Capítulo 14

 

Ted estaba demasiado distraído para divertirse. Quizá fuera porque llevaba demasiados años yendo a la misma fiesta… cuando no la organizaba él. Le gustaba juntarse con sus amigos. Gail y Simon no habían podido asistir, y Baxter aún no había llegado, pero todos los demás estaban allí: Callie, Levi, Adelaide, Noah, Brandon, Olivia, Kyle, Riley, Cheyenne, Dylan y Eve. Pero había algo… como anticlimático en aquel evento. Sentado en el sofá de Cheyenne y Dylan, su mente no dejaba de volver una y otra vez a Sophia y a lo que había descubierto aquel día. La manera en que Skip la había abandonado en su aniversario de bodas. La manera en que la había hecho desfilar en carroza cada Cuatro de Julio, como si fuera una muñeca Barbie a la que pudiera vestir y exhibir a su capricho. El hecho de que hubiera querido presentar una denuncia a la policía y que Skip hubiera intervenido a tiempo de evitarlo.

¿Habría sido un maltratador?

La mayoría de la gente presente en aquella fiesta así lo pensaba. Habían debatido sobre ello antes, habían visto los moratones. Ted había preferido creer a Sophia cuando les dijo que habían sido el resultado de un choque contra una puerta o contra un armario, pero…

–Estáis muy callado esta noche, sir Dixon.

Alzó la mirada para descubrir a Eve sonriéndole y apartó la espada de su disfraz de caballero templario para que ella pudiera sentarse a su lado.

–¿Qué es lo que está pasando por esa cabeza tuya? –le preguntó Eve mientras le entregaba una copa de vino.

–Poca cosa.

–Siempre está pasando algo. Eres nuestro intelectual de la localidad. ¿Estás ocupando ideando la trama de tu actual manuscrito?

–Quizá –sonrió y chocó su copa con la suya–. Bonito disfraz, por cierto –aquel año Cheyenne había pedido a todo el mundo que contribuyera con cinco dólares para que la persona que apareciera con el mejor disfraz ganara un premio. Saber que habría un concurso hacía más interesante el disfrazarse. De lo contrario, dudaba que se hubiera molestado. No le gustaba demasiado aquel tipo de fiestas, pese que hasta entonces jamás se había perdido una. Aquella noche se había gastado casi doscientos dólares en hacer que su disfraz pareciera auténtico en vez de kitsch, y lo había conseguido. Pero ni siquiera un verdadero caballero templario podía competir con Catwoman, al menos no con aquella versión. Apenas podía quitarle los ojos de encima a Eve con aquel mono ajustado de cuero negro que llevaba.

¿Desde cuándo los disfraces de Halloween eran tan sexys?

–¿Por qué me estás mirando así? –le preguntó ella.

–¿Así cómo?

Señaló su cara.

–Mis ojos están aquí arriba.

Nunca antes se había quedado mirando los senos de Eve. Le resultaba extraño hacerlo ahora. Eran amigos desde hacía demasiado tiempo. Pero tener a Sophia de vuelta en su vida le había vuelto de repente inquieto e insatisfecho, como si pensara que debería haber hecho otras cosas en su vida que las que había hecho. Salir más. Socializar más. Haber aprovechado más su juventud. En lo único que podía pensar era en todo el tiempo que había pasado desde la última vez que había tenido sexo…

–Eres tú quien lleva ese disfraz –murmuró–. No creo que yo sea el único hombre que se sienta tentado de mirarte.

–El año pasado vine de camarera.

–¿Y?

–Que aquel disfraz tenía mucho más escote, y ni siquiera me miraste dos veces –se atusó el pelo–. Quizás sea la peluca roja.

Sabía que se estaba burlando, pero respondió seriamente a pesar de ello.

–Definitivamente no es la peluca –apuró su copa–. Es que este año no he salido lo suficiente de casa.

Eve bajó la voz para que los demás no pudieran escucharla.

–Quieres decir que ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que te has acostado con alguien.

