Pero he de continuar sin entrar en tantos detalles. El espacio es limitado. Los otros forjamundos debieron considerarse humillados cuando acudieron a mí, admitiendo que estaban equivocados. Incluso entonces, empezaba a dudar de mi declaración original.
Pero me sentí lleno de orgullo.
30
Grabo ahora este archivo en una plancha de metal porque tengo miedo, leyó Sazed. Miedo por mí mismo, sí… admito ser humano. Si Alendi regresa del Pozo de la Ascensión, estoy seguro de que mi muerte será uno de sus primeros objetivos. No es un hombre malvado, pero sí implacable. Debido, creo, a lo que ha vivido. No obstante, también temo que todo lo que he conocido caiga en el olvido, que mi historia caiga en el olvido. Y temo por el mundo que habrá de venir. Temo que mis planes fracasen. Temo un destino aún peor que la Profundidad.
Todo vuelve al pobre Alendi. Me siento mal por él y por todas las cosas que se ha visto obligado a soportar. Por aquello en lo que ha sido obligado a convertirse. Pero dejadme comenzar por el principio. Conocí a Alendi en Khlennium; entonces era un muchachito y aún no había sido deformado por una década como caudillo de ejércitos.
La altura de Alendi me sorprendió la primera vez que lo vi. Se trataba de un hombre que superaba a todos los demás, de un hombre que (a pesar de su juventud y su ropa humilde) imponía respeto. Curiosamente fue la sencilla ingenuidad de Alendi lo que me llevó al principio a hacerme amigo suyo. Lo empleé como ayudante durante sus primeros meses en la gran ciudad.
No me convencí hasta años más tarde de que Alendi era el Héroe de las Eras. El Héroe de las Eras, al que llamaban Rabzeen en Khlennium, el Anamnesor.
Salvador.
Cuando por fin lo comprendí, cuando por fin relacioné todos los signos de la Anticipación de Alendi, me entusiasmé. Sin embargo, cuando anuncié mi descubrimiento a los otros forjamundos, me trataron con desdén. Oh, cómo desearía ahora haberles hecho caso. Y, sin embargo, todo el que me conozca comprenderá que no había ninguna posibilidad de que me rindiera tan fácilmente. Cuando encuentro algo que investigar, soy tenaz en mi empeño.
Yo había decidido que Alendi era el Héroe de las Eras, y pretendía demostrarlo. Tendría que haber cedido a la voluntad de los demás; no tendría que haber insistido en viajar con Alendi para ser testigo de sus idas y venidas. Era inevitable que el propio Alendi descubriera lo que yo creía que era.
Sí, fue él quien difundió después los rumores. Yo nunca podría haber hecho lo que él hizo: convencer y persuadir al mundo de que era en efecto el Héroe. No sé si él mismo se lo creía, pero hizo que los demás creyeran que tenía que ser él.
Si la religión de Terris, y la creencia en la Anticipación, no se hubiera extendido más allá de nuestra gente… Si al menos la Profundidad no hubiera llegado cuando lo hizo, trayendo una amenaza que empujó a los hombres a la desesperación tanto en sus actos como en sus creencias… Si al menos hubiera ignorado a Alendi cuando estaba buscando un ayudante, hace tantos años…
Sazed dejó de transcribir el calco. Todavía quedaba mucho por hacer: era sorprendente cuánto había conseguido escribir ese Kwaan en una plancha de acero relativamente pequeña.
Sazed contempló su trabajo. Se había pasado todo el viaje hasta el norte deseando que llegara el momento de empezar por fin a trabajar en el calco. En parte estaba preocupado. ¿Parecerían las palabras del muerto tan importantes sentado en una habitación bien iluminada como lo habían parecido allá en las mazmorras del convento de Seran?
Estudió otra parte del documento, leyendo unos cuantos párrafos escogidos. Los que le resultaban de particular importancia.
Sin embargo, al ser yo quien encontró a Alendi, me convertí en alguien importante. Sobre todo, entre los forjamundos.
Había un lugar para mí en la tradición de la Anticipación: me consideré el Anunciador, el profeta que habría de descubrir, según lo predicho, al Héroe de las Eras. Renunciar entonces a Alendi habría sido renunciar a mi nueva posición, a ser aceptado por los demás. Y por eso no lo hice.
Pero lo hago ahora. Que se sepa que yo, Kwaan, forjamundos de Terris, soy un fraude.
