Capítulo 9

 

Unas voces llegaron hasta Sophia. Al principio se imaginó que estaba todavía en rehabilitación, y que algunos de sus compañeros «internos», como en broma se referían a ellos mismos, estarían hablando en el pasillo al otro lado de la habitación. Pero cuando abrió los ojos y miró parpadeando el techo, se dio cuenta de que estaba en casa. Entonces el resto de todo lo que había sucedido durante el último mes la acometió de golpe. Skip estaba muerto, pero no había salido sin más de su vida como durante tanto tiempo ella había esperado que hiciera. Antes había hecho todo lo posible por destrozarle la vida. No le quedaban más que unos mil dólares y ninguna forma de ganar más. Alexa la necesitaba, pero ella se estaba revelando una madre tan horrible como la que Skip siempre la había acusado de ser. Y todo aquello le recordaba el motivo por el cual no quería despertarse. Iba a perder a su hija. El agente Freeman la había advertido. No parecía haber una maldita cosa que pudiera hacer para evitarlo, sin embargo. Excepto dormir. Dormir era su única escapatoria.

Casi volvió a adormilarse, pero Alexa estaba hablando con alguien en la suntuosa entrada de su casa, y la curiosidad fue más fuerte.

¿Habría traído su hija a casa a alguna amiga del colegio?

No, había vuelto del colegio hacía un rato. Sola. Ella afirmaba que allí la trataban tan bien como siempre, pero Sophia no tenía ninguna prueba de que su vida hubiera vuelto a la normalidad. ¿Dónde estaban las niñas que solían salir con ella? ¿Las niñas a las que les gustaba acercarse a su casa y jugar en la sala de juegos? ¿O visitar el garaje para admirar los dos Ferraris de Skip?

Sophia no podía pensar en ello, no pensaría en ello. Le dolía demasiado la sospecha de que su hija podía estar sufriendo más de lo que le decía. Que pudiera estar escondiéndole su dolor porque estaba preocupada por ella.

Después de volver de la escuela, se había marchado al supermercado. Debía de haberse encontrado con alguien allí.

–¿Alexa? –llamó Sophia.

La conversación cesó por un momento, y luego respondió su hija:

–¿Qué?

–¿Has vuelto bien a casa?

–Sí.

–¿Quién está contigo?

–He traído a… a una amiga.

Bien. Necesitaba una.

Cuando entraron en la cocina, Sophia ya no pudo oírlas más, así que escondió la cabeza bajo las mantas. Al menos su hija estaba bien. Al menos Lexi tenía algo más que sopa para comer. En ese momento no tenía que arrepentirse de haberla dejado sola.

El picante olor a ajo y tomate despertó a Sophia poco tiempo después. No creía haber dormido tanto, pero sabía que su hija no poseía las habilidades culinarias necesarias para crear un aroma tan delicioso… como el de un restaurante italiano. Quizá su amiga la estuviera ayudando… Se disponía a llamarla para averiguar lo que estaba pasando, cuando oyó unos pasos en las escaleras y vio a una mujer, que no una niña, asomando la cabeza por la puerta de la habitación.

–Hola.

Sophia guiñó los ojos, intentando identificar a aquella persona, pero estaba demasiado oscuro para poder ver algo. Había estado manteniendo las persianas cerradas. El sol se había puesto desde la última vez que se había quedado dormida, de todas formas. El reloj digital de la mesilla así se lo decía.

–¿Quién es?

–Eve.

–¿La amiga de Ted? –definitivamente Sophia no quería que nadie relacionado con él viera lo mal que estaba.

–Tu amiga.

Eso no podía ser cierto. Ella no tenía amigos. Los había perdido cuando era una adolescente, justo antes de que cometiera el mayor error de su vida casándose con Skip. Pero no quería que ninguna noticia sobre su lamentable estado llegara a oídos de Ted, así que se esforzó por inyectar algo de energía en su voz.

–Oh, hola. Lo siento, pero no me siento bien. Quizá podrías volver en otra ocasión.

–Pero entonces te perderías la increíble cena que Alexa y yo hemos preparado para ti. ¿Dónde está tu bata?

