Mis hermanos nunca me habían prestado mucha atención: opinaban que mi trabajo y mis intereses no eran los adecuados para un forjamundos. No entendían de qué modo mi trabajo, el estudio de la naturaleza en vez del de la religión, beneficiaba al pueblo de las catorce tierras.

32

Vin permaneció en silencio, tensa, observando a la multitud. Cett no puede haber venido solo, pensó.

Y entonces los vio, ahora que sabía lo que estaba buscando. Soldados entre la gente, vestidos de skaa, formando un pequeño cordón protector alrededor del asiento de Cett. El rey no se levantó, aunque un joven sentado a su lado sí que lo hizo.

Tal vez treinta guardias, pensó Vin. Puede que no sea lo suficientemente loco para venir solo… pero ¿entrar en la ciudad que estás asediando? Era una osadía rayana en la estupidez. Naturalmente, muchos habían dicho lo mismo de la visita de Elend al campamento de Straff.

Pero Cett no se hallaba en la misma posición que Elend. No estaba desesperado, no corría peligro de perderlo todo. Excepto que… tenía un ejército más pequeño que el de Straff, y los koloss se aproximaban. Si Straff se aseguraba el supuesto tesoro de atium, los días de Cett como caudillo en occidente estarían sin duda contados. Ir a Luthadel tal vez no había sido un acto de desesperación, sino la acción de un hombre que tenía la mano ganadora. Cett estaba apostando fuerte.

Y parecía disfrutar.

Cett sonrió mientras la sala esperaba en silencio, los miembros de la Asamblea y el público estaban demasiado desconcertados por igual. Finalmente hizo un gesto a algunos de sus soldados disfrazados, y los hombres llevaron la silla en la que estaba sentado al estrado. Los asamblearios susurraron comentarios, volviéndose hacia sus ayudantes o compañeros, buscando confirmación sobre la identidad de Cett. La mayoría de los nobles ni siquiera pestañearon, lo cual era, en opinión de Vin, confirmación más que suficiente.

—No es lo que me esperaba —le susurró a Brisa mientras los soldados subían al estrado.

—¿Nadie te había dicho que es un lisiado? —preguntó Brisa.

—No solo eso —dijo Vin—. No lleva traje.

Cett vestía pantalones y camisa, pero en vez de la casaca típica de los nobles llevaba una gastada chaqueta negra.

—Y esa barba. No puede haberse dejado una barba así en un año: debía llevarla antes del Colapso.

—Solo conocías a los nobles de Luthadel, Vin —intervino Ham—. El Imperio Final era grande, con montones de sociedades diferentes. No todo el mundo viste como lo hacen aquí.

Brisa asintió.

—Cett era el noble más poderoso de su zona, así que no tenía que preocuparse por la tradición ni por el decoro. Hacía lo que se le antojaba, y la nobleza local lo imitaba. Había cien cortes distintas con cien diferentes pequeños «Lores Legisladores» en el imperio, y cada región tenía su propia dinámica política.

Vin se volvió hacia el estrado. Cett estaba sentado en su silla, sin hablar todavía. Finalmente, lord Penrod se incorporó.

—Esto ha sido completamente inesperado, lord Cett.

—¡Bien! —dijo Cett—. ¡Después de todo, eso pretendía!

—¿Deseas dirigirte a la Asamblea?

—Creía haberlo hecho ya.

Penrod se aclaró la garganta, y los oídos amplificados de Vin oyeron un murmullo despectivo entre los nobles acerca de los «nobles occidentales».

—Tienes diez minutos, lord Cett —dijo Penrod, tomando asiento.

—Bien —dijo Cett—. Porque, al contrario que ese muchacho de allá, pretendo deciros exactamente por qué deberíais nombrarme rey.

—¿Y por qué? —preguntó uno de los comerciantes.

—¡Porque tengo un ejército a las puertas! —dijo Cett con una carcajada.

La Asamblea pareció sorprenderse.

