Capítulo 26

 

–¿Por qué no me dijiste que ella tenía un problema con la bebida? –preguntó Ted, tendido en la cama.

Se hizo un breve silencio al otro lado de la línea antes de que Eve respondiera.

–¿Cómo te has enterado?

–¿A ti qué te parece? Se quedó aquí sola todo el día, en Acción de Gracias. Acababan de embargarle el coche y estaba intentando hablar con su madre psicótica. ¿Eso no te parece la receta segura para un desastre?

–Oh, no. Espero que esté bien…

Recordó el momento en que la encontró tendida en el suelo. Había entrado en pánico cuando pensó que podía estar herida… o algo peor. El suicidio se le había pasado por la cabeza, razón por la cual no se asustó tanto cuando se dio cuenta de que se trataba de una simple borrachera.

–Sí. Está durmiendo. Pero… ojalá lo hubiera sabido para haber podido estar más preparado.

–¿Y cómo te habrías preparado?

–¡Cerrando con llave la bodega para que no acabara convirtiéndose en una trampa cazabobos!

–Ted, si lo que quería era emborracharse, habría encontrado alguna manera de conseguir bebida.

–¿Sin un coche? Vivo a ocho kilómetros del pueblo. No habría tenido suficientes ganas.

–¿Qué otra cosa tenía que hacer hoy? Tú has dicho que se había quedado sola en casa. Bien pudo haber llegado tan lejos caminando –el tono de su voz cambió–. Tal vez ni siquiera habría vuelto, dependiendo de si se le ocurriera beber por el camino, pero…

No quería ni imaginárselo. Al menos en aquel momento estaba segura.

–Todavía no has respondido a mi pregunta.

–No te lo dije por muchas razones.

–Como por ejemplo…

–Le prometí a ella que no se lo diría a nadie. No me parecía justo revelar aquella confidencia solo porque tú y yo habíamos empezado a salir juntos.

Recordó la reacción de Alexa de no hacía mucho tiempo, cuando había bajado a la cocina a por una copa de vino… y finalmente lo comprendió.

–No estamos hablando de difundir un simple cotilleo. ¡Ella es mi asistenta! ¿No crees que tenía derecho a saber si mi bodega de vinos podía causarle serios problemas?

–Por lo que sé, la adicción al alcohol no es una información que tenga que aportarse obligatoriamente para solicitar un empleo. Pensé que no importaba siempre y cuando no afectara a su trabajo. Ella ya lo había pasado suficientemente mal desde la muerte de Skip para que encima me dedicara a parlotear sobre sus problemas personales…sobre todo con su patrón, que además no había querido contratarla en un principio. Por lo que ella me contó, el alcohol era su única escapatoria. Skip controlaba cada aspecto de su vida, ni siquiera le dejaba buscarse un empleo. Así que yo no me sentí con derecho a juzgarla. Y tú puedes llegar a ser una persona muy exigente.

Ted se medio incorporó en la cama.

–¿Qué se supone que quiere decir eso? ¿Que yo sí me considero con derecho a juzgarla?

–Tú eres una persona muy capaz, y esperas que los demás estén a la altura de tus expectativas.

–No entiendo qué tiene que ver eso con la adicción de Sophia.

–Además del asunto laboral, y de si estabas dispuesto o no a contratarla, yo pensé que enterarte de que era alcohólica podría cambiar la idea que tenías sobre ella… y sobre mí. No quería que aquello fuera un factor decisivo en nuestra relación, no quería que me escogieras a mí en vez de a ella porque yo nunca he estado en una clínica de rehabilitación. Esperaba que te enamoraras de mí de la misma forma que antes te habías enamorado de Sophia. Todos sabemos lo que sentías por ella, Ted. Lo mucho que ella significaba para ti y todo el tiempo que tardaste en superarla. Si estabas dispuesto a salir conmigo, yo quería que lo hicieras por lo que yo soy, que no por lo que ella no es. ¿No te parece que tiene sentido?

–No del todo –gruñó, pero lo tenía. Vacilaba a la hora de reconocer lo legítimo de sus preocupaciones. No estaba seguro de que, durante aquel último mes, se hubiera acercado mucho al objetivo que ella acababa de confesarle.