–¿Qué? –había esperado que Eve se disculpara y se marchara. Era lo que la mayoría de la gente habría hecho. En realidad no se conocían tan bien.

–Tienes abajo a una señorita poniendo una mesa preciosa, y esperando a mostrarle a su madre todas las cosas maravillosas que me ha ayudado a preparar. Así que voy a ponerte la bata y a acompañarte escaleras abajo. Y tú vas a cenar. Quizá una vez que tengas algo de comida en el estómago, puedas recuperar las fuerzas para ducharte.

–No puedo –dijo ella–. Yo… yo estoy enferma.

–Entonces te llevaré al médico.

No quería ir al médico. La aterraba lo que pudiera decirle un médico, la aterraba terminar como su madre. Solo quería seguir escondiéndose del mundo hasta que pudiera volver a levantarse.

–Me levantaré más tarde. Quizá otro día.

–No puedes retrasar esto, Sophia.

Ella levantó la cabeza.

–¿Por qué no?

–Porque solo conseguirás ponértelo aún más difícil.

Había verdad en aquella frase. Sophia lo sabía. ¿Cómo había terminado en un lugar tan oscuro? Resultaba humillante sentirse tan perdida, tan impotente. Skip nunca lo habría soportado. Se había humillado a sí misma. Tenía demasiados enemigos que disfrutarían viéndola arruinada y aplastada y, por lo que sabía, Eve podía ser uno de ellos.

–No tienes por qué molestarte –masculló–. En unos días estaré bien.

–Eso espero. ¿Tienes hambre?

Debería tenerla, pero…

–No lo sé.

–Eso quiere decir que llevas teniendo hambre durante demasiado tiempo. Tienes que comer.

La luz se encendió. Sophia se cubrió la cara con la mano para protegerse del doloroso resplandor mientras Eve recogía su bata y sus zapatillas y la ayudaba a ponérselas.

–¿Lista?

–¿Para qué? –Sophia no podía creer que aquello estuviera sucediendo. Eve no había demostrado ningún interés por ella antes, no desde el instituto, y ciertamente no habían sido amigas en aquel entonces.

Eve pasó la cabeza por debajo del brazo de Sophia para poder soportar buena parte de su peso mientras se levantaban.

–Para hacer un viaje a la mesa del comedor.

Sophia sintió una opresión en el pecho cuando se apoyó en una mujer que no tenía ninguna razón en particular para cuidarla. No había llorado desde que se metió en la cama. Después del funeral se había sentido aturdida, apagada. Pero en ese momento lo estaba sintiendo todo mucho más agudamente, otra vez. Y la ardiente sensación de volver a sentirse viva la escocía tanto que apenas podía soportarlo.

–¿Eve?

Dieron unos pasos con cuidado hacia la puerta.

–¿Sí?

–¿Por qué me estás ayudando?

–Porque la vida ya es lo suficientemente dura como para que una intente sobrellevar sola sus peores momentos.

Se tragó las lágrimas que le estaban subiendo por la garganta.

–¿Crees que yo sabía lo que Skip estaba haciendo?

–¿Lo sabías? –le preguntó Eve cuando salieron el pasillo y se acercaron a la larga escalera curva.

–No.

Eve se detuvo, mirando fijamente a Sophia a los ojos.

–Entonces deja de permitirle que te arrebate lo mejor de ti –susurró–. Lo que él hizo fue horrible. Pero tú puedes conseguir una buena vida para ti misma y para Alexa si luchas lo suficiente. ¿Entiendes?

Ella asintió. Eve tenía razón, por supuesto. Tenía que cambiar su manera de pensar, tenía que superar la desesperación.

–¿Cómo empiezo?

–Día a día. O, si eso es demasiado, hora a hora –Eve le apretó el brazo–. ¿Lo intentarás?

–Lo intentaré –repitió, y hablaba en serio.

–Entonces estarás bien –Eve la ayudó a bajar al comedor, donde Alexa la estaba esperando con una esperanzada sonrisa.

–¿No huele bien la comida, mami? ¿A que está preciosa la mesa?

La mirada de Sophia viajó del antipasto a los espaguetis y las albóndigas, pasando por la ensalada y el pan de ajo. Alexa había sacado la mejor cristalería y cubertería para aquel festín italiano. Había hasta una rodaja de limón en su vaso de agua.

