Capítulo 8
–¿Qué estás mirando?
Eve Harmon volvió la mirada cuando Cheyenne Amos se reunió con ella ante la ventana. Desde que Chey se había casado con Dylan, habitualmente no se quedaba a trabajar hasta tarde en la pensión, no como solía hacerlo antes. Cuando ella vivía con su madre enferma y su problemática hermana, había aprovechado cualquier excusa para abandonar la casa.
–Pensaba que te habías ido a casa –le dijo Eve.
–Antes quería terminar los nuevos menús del desayuno–almuerzo.
–Dylan debe de estar trabajando mucho.
–Aaron cerraba esta noche. Dylan está en casa, preparando la cena.
–Dios mío, ¿también cocina? –Eve sonrió. A menudo se burlaba de Cheyenne por el marido tan sexy que tenía. Se alegraba por su mejor amiga, ya que nunca la había visto tan feliz, pero no podía evitar sentirse como apartada, quizá un poco celosa. Nunca había pensado que necesitaría un hombre para sentirse realizada como persona, pero con tantas de sus amigas casándose casi al mismo tiempo, le habría gustado encontrar alguien con quien compartir su vida.
–Estará preparando filetes –dijo Cheyenne–. Es lo que siempre hace cuando le toca cocinar.
–Hay comidas peores –Eve estuvo a punto de invitarla la próxima vez que el hermano de Dylan, Aaron, se pasara por allí. Había pensado en mencionárselo antes. Pero Aaron seguía teniendo problemas para gestionar su furia. Por muy atractivo que fuera, sería una estúpida si se relacionaba con él, sobre todo teniendo en cuenta que la hermana de Cheyenne ya había recorrido ese camino para terminar con el corazón roto.
–Cierto –reconoció Cheyenne.
Eve sintió que su sonrisa se marchitaba mientras volvía a concentrar su atención en la escena que se estaba desarrollando al otro de la ventana.
Cheyenne miró también, siguiendo la dirección de su mirada, pero la solitaria figura que Eve había descubierto unos minutos antes estaba sentada demasiado lejos hacia la derecha, a la sombra de una gran lápida.
–No has respondido a mi pregunta –dijo Cheyenne–. No me digas que estás pensando otra vez en la pequeña Mary.
Mary Margaret Hatfield, de seis años, había sido estrangulada en aquel sótano cerca de un siglo atrás. Era su fantasma residente… o no. Eve no estaba convencida de que Mary no se hubiera marchado a otra parte.
–Esta vez no –señaló el lote de tierra recién removida del cementerio de Whiskey Creek–. Alexa DeBussi está ahí fuera.
Cheyenne frunció el ceño hasta que finalmente localizó a la adolescente, que llevaba una bolsa de comida del brazo.
–Pobrecilla.
–Me pregunto si sabrá Sophia que está aquí –dijo Cheyenne.
–No he visto a Sophia en estas dos últimas semanas. ¿Y tú? –Eve había hecho un par de llamadas al móvil de Sophia, incluida aquella en la que le había mencionado el empleo que Ted tenía disponible, pero ella no le había contestado.
Cheyenne sacudió la cabeza.
–No. Envié flores ya que no pude asistir al funeral. Y me he pasado por su casa dos veces, pero nadie abrió la puerta.
El hecho de que Cheyenne no hubiera podido asistir al funeral hizo pensar a Eve en Wyatt.
–¿Qué tal está tu sobrino? –le preguntó. La hermana de Cheyenne tenía un niño precioso. Lo era todo para su madre. Y para Cheyenne casi también, razón por la cual Dylan y ella habían estado en el hospital de Fresco, donde Presley vivía, en lugar de en el funeral.
–Ahora bien. La neumonía ha desaparecido. Gracias a Dios. No puedo imaginarme lo que habría sido de Presley si algo le hubiera pasado a Wyatt.
–¿Crees que su padre llegará alguna vez a formar parte de su vida?
–Lo dudo. ¿Cómo podría ella localizarlo? Ya sabes que se trata de un colgado que ella conoció en California –dijo Cheyenne.
–Es triste pensar que el tipo andará vagando por ahí sin saber que es padre.
–De todas formas, dudo que sea el tipo de hombre al que querríamos ver en la vida de Wyatt.
Cerrándose el suéter, ya que parecía que el tiempo estaba a punto de cambiar, Eve volvió a concentrar la mirada en Alexa, cuya madre a duras penas podía considerarse amiga suya. La mitad de los miembros de su grupo parecía haber perdonado a Sophia por su pasado. Pero los otros, como Ted, definitivamente no. Eve ni siquiera estaba segura de lo que sentía el respecto. Tenía malos recuerdos de varias peleas de chicas y puñaladas a traición instigadas por Sophia, pero detestaba ser la clase de persona que albergaba rencores.
–¿Qué deberíamos hacer con ella? –señaló a Alexa–. No deberíamos dejarla allí sola.