¿Se estaba enamorando de Eve? No se lo parecía. Seguía diciéndose a sí mismo que tenía que dar más tiempo a su relación, esforzarse más, dejar de pensar en Sophia. Pero no podía ordenarle a su corazón que amara a una persona y no a otra. Pese al dolor que ella le había causado, seguía siendo Sophia quien le quitaba el aliento.

–Por lo que a mí se refiere, a nosotros, yo no quiero que confíes en alguna... lista de virtudes que tenga más que ver con tu cabeza que con tu corazón –explicó Eve–. Ninguna chica quiere ser premio de consolación.

–Valoro lo que estás diciendo –repuso, pero temía que las expectativas de Eve fueran demasiado altas. Si ella esperaba poseer su corazón como Sophia lo había poseído hacía años… él no podía entregárselo.

–¿Lo valoras? –repitió ella–. ¿Esa es tu respuesta?

Ella le había dado la oportunidad de que la tranquilizara, de que le diera alguna garantía, y él la había desaprovechado. Llevaban un mes acostándose juntos. En aquel momento se daba cuenta, después de todo aquel tiempo, de que Eve necesitaba saber cuál era su posición en la relación. ¿Pero cómo podía convencerla de que marchaban hacia el matrimonio cuando él no estaba más cerca del compromiso que la mañana siguiente a la noche en que hicieron el amor? Apenas hacía unos minutos, poco había faltado para que se llevara a Sophia en brazos a su cama. Si no hubiera estado bebida, era más que posible que hubiera sucumbido…

–Me preocupo por ti…

–Te preocupabas por mí hace un mes, Ted –se interrumpió y él esperó, tenso, a que continuara–. ¿Es esto lo único que tenemos?

«Piensa en lo fácil que será tu vida si te comprometes con Eve. ¡No seas Rhett Butler!», exclamó para sus adentros.

–No sé qué decir –se rascó la cabeza, con fuerza, como si quisiera obligar a su cerebro a funcionar–. Quiero sentir lo que tú quieres que sienta.

–Pero no lo sientes. Ese es el resto de la frase, ¿verdad?

Diablos. Podía oír la decepción de su voz. Le estaba haciendo daño, pese a que se había prometido a sí mismo que nunca se lo haría.

–Quizá aún no, pero… eso no quiere decir que no podamos construir lo que queramos construir. No me rendiré. No mientras tú estés interesada en intentarlo.

–Qué halagador. Me estás pidiendo que confíe en tu fuerza de voluntad. En tu determinación.

Había pronunciado la palabra incorrecta, por ser demasiado sincero.

–No es solo determinación. Es saber que tú eres… todo lo que yo querría en una esposa.

–Así que llevo ventaja en tu lista de virtudes.

–¡Yo no tengo una lista de virtudes!

–No importa. Creo que con un mes de prueba es suficiente, ¿no te parece?

–Un mes no es tanto tiempo, Eve. Apenas hemos empezado. Y tenemos… una buena relación. Nunca discutimos. Disfrutamos de nuestra compañía. Confiamos el uno en el otro.

–Ya estamos otra vez. Tú confías en mí, pero no confías en Sophia.

¿Podía alguien confiar en Sophia? Quizá ella no fuera capaz de superar su adicción. Quizá lo que había sufrido le había dejado unas cicatrices demasiado profundas. O quizá se levantara de nuevo para luego marcharse.

–Mira, no hay nada malo en basar una relación en la confianza, no hay nada malo en lo que ya tenemos.

–¡Excepto que estamos intentando convertirlo en algo que no es!

Él no dijo nada, no podía decir nada.

Fue ella la única que finalmente rompió el silencio.

–Aquella primera noche en el jacuzzi…

Ted se recostó en las almohadas. Recordar aquella noche debería haberle producido placer. Pero no era así, no más que los esporádicos encuentros que había tenido con otras mujeres a lo largo de años. Solo Sophia destacaba entre las demás.

–¿Qué pasa con eso?

–¿Por qué lo convertiste en algo sexual?