—¿Es una amenaza, Cett? —preguntó Elend, sin perder la calma.

—No, Venture —replicó Cett—. Solo estoy siendo sincero…, algo que los nobles del centro parecéis evitar a toda costa. Una amenaza es solo una promesa a la inversa. ¿Qué le has dicho a esta gente? ¿Que tu amante le puso un cuchillo a Straff en la garganta? Bueno, ¿no estabas dando a entender que, si no eras elegido, retirarías a tu nacida de la bruma y dejarías que destruyeran la ciudad?

Elend se ruborizó.

—Por supuesto que no.

—Por supuesto que no —repitió Cett. Tenía una voz potente, descarada, implacable—. Bueno, yo no finjo, y no me escondo. Mi ejército está aquí y mi intención es tomar esta ciudad. Sin embargo, preferiría que me la entregarais.

—Usted, señor, es un tirano —dijo Penrod llanamente.

—¿Y? Soy un tirano con cuarenta mil soldados: el doble de los que tenéis protegiendo estas murallas.

—¿Y qué nos impide tomarte como rehén? —preguntó uno de los otros nobles—. Parece que te has entregado.

Cett soltó una carcajada.

—Si no regreso a mi campamento esta noche, mi ejército tiene orden de atacar y arrasar la ciudad de inmediato. ¡No importa a qué precio! Probablemente será aniquilado luego por el de Venture… ¡Pero a esas alturas a mí no me importará ya, ni a vosotros! Todos estaremos muertos.

La sala quedó en silencio.

—¿Ves, Venture? —preguntó Cett—. Las amenazas funcionan maravillosamente.

—¿Sinceramente esperas que te nombremos rey?

—La verdad es que sí —respondió Cett—. Mira, con veinte mil soldados sumados a mis cuarenta mil, podríamos defender las murallas de Straff… Incluso podríamos detener a ese ejército de koloss.

De inmediato comenzaron los susurros, y Cett alzó una tupida ceja, volviéndose hacia Elend.

—No les has hablado de los koloss, ¿verdad?

Elend no respondió.

—Bueno, pronto se enterarán —dijo Cett—. De todas formas, no veo que tengáis más opción que elegirme a mí.

—No eres un hombre de honor —dijo Elend simplemente—. El pueblo espera más de sus líderes.

—¿No soy un hombre de honor? —preguntó Cett, divertido—. ¿Y tú lo eres? Déjame hacerte una pregunta directa, Venture. En el curso de esta sesión, ¿ha estado aplacando alguno de tus alománticos a los miembros de la Asamblea?

Elend vaciló. Sus ojos buscaron hasta encontrar a Brisa. Vin cerró los suyos. No, Elend, no

—Sí, lo han hecho —admitió.

Vin oyó gemir a Tindwyl entre dientes.

—Y —continuó Cett—, ¿puedes decir sinceramente que nunca has dudado de ti mismo? ¿Nunca te has preguntado si eras un buen rey?

—Creo que todo líder se pregunta esas cosas —respondió Elend.

—Bueno, yo no —dijo Cett—. Siempre he sabido lo que significaba estar al mando… y siempre he hecho todo cuanto había que hacer para asegurarme de conservar el poder. Sé cómo hacerme fuerte, y eso significa que sé cómo hacer que aquellos que se asocian conmigo sean fuertes también.

»Este es el trato. Me entregáis la corona, y yo me hago cargo de todo. Conservaréis vuestros títulos… y los miembros de la Asamblea que no tienen un título lo obtendrán. Además, conservaréis la cabeza. Os aseguro que es un trato mucho mejor que el que os ofrecerá Straff.

»El pueblo tiene que seguir trabajando, y yo me encargaré de que se alimente este invierno. Todo volverá a la normalidad, a ser como antes de que comenzara esta locura hace un año. Los skaa trabajan, la nobleza administra.