–Quizá necesite tiempo para el duelo –repuso Cheyenne–. Sé que estaba muy unida a Skip.
–La muerte es tan dura…
–A veces –el tono de Cheyenne era pensativo mientras hacía aquel comentario. La mujer que la había criado a ella también había acabado reposando en aquel cementerio, pero su muerte había significado más bien una liberación.
–Quizá me acerque a saludarla y preguntarle como está –dijo Eve–. Tú vete a casa con Dylan. No querrás que te queme tu filete.
–Él no quema la carne. Apenas la cocina –dijo con una risita–. Pero la hace tan tierna que se te derrite en la boca.
Una vez más, Eve experimentó una punzada de celos.
–Eres afortunada de tener a alguien que te quiere tanto.
Cheyenne le tocó un brazo.
–Estás pensando en que te vas haciendo mayor, ¿verdad?
–Tengo treinta y cuatro años, Chey. Y quiero tener hijos.
–Ya vendrán.
–¿Aquí, en Whiskey Creek? –Eve le lanzó una mirada escéptica–. Conozco a todos los hombres disponibles. El único en el que he pensado seriamente es Aaron. Los otros hermanos de Dylan son demasiado jóvenes para mí –rio como si hubiera hecho una broma, pero se preguntó secretamente cómo reaccionaría Cheyenne.
–Yo quiero a Aaron, pero… no me gustaría que te liaras con él –dijo.
Eve forzó una sonrisa.
–Por supuesto que no –señaló la ventana con la cabeza–. Será mejor que me vaya.
–¿Quieres que te acompañe?
–No hay necesidad de avasallarla. Con una adulta a la que apenas conoce ya es suficiente.
Cheyenne la abrazó.
–Eres tan buena…
Eve echaba de menos los viejos días, cuando solía pasar más tiempo con Chey. En aquel momento, Chey, Gail y Callie estaban todas casadas. Incluso Noah tenía una esposa y un hijo en camino. Eve nunca había imaginado que el mayor playboy del grupo sentaría la cabeza antes que ella. Se sentía como la última persona en abandonar una fiesta… Pero ella no era la última. Ted tampoco se había casado. Ni siquiera había tenido una relación seria con nadie salvo con Sophia. Riley, Baxter y Kyle también estaban solteros, pero ellos no contaban. Riley tenía un hijo; de hecho, había sido el primero en tener uno. Baxter era gay y estaba enamorado de Noah, que a su vez no lo estaba de él. Y Kyle había estado casado. Su esposa se había revelado como un auténtico engendro de Satán, de manera que se divorciaron en cuestión de meses, pero al menos él había conocido algún tipo de romance. De hecho, se había enamorado de Olivia, que se había casado con su hermanastro. Pero entonces, ¿por qué su vida amorosa era tan vacía en comparación?
Se dijo que sobreviviría. No debería regodearse en la autocompasión cuando había tanta gente padeciendo problemas mucho más graves que un acceso de soledad. Gente como Sophia. Sophia había sido la chica más popular del instituto, la hija del alcalde. Y se había casado con el chico más rico del pueblo. ¿Cómo sería convertirse de repente en una paria después de haber tenido todo aquello? El cambio de tornas debía de haber sido como un latigazo. ¿Y qué pasaba con la pobre Alexa?
Eve tenía unos padres maravillosos. Ella no podía imaginarse cómo sería encontrarse un día con que su padre había muerto y que además había sido un ser despreciable.
Alexa estaba sollozando para cuando Eve llegó a su lado. Lloraba tan fuerte, de hecho, que no la oyó acercarse.
–Hey, cariño. ¿Estás bien? –le preguntó Eve, poniéndole una mano en el hombro.
Alexa estaba demasiado afectada hasta para sobresaltarse. Hipó varias veces y se secó las mejillas mientras alzaba la mirada.
–¿Se supone que yo no… –miró el cementerio– que yo no debería estar aquí?
Eve se arrodilló a su lado.
–Es perfectamente normal que visites la tumba de tu padre. He venido porque no quería que estuvieras sola, si es que necesitas a alguien con quién hablar. Tú no me conoces muy bien, pero soy amiga de tu mamá.
–¿De veras?
Parecía escéptica, y tenía sus razones. Eve nunca había estado en casa de Sophia. Habían tomado café juntas unas pocas veces en el Black Gold con los demás. Eso era todo.
–Fuimos al instituto juntas –dijo como para demostrar su aserción.
Alexa se sorbió la nariz y volvió a pasarse una mano por las húmedas mejillas.
–Ah.
–¿Estarás bien? –Eve señaló las flores que adornaban la tumba–. Sé que es duro perder a un ser querido.
–¿Tú crees que es cierto? –le preguntó ella.
Eve bajó la cabeza para encontrarse con su mirada.
–¿El qué?
–¿Que él hizo todas esas cosas tan horribles? ¿Que en realidad no nos quería?