Sazed cerró los ojos. Forjamundos. El título le resultaba conocido: la orden de los guardadores se había fundado sobre los recuerdos y esperanzas de las leyendas de Terris. Los forjamundos habían sido maestros, ferruquimistas que recorrían las tierras transmitiendo conocimientos. Habían sido una de las principales inspiraciones para la orden secreta de los guardadores.
Y ahora tenía un documento redactado por la propia mano de un forjamundos.
Tindwyl va a enfadarse mucho conmigo, pensó Sazed, abriendo los ojos. Ya había leído todo el calco, pero necesitaría estudiarlo durante algún tiempo. Memorizarlo. Cotejarlo con otros documentos. Ese fragmento de escritura (tal vez unas veinte páginas en total) podría fácilmente tenerlo entretenido durante meses, incluso años.
Los postigos de su ventana se sacudieron. Sazed alzó la cabeza. Se hallaba en sus aposentos del palacio, un grupo de habitaciones decoradas con gusto, demasiado lujosas para alguien que se había pasado la vida siendo un sirviente. Se levantó, se acercó a la ventana, descorrió el pestillo y abrió los postigos. Sonrió al encontrar a Vin agazapada en el alféizar.
—Hmm… hola —dijo Vin. Llevaba su capa de la bruma, una camisa gris y pantalones negros. A pesar de que ya era de día, quedaba claro que no se había acostado tras sus correrías nocturnas—. Deberías dejar la ventana sin correr el pestillo. No puedo entrar si está cerrada. Elend se enfadó conmigo porque rompo demasiados pestillos.
—Trataré de recordarlo, lady Vin —dijo Sazed, indicándole que entrara.
Vin atravesó ágilmente la ventana de un salto; la capa crujió.
—¿Tratarás de recordarlo? —preguntó—. Nunca te olvidas de nada. Ni siquiera de las cosas que no tienes guardadas en una mente de metal.
Se ha vuelto mucho más atrevida en los meses que he estado fuera, pensó Sazed mientras ella se acercaba a su escritorio y echaba un vistazo a su trabajo.
—¿Qué es esto? —preguntó, todavía mirando el escritorio.
—Lo encontré en el convento de Seran, lady Vin —dijo Sazed, acercándose. Se sentía tan bien vistiendo de nuevo túnicas limpias, teniendo un lugar tranquilo y cómodo donde estudiar… ¿Era un mal hombre por preferir eso a viajar?
Un mes, pensó. Me concederé un mes para estudiar. Luego le pasaré el proyecto a otro.
—¿Qué es? —repitió Vin, recogiendo el calco.
—Por favor, lady Vin —dijo Sazed, lleno de aprensión—. Es muy frágil. El calco podría ensuciarse…
Vin asintió, dejó el papel sobre la mesa y escrutó la traducción. En otra época hubiese evitado todo aquello que oliera a escritura, pero parecía intrigada.
—¡Menciona la Profundidad! —exclamó, emocionada.
—Entre otras cosas —dijo Sazed, reuniéndose con ella junto a la mesa. Se sentó, y Vin se acercó a uno de los cómodos sillones bajos de la habitación. Sin embargo, no se sentó como una persona normal; saltó y se sentó en el respaldo, apoyando los pies en el cojín.
—¿Qué? —preguntó, advirtiendo al parecer la sonrisa de Sazed.
—Solo me hacían gracia las tendencias de los nacidos de la bruma, lady Vin. Tenéis problemas para sentaros…, parece que siempre tenéis que encaramaros. Supongo que se debe a vuestro increíble sentido del equilibrio.
Vin frunció el ceño, pero decidió ignorar el comentario.
—Sazed, ¿qué era la Profundidad?
Él entrelazó los dedos y miró a la joven mientras reflexionaba.
—¿La Profundidad, lady Vin? Creo que es un tema de mucho debate. Supuestamente era algo grande y poderoso, aunque algunos eruditos han descartado la leyenda entera, considerándola una invención del lord Legislador. Hay algunos motivos para creer en esa teoría, opino, pues los únicos archivos de esa época son los que controlaba el Ministerio de Acero.
—Pero el libro de viaje menciona la Profundidad —dijo Vin—. Y esa cosa que estás traduciendo también.