Se dio cuenta de que aquella comida significaba algo. Significaba un nuevo comienzo.

–Sí que está preciosa –murmuró, y se hizo una solemne promesa mientras se sentaba. Por mucho que empeorara todo, no se rendiría. No permitiría que su suegra se hiciera con la custodia de Alexa. No permitiría que el alcohol la destrozara. Le demostraría a Skip que estaba equivocado. Y al pueblo entero también. Les demostraría que tenía más coraje, más fortaleza, que lo que cualquiera había imaginado. Y lo haría consiguiendo un empleo y trabajando para salir del desastre en que él la había metido.

Pero justo después de haber cenado, y de haber empezado a reír y a charlar, cuando estaba volviendo a experimentar una sensación de bienestar por primera vez desde que dieron por desaparecido a Skip, llamaron a la puerta.

Sophia no estaba en condiciones de ver a nadie, así que fue Alexa quien contestó.

–¿Quién es? –preguntó Sophia en el momento en que volvió su hija.

Alexa le entregó un sobre.

–El señor Groscost, dijo que se llamaba.

–¿El tipo que le compró el parque de tractores al padre de Noah? –dijo Eve.

Mientras Alexa se encogía de hombros, Sophia cruzó una mirada con Eve y abrió la carta.

–¿Qué es lo que quiere? –murmuró Eve cuando Sophia echó un vistazo al contenido.

Sintiendo que retornaba parte del antiguo pánico, Sophia tragó saliva y leyó la carta con mayor cuidado.

–Un cierto número de inversores de Skip desean entrevistarse conmigo.

Eve se quedó pálida.

–¿Para qué?

–Para discutir de sus «opciones».

–¿Qué opciones?

–Reparaciones de algún tipo, supongo.

–¿Cuándo?

–Mañana por la noche.

–No me digas que van a venir aquí –dijo Eve.

–No. Quieren que nos reunamos en la iglesia.

Eve tomó la carta y la leyó ella misma. El reverendo Flores figuraba entre aquellos que la habían firmado. Él también debía de haber perdido dinero invirtiendo con Skip, razón por la cual había ofrecido la iglesia como lugar de encuentro.

–No tienes por qué ir. De hecho, te aconsejo que no lo hagas.

–Haz caso a Eve, mami –le suplicó Alexa.

Sophia detestaba ver aquella mirada de miedo en los ojos de su hija.

–Quizá esto sirva para algo –dijo.

–¿Cómo? –preguntó Eve.

–No puedo esconderme en esta casa para siempre. Acabamos de dejar eso claro, ¿no?

–Pero no tengo la menor idea de cómo te tratará esa gente. O, más bien, sí que tengo alguna idea. Eso es lo que me preocupa.

–Quizá si les doy una oportunidad de ventilar su furia, de lanzar cualquier puñetazo que se están muriendo de ganas de lanzar, empezarán a curarse ellos para que yo también pueda hacerlo.

Eve suspiró mientras se recostaba en la silla.

–No me gusta cómo suena eso.

–Si quiero llegar a superar lo sucedido, tendré que enfrentarme con esa gente en algún momento –dijo Sophia–. Ese momento bien podría ser ahora.

Eve se mordisqueó nerviosamente el labio inferior.

–Entonces iré contigo.

 

 

Ted sabía que no tenía ningún sentido acudir a aquella reunión. Necesitaba mantenerse alejado lo más posible de Sophia DeBussi. Quizá no le gustara, pero seguía sintiéndose atraído hacia ella, lo que constituía una peligrosa combinación. Así que nada más llegar a la iglesia, estuvo a punto de dar media vuelta y salir disparado… hasta que vio la cantidad de coches que había en el aparcamiento. Una vez consciente de la inferioridad numérica en la que se encontraría Sophia, aparcó. Estaba en contra de patear a la gente cuando estaba en el suelo, por mucho que se lo mereciera. Sobre todo a una mujer. Y, además de eso, a una mujer con una niña. Quería asegurarse de que aquel asunto no se desmandara.

