Capítulo 21

 

Con un dormitorio principal y una bañera en la primera planta, y otro dormitorio con baño, una cocina pequeña, un salón y un cuarto de lavado en la planta baja, la casa de invitados de Ted era diminuta comparada con aquella a la que Sophia estaba acostumbrada. No tenía más de ochenta metros cuadrados. Pero estaba entusiasmada de tener muebles, y calefacción, otra vez.

Agotada después de tantas noches sin dormir, del estrés de empezar con un nuevo trabajo, de la preocupación por la situación de Alexa en la escuela y de cargar caja tras caja a través del jardín de Ted, Sophia se dejó caer en su nueva cama. Él la había ayudado cargando las cajas más pesadas, pero luego la había dejado que terminara sola para ponerse con su novela.

En aquel momento estaba sola, y se sentía maravillosamente bien descansando en un lugar en el que nada le recordaba a Skip. En un lugar donde nadie esperaría encontrarla. Tenía que acercarse a casa de Ted y ponerse a trabajar. No era justo que el traslado le hubiera ocupado la mitad de su jornada laboral. Él ya había tenido que calentarse la sopa del día anterior para la comida. Pero ella necesitaba aquellos pocos minutos de descanso.

Estaba tan cansada…

Arrebujándose bajo el edredón de plumas, cerró los ojos y suspiró profundamente. Le habría gustado poder esconderse allí para siempre. Pero antes de que empezara a adormilarse, tenía que levantarse. No podía demostrarle su gratitud a Ted quedándose dormida cuando se suponía que debería estar limpiándole la casa.

Arrastrando su cuerpo cansado fuera de la cama, se palmeó las mejillas para despabilarse y se apresuró a bajar. Iba a gustarle aquella acogedora casa de invitados. A resguardo de la calle gracias a la casa de Ted, mucho más grande, aparte de que era poca la gente que pasaba por allí, era nueva y olía a la madera de pino de las planchas del techo. ¡Y el paisaje! A un lado tenía una magnífica vista del río y a la otra una más que bonita del jardín, la piscina y el jacuzzi.

Sophia entró en la casa siguiendo un estrecho sendero de escalones de piedra. No lo hizo por la puerta principal trasera, que daba al salón a través de la enorme terraza de la planta baja. Aquella otra puerta proporcionaba un rápido y fácil acceso a la cocina.

Pudo ver que Ted había dejado su bol de sopa en el fregadero y abierto una bolsa de patatas, con lo que su estómago se quejó. Necesitaba comer. No se había estado alimentando lo suficiente durante aquellos últimos días.

Se preparó un bocadillo y se sentó a comerlo mientras ojeaba el libro de cocina que había usado antes, esperando encontrar alguna buena receta de pasta. Ted le había dicho que eso era lo que quería aquel día para comer. Sophia había preparado espagueti y fettuccini muchas veces antes, para Skip, pero en aquel momento se sentía una persona completamente diferente de la que había sido un mes atrás y no quería volver al pasado, ni siquiera para preparar una comida con la que estaba familiarizada.

Un ruido en el pasillo la hizo levantar la mirada. Ted apareció con su taza de café vacía en la mano.

–Necesito otra dosis de cafeína –explicó.

–Yo te lo preparo.

Pero él hizo un gesto de indiferencia.

–Come. Es la primera vez que te veo llevarte algo a la boca desde que empezaste a trabajar aquí. No quiero interrumpirte.

–Pero yo me siento responsable del hecho de que estés tan cansado, y que te muestres tan… amable conmigo me hace sentirme mal.

Se volvió para mirarla como si ella le hubiera sorprendido de algún modo, y Sophia lamentó no haberse mirado en un espejo antes de entrar a toda prisa en la casa principal. Aquella mañana había visto las ojeras que tenía. Con un poco de suerte, resultarían menos visibles con aquella luz.

–¿Qué pasa? –le preguntó, recogiéndose el cabello detrás de las orejas.

–Nada. Lo de quedarme anoche en tu casa fue decisión mía. Tú no tienes que preocuparte por ello.

–Pero no lo habrías hecho si hubieras pensado que podías marcharte sin que yo corriera peligro.

–Sobreviviré.

Sophie regresó a la mesa, pero de repente se sentía demasiado nerviosa para comerse su bocadillo. No quería ser una carga para él, no quería que se arrepintiera de su propia bondad, una bondad que había terminado por endosarle a una ex a la que ni siquiera había querido ver.