Cuando dijo eso, Ted supo que había bebido demasiado. Adelaide, al estar embarazada, sería quien conduciría. Y él también, ya que habitualmente no bebía mucho más que una copa de vino. Lo cual quería decir que incluso aquellos que no vivían cerca tendrían una manera segura de volver a sus casas.

–Eso también –admitió–. ¿Cómo lo has adivinado?

Su expresión le sugirió que su deducción había sido demasiado fácil.

–Vivimos en el mismo pueblo pequeño. Básicamente tenemos el mismo problema.

Se removió en su asiento. Suponía que Eve normalmente reservaba aquella clase de comentarios para Cheyenne o para algún otro miembro femenino del grupo porque nunca había sido tan sincera con él antes. Pero no tuvo oportunidad de comentar nada, porque de repente sonó el timbre de la puerta y Callie gritó:

–¡Es Bax!

Aquel fue el momento que todos habían estado esperando. Después de pasarse la vida entera fingiendo, Baxter North había salido del armario hacía como un año, y lo había hecho declarando su amor por Noah, que de gay no tenía nada. Aquello había afectado a su relación, que mantenían desde la infancia, y había sumido en el asombro al grupo entero… hasta que todo el mundo terminó adaptándose a la nueva situación. Durante un tiempo, nadie estuvo seguro de que Baxter sería capaz de reconciliarse con su verdadera identidad. Pero parecía que le estaba yendo mejor desde que se había trasladado a San Francisco, donde llevaba ya trabajando de agente de bolsa desde hacía años. Afortunadamente, Noah y él habían vuelto a ser amigos. Ted no hablaba con Baxter con tanta frecuencia como algunos miembros del grupo, como Callie, pero le conocía bien. Incluso a Adelaide, con quien Noah llevaba casado ya nueve meses, le gustaba Bax.

A todo el mundo le gustaba Bax y por ello habían tenido tantas ganas de verlo. Pero no habían esperado que se trajera un amigo. Él no se lo había mencionado. Así que cuando entró de la mano de un hombre que presentaba un fuerte parecido con Noah, y que incluso llevaba unos culotes y una camiseta de ciclista con el logo de la tienda de Noah, todos se quedaron callados.

Noah pareció decidido a aliviar aquella incomodidad cuando se adelantó para abrazar a su mejor amigo y estrechar la mano de su doble, al que Baxter presentó como Skye.

–Me gusta tu camiseta –le dijo sonriendo–. Pero a mí me queda mejor la licra.

Todos ellos rieron y siguieron la broma.

–Encantado de conocerte –murmuró Ted cuando le llegó el turno de las presentaciones.

Después de aquello, todos intentaron hacer todo lo posible por ignorar el hecho de que el novio de Baxter era prácticamente un calco de Noah… el hombre al que había amado durante toda su vida.

Desesperada probablemente por volver a encauzar la fiesta, Cheyenne se aclaró la garganta.

–Sentaos los dos. ¿Qué os apetece beber?

Sin soltar la mano de su novio, Baxter se abrió paso entre la multitud hacia el salón, hasta que de repente gritó:

–¡Os he pillado! –y procedió a anunciar que Skye no era su novio, sino un amigo al que había conocido en el trabajo. Y que ni siquiera era gay–. Fue lo suficientemente amable como para aceptar vestirse de Noah y ayudarme a preparar la broma. Sabía que os quedaríais horrorizados –dijo, riendo–. Es extraordinario lo mucho que se parecen, ¿verdad?

Callie estaba riendo también.

–¿Pero cómo has conseguido una de las camisetas de Noah?

Baxter hizo un gesto de indiferencia, como indicando que eso había sido lo más fácil.

–Él me la regaló hace siglos.

Una vez que se dieron cuenta de que Baxter no se había enamorado de un doble de Noah, tal y como había simulado, todos pudieron disfrutar de la broma. La tensión se disipó y el ambiente volvió a ser cómodo. Siguiendo la pauta habitual, charlaron, vieron una película de terror y sacaron los juegos de mesa.