Sus ojos tardaron un momento en acostumbrarse a la luz. Durante todo el tiempo había conducido cara al sol que se estaba poniendo. Pero por lo que pudo ver cuando entró, Sophia todavía no había llegado. Se quedó al fondo de la iglesia, escuchando al airado y bullicioso grupo que se había concentrado cerca del púlpito y que hablaba de ella como si fuera el mismo diablo. Querían creer que había sido Sophia, y no Skip, quien les había robado su dinero. Ted oyó decir a Eric Groscost que Skip nunca habría hecho lo que hizo si ella no le hubiera exigido que la mantuviera nadando en el lujo, y varios más expresaron su abierta conformidad.

Ted puso los ojos en blanco. Aunque Sophia había disfrutado sin duda del dinero de Skip y del prestigio que ello le había reportado, estaba absolutamente seguro de que toda aquella gente se estaba olvidando muy oportunamente de lo muy egoísta y arrogante que había sido Skip.

El reverendo Flores lo vio antes que los demás.

–Ted –dijo, recorriendo apresuradamente la nave para saludarlo–. Me alegro de que hayas venido. No tenía ni idea de que a ti también te hubieran atrapado en esto.

Gruñó algo para no tener que explicarle por qué había decidido asistir a la reunión aun cuando él no era un inversor, y tomó asiento en el último banco.

–¿No quieres sentarte con nosotros delante? –le preguntó Flores–. Sophia llegará en cualquier momento.

Pensó que si Sophia supiera lo que era bueno para ella, no asistiría. Pero había tomado café con sus amigos aquella mañana y Eve le había mencionado que ambas pensaban asistir.

–Estoy bien aquí detrás –dijo–. Quizá podrías explicarme… ¿qué es lo que pensáis conseguir esta noche?

–¿Qué quieres decir? –replicó Flores–. Esperamos recuperar la mayor cantidad posible de nuestro dinero.

Eve le había explicado lo desesperado de la situación de Sophia. ¿Acaso no se daban cuenta de que Skip la había estafado a ella todavía más que a ellos?

–¿De dónde? Ya conoces el viejo dicho de pedirle peras al olmo.

–Ella no es un olmo, Ted. Solamente su anillo de boda vale lo suficiente como para pagar a la mitad de la gente que está hoy aquí.

–¿Esperas que venda su anillo de boda?

–Sí, espero que lo venda. ¿Por qué debería ir luciendo por ahí una piedra como esa cuando yo he perdido los ahorros de toda una vida? Ella también tiene otras cosas que podría vender.

Ted señaló a la multitud.

–¿Lo suficiente como para satisfacer a toda esta gente de aquí?

–Algo es mejor que nada. Puede que suene cruel, pero es justo que intente enmendar las cosas. Así lo quiere nuestro Señor.

–Yo creía que lo que quería nuestro Señor era que se hiciera justicia –murmuró Ted.

–Ese árbol tiene primero que dar el fruto de su arrepentimiento –alzó la barbilla como si acabara de ponerle en su lugar con aquella frase, pero Ted no estaba dispuesto a dejar el tema tan fácilmente.

–Lo que significa…

–Que tendrá que hacer todo lo posible, como ya he dicho. ¿Qué pasa con los Ferraris de Skip?

–Probablemente los compraría a crédito. Un hombre habría tenido que estar desesperado para hacer lo que hizo Skip. Estoy seguro de que agotó todos sus recursos antes de renunciar a su casa, dejando que su esposa y su hija empezaran una nueva vida sin él.

–Quizá tengas razón, pero ahora tendremos al menos la posibilidad de escucharlo de sus propios labios. Supongo que sentirás mucha curiosidad por saber si ella sabía lo que estaba haciendo Skip.

–Tengo curiosidad por saber cómo es que él se llevó tanto dinero. Pero eso no significa que crea necesariamente que ella es responsable de sus actos. Y arrastrarla por el fango delante de medio pueblo no hará ningún bien a nadie. Incluso aunque ella lo hubiera sabido, incluso aunque ella hubiera manipulado a todo el mundo, incluso así tendría que proclamar su inocencia. Hacer lo contrario significaría convertir a toda esta gente en una turba de linchamiento.

El reverendo Flores hizo un gesto tranquilizador.