–¿Qué tal marcha el libro?

–No muy bien.

Probablemente habría avanzado más si no hubiera tenido tantas distracciones, como acoger a una mujer y a su hija que se habrían quedado sin hogar de no haber sido por él.

–Tendré cuidado de no interrumpirte esta tarde.

Él no dijo nada.

–Aprovechando que estás aquí, ¿qué te parece este plato para cenar? –le mostró una fotografía de una pasta con prosciutto, cebollas y guisantes, toda ella regada con crema parmesana–. ¿Crees que te apetecería?

Él arqueó las cejas.

–Definitivamente.

–La prepararé esta noche, entonces.

Después de encender la cafetera, se volvió para mirarla.

–Precisamente iba a comentarte algo sobre la cena.

La seriedad de su tono la puso alerta.

–¿Preferirías otra cosa?

–No, eso está bien. ¿Podrías hacer comida suficiente para Eve, también?

Sophia se las arregló para conservar su sonrisa.

–Por supuesto. ¿Es... una cita? ¿Te gustaría que preparara algo especial?

–No tienes por qué molestarte tanto. Añade simplemente una botella de vino, una ensalada y quizá algún postre.

Ya había planeado servir ensalada y pan con el plato principal.

–Claro. Lo serviré en el comedor.

–Eso será estupendo.

Ella señaló la cafetera.

–No tienes por que quedarte a esperar. Yo te subiré el café cuando esté listo, si te parece bien.

–Te lo agradecería –se alejó, pero para volverse en el último momento–. ¿Por qué lo hiciste? –le preguntó de pronto–. ¿Por qué te acostaste con Skip?

Aquella era la primera vez que le había dado la oportunidad de explicarse. Pero ahora que lo había hecho, no sabía por dónde empezar. ¿Qué importaba, en todo caso? ¿Qué podía esperar conseguir? Sabía por su tono que, tantos años después, seguían hablando por su boca el reproche y la furia. Y después de toda la bondad que Eve le había demostrado, Sophia no quería interferir en su relación ni aun cuando tuviera la oportunidad.

–Cometí un error.

–Un error que empeoraste al casarte con él.

No era fácil soportar la acusación que veía en sus ojos, no sin lanzarle a su vez algunas acusaciones propias. Ella no era la única que había pecado de egocentrismo a aquella edad. Él había estado tan concentrado en sus propios proyectos y clases que no había prestado mucha atención a lo que había estado sucediendo, o a lo que no había estado sucediendo, en el mundo de ella. Él había dado por hecho que cuando terminara de arreglar sus asuntos, ella estaría esperándole en Whiskey Creek.

–Me quedé embarazada. No tenía ninguna otra elección.

–Tus padres te habrían ayudado. Ellos habrían hecho lo que fuera por ti.

No después de que él se marchara a la universidad. Y sobre todo no en aquel último año, cuando había estado tan ocupado que apenas habían hablado. Una vez que su madre perdió todo contacto con la realidad, su padre no había sido capaz de sobrellevar el dolor. Había renunciado a la alcaldía y acto seguido se había venido abajo, y sin nuevas entradas de dinero, sus ahorros se habían ido acabando. Habían conseguido ingresar a su madre en un centro público, pero tan pronto como lo consiguieron, su padre recibió nuevas noticias sobre su diagnosis. Aunque se habían enorgullecido de no dejar traslucir sus problemas a nadie, dada la humillación consiguiente, ella no habría podido permitirse pagarle las sesiones de quimioterapia o cualquier otro tratamiento, no sin la ayuda de Skip.

–Entré en pánico.

–Quieres decir que Skip tenía el dinero que tú querías.

El dinero que tan desesperadamente había necesitado. Había una diferencia. Y Skip era el padre de su hija. ¿Le estaba diciendo Ted que él habría reconocido a Alexa? No podía imaginarse aquello, no podía imaginarse que él la hubiera perdonado por lo que había hecho.

–Si es así como quieres verlo…

–No hay ninguna otra forma de verlo –replicó él.

 

 

Cuando sonó el timbre anunciando la llegada de Eve, Ted no sabía dónde estaba Sophia. Ella no fue a abrir, así que supuso que habría terminado su jornada. Probablemente estaría en la casa de invitados, deshaciendo las cajas. La última vez que la había visto fue cuando ella entró sigilosamente en la oficina y le dejó la taza de café sobre la mesa, junto con un poco de fruta en rodajas, para marcharse en seguida.