—¿Crees que volverán a someterse a eso? —preguntó Elend—. Después de todo por lo que hemos luchado, ¿crees que simplemente dejaré que obligues a la gente a volver a la esclavitud?

Cett sonrió tras su tupida barba.

—Tengo la impresión de que eso no es decisión tuya, Elend Venture.

Elend guardó silencio.

—Quiero reunirme con cada uno de vosotros —dijo Cett a los miembros de la Asamblea—. Si lo permitís, deseo mudarme a Luthadel con algunos de mis hombres. Digamos, una fuerza de unos cinco mil…, los suficientes para sentirme a salvo, pero que no supongan ningún verdadero peligro para vosotros. Estableceré mi residencia en una de las fortalezas abandonadas y esperaré vuestra decisión hasta la semana que viene. Durante ese tiempo me reuniré con cada uno de vosotros por turno y le explicaré los… beneficios de elegirme como vuestro rey.

—Sobornos —escupió Elend.

—Por supuesto. Sobornos para toda la gente de esta ciudad: ¡y el principal soborno será la paz! Eres muy dado a poner nombres, Venture. «Esclavos», «amenazas», «honor»… «Soborno» es solamente una palabra. Visto de otra forma, un soborno es solo la garantía de una promesa.

Cett sonrió. Los miembros de la Asamblea guardaron silencio.

—¿Votamos entonces si lo dejamos entrar en la ciudad? —preguntó Penrod.

—Cinco mil hombres son demasiados —dijo uno de los skaa.

—Cierto —dijo Elend—. De ningún modo podemos dejar entrar tropas extranjeras en Luthadel.

—No me gusta nada —dijo otro.

—¿Cómo? —dijo Philen—. Un monarca en nuestra ciudad será menos peligroso que fuera, ¿no? Y, además, Cett nos ha prometido títulos a todos.

El grupo se quedó meditativo.

—¿Por qué no me dais la corona ahora? —dijo Cett—. Abrid las puertas a mi ejército.

—No podéis —dijo Elend de inmediato—. No hasta que haya un rey… A menos que recibas un voto unánime ahora mismo.

Vin sonrió. La unanimidad no se daría mientras Elend perteneciera a la Asamblea.

—Bah —dijo Cett, pero obviamente fue lo bastante listo para no insultar más al cuerpo legislativo—. Entonces permitid que me instale en la ciudad.

Penrod asintió.

—¿Todos a favor de permitir a lord Cett establecer su residencia con… digamos… mil soldados?

Diecinueve miembros de la asamblea levantaron la mano. Elend no fue uno de ellos.

—Entonces está decidido —dijo Penrod—. Volveremos a reunirnos dentro de dos semanas.

Esto no puede estar sucediendo, pensó Elend. Creía que Penrod podía suponer un desafío, y Philen algo menos. Pero… ¿uno de los mismos tiranos que amenaza la ciudad? ¿Cómo han podido? ¿Cómo pueden considerar siquiera su sugerencia?

Elend se levantó y agarró a Penrod por el brazo cuando se disponía a bajar del estrado.

—Ferson —dijo en voz baja—, esto es una locura.

—Tenemos que considerar la opción, Elend.

—¿Considerar vender al pueblo de esta ciudad a un tirano?

La expresión de Penrod se volvió fría, y se zafó del brazo de Elend.

—Escucha, muchacho —dijo tranquilamente—. Eres un buen hombre, pero siempre has sido un idealista. Te has dedicado a los libros y la filosofía. Yo me he pasado la vida luchando en la política con los miembros de la corte. Tú entiendes de teorías; yo entiendo a las personas. —Se volvió, y señaló con la cabeza al público—. Míralos, muchacho. Están aterrorizados. ¿De qué les sirven tus sueños cuando están pasando hambre? Hablas de libertad y justicia cuando dos ejércitos se disponen a masacrar a sus familias. —Se volvió hacia Elend y lo miró a los ojos—. El sistema del lord Legislador no era perfecto, pero mantenía al pueblo a salvo. Ya ni siquiera tenemos eso. Tus ideales no van a derrotar a esos ejércitos. Cett puede que sea un tirano, pero puestos a elegir entre Straff y él, elijo a Cett. Probablemente le habríamos entregado la ciudad hace semanas si tú no nos hubieras detenido.