Por culpa de Skye, Eve no ganó el concurso de disfraces. Nadie pudo superar a un doble de Noah que se le parecía todavía más que el hermano gemelo que había fallecido durante su fiesta de graduación. Solo lamentaban que Noah no hubiera aparecido vestido con ropa de ciclista, también, para poder compararlos mejor.

Para el final de la velada, cuando la fiesta se estaba acabando, Ted invitó a todo el mundo que se hubiera acordado de traerse un traje de baño a meterse en su jacuzzi, y unos cuantos se apuntaron.

Eran casi las dos de la madrugada cuando todo el mundo abandonó la casa de Ted. Solamente quedó Eve, y no precisamente para decepción de Ted. Desde que había vuelto a su casa, él había seguido bebiendo. Y ella estaba en biquini.

No dejaba de preguntarse cómo era posible que, hasta aquella noche, no se hubiera fijado nunca en el cuerpo tan bonito que tenía…

–Fue brutal –dijo ella, recostada en el jacuzzi. El agua burbujeaba y espumeaba en torno a sus senos mientras se terminaba otra copa de vino.

–¿Skye? –se inclinó para servirle más de la botella que estaba cerca de su codo.

–Sí. Eso ha sido fantástico por parte de Bax: reírse de sí mismo de esa forma. Reírse y hacernos reír a nosotros, para que finalmente pensemos que por fin se ha reconciliado con su flechazo.

–Siempre es mejor enfrentarse a ese tipo de cosas directamente y quitártelas luego de la cabeza. Skye rompió muy bien el hielo. Pero apuesto a que a Noah casi le dio un ataque cuando los vio entrar.

La risa de Eve sonó ronca y relajada mientras apoyaba la cabeza en el borde de la bañera. Estaba más borracha que Ted, pero él llevaba un buen ritmo

–Y Adelaide también. Bax salió del armario después de que ella regresara al pueblo y empezara a verse con Noah. Debió de haber sentido algo de angustia, aunque solo fuera por Noah, cuando Baxter apareció con Skye.

Ted bebió otro sorbo de vino.

–¿Crees que Bax ha superado lo de Noah?

–Probablemente no. Pero sí que ha asumido el hecho de que su relación nunca volverá a ser la misma. Y está deseoso de conservar la amistad, lo cual es más de lo que la mayoría de la gente sería capaz de hacer en su situación. Es duro querer a alguien que a su vez no te quiere. Espero que encuentre la felicidad que se merece.

–Encontrar esa felicidad sería más fácil si sus padres le aceptaran tal como es –dijo Ted–. Pero yo no tengo la impresión de que su relación con ellos haya mejorado. ¿Y tú?

–Quizá no haya mejorado mucho, pero él me dijo que estaban empezando a acercarse. Eso es esperanzador.

Contemplaron las estrellas en silencio. Hacía frío fuera, pero había dejado de soplar viento.

–Hablando de antiguos amores –dijo Eve al fin–. ¿Estarás bien trabajando con Sophia aquí?

No quería hablar de Sophia. Lo sabía todo sobre el amor no correspondido y el mucho tiempo que se tardaba en superar a alguien. No iba a volver a caer en aquel pozo ahora que había salido, pero aquello que le había atraído de ella desde el principio seguía acechando bajo la superficie. Tendría que luchar contra aquella atracción magnética, asegurarse de no dar un solo paso en su dirección. Aquella noche, probablemente debido al vino, había llegado a preguntarse por unos segundos por lo que sería intentarlo otra vez con Sophia, ahora que no estaba Skip. Y por mucho que intentara negar la verdad, el anhelo y el deseo que sentía por ella no habían desaparecido.

Pero no quería convertirse en su nueva pareja. Eso no haría que ella le amara más profundamente de lo que le había amado antes. Además, salir con Sophia arruinaría la relación con su madre, que lo consideraría el mayor imbécil sobre la tierra. Y tendría razón. Porque tendría que ser un verdadero imbécil para volver a relacionarse con Sophia.