Había sido una tarde tranquila, la que había necesitado para escribir unas cuantas páginas. Pero cuando atravesó el salón de camino hacia la puerta, vio que Sophia había estado muy ocupada. Cada habitación de la casa estaba inmaculadamente limpia. Pudo oler varios deliciosos aromas procedentes de la cocina, y además había puesto una mesa preciosa. Se detuvo cuando la vio porque no reconoció el bonito florero de cristal que había puesto de centro de mesa, con flores frescas. Los candelabros tampoco los había visto antes. Y sabía a ciencia cierta que no poseía aquellas elegantes velas de cena.

Se había tomado especiales molestias para crear un ambiente romántico… pero no estaba seguro de que eso le alegrara mucho. Tenía sentimientos demasiado encontrados respecto a ella.

El timbre sonó de nuevo.

–¡Voy! –gritó.

Tan pronto como abrió la puerta, Eve señaló el Mercedes negro de Sophia.

–Parece que tu huésped va a pasar su primera noche aquí.

Ted se preguntó cómo le habrían ido las cosas a Alexa en la escuela. Cuando Sophia la recogió, debió de haberla llevado directamente a la casa de invitados a hacer los deberes, porque no la había visto ni oído.

–Espero que eso le complique las cosas a la empresa de embargo a la hora de localizar su coche.

–Sí. Porque si no, tendrá que usar tu coche así como cualquier otra cosa que quieras ofrecerle.

Él no dijo nada. Él no había pedido la compañía de Sophia… al menos no por mucho tiempo. Pero no había tenido manera alguna de evitarla, no si lo que pretendía era demostrar un mínimo de humanidad.

–Créeme, mi madre no está más contenta que tú con la situación. Me colgó el teléfono el día en que se enteró de que Sophia estaba trabajando aquí y no he vuelto a hablar con ella desde entonces.

–¿No vas a llamarla?

–Le estoy dando un tiempo para que se tranquilice –le sostuvo la puerta–. Pasa.

–A tu madre nunca le cayó bien Sophia –dijo ella mientras entraba.

–A mi madre le caes bien tú –repuso él.

Sus labios se curvaron en una reacia sonrisa.

–Eso es todo un cumplido. No es una mujer fácil de complacer.

–Y eso es un eufemismo –rio entre dientes–. ¿Tienes hambre? Tenemos pasta para cenar.

–Huele deliciosamente bien –se acercó para recibir un beso. Él se obligó a besarla con pasión, buscando el mismo fuego en su vientre que siempre había sentido con Sophia, deseoso de consumirse hasta el punto de que tuviera que llevarla a su dormitorio en aquel preciso momento, y mandar la cena al diablo. Pero no lo encontró. Sentía por Eve el mismo cariño y respeto que había sentido siempre, pero nada más.

Apartándose, sonrió para disimular su decepción.

–Vamos a ver lo que tenemos –le dijo y la tomó de la mano para llevarla a la cocina.

En el mostrador, encontró una nota de Sophia.

 

La pasta está en el horno. No esperes mucho para servirla, o se secará. Calienta el pan durante quince minutos primero. El vino se está enfriando en la nevera con la ensalada. La vinagreta casera está en la jarrita. La tarta de queso puede servirse con o sin frambuesas por encima.

S.

P.D.: Los fósforos están sobre la mesa.

 

Para las velas. Para acentuar la atmósfera romántica. Lo había entendido.

–Se ha tomado muchas molestias para que todo quede muy bonito.

El tono de Eve sonaba ligeramente irritado, pero había sido ella la que había propuesto ir a su casa. Fácilmente habrían podido cenar fuera o en casa de ella. Ted estaba seguro de que Eve había querido calibrar la situación y dejar clara su postura, y no podía culparla por ello.

Estaba llevando la ensalada y el vino a la mesa del comedor cuando sonó el timbre por segunda vez en quince minutos.

–Ya voy yo –dijo Eve, y antes de que él pudiera volver a la cocina a por el pan, su madre entró en el comedor.

 

 

Sophia se había llevado algo de lo que había cocinado para poder cenar con Alexa en la casa de invitados. Habían comido juntas. En ese momento estaban tumbadas en su cama, mirando el resplandor de las farolas en el techo. Todavía quedaban cajas por abrir, pero aquel momento de tranquilidad era el mejor que había tenido en todo el día. Alexa nunca había tenido la costumbre de apoyar la cabeza en su hombro mientras Skip estuvo con ellas, no desde que había sido muy pequeña.