–No veía por qué no podíamos estar juntos. Pensé que eso satisfaría las necesidades de los dos.

–Me alegro de que no hayas dicho que fue porque estabas bebido.

–Vamos, ya hemos hablado de esto.

–Solo que hay más de lo que tú has admitido hasta ahora. Querías protegerte a ti mismo para no volver con Sophia, ¿verdad? Necesitas colocar a alguien entre tú y ella para sentirte seguro.

Aquella conversación estaba derivando hacia un terreno peligroso, pero no tenía la menor idea de cómo dar marcha atrás.

–Si ahora sabes eso, es que ya lo sabías. ¿Por qué entonces te prestaste a ello?

–Porque quería creerlo. Quería engañarme a mí misma tanto como tú.

Al menos estaba asumiendo alguna responsabilidad por la situación.

Ted cerró los ojos.

–Lo siento, Eve. Mi cerebro no parece funcionar con normalidad cuando se trata de Sophia.

Ella soltó una amarga carcajada.

–¡Vaya! ¡Entonces deja de fingir que no sabes lo que es el amor!

–Siento lástima por ella y, sí, me atrae. No estoy seguro de que eso sea amor –dijo–. En cualquier caso, el amor no necesariamente convierte en exitosa una relación.

–No, pero te da muchísimas cosas por las que luchar… y hace que tu vida sea infinitamente mejor cuando ganas. En cualquier caso, yo me salgo de la foto. Lo que quiere decir que tendrás que averiguar lo que sientes por Sophia y enfrentarte con ello de una manera u otra –dijo, y colgó.

Ted se quedó en la cama… no supo durante cuánto tiempo. Permaneció tendido allí, forcejando consigo mismo y mirando al techo. Quería dar una oportunidad a Sophia. Ella parecía haber cambiado en todos los aspectos importantes. Pero su vida estaba en ruinas. Después de un matrimonio tan horrible, después de haber soportado lo que había soportado durante catorce años, ¿estaría ella en posición de saber lo que quería?

¿Y si no podía superar su adicción?

 

 

Tan pronto como oyó la voz de Cheyenne, Eve estuvo a punto de colgar… pero ya era demasiado tarde. No importaba que no hubiera hablado aún; había aceptado la llamada, de manera que su nombre había aparecido en la pantalla de Chey.

–¡Feliz Día de Acción de Gracias! –exclamó Cheyenne.

Aquello se lo confirmó. Se notaba en aquel saludo que la había reconocido.

–Feliz Día de Acción de Gracias a ti también.

Normalmente, a Eve le encantaba aquella época del año. Se acercaban a diciembre, que era su mes favorito. Tradicionalmente, Cheyenne y ella empezaban a sacar las decoraciones navideñas al día siguiente de Acción de Gracias. A la vuelta del café, sacaban las bolas y guirnaldas del ático, y para el sábado a la noche, la pensión Little Mary se convertía en un cuadro de Norman Rockwell, con un fuego ardiendo en la chimenea y el anticuado árbol de estilo victoriano delante de la ventana. La competencia, la pensión rival del otro lado del pueblo, se había gastado un montón de dinero en reformar el edificio un par de años atrás, pero Eve sabía que no podía ni aproximarse al estilo tan pintoresco de aquella casa… no durante las Navidades, al menos. Incluso la puerta contigua del cementerio, con su encantadora valla de filigrana de hierro y sus centenarias tumbas, daba encanto al ambiente. Y, si tenían suerte, tendrían nieve…

Pero después de su última conversación con Ted, la perspectiva de decorar la pensión no se le antojaba ni la mitad de atractiva que antes. Por primera vez en mucho tiempo, había creído encontrar a alguien especial, alguien que no era de la familia, con quien compartir la Navidad. Y en aquel momento hasta el café de los viernes iba a resultar hasta incómodo, también, sobre todo cuando todo el mundo se enterara de que habían puesto fin a su relación.

–¿Pasaste el día en la casa de la madre de Ted?

–La última parte. La primera la pasamos con mis padres. ¿Qué me dices de ti? ¿Se pasaron los hermanos Amos por vuestra casa según lo planeado?