–No, esta es una reunión pacífica. El jefe Stacy piensa estar presente para asegurarse de ello.

–¿Solo para mantener la situación bajo control? ¿O para ayudar a presionarla para que venda sus joyas?

–Él también invirtió con Skip. Tiene tantas ganas de recuperar su dinero como nosotros. Ya sabes que tiene un chico y una chica en la universidad.

Ted se dispuso a decir algo sobre la locura de invertir un dinero que era necesario para los gastos corrientes de vida, pero no tuvo oportunidad de hacerlo. Cuando oyó abrirse la puerta a su espalda y vio la cara del reverendo, supo que Sophia había llegado.

Volviéndose, vio que seguía tan guapa como siempre. Y se había vestido para impresionar, además. Pero había unos cuantos detalles significativos que indicaban que no lo estaba haciendo tan bien como pretendía aparentar. Para empezar, estaba pálida como un fantasma. Ted podía distinguir sus venas azules bajo la piel de alabastro de sus mejillas. Y además había adelgazado.

Entró con la cabeza bien alta, pero no se quitó las gafas de sol. Iba del brazo de Eve. Eve se había mostrado muy defensora de Sophia aquella mañana. Incluso había intentado convencer a algunos de los presentes de que asistieran a la reunión, para darle apoyo moral. Pero, teniendo en cuenta lo mucho que Noah y Kyle habían perdido, la iniciativa no resultó demasiado bien. Ninguno de ellos quería amargarle más la vida a Sophia, pero tampoco estaban dispuestos a defenderla. Cheyenne y Callie habían sido las únicas excepciones, pero ambas tenían planes aquella noche.

–Señora DeBussi, gracias por haber venido –le dijo el reverendo Flores, sin molestarse en dirigirse a Eve.

Ted quería creer que el motivo era porque Eve era agnóstica y no acudía a misa los domingos, de manera que Flores no estaba familiarizado con ella. Pero suponía que tenía más que ver con el hecho de que el sacerdote no estuviera interesado en nadie más que en Sophia.

–¿Soy ahora para usted la señora DeBussi, reverendo? –Sophia sonrió con frialdad–. Este trato tan formal, ¿le proporciona la distancia necesaria para que se sienta mejor ante lo que está a punto de hacer?

–Yo no estoy haciendo nada malo. Solo estoy intentando enmendar un error.

–Ojalá pudiera enmendar también el error que se ha cometido conmigo –murmuró.

Cuando Eve reconoció a Ted, abrió mucho los ojos, pero estaba tan distraída por los hombres que estaban avanzando en aquel momento por la nave hacia ellas que no dijo nada. Sophia ni siquiera lo miró. Se tensó como si quisiera echar a correr, pero no se lo permitiera a sí misma. En lugar de hacerlo, avanzó a su vez hacia ellos con actitud decidida.

–He dejado a mi hija en casa de una amiga, haciendo los deberes. Me gustaría acabar con esto lo antes posible para que no tenga que acostarse demasiado tarde.

–No nos llevará mucho tiempo –le aseguró el señor Groscost. Se estaba mostrando mucho más solícito ahora que tenía a la bella Sophia frente a frente, pero Ted sabía que nada lograría disuadirlo de su propósito–. Tome asiento.

–Prefiero quedarme de pie, si no le importa.

De todas formas, nadie parecía interesado en sentarse, tampoco. Estaban demasiado nerviosos.

–Bien –Groscost se aclaró la garganta–. Queríamos reunirnos con usted para saber qué piensa hacer para intentar compensar a la gente a la que usted y su marido han estafado.

Ella no alegó que no había estado implicada, ni siquiera intentó defenderse. Simplemente levantó las llaves que llevaba y, cuando Groscost estiró la mano, las dejó caer en su palma.

–Son las llaves de mi casa. Los muebles, mi ropa… eso es todo lo que tengo. Tomen lo que quieran. Únicamente les pido que no entren en la habitación de mi hija.

Había cedido con tanta rapidez que el señor Groscost no pareció saber cómo reaccionar. Arqueó las cejas mientras se volvía hacia Flores, que parpadeó varias veces, tartamudeando:

–Vaya… vaya, gracias por ponérnoslo tan fácil, señora DeBussi. Pero creo que hablo por todo el mundo si le digo que estamos mayormente interesados en su anillo de boda.

