lo condujo a una habitación de invitados, y Sazed, agradecido, le dio las buenas noches y vio cómo se marchaba sosteniendo una vela, pues le había dejado la lámpara. Durante la mayor parte de su vida, Sazed había pertenecido a la clase de los sirvientes apreciados por su refinado sentido del deber y el decoro. Había estado en mansiones y casas adineradas, supervisando la labor de criados como el que acababa de acompañarlo a sus habitaciones.

Otra vida, pensó. Siempre le había frustrado un poco que sus deberes de mayordomo le dejaran poco tiempo para el estudio. Qué irónico resultaba que, después de ayudar a derrocar al Imperio Final, tuviera todavía menos.

Iba a empujar la puerta y abrirla, pero se detuvo casi de inmediato. Ya había una luz encendida dentro de la habitación.

¿Han dejado una lámpara encendida para mí?, se preguntó. Lentamente, abrió la puerta. Alguien le estaba esperando.

—Tindwyl —dijo Sazed en voz baja. Ella estaba sentada junto al escritorio de la habitación, tranquila y vestida de punta en blanco, como siempre.

—Sazed —respondió ella mientras él entraba y cerraba la puerta. De repente, Sazed fue todavía más consciente de sus ropas sucias.

—Respondiste a mi petición.

—Y tú ignoraste la mía.

Sazed no la miró a los ojos. Se acercó y dejó la lámpara sobre el escritorio.

—Me he fijado en la ropa nueva del rey, y parece que ha ganado cierta confianza. Lo has hecho bien.

—No hemos hecho más que empezar —dijo ella, quitándole importancia—. Tenías razón respecto a él.

—El rey Venture es muy buena persona —dijo Sazed, acercándose a la palangana para lavarse la cara. Agradeció el agua fría; tratar con Tindwyl iba a agotarlo aún más.

—Las buenas personas pueden ser reyes terribles —advirtió Tindwyl.

—Pero las malas personas no pueden ser buenos reyes —dijo Sazed—. Es mejor empezar con una buena persona y trabajar el resto, creo.

—Tal vez —dijo Tindwyl. Lo observó con su dura expresión de costumbre. Otros la consideraban fría, incluso despiadada. Pero Sazed nunca la había considerado así. Teniendo en cuenta lo que había vivido, le parecía notable, incluso sorprendente, que demostrara tanta confianza. ¿Cómo lo conseguía?

—Sazed, Sazed… ¿Por qué has regresado al Dominio Central? Sabes las indicaciones que te dio el Sínodo. Se supone que tendrías que estar en el Dominio Oriental, enseñando a la gente de las fronteras de las tierras yermas.

—Es allí donde estaba. Y ahora estoy aquí. El sur podrá apañárselas sin mí durante algún tiempo.

—¿Sí? —preguntó Tindwyl—. ¿Y quién les enseñará técnicas de regadío para que puedan producir comida suficiente para sobrevivir a los meses de frío? ¿Quién les explicará los principios básicos para redactar leyes para que puedan gobernarse a sí mismos? ¿Quién les enseñará a recuperar su fe y sus creencias perdidas? Siempre te ha apasionado.

Sazed soltó la toalla.

—Volveré para enseñarles cuando esté seguro de que no tengo un trabajo más importante que hacer.

—¿Qué trabajo más importante podría haber? —preguntó Tindwyl—. Es el deber de nuestra vida, Sazed. Es el trabajo de todo nuestro pueblo. Sé que Luthadel es importante para ti, pero aquí no encontrarás nada. Yo cuidaré de tu rey. Tienes que irte.

—Aprecio tu trabajo con el rey Venture —dijo Sazed—. Sin embargo, mi curso de acción tiene poco que ver con él. Tengo que investigar otras cosas.

Tindwyl frunció el ceño y le dirigió una fría mirada.

—Sigues buscando esa conexión fantasma tuya. Esa locura de las brumas.

—Está pasando algo extraño, Tindwyl.

—No —dijo Tindwyl, suspirando—. ¿Es que no lo ves, Sazed? Te pasaste diez años trabajando para derrocar el Imperio Final. Ahora no sabes contentarte con un trabajo normal, y por eso te has inventado una amenaza grandiosa para el mundo. Tienes miedo de ser irrelevante.

Sazed bajó la cabeza.

—Tal vez. Si tienes razón, entonces pediré perdón al Sínodo. Tendré que pedir perdón de todas formas, creo.

—Oh, Sazed —dijo ella, sacudiendo levemente la cabeza—. No puedo entenderte. Tiene sentido que jóvenes apasionados como Vedzan y Rindel no escuchen los consejos del Sínodo. Pero ¿tú? Eres el alma de lo que significa ser de Terris: tan tranquilo, tan humilde, tan cuidadoso y respetuoso. Tan sabio. ¿Por qué eres tú quien desafía continuamente a nuestros líderes? No tiene sentido.

—No soy tan sabio como crees, Tindwyl —dijo Sazed con voz queda—. Soy simplemente un hombre que debe hacer aquello en lo que cree. Ahora mismo, creo que hay peligro en las brumas y debo investigar mis impresiones. Tal vez sea simplemente arrogancia y necedad. Pero prefiero que se me conozca como necio y arrogante que poner en peligro a los habitantes de esta tierra.

—No encontrarás nada.

—Entonces se demostrará que estoy equivocado —dijo Sazed. Se volvió para mirarla a los ojos—. Pero te pido que recuerdes que la última vez que desobedecí al Sínodo, el resultado fue el colapso del Imperio Final y la libertad de nuestro pueblo.

Tindwyl hizo una mueca. No le gustaba que le recordaran ese hecho; a ninguno de los guardadores le gustaba. Sostenían que Sazed se había equivocado al desobedecer, pero no podían castigarlo por su éxito.

—No te comprendo —repitió ella tranquilamente—. Deberías ser un líder de nuestro pueblo, Sazed. No nuestro mayor rebelde y disidente. Todo el mundo quiere fijarse en ti… pero no puede. ¿Debes desafiar todas las órdenes que se te dan?

Él sonrió débilmente, pero no respondió.

Tindwyl suspiró y se puso en pie. Iba hacia la puerta, pero se detuvo y le tomó la mano al pasar. Lo miró a los ojos un instante; entonces él apartó la mano.

Ella sacudió la cabeza y se marchó.