–Qué cena tan fantástica –comentó Alexa.

–A mí también me ha gustado –repuso Sophia.

–Apuesto a que Ted piensa que eres la mejor cocinera del mundo. Y a que se alegra de haberte contratado.

¿Habrían disfrutado Ted y Eve de la cena? No había dejado de pensar en ellos desde que había dejado la casa principal. Pero se negaba a sucumbir a los celos que la desgarraban. Había comprado en el supermercado, de su propio dinero, las flores y las velas porque había querido demostrarles su agradecimiento de aquella modesta manera por todo lo que habían hecho por ella. Quería que Ted fuera feliz y sabía que una mujer como Eve podría proporcionarle esa felicidad.

Así que no tenía motivos para entristecerse, se recordó. Quería que Eve fuera feliz, también. Quizá ella no tuviera la clase de relación que quería con ninguno de ellos, pero les deseaba lo mejor a pesar de todo y les estaba obligada por su amabilidad.

–¿Cómo es que nunca me habías hecho esos fideos antes? –le preguntó Alexa, rompiendo de nuevo el silencio.

–¿Te refieres a la pasta? No tenía esa receta.

–No la pierdas.

–No la perderé –la peinaba tiernamente con los dedos–. ¿Crees que te gustará vivir aquí?

–Será diferente, pero… está bien. ¿Y a ti?

–Esta casa tiene muchas cosas a su favor. Es bonita, limpia y acogedora.

Alexa levantó la cabeza.

–Estás mejorando a la hora de ver el lado positivo de las cosas.

Sophia se echó a reír.

–No me has contado casi nada sobre tu día en el colegio.

–Ya te dije que había ido bien.

–Ya lo sé. Pero… ¿qué significa ese «bien»?

Su hija se tumbó boca abajo, apoyada sobre los codos.

–Que nada ha cambiado.

–¿Qué tal el castigo de quedarte después de clase?

–¡Aburrido!

–Al menos aprovechaste para hacer los deberes. ¿Connie no te dio problemas?

Lex pellizcó el edredón.

–No dejó de fulminarme con la mirada. Y en una ocasión, cuando pasó a mi lado para recoger un libro del fondo del aula, me susurró que me patearía lo que tú sabes qué cuando me pillara sola.

Sophia se colocó la almohada para incorporarse un poco.

–¿Qué hiciste tú?

–La ignoré.

–¡Bien hecho! –estiró la mano para acariciarle una mejilla–. ¿Qué hay de Babette y las otras?

–Hago todo lo que puedo para ignorarlas, también –Alexa le lanzó de pronto una sonrisa tímida–. Ah, hay una cosa buena que ha pasado hoy.

–Sacaste un aprobado en el examen de Matemáticas. Lo doy por bueno, ya que es un progreso. La próxima vez sacarás un notable, ¿verdad?

–Sí. Pero esto es todavía mejor.

–¿En serio? Apenas puedo esperar para escucharlo.

Una enternecedora expresión se dibujó en su carita de duende.

–Royce Beck me acompañó a la clase de la quinta hora.

–Royce… He oído ese nombre antes.

–Porque fue a mi cumpleaños el año pasado.

–Espero que su papá no fuera un inversor de SLD.

Alexa esbozó una mueca, pero se echó a reír.

–¡Y yo! Pero no creo que lo fuera. Al menos Royce no se ha enfadado conmigo, al contrario que los demás.

–Hablas como si ese chico fuera algo especial para ti.

Hubo un corto silencio, así como otro rubor.

Pese a lo mucho que disfrutaba estando con Alexa, y al alivio que le producía ver cómo estaba volviendo lentamente a recuperar su antiguo buen humor, Sophia se sentía demasiado cansada. El suelo parecía barrerle los tobillos como una espuma caliente, tirando de ella. Pero no quería dormirse hablando con su hija, así que procuró resistir la pesadez que sentía en los párpados.

–Bueno, si tiene buen gusto, tú le gustarás.

–Quizá no –su sonrisa se volvió pensativa–. Él podría escoger a Babette ahora que… ahora que todo el mundo la considera tan sexy.

Aquello inyectó a Sophia una dosis de energía.

–¡No me digas que a ella también le gusta!

–A ella siempre le gustan los chicos que a mí me gustan –contestó Alexa con una mueca.

–¿Lo vio acompañarte a clase?