—En efecto, lady Vin. Pero, incluso entre aquellos que suponen que la Profundidad fue real sigue habiendo mucho debate. Algunos se aferran a la historia oficial del lord Legislador y consideran que la Profundidad era una bestia horrible y sobrenatural…, un dios oscuro, si quieres. Otros no están de acuerdo con esta interpretación extrema. Piensan que la Profundidad era más mundana…, un ejército de algún tipo, tal vez invasores de otra tierra. El Dominio Lejano, durante los tiempos previos a la Ascensión, estaba al parecer poblada por varias razas de hombres primitivos y belicosos.
Vin estaba sonriendo. Él la miró intrigado, pero la muchacha tan solo sonrió.
—Le hice a Elend la misma pregunta —explicó— y apenas recibí una frase por respuesta.
—Su Majestad es experto en otras áreas: la historia previa a la Ascensión puede ser un tema demasiado denso incluso para él. Además, todo el que pregunte a un guardador sobre el pasado debería estar preparado para una conversación extensa, supongo.
—Yo no me quejo —dijo Vin—. Continúa.
—No hay mucho más que decir… o, más bien, hay mucho más que decir, pero dudo que tenga importancia. ¿Era la Profundidad un ejército? ¿Fue, tal vez, el primer ataque de los koloss, como algunos teorizan? Eso explicaría muchas cosas… La mayoría de las historias coinciden en que el lord Legislador obtuvo poder al derrotar a la Profundidad en el Pozo de la Ascensión. Tal vez se ganó el apoyo de los koloss y luego los empleó como ejército.
—Sazed, no creo que la Profundidad fueran los koloss.
—¿No?
—Creo que era la bruma.
—Esa teoría existe, en efecto —asintió Sazed.
—¿Sí? —preguntó Vin, un poco decepcionada.
—Por supuesto, lady Vin. Durante los mil años de reinado del Imperio Final, pocas posibilidades hay que no hayan sido barajadas, creo. La teoría de la bruma ya ha sido propuesta, pero entraña varios grandes problemas.
—¿Como cuáles?
—Bueno, para empezar, se dice que el lord Legislador derrotó a la Profundidad. Sin embargo, la bruma sigue aquí. Además, si la Profundidad era simplemente bruma, ¿por qué llamarla por un nombre tan oscuro? Por supuesto, otros señalan que mucho de lo que conocemos o hemos oído de la Profundidad procede de la cultura oral, y algo muy común puede adquirir propiedades místicas cuando se transmite verbalmente a través de generaciones. La Profundidad podría por tanto referirse no solo a la bruma, sino al hecho de su aparición o alteración.
»Sin embargo, el mayor inconveniente de la teoría de la bruma es la maldad. Si nos fiamos de los relatos (y tenemos muy poca cosa más en lo que basarnos) la Profundidad era terrible y destructora. La bruma parece poco peligrosa.
—Pero ahora mata.
Sazed vaciló.
—Sí, lady Vin. Eso parece.
—¿Y si lo hacía antes pero el lord Legislador lo impidió de algún modo? Tú mismo dijiste que pensabas que hicimos algo, algo que cambió la bruma, cuando matamos al lord Legislador.
Sazed asintió.
—Los problemas que he estado investigando son bastante terribles, cierto. No obstante, no veo que puedan ser una amenaza del mismo grado que la Profundidad. Algunas personas han muerto en las brumas, pero muchas eran gente mayor o de constitución débil. La bruma deja a mucha gente en paz. —Calló y unió los pulgares—. Pero no estaría bien que no admitiera cierto mérito en la sugerencia, lady Vin. Tal vez incluso unas cuantas muertes pudieron haber sido suficientes para causar el pánico. El peligro podría haberse exagerado al pasar de un narrador a otro… y quizá las muertes eran más numerosas entonces. No he podido recopilar suficiente información para estar seguro de nada todavía.
Vin no respondió. Oh, cielos, pensó Sazed, suspirando para sí. La he aburrido. Tengo que tener más cuidado, y vigilar mi vocabulario y mi expresión. Después de tantos viajes entre los skaa, cabría esperar que hubiera aprendido…
—¿Sazed? —preguntó Vin, pensativa—. ¿Y si lo estamos enfocando desde un punto de vista equivocado? ¿Y si las muertes aleatorias en las brumas no fueran el problema?
—¿Qué quieres decir, lady Vin?
Ella permaneció en silencio un momento, ausente, dando golpecitos con un pie contra el cojín del sillón. Finalmente, alzó la cabeza y lo miró a los ojos.