–Si pueden encontrarlo, es suyo –dijo ella–. Skip se lo llevó hace varias semanas. Me dijo que quería mandarlo a tasar a efectos del seguro. No me lo devolvió, y en la casa no está.

Dios, Skip también se había llevado su alianza de bo-da…

–Entiendo –obviamente desanimado, el reverendo Flores cruzó otra mirada con Eric Groscost. Obviamente no sabía si proceder o no, pero Groscost se hizo cargo.

–Tiene usted muchas otras cosas lujosas que deben de valer mucho.

–Como ya le he dicho, señor Groscost, tengo los muebles de casa y mi ropa.

–Eso es un comienzo. Pero estoy seguro de que necesitará mucho más para aplacar a los amigos que tiene aquí en Whiskey Creek.

Ella miró a su alrededor.

–Yo no tengo ningún amigo en Whiskey Creek.

–Quizá sea porque no se los merezca –le espetó otro.

–Quizá no –reconoció Sophia. O, al menos, eso fue lo que pensó Ted que dijo. Había hablado en voz tan baja que apenas pudo oírla.

Eve le apretó el brazo como para recordarle que aquello no era cierto. En aquel momento, se hizo el caos. El jefe Stacy ni siquiera había llegado todavía y ya Sophia estaba abriendo a aquella gente su espléndida casa para dejar que se llevaran todo lo que quisieran.

El entusiasmo sucedió a la furia. Ella no les estaba pidiendo ninguna prueba de que hubieran invertido con Skip. Ni tampoco les exigía garantía alguna de la cantidad endeudada. Simplemente les estaba abriendo las puertas de par en par para que se tomaran venganza.

Aquello era una locura. Ted estuvo a punto de levantarse para gritar a todo el mundo que se marchara a su casa y la dejara en paz. Sophia había perdido a su marido. Peor aún, Skip había muerto en pleno proceso de abandonarla. No podía imaginarse dos golpes más dolorosos que aquellos. Y, para colmo, la había dejado en la ruina cuando a ella le había sobrado el dinero durante toda su vida y no estaba precisamente muy cualificada para ganársela.

Pero justo cuando se disponía a intervenir, ella se volvió y lo vio. Pareció encogerse cuando se dio cuenta de quién era, como si su presencia fuera otro latigazo en la espalda. Entonces Sophia asintió con gesto cortés, resuelto, y pasó de largo frente a él.

Eve vaciló como tentada de detenerse y dirigirle unas pocas palabras, pero él sabía que no se atrevía a dejar sola a Sophia. Aunque le lanzó una sonrisa, podía ver que tenía lágrimas en los ojos. Estaba sintiendo lo mismo que él respecto a toda aquella situación, le parecía una crueldad insoportable. Y mientras ella reaccionaba con lágrimas, él lo hacía con furia.

Aquella furia lo impulsó a conducir hasta la casa de Sophia, donde nuevamente estuvo tentado de intervenir. Pero lo que estaba sucediendo no era asunto suyo. Él no tenía ninguna responsabilidad para con Sophia. Ni siquiera había invertido con Skip, de modo que… ¿cómo podía decirle a toda aquella gente lo que tenían que hacer? Se sentían dolidos, traicionados, y quizá la estafa hubiera perjudicado a unos más que a otros.

Obligándose a permanecer en el coche, observó cómo sus convecinos se llevaban las pertenencias de Sophia. Varios se marcharon y volvieron con camionetas para poder llevarse también los muebles. Por lo que podía ver, estaban saqueando el lugar sin que ella hiciera nada por impedirlo. Probablemente, a aquellas alturas, ni siquiera habría podido: aquello se había convertido en un frenesí.

¿Dónde estaba ella? ¿Estaría de pie en el salón de la casa, mientras toda la gente que tanto la había admirado arramblaba con todo lo que podía llevarse? La había visto entrar con Eve, pero no habían vuelto a salir.

El jefe Stacy apareció al cabo de una hora. Ted le vio acercarse y bajó la ventanilla.

–Hola, jefe –le llamó–. Llega usted un poco tarde a la fiesta.