Apartó la vista de las estrellas para mirar a Eve. ¿Por qué no podía enamorarse de una chica tan buena como ella? La conocía desde hacía muchísimo tiempo, podía fiarse absolutamente de la fortaleza de su carácter. Quizá le había pasado desapercibido lo que tenía justo delante. Los amigos podían convertirse en amantes; era algo que sucedía todo el tiempo. Para alguna gente, encontrar una pareja tenía más que ver con el mutuo respeto que con la química corporal. Quizá aquellas fueran precisamente las mejores relaciones.

Aquello al menos era lo que decía mucha gente…

Aspiró profundamente mientras reflexionaba sobre la pregunta que Eve le había hecho sobre Sophia, y se decidió por una respuesta breve. Cuánto menos dijera sobre el tema, mejor.

–Sí, todo irá bien. Por causa de su situación, no me queda más remedio que tenerla aquí hasta que encuentre alguna otra cosa. Pero… espero que eso no dure mucho tiempo.

–¿Has superado lo tuyo con ella? ¿No tiene ningún impacto… romántico el hecho de que tenga que trabajar en tu casa cada día?

Podía adivinar la razón de la pregunta. Ambos se estaban preguntando por qué ellos no podían tener a ese alguien especial en sus vidas. Eve era dulce, atractiva, leal y capaz de un compromiso sincero. Deseaba casarse y formar una familia, y él también. Andaban por los treinta y pocos años y no habían conocido a nadie. Vivían en un pueblo pequeño, así que no habían entrado en contacto con muchos desconocidos.

¿Podrían ellos transformar de alguna manera su relación?

¿Deberían intentarlo al menos?

–Es solo un trabajo –en cierto sentido, él sabía que aquello no era completamente cierto. Pero quería que la realidad fuera tal cual él se la representaba, así que se prometió a sí mismo que en esa ocasión escogería el camino que menos probabilidades tuviera de terminar en un desengaño. Poseía una gran autodisciplina. Ojalá no se sintiera todavía tentado por ella…

Eve apartó las burbujas a un lado.

–Ella me comentó que no le había ido demasiado bien en la prueba de mecanografía.

–No –respondió riendo.

–¿Qué puedo hacer yo para ayudar?

–Creo que nos las arreglaremos bien. No te preocupes por eso.

–No me importa ayudar. Avísame si surge algún problema.

–Lo haré.

–Ella parece haber cambiado mucho –dijo ella–. Para mejor.

Eve, tan sincera como siempre. Estaba haciendo un esfuerzo por ser justa con Sophia.

–Todo el mundo parece cambiar cuando toca fondo –repuso él–. Arruinarse es una experiencia humillante. Te hace más humilde.

–Ella era tremenda, ¿verdad? Bella y carismática, pero… insensible. Yo siempre la he visto como una Scarlett O’Hara.

Ted se mostró de acuerdo con la comparación. Pero no estaba seguro de que aquella insensibilidad procediera de otra cosa que de la vida regalada que había llevado. Había sido una preciosidad desde que nació, había recibido mucha mayor atención que la normal y saludable que debía recibir todo niño. Para colmo, dudaba que sus adoradores padres hubieran usado con ella alguna vez la palabra «no». Dado que nunca habían puesto límite alguno a su comportamiento, ella no se había dado cuenta ni de que existían los límites. Había pensado que aquellas cosas solo se aplicaban a los demás, que de alguna manera ella estaba exenta porque su papá era el alcalde.

–Me pregunto si se arrepiente de ello –dijo él.

–Yo creo que sí –respondió Eve–. Ese disfraz que llevé esta noche… me lo prestó ella. Me invitó a ir a su casa y a elegir entre un gran surtido de disfraces verdaderamente buenos que tiene almacenados en el ático. Luego me ayudó a maquillarme y a ponerme la peluca.