—¿Qué sucedería si las brumas se mantuvieran durante el día de modo permanente?
Sazed reflexionó un instante.
—No habría luz —continuó Vin—. Las plantas morirían, la gente pasaría hambre. Sería la muerte… el caos.
—Supongo —dijo Sazed—. Quizás esa teoría podría resultar válida.
—No es una teoría —contestó Vin, saltando del sillón—. Es lo que sucedió.
—¿Tan segura estás ya? —preguntó Sazed, divertido.
Vin asintió cortante, y se reunió con él en la mesa.
—Tengo razón —dijo con su brusquedad característica—. Lo sé.
Se sacó algo de un bolsillo del pantalón, y luego acercó un banco para sentarse junto a Sazed. Desplegó la hoja arrugada y la alisó en la mesa.
—Son citas del libro —dijo. Señaló un párrafo—. Aquí el lord Legislador habla sobre cómo los ejércitos eran inútiles contra la Profundidad. Al principio, pensé que eso significaba que los ejércitos no habían podido derrotarla… pero mira la forma de expresarlo. «Las espadas de mis ejércitos son inútiles». ¿Qué hay más inútil que tratar de blandir una espada contra la bruma? —Señaló otro párrafo—. Dejó destrucción a su paso, ¿no? Murieron millares. Pero nunca dice que la Profundidad los atacara. Dice que murieron «a causa de» ella. Tal vez lo hemos planteado mal todo el tiempo. Esta gente no fue aplastada ni devorada. Murieron de hambre porque su tierra estaba siendo tragada lentamente por las brumas.
Sazed estudió el papel. Ella parecía muy segura. ¿Es que no sabía nada de las técnicas adecuadas de investigación? ¿De preguntar, de estudiar, de postular e idear respuestas?
Por supuesto que no, se reprendió Sazed. Creció en las calles… No usa técnicas de investigación. Solo usa el instinto. Y, normalmente, acierta.
Volvió a alisar el papel y leyó su contenido.
—¿Lady Vin? ¿Escribiste esto tú misma?
Ella se ruborizó.
—¿Por qué todo el mundo se sorprende por eso?
—Es que no parece propio de ti, lady Vin.
—Me habéis corrompido —dijo ella—. Mira, no hay ni un solo comentario en este papel que contradiga la idea de que la Profundidad era la bruma.
—No contradecir un argumento y demostrarlo son cosas distintas, señora.
Ella hizo un gesto de indiferencia.
—Tengo razón, Sazed. Sé que la tengo.
—¿Qué te parece entonces este argumento? —preguntó Sazed, señalando una línea—. El Héroe da a entender que puede sentir la Profundidad como algo vivo. La bruma no está viva.
—Bueno, gira alrededor de quien usa la alomancia.
—No es lo mismo, creo. Dice que la Profundidad estaba loca… destructoramente loca. Que era maligna.
Vin vaciló.
—Hay algo, Sazed —admitió.
Él frunció el ceño.
Ella señaló otra sección de las notas.
—¿Reconoces esto? «No es una sombra. Esta cosa oscura que me sigue, la cosa que solo yo puedo ver, no es en realidad una sombra. Es negruzca y transparente, pero no tiene un contorno sólido como una sombra. Carece de sustancia… es fina e informe. Como si estuviera hecha de niebla negra. O de bruma, tal vez».
—Sí, lady Vin. El Héroe vio una criatura que lo seguía. Atacó a uno de sus compañeros.
Vin lo miró a los ojos.
—La he visto, Sazed.
Él sintió un escalofrío.
—Está ahí fuera. Cada noche, en las brumas. Observándome. Puedo sentirla con alomancia. Y, si me acerco lo suficiente, puedo verla. Es como si estuviera formada de la bruma misma; insustancial, y, sin embargo, allí está.
Sazed guardó silencio un momento, sin saber qué pensar.
—Crees que estoy loca.
—No, lady Vin —respondió él tranquilamente—. No creo que ninguno de nosotros pueda acusar a nadie de locura…, no considerando lo que está sucediendo. Pero… ¿estás segura?
Ella asintió con firmeza.
—Aunque sea cierto —dijo Sazed—, no responde a mi pregunta. El autor del libro vio a esa misma criatura y no la identificó con la Profundidad. No era la Profundidad, por tanto. La Profundidad era otra cosa…, algo peligroso, algo que podía sentir como maligno.