Stacy frunció el ceño como si se arrepintiera de ello y sacudió la cabeza.

–Me entretuve en un control de tráfico. El conductor llevaba una bolsa de hierba encima. No te imaginas lo que algunos turistas traen a este pueblo.

–Es una buena cosa que esté usted aquí para mantener las calles seguras.

Era exactamente lo que el policía quería escuchar. Infló el pecho y chasqueó la lengua.

–Es mi trabajo.

Ted no se creía aquella falsa modestia. Stacy nunca le había caído especialmente bien. Y todavía le gustaba menos después de haberse enterado de algunas de las cosas que había hecho durante los últimos años: al marido de Cheyenne, Dylan; al hermano de Dylan, Aaron; y al marido de Callie, Levi.

Pero seguro que no querría que una multitud linchara a una mujer. Sobre todo a una que había vivido un verdadero infierno.

–Ahora que ya está aquí, pondrá fin a este circo, ¿no?

Stacy pareció sorprenderse.

–¿Qué circo?

–Toda esta gente arramblando con las pertenencias de Sophia DeBussi.

–Por lo que he oído, ella les debe eso y más.

–Quizá ella no sabía lo que estaba haciendo Skip. Quizá no tuvo ninguna parte en ello.

Stacy se pasó un dedo por la barbilla. Parecía menos abotargado desde su divorcio; finalmente había adelgazado algo.

–Ciertamente tomó parte en gastarse nuestro dinero.

–No conscientemente.

–¿Estás seguro de eso?

–En cualquier caso, creo que ella ya ha sufrido suficiente. Y su hija, ¿qué edad tiene? ¿Trece años? A esa edad, es altamente improbable que ella tomara parte en ello, tampoco. ¿Cómo se las arreglarán cuando todo esto haya terminado? ¿Le importa a alguien eso?

Stacy puso una cara que le dijo a Ted que se estaba preocupando innecesariamente.

–Probablemente esa mujer tenga una fortuna de la que nosotros no sabemos nada. De todas formas, ella no necesita un sofá de veinte mil dólares para «arreglárselas». Todos nos las hemos estado arreglando con mucho menos que eso, ¿no?

Se marchó, para reaparecer quince minutos después con los bolsillos llenos y cargando con una pintura, rumbo al coche patrulla. Después de aquello, Ted ya no pudo soportar seguir contemplando la escena. Con todas las cosas que estaban saliendo de aquella casa, no podía imaginarse que pudiera quedar algo. Algunos se estaban llevando hasta la cubertería y la vajilla. ¿Por qué no estaba poniendo Eve punto final a todo aquello?

 

 

Le puso un mensaje de texto, pidiéndole precisamente que lo hiciera, y se marchó, pero estaba demasiado afectado para volver a casa. Pasó por el instituto y aparcó delante del salón de actos, donde había pronunciado tantos discursos como presidente del cuerpo estudiantil… y se había llevado a Sophia al baile de graduación. Se dirigió luego andando al río y bajó hasta el columpio de cuerdas donde Sophia y él se habían bañado en cueros cuando tenían diecisiete años. Incluso visitó el abandonado cobertizo minero donde habían hecho el amor por primera vez. Quería recordar todas las razones por las que debería odiarla. Y visitar aquellos lugares debería haberle ayudado porque le recordaban lo mucho que ella había significado para él. Le recordaban que ella había arruinado todos sus planes al enredarse con Skip mientras él estaba fuera estudiando en la universidad. Sophia nunca le había mencionado que estaba saliendo con otro. Había fingido que no era así. Hasta que su madre se enteró, por los rumores del pueblo, de que estaba embarazada.

Había estado furioso con ella durante muchísimo tiempo. Durante la última década y media o así, habían sido muchas las veces en que se había sorprendido a sí mismo deseando que ella se hubiera dado cuenta de lo que había perdido, de lo que les había costado a los dos. Había estado hablando la voz de su orgullo, por supuesto. Como cualquier despechado amante, había querido que se arrepintiera de haber escogido a otro. Pero a pesar de todo su rencor, jamás había querido verla destrozada.

Y en aquel momento detestaba verla así.

Quizá fuera ese el más veraz testimonio de lo mucho que la había amado.