–¿Qué estaba haciendo esta noche? –le preguntó, curioso a pesar de sí mismo. Si Sophia hubiera seguido tomando café con ellos en el Black Gold, seguro que la habrían invitado a la fiesta de Cheyenne, pero él, deliberadamente, no le había extendido la invitación. Bastante tenía con verla en las horas de trabajo. No pensaba incluirla también en su vida social.

–Por lo que sé, no tenía ningún plan, pero no hablamos de ello. Estaba bastante alterada cuando fui a su casa.

–¿Por la pérdida de su bienamado marido? –había sentido curiosidad por lo mucho que echaría de menos a Skip, si se sentiría triste por no tenerlo ya en su vida o más bien afectada por la pérdida de dinero y estatus.

Una vez más, la pregunta de si Skip había maltratado a Sophia asaltó su mente, pero no se la hizo a Eve. Era mejor que no lo supiera. Era la compasión lo que le había empujado a su actual situación.

–No, se trataba de Alexa. Alguna niña la pegó después de la escuela.

Ted se sentó tan rápido que removió el agua.

–¿Qué niña?

–Sophia no lo sabe. Lex no se lo dijo.

–¿Le dijo Lex por qué fue?

–Por lo que hizo Skip, por supuesto. Los niños imitan a menudo las actitudes y los comportamientos de sus padres.

Él acabó su vino.

–¿Así que ahora la están emprendiendo también con su hija? ¿Como con su mujer?

–Supongo.

–Diablos –se apartó el pelo de la cara–. Es Halloween. Alexa debería estar haciendo el truco-trato por ahí… y no recibiendo golpes –y quizá Sophia debería haber sido invitada a casa de Cheyenne…

–Me sentí fatal. La pobre Sophia ya tiene suficientes problemas.

–No me digas.

Permanecieron en silencio durante unos segundos. Luego ella se levantó.

–Bueno, se está haciendo tarde. Será mejor que me vaya.

Él se quedó mirando una gota de agua que resbaló entre sus senos.

–No puedes irte.

Pareció sorprendida.

–¿Por qué no?

No tenía coche, para empezar. Él la había traído hasta allí.

–Has bebido demasiado, y yo no puedo llevarte porque también he bebido demasiado.

Una sonrisa sensual se dibujó en los labios de Eve.

–Y eso quiere decir…

Él también sonrió.

–Tendrás que quedarte.

Sus ojos se engarzaron con los suyos.

–¿Dónde dormiré?

Él señaló la casa que se alzaba a la derecha del jardín, donde esperaba que viviera su madre cuando fuera lo suficientemente mayor para no valerse por sí misma.

–Siempre está la casa de invitados –se le secó la garganta ante lo que estaba a punto de sugerir–. O…

–¿O?

–Podrías dormir conmigo.

Eve se mordió el labio mientras se lo quedaba mirando fijamente.

–Te lo estás pensando –adivinó él.

–Ha pasado mucho tiempo desde… desde la última vez que he estado con un hombre. Lo echo en falta.

–Yo puedo resolver ese problema.

–Pero sería muy escandaloso…

–¿Por qué? –la interrumpió antes de que ella pudiera inventarse más razones por las que no deberían hacerlo–. Nos conocemos de toda la vida. Y nos queremos.

–No es esa clase de amor.

–Quizá podría serlo.

Ella no parecía convencida.

–Acuérdate de lo que sucedió con Callie y Kyle. Yo hablé con ella. Se arrepiente de haberse acostado con él, dice que fue un error.

–Kyle estaba despechado. No estaba en condiciones de entrar en otra relación. Luego a Callie le diagnosticaron aquella grave enfermedad hepática y e intentó sobrellevarlo lo mejor posible sabiendo que quizá no pasaría de aquel verano. No lo hicieron por las razones adecuadas.

–¿Y sería diferente para nosotros?

–¿Estamos los dos preparados para una relación?