Oh, vaya… Eve inspiró hondo mientras intentaba elaborar una respuesta que la ayudara en lugar de hacerle daño.
–A veces, cuando las cosas van mal, la gente entra en pánico y comete errores estúpidos. Apostaría a que tu padre, hacia el final, no se encontraba en el mejor momento. Estoy segura de que se habría arrepentido de sus actos, de haber sobrevivido. Él te quería. No tengo la menor duda al respecto.
–¿Pero robó realmente dinero a todo el mundo? ¿Y nos abandonó a nosotras?
La expresión de Alexa se volvió más suplicante. Parecía estar implorando la verdad, así que Eve sintió que tenía que ser sincera aunque lo que dijera fuera doloroso de escuchar.
–Eso es lo que las evidencias parecen sugerir, corazón.
Dos lágrimas escaparon de sus preciosos ojos azules, unos ojos tan parecidos a los de su madre.
–Y ahora yo no tengo a nadie –dijo como si el mundo se hubiera detenido en seco.
Eve temió haber ido demasiado lejos.
–Tienes a tu madre. Ella no se va a ir a ninguna parte.
Las lágrimas de Alexa empezaron a rodar más rápido y tuvo que tragar para poder respirar mientras balbuceaba:
–Mi madre no es la misma. Necesita ayuda.
–¿En qué sentido?
–A lo mejor está bebiendo otra vez. No lo creo porque no hay nada de alcohol en la casa, pero… podría estar escondiéndomelo.
Eve experimentó una nueva punzada de alarma.
–¿Me estás diciendo que está bebida?
Alexa se encogió de hombros.
–No puede levantarse de la cama.
¿Tenía Sophia un problema con la bebida? Si ese era el caso, no querría que lo supiera nadie. Lo cual hizo que Eve se sintiera como una especie de molesta e intrusiva espectadora, contemplando estupefacta el escenario de un accidente de coche.
–Ella sufre, como tú. El proceso nos afecta a todos de manera diferente.
–Es más que eso –insistió Alexa–. No come, no me deja descorrer las cortinas, apenas habla conmigo –arrancó una brizna de césped–. Voy a tener que llamar a mi abuela, pero… –volvió su húmeda mirada a la recargada lápida de mármol de su padre– entonces me obligará a marcharme con ella –levantándose, recogió la bolsa de la comida. Parecía tan cansada que apenas podía moverse.
Eve no podía consentir que se volviera sola a su casa.
–¿Por qué no me permites que te acompañe? –le sugirió–. Hablaré con tu madre, por si hay algo que yo pueda hacer.
Había esperado que Alexa se sintiera aliviada de contar con refuerzos, pero vio que fruncía los labios.
–Gracias, pero… será mejor que no. Se supone que nadie tiene que saberlo –dijo y empezó a andar, casi arrastrando por el suelo la bolsa con la comida.
Eve no sabía qué hacer. Se quedó donde estaba, mirándola durante unos segundos, y trotó luego para alcanzarla.
–Lexi, yo soy amiga de tu mamá, como dije. Y me parece a mí que ella está necesitando a una amiga ahora mismo.
–Pero descubrirá que yo te lo he dicho –replicó Alexa.
–Si me lo has dicho ha sido solamente porque la quieres y porque quieres que reciba la ayuda que necesita –Eve le tomó la bolsa de comida–. Así que guardemos esto en mi coche y vayamos allí juntas, ¿de acuerdo? Haremos todo lo posible para que vuelva a levantarse.
Parecía como si Alexa tuviera miedo de concebir demasiadas esperanzas, la pobrecita.
–¿Crees que podría funcionar?
–A veces tenemos que luchar por aquellos que amamos. Lo que creo es que necesitamos preparar una intervención.
Alexa permanecía escéptica.
–¿Una intervención como la rehabilitación? Porque rehabilitación ya ha hecho. Le duró todo el mes de septiembre.
Eve torció mentalmente el gesto ante la información que la inocente Lexi acababa de revelar. Al menos eso le permitía contemplar a Sophia bajo una luz más compasiva. Sophia siempre había sido la chica que lo había tenido todo. Aunque quizá fuera todavía más hábil a la hora de esconder sus problemas.
–No, no se trata de rehabilitación. Es cuando la gente a la que quieres te agarra de los brazos, te obliga a recuperarte y te coloca en la dirección adecuada.
Por primera vez desde que Eve la abordó, Alexa alzó la barbilla y pareció sobreponerse a las lágrimas.
–¿Funcionará?
–No lo sabremos hasta que lo intentemos.
El gesto que tuvo al sorberse la nariz pareció más decisivo que antes.
–Sí –dijo, asintiendo con la cabeza–. Quiero participar en esa intervención.
Eve le tendió su mano libre.
–Adelante –dijo, pero antes de marcharse, ojeó el contenido de la bolsa. Y al encontrarlo lleno de cereales y galletas saladas, decidió añadir unos cuantos ingredientes más de su propia despensa.