—Ese es el misterio, entonces —dijo Vin—. Tenemos que comprender por qué habló de las brumas de esa manera. Entonces sabremos…
—¿Saber qué, lady Vin?
Vin vaciló, y luego apartó la mirada. No respondió y prefirió pasar a otro tema.
—Sazed, el Héroe nunca hizo lo que se suponía que tenía que hacer. Rashek lo mató. Y cuando Rashek adquirió el poder en el Pozo, no lo entregó como tenía que haber hecho: se lo guardó para sí.
—Cierto.
Vin volvió a vacilar.
—Y las brumas han empezado a matar gente. Han empezado a aparecer durante el día. Es… como si las cosas volvieran a repetirse. Así que… tal vez eso significa que el Héroe de las Eras tendrá que venir de nuevo.
Ella lo miró, un poco… ¿avergonzada? Ah… pensó Sazed, cayendo en la cuenta. Vin veía cosas en la niebla. El anterior Héroe había visto las mismas cosas.
—No estoy seguro de que sea un razonamiento válido, señora.
Vin hizo una mueca.
—¿Por qué no puedes decir «te equivocas» como la gente normal?
—Pido disculpas, lady Vin. En mi formación como sirviente, me enseñaron a no ser negativo. Sin embargo, no creo que estés equivocada. Pero también pienso que, tal vez, no has considerado cabalmente tu postura.
Vin se encogió de hombros.
—¿Qué te hace pensar que el Héroe de las Eras regresará?
—No lo sé. Cosas que pasan, cosas que siento. Las brumas vuelven, y alguien tiene que detenerlas.
Sazed pasó los dedos por la sección traducida del calco, examinando sus palabras.
—No me crees —dijo Vin.
—No es eso, lady Vin. Es que no suelo apresurarme en las decisiones.
—Pero has pensado en el Héroe de las Eras, ¿verdad? Era parte de vuestra religión…, la religión perdida de Terris, aquello para lo que se fundaron los guardadores, lo que tenéis que intentar descubrir.
—Es cierto —admitió Sazed—. No obstante, no sabemos mucho sobre las profecías que nuestros antepasados usaron para encontrar a su Héroe. Además, la investigación que he estado haciendo últimamente sugiere que hubo algún error en sus interpretaciones. Si los mayores teólogos de Terris anteriores a la Ascensión fueron incapaces de identificar adecuadamente a su Héroe, ¿cómo vamos a hacerlo nosotros?
Vin guardó silencio.
—No tendría que haberlo mencionado —dijo por fin.
—No, lady Vin, no pienses eso, por favor. Pido disculpas… Tus teorías tienen gran mérito. Simplemente, es que tengo mente de erudito, y debo poner en tela de juicio y considerar la información que se me ofrece. Creo que me gusta demasiado discutir.
Vin alzó la cabeza y sonrió levemente.
—¿Otro motivo por el que nunca fuiste un buen mayordomo terrisano?
—Indudablemente —dijo él con un suspiro—. Mi actitud también tiende a causarme conflictos con los otros miembros de mi orden.
—¿Como con Tindwyl? —preguntó Vin—. No pareció alegrarse cuando se enteró de que nos habías hablado de la ferruquimia.
Sazed asintió.
—Para tratarse de un grupo dedicado al conocimiento, los guardadores pueden ser bastante reacios a dar información sobre sus poderes. Cuando el lord Legislador todavía vivía, cuando los guardadores eran perseguidos, la precaución era lógica, creo. Pero ahora que estamos a salvo de todo eso, parece que a mis hermanos y hermanas les resulta difícil abandonar la costumbre del secretismo.
Vin asintió.
—No parece que le caigas muy bien a Tindwyl. Dice que vino por sugerencia tuya, pero cada vez que alguien te menciona, parece… muy fría.
Sazed suspiró. ¿Le caía mal a Tindwyl? Pensó que tal vez el hecho de que Tindwyl no consiguiese que él le cayera mal era parte del problema.
—Simplemente está decepcionada conmigo, lady Vin. No estoy seguro de cuánto sabes de mi historia, pero llevaba trabajando contra el lord Legislador unos diez años antes de que Kelsier me reclutara. Los otros guardadores pensaron que ponía en peligro mis mentecobres, y a la orden misma. Creían que los guardadores debían permanecer al margen, esperando el día en que el lord Legislador cayera, pero sin buscar que eso sucediera.