Penrod se despidió de Elend con un gesto y se unió al grupito de nobles que ya se marchaban. Elend se quedó allí en silencio.

Hemos visto un curioso fenómeno asociado a los grupos rebeldes que pretenden desgajarse del Imperio Final y ser autónomos, pensó, recordando un párrafo de los Estudios sobre la revolución de Ytves. En casi ningún caso el lord Legislador necesitó enviar a sus ejércitos para reconquistar a los rebeldes. Para cuando llegaron sus agentes, los grupos se habían derrotado solos. Por lo visto los rebeldes encontraron el caos de la transición más difícil de aceptar que la tiranía que habían conocido antes. Alegremente dieron de nuevo la bienvenida a la autoridad, incluso a la autoridad represiva, pues para ellos era mucho menos dolorosa que la incertidumbre.

Vin y los demás se reunieron con él en el estrado, y Elend le pasó un brazo por los hombros mientras contemplaba a la gente salir del edificio. Cett estaba rodeado de un grupito de asamblearios, concertando sus encuentros con ellos.

—Bueno —dijo Vin en voz baja—. Sabemos que es un nacido de la bruma.

Elend se volvió hacia ella.

—¿Has sentido la alomancia en él?

Vin negó con la cabeza.

—No.

—Entonces, ¿cómo lo sabes?

—Bueno, míralo —dijo Vin, indicando con la mano—. Actúa como si no pudiera andar… Esto tiene que ser algún tipo de tapadera. ¿Qué hay más inocente que un paralítico? ¿Se te ocurre un modo mejor de ocultar el hecho de ser un nacido de la bruma?

—Vin, querida —dijo Brisa—, Cett es paralítico desde la infancia, cuando una enfermedad le dejó las piernas inútiles. No es ningún nacido de la bruma.

Vin alzó una ceja.

—Esa es una de las mejores tapaderas que he oído.

Brisa puso los ojos en blanco, pero Elend sonrió.

—¿Y ahora qué, Elend? —preguntó Ham—. No podemos afrontar las cosas de la misma manera ahora que Cett ha entrado en la ciudad.

Elend asintió.

—Tenemos que hacer planes. Vamos a…

Guardó silencio cuando un joven se separó del grupo de Cett y se le acercó. Era el mismo hombre que estaba sentado junto a Cett.

—El hijo de Cett —susurró Brisa—. Gneorndin.

—Lord Venture —dijo Gneorndin, inclinando levemente la cabeza. Tenía más o menos la misma edad que Fantasma—. Mi padre desea saber cuándo te gustaría reunirte con él.

Elend alzó una ceja.

—No tengo ninguna intención de unirme a la fila de miembros de la Asamblea que esperan los sobornos de Cett, muchacho. Dile a tu padre que él y yo no tenemos nada que discutir.

—¿No? —preguntó Gneorndin—. ¿Y qué hay de mi hermana? La que habéis secuestrado.

Elend frunció el ceño.

—Sabes que eso no es cierto.

—A mi padre le gustaría hablar de ese tema —dijo Gneorndin, dirigiendo una mirada hostil a Brisa—. Además, cree que una conversación entre vosotros dos sería lo mejor para los intereses de la ciudad. Te reuniste con Straff en su campamento… No me digas que no estás dispuesto a hacer lo mismo con Cett en tu propia ciudad.

Elend vaciló. Olvida tus prejuicios, se dijo. Tienes que hablar con este hombre, aunque solo sea por la información que obtendrás de la reunión.

—Muy bien —anunció—. Me reuniré con él.

—¿Para cenar, dentro de una semana? —preguntó Gneorndin.

Elend asintió, cortante.