–Cenaron con nosotros, pero… fue todo un poco incómodo.

Eve se metió bajo las mantas.

–¿Y eso por qué?

–Presley me dijo que se quedaría con su novio, pero se pusieron a discutir y ella terminó llamándome. Se sentía sola y quería venir, pero… yo tenía a Aaron aquí.

–¿No pueden llevarse bien ni para coincidir en una cena de Acción de Gracias?

–Ella no quiere tener ningún contacto con él. Y… no es solo eso –Eve oyó una puerta abrirse y cerrarse, y a continuación bajó la voz–. Está pasando algo más, algo todavía más difícil.

El comportamiento de Cheyenne hizo que Eve se olvidara de su tristeza por un momento.

–¿De qué se trata?

–Yo nunca te he dicho esto. He guardado celosamente el secreto porque… porque ni siquiera se lo he contado a Dylan. No puedo decírselo…

–¿Le estás escondiendo un secreto a tu marido? ¿El hombre al que amas más que a nadie en el mundo? –se sentó–. ¿Sobre qué?

–Tienes que prometerme… que jurarme que nunca le dirás una palabra de esto a nadie.

–¡Por supuesto! Somos amigas desde hace demasiado tiempo como para que no confíes en mí.

–A ti te confío mis secretos. Pero este secreto no es mío, y no se lo he contado a ningún alma viviente.

Eve no sabía qué decirle. Las dos habían pasado por muchos altibajos desde que la madre de Cheyenne se presentó con ella y con Presley en el pueblo, veinte años atrás, a bordo de aquel destartalado coche en el que habían estado viviendo. No solo eso, sino que Eve y Chey trabajaban juntas cinco días por semana. ¿Cómo era posible que Cheyenne guardara un secreto que no hubiera compartido con nadie, ni con ella ni con Dylan?

–¿De quién es el secreto? ¿De Presley?

–Sí.

–E implica…

–A Wyatt.

–¿Por qué habrías tú de guardar un secreto sobre el hijo de Presley a…? –de repente, Eve se dio cuenta de lo que había tenido delante durante todo el tiempo–. ¡Oh, diablos! ¡Aaron es el padre de Wyatt!

Ya se había planteado antes aquella posibilidad. La mayor parte del pueblo sabía que Presley se había estado acostando con Aaron por el tiempo en que ella, o no mucho antes, se quedó embarazada. Pero ellos nunca habían sido pareja. Y Presley había insistido en que un hombre al que conoció en Phoenix después de abandonar Whiskey Creek era el padre de su hijo.

–Espera. Aaron sabe que Wyatt existe… –empezó, pero Cheyenne la interrumpió.

–Él sabe que Presley tiene un hijo. Pero piensa que el padre es aquel tipo de Arizona, como todo el mundo. Siempre tomaban precauciones.

–Pero no funcionaron.

–Aparentemente.

–¿Y no piensa decírselo?

–Yo le he pedido repetidas veces que lo haga. Ella dice que probablemente lo hará… algún día. Pero sigue posponiéndolo. Le aterra que Aaron pueda arruinar su felicidad y quizá también la de Wyatt. Pero a mí cada vez me resulta más difícil hacer mi papel de familiar de ambas partes. Me siento desleal hacia mi marido porque es de su hermano de quien estamos hablando. Me siento desleal hacia Aaron, también… como cuñada. Y sin embargo… entiendo perfectamente los temores de Presley. Aaron nunca ha sido una persona estable. No estaba preparado para ser padre cuando ella se quedó embarazada. Tampoco habría estado interesado, de todas formas, así que ella le hizo un favor dejándole libre.

–Espero que él lo vea de la misma forma cuando lo descubra –murmuró Eve–. Y Dylan también.

–Me temo que no lo verán de esa forma ninguno. Y yo no puedo culparles. Por una parte, creo que Aaron tiene derecho a saberlo, sobre todo ahora que está creciendo, madurando. Sigue teniendo sus momentos. Puede que tenga que lidiar con su furia y su resentimiento durante toda su vida. Pero estoy viendo en él algo de madurez. Y le quiero. Es casi imposible no quererle.