–También estamos bebidos y hambrientos de sexo –dijo ella con otra carcajada.

–En algún momento tendremos que hacernos cargo de nuestras vidas, apostar por lo que queremos. No puedo imaginarme a mí mismo con una mujer mejor que tú.

¿Qué estaba haciendo? Parte de él tenía la sensación de que estaba corriendo a galope tendido hacia un abismo solo para escapar de Sophia. Pero la otra parte, la más insistente, le decía que no había ninguna razón por la que no pudiera amar a la mujer idónea, para variar.

–¿No estás hablando de una sola noche?

–Por supuesto que no. Yo nunca te utilizaría de esa manera. Podríamos ser pareja, ¿no te parece?

Vio que se humedecía los labios con la lengua, prueba de que la estaba poniendo nerviosa.

–Es una oferta tentadora. Te adoro, ya lo sabes. Y estás estupendo. No voy a fingir que no lo he notado. Pero… ¿por qué ahora? Nos conocemos desde hace siglos y tú nunca te habías insinuado antes.

–Quizá ambos hemos estado esperando a que nos sorprenda el amor. Y quizá eso no funcione así, al menos no para todo el mundo.

–Estás siendo muy pragmático. Nos estamos haciendo mayores. Ambos queremos formar una familia. Ya tenemos una magnífica relación, así que… ¿por qué no?

Usar la lógica de «ambos no hemos conocido a nadie» no era el enfoque más romántico, así que Ted intentó suavizarlo.

–Yo lo que estoy diciendo es: ¿quién sabe a dónde podría llevarnos esto? ¿Por qué no darle una oportunidad?

Su risa sonó más bien a risita, algo que no creía haber oído nunca en ella.

–No me importa decirte que mi corazón está latiendo como loco.

–Y el mío igual. Ven aquí. Veamos lo que se siente al tocarte.

Ella se acercó, y se sentó a horcajadas cuando él la instaló sobre su regazo.

–¿Qué te parece? –le preguntó él–. ¿Encajamos lo suficientemente bien? ¿Seguimos adelante?

Ella cerró los ojos y se apretó contra su erección.

–Te siento muy bien –admitió–. Tan bien que no estoy pensando con claridad. Pero nuestros amigos…

Él echó la cabeza hacia atrás mientras ella incrementaba la presión.

–¿Qué pasa con ellos?

Ella le besó en el cuello, tentativamente al principio pero luego con mayor abandono.

–Nos matarán si terminamos odiándonos el uno al otro y negándonos a estar en una misma habitación juntos.

–La mayor parte están casados. Tienen mejores cosas que hacer que preocuparse de lo que estamos haciendo. Además, yo nunca podría odiarte.

Temía que estuviera llegando demasiado lejos en sus esfuerzos por convencerla. Pero la sentía tan cálida, tan suave y receptiva. Se moría de ganas de perderse en su cuerpo, de hacer algo, lo que fuera, para dejar de pensar en Sophia.

–Yo tampoco podría odiarte –empezó a mecerse contra él, creando chispas de placer.

Ted podía hacerle el amor sin el menor problema, tal y como había pensado. ¿Pero podría comprometerse con ella también? Porque acostarse con Eve sería diferente a acostarse con cualquier otra mujer. No sería capaz de soportarlo si corría el riesgo de hacerle algún daño.

Por un instante entró en pánico, consciente de que se estaba jugando demasiado. Quería a Eve, pero no sentía por ella la misma romántica atracción que había experimentado por Sophia. Aquello otro era la pasión. Aquello otro era enamorarse, enamorarse tan profundamente que no le importaba ahogarse en el proceso. Pero Eve era una buena mujer, una mujer que se merecía tener un marido y los hijos que quería. Él podía darle todo eso, ¿no? Quizá, con el tiempo, podría llegar a sentir lo mismo que sentía con Sophia.

En cualquier caso, una vez que ella se desabrochó la parte superior del biquini, ya fue demasiado tarde para volverse atrás.