—Me parece un poco cobarde.
—Ah, pero era una política muy prudente. Verás, lady Vin, si me hubieran capturado, hay muchas cosas que podría haber revelado. Los nombres de otros guardadores, la localización de nuestros escondites, los medios por los que conseguimos ocultarnos en la cultura de Terris. Mis hermanos trabajaron durante muchas décadas para que el lord Legislador creyera que la ferruquimia había sido exterminada por completo. Exponiéndome podría haberlo estropeado todo.
—Eso habría sido malo si hubiéramos fracasado —dijo Vin—. No lo hicimos.
—Podríamos haberlo hecho.
—Pero no lo hicimos.
Sazed hizo una pausa, luego sonrió. A veces, en un mundo de debates, preguntas y dudas propias, la sencilla tosquedad de Vin resultaba refrescante.
—De todas formas —continuó—, Tindwyl es miembro del Sínodo…, un grupo de guardadores mayores que guía nuestra secta. Me he rebelado contra el Sínodo varias veces. Y, al regresar a Luthadel, los estoy desafiando una vez más. Ella tiene buenos motivos para estar descontenta conmigo.
—Bueno, yo aseguraría que estás haciendo lo adecuado —contestó Vin—. Te necesitamos.
—Gracias, lady Vin.
—No creo que tengas que hacer caso a Tindwyl. Es de las que actúan como si supieran más de lo que saben.
—Es muy sabia.
—Es dura con Elend.
—Probablemente porque es lo mejor para él —dijo Sazed—. No la juzgues demasiado a la ligera, niña. Si parece implacable es porque ha tenido una vida muy dura.
—¿Una vida dura? —preguntó Vin, guardándose las notas en el bolsillo.
—Sí, lady Vin. Verás, Tindwyl se ha pasado casi toda la vida siendo una madre de Terris.
Vin vaciló con la mano en el bolsillo, sorprendida.
—¿Quieres decir… que era una reproductora?
Sazed asintió. El programa reproductor del lord Legislador incluía a unos cuantos individuos seleccionados utilizados para dar a luz niños… con el objetivo de erradicar la ferruquimia de la población.
—Tindwyl tuvo, según los últimos cómputos, más de veinte hijos —dijo Sazed—. Cada uno de un padre diferente. Tuvo el primero con catorce años, y se pasó toda la vida siendo poseída repetidamente por hombres desconocidos hasta que se quedaba embarazada. Y, a causa de las drogas de fertilidad que los maestros criadores le obligaban a tomar, a menudo paría gemelos y trillizos.
—Yo… comprendo —dijo Vin en voz baja.
—No eres la única que ha tenido una infancia terrible, lady Vin. Tindwyl es posiblemente la mujer más fuerte que conozco.
—¿Cómo pudo soportarlo? Creo… creo que yo me habría quitado la vida.
—Es una guardadora —dijo Sazed—. Sufrió la indignidad porque sabía que hacía un gran servicio a su pueblo. Verás, la ferruquimia es hereditaria. La posición de Tindwyl como madre aseguraba generaciones futuras de ferruquimistas en nuestro pueblo. Irónicamente, es exactamente el tipo de persona que los maestros criadores supuestamente intentaban evitar que se reprodujera.
—Pero ¿cómo sucedió una cosa así?
—Los criadores supusieron que habían eliminado la ferruquimia de la población. Intentaron crear otras tendencias en los terrisanos: docilidad, templanza. Nos criaron como a caballos de raza, y fue un gran golpe cuando el Sínodo consiguió que eligieran a Tindwyl para su programa.
»Naturalmente, Tindwyl tiene muy poca formación en ferruquimia. Afortunadamente, recibió algunas de las mentecobres que los guardadores llevamos. Así, durante sus muchos años de encierro, pudo estudiar y leer biografías. No fue hasta el último año, pasada ya su época fértil, que pudo trabar amistad con otros guardadores. —Sazed calló y sacudió la cabeza—. En comparación, los demás hemos conocido una vida de libertad.
—Magnífico —murmuró Vin, poniéndose en pie y bostezando—. Otro motivo para que te sientas culpable.
—Deberías dormir, lady Vin —le recomendó Sazed.
—Unas cuantas horas —dijo Vin, saliendo por la puerta y dejándolo solo una vez más con sus estudios.