–Pero también quieres a tu hermana.

–Exacto. Me digo a mí misma que ella nunca ha tenido nada. Que se merece a Wyatt. Ya sabes cómo crecimos las dos, lo que le pasó a nuestra madre.

–Pero Aaron también ha tenido una vida dura.

–¿Y si Wyatt ejerce una influencia positiva sobre él… lo impulsa a cambiar sus prioridades y a sentar la cabeza?

–¿Crees que podría intentar conseguir la custodia o causarle problemas a ella?

–Tal vez. Es de conocimiento público que es un tarambana. Si yo se le dijera, y él convirtiera la vida de mi hermana en un infierno, o le reclamara aunque fuera la custodia parcial, ella nunca me lo perdonaría. Estoy tan desgarrada… ¡no sé qué hacer!

–Dios mío, has estado guardando este secreto durante… ¿dos años?

–Wyatt tiene un año y dos meses, así que… sí, dos años, incluido el embarazo. Te lo aseguro, cada día me resulta más difícil. Conforme Wyatt va creciendo, se parece cada vez más a su padre. Me aterra que Dylan pueda descubrir su parecido y que, al margen de lo que le diga, yo no pueda negar la evidencia. Y no es que él no me haya preguntado nunca si existe alguna posibilidad de que Wyatt pueda ser de Aaron.

Eve agarró con fuerza el teléfono.

–¿Cuando él te lo preguntó, tú le dijiste que no?

–¡Tuve que hacerlo! Se lo habría dicho a su hermano. No tengo la menor duda. Quizá no siempre se lleven bien, pero él crio a Aaron.

–Y tú estás en medio, claro.

–Y la presión aumenta por momentos. Si así ha ido la cosa en Acción de Gracias, ¿cómo será en Navidad? De nuevo, Dylan y yo tendremos que idear alguna manera de ver a Presley separadamente de Aaron, con lo que nos tendremos que repartir.

–Seguro que Presley lo comprende. No puede esperar que tú la complazcas siempre.

–Ella lo comprende. Me dice todo el tiempo que ella será la primera en ceder. Pero necesita desesperadamente mi apoyo. Apenas llega a fin de mes con ese trabajo que tiene en la tienda de segunda mano a la vez que va a la escuela de masajistas. Y ahora está liada con un tipo que es todavía peor que Aaron en los viejos tiempos. Vivo con el temor de que retome sus viejos hábitos.

–Vaya. Ahora me siento mejor con mis propios problemas, cuando los comparo con los tuyos.

–¿Qué problemas? –preguntó Cheyenne–. Va a empezar la temporada navideña, nuestra preferida. Y tú estás saliendo con uno de los solteros más codiciados de Whiskey Creek.

–Estaba saliendo –precisó.

Se hizo un silencio al otro lado de la línea. Entonces Chey dijo:

–Me dijiste que fuiste a casa de su madre en Acción de Gracias.

–Eso es cierto. Pero después tuvimos una conversación y decidimos que… lo nuestro no está funcionando –reconoció al fin.

–¿Qué parte no está funcionando? ¿Qué es lo que ha ido mal?

–¿No lo adivinas?

Cheyenne suspiró.

–Dudo que quieras que lo haga. Sonaría demasiado a aquello de «ya te lo había dicho yo».

–Creo que sigue enamorado de Sophia.

–Lo siento, Eve. De verdad que lo siento. Quizá no me mostré muy entusiasmada la primera vez que me enteré de lo tuyo con Ted, pero quería que funcionara. Quiero decir… ¿qué mejor cosa podía pasar que tener a dos amigos casados y empezando una vida juntos?

–Ted y yo debimos haberte hecho caso, a ti y a todos los demás. Si esto hubiera tenido algún sentido, habría sucedido mucho antes de ahora.

–No necesariamente. Yo entendí perfectamente por qué le diste una oportunidad.

En aquel momento, Chey estaba minimizando su inicial preocupación para que Sophia no se sintiera como una imbécil. Lo cual estaba bien, pero era demasiado obvio para resultar eficaz.

–Así que… dijiste que Aaron estaba mostrando señales de estar madurando. Quizá podrías emparejarme con él.