–Sí. Pasó al lado nuestro.

–Dudo que eso contribuya a vuestra amistad.

Alexa puso los ojos en blanco.

–¿Qué amistad?

Sintiendo que le volvía el cansancio, Sophia ahogó un bostezo.

–¿A dónde crees que deberíamos trasladarnos?

–¿Qué tal Los Ángeles?

–¿Quieres vivir en una gran ciudad?

Alexa frunció los labios, reflexionando.

–Estaríamos cerca de Disneylandia.

Sophia sonrió. Bien podría hacer un viaje al «lugar más feliz sobre la tierra». Tomó la mano de Lex por un momento.

–Eso es un punto a su favor, pero Los Ángeles es una ciudad demasiado grande. Me parece a mí que allí podríamos perdernos.

–¿Pero no es bonito perderse? Al menos allí nadie conocería a papá ni sabría lo que hizo.

–Cierto. Eso es una ventaja innegable. Y habría más oportunidades de empleo…

–¿Te gusta el trabajo que tienes ahora?

Sorprendentemente, le gustaba. Aunque echaba de menos los masajes y los tratamientos de spa de su antigua vida, la sensación de satisfacción que experimentaba en la casa de Ted le compensaba aquellas faltas. Lo que no le gustaba era sentirse tan en deuda con él, detestaba que no pudieran estar a la misma altura. Y aquello le había costado la amistad de Eve. Aquella noche era la prueba. Había pensado que quizá Eve se pasaría por la casa de invitados para decirle que le había encantado la cena, o al menos para saludarla. Le habría gustado saber que no se resentía de su presencia en la propiedad de Ted. Pero Sophia estuvo hablando con Alexa durante otra hora antes de que se fueran a la cama, y no hubo llamada o golpe a la puerta alguno.

«Está bien», se dijo. «Ella no puede alegrarse de que yo esté aquí. ¿Qué mujer se alegraría de algo así?».

Recordó la pregunta de Ted: «¿Por qué te acostaste con Skip?». El desprecio de aquellas palabras volvió a escocerla. Él tampoco podía estar contento de que ella estuviera allí.

La bodega y las botellas de vino que allí almacenaba acudieron a su mente. Alexa estaba en su propia cama; estaban en un lugar seguro. Seguro que podría tomar una copa… en aquel mismo momento. Había estado tan inmersa en sus problemas que apenas había pensado en la bebida durante días. Pero el recuerdo del suave ardor del whisky en la garganta y la sensación de euforia que le seguía se apoderó de repente de ella y a punto estuvo de arrastrarla hacia la puerta.

Una copa. Estaba sola, no necesitaba conducir, no necesitaba responder ante Skip, no necesitaba hacer nada por su hija.

Tomar una copa de vez en cuando no podía hacerle daño. Mucha gente lo hacía y no causaba ningún problema.

Se levantó y bajó las escaleras. Podía cruzar el jardín trasero, deslizarse dentro de la cocina y agarrar una botella en cuestión de minutos. Ted y Eve no se darían cuenta. La pagaría en cuanto recibiera su primer cheque. Ella no era una ladrona, al contrario que su marido.

Pero el recuerdo de las palabras de Skip la detuvieron antes de que pudiera salir de la casa de invitados: «No eres más que una borracha perezosa».

–No, Skip, soy mucho más que eso –susurró.

Hablar era fácil, sin embargo. Tenía que demostrarlo.

Aunque tenía la boca seca y le dolía la cabeza, ya que por alguna razón tenía que luchar contra los efectos de la abstinencia una y otra vez, regresó a la cama y se obligó a permanecer tumbada.

Había estado tan agotada apenas unos minutos antes… Pero el alcohol de la bodega de Ted parecía reclamarla: «Estoy aquí mismo. ¡Ven a buscarme!».

¿Por qué la tentación no la dejaba en paz para que pudiera dormir?

«Puedes hacerlo», se dijo. «Mantente firme. Estás construyendo una nueva vida, ladrillo a ladrillo. Tomar una sola copa te hará recaer.

Decidió que necesitaba ingresar en Alcohólicos Anónimos. Skip no se lo habría permitido de haber seguido vivo. Habría tenido demasiado miedo de que alguien se enterara… o la reconociera en las reuniones. Ciertamente no necesitaba dar a la gente de Whiskey Creek más razones para que la difamaran. Pero, ¿acaso aquello en lo que se había convertido no era mucho más importante que lo que solía ser?