–¡De ningún modo querría que tú salieras con mi cuñado… y el padre de mi sobrino! –exclamó Cheyenne–. Esta situación ya es suficientemente complicada.

–¡Era una broma! –dijo, y aquella vez era cierto–. Lo que pasa es que no estoy teniendo ninguna suerte eligiendo a los «buenos». Quizá debería intentarlo con un «malo» para variar.

–Ya encontrarás al hombre adecuado.

–Quizá debería salir con Martin Ferris.

–¡Martin Ferris! ¿De dónde has sacado esa idea?

–Lo conoces, ¿verdad?

–Por supuesto que lo conozco. Es nuestro proveedor de pan… y te tira los tejos cada vez que hace una entrega.

–A eso voy. Yo le gusto… no tú, ni Sophia ni nadie más.

–También tiene el coeficiente intelectual de una piedra.

–Los mendigos no pueden escoger. Con un poco de suerte, mis genes se impondrán si tenemos un hijo.

Cheyenne se echó a reír.

–Me alegro de que no hayas perdido tu sentido del humor.

–En el fondo creo que sabía que Ted no había superado a Sophia. Solo esperaba… que los dos estuviéramos equivocados.

–Ted es una gran persona. Merecía la pena intentarlo. Pero dime que no estás loca por él.

–Quiero estar loca por él. Ambos habríamos podido tener algo grande.

–Y Sophia probablemente le romperá el corazón. Dudo que ella esté en posición de meterse en otra relación… no después de todo lo que ha sufrido.

–Ya he pensado en ello. Pero… él se merece la oportunidad de conseguir lo que siempre ha querido.

–Guau, sí que te lo estás tomando bien. Estoy orgullosa de ti. ¿Quiere eso decir que irás al café mañana?

–No. ¡No me lo estoy tomando tan bien! –exclamó–. No estoy preparada para volver a verlo tan pronto. Y definitivamente no quiero contárselo a los demás.

–Bien, dejaremos que tomen el café sin nosotras.

–Si él aparece, tendrá que decírselo. Eso es imposible de evitar.

–Ya, pero al menos nosotras no estaremos allí para ver la reacción de todo el mundo.

«Nosotras», había dicho. Era la señal de una verdadera amiga. Aunque el estúpido error era suyo, el mismo contra el que le había advertido Chey, ella estaba de su lado.

–Resulta tentador –se encogió por dentro al recordar algunos de sus más íntimos momentos con Ted, momentos en los que había pensado que su relación podría durar. Se había acostado con él la noche anterior, por el amor de Dios… ¿y de repente no era ya más que su amigo?

Sí, debería saltarse el café del día siguiente. El giro era demasiado brusco. Necesitaba un poco de tiempo.

–Realmente estaba empezando a enamorarme de él, Chey.

–Yo tenía esa sensación… y por eso estaba tan ilusionada por ti. No es propio de Ted andarse con medias tintas. ¿Qué te dijo?

–No fue él quien cortó. Fui yo la que se dio cuenta de que no estaba necesariamente interesado en mí, y que estaba huyendo de ella. Así que lo arrojé a sus brazos.

–Es mejor enfrentar directamente la verdad, pero… lamento que tuvieras que hacerlo.

–Sobreviviré. Sobreviví a que Joe te eligiera a ti hace dos años, ¿no?

–Aquello también te lo tomaste bien.

Ella puso los ojos en blanco.

–Se me está dando bien que me rechacen.

–Solo se necesita un príncipe azul y, como te dije, lo encontrarás. Mientras tanto, me pasaré por la pensión mañana a primera hora y empezaremos a decorar.

–No, no quiero que todo el mundo piense que estoy dividiendo el grupo. Dylan y tú debéis ir al Black Gold, como siempre.

–¿Estás segura?

–Completamente –no era muy probable, pero quizá Ted la echara de menos. Quizá si se juntaba con Sophia, se daría cuenta de que no se había estado perdiendo nada, después de todo.

Pensar de aquella manera era un poco perverso. Pero Eve no había mentido cuando le había dicho a Cheyenne que se había enamorado de él.