Capítulo 21
Agotada después de una larga noche y un enérgico interludio con Jerry, que en aquel momento iba al volante, Kalyna dormitaba en la cabina del camión cuando sonó el teléfono. Se incorporó para ver el identificador de llamadas y al comprobar que era una llamada hecha desde la funeraria la silenció. No podía utilizar el teléfono móvil. Había visto suficientes programas de televisión como para saber que la policía podía localizarla por el llamado método de triangulación. En realidad, debería apagar el teléfono. Sospechaba que podrían seguirle el rastro por el mero hecho de tener el teléfono encendido.
Pero minutos después, comprendió que todavía era demasiado pronto como para que la policía se hubiera involucrado en el caso. Probablemente, Tatiana y Dewayne acababan de encontrar el cadáver de Norma y todavía estaban intentando comprender lo que había ocurrido. E incluso en la peor de las circunstancias, en el caso de que la policía estuviera al tanto, iba viajando en la cabina de un camión. Si tiraba el teléfono, nunca la encontrarían.
Marcó el código para oír el buzón de voz y oyó la voz aterrada de su hermana.
—Kalyna, ¿dónde estás? Por favor, llámame. Acabamos de... La hemos encontrado en el suelo de la cocina. Espero que haya sido un infarto y no hayas tenido nada que ver con esto. Pero está aquí su bolso y todas sus cosas en el suelo. Y papá... papa está llamando a la policía. No sé qué pensar —rompió a llorar—. Yo pensaba que a lo mejor a ti también te había pasado algo. Pero tu maleta no está aquí, y tampoco tu coche.
Kalyna consideró sus opciones. Podía permanecer en silencio, deshacerse del teléfono y dejar que la policía la localizara. O podía llamar a su hermana y levantar otra pantalla de humo.
Se decidió por la pantalla de humo.
Tatiana contestó al primer pitido.
—¿Kalyna?
—Acabo de oír tu mensaje, ¿qué ha pasado?
—No lo sé —Tati comenzó a llorar—. Papá cree que has matado a mamá. Pero no has sido tú, ¿verdad?
—¿Mamá está muerta?
Tati tomó aire antes de hablar.
—¿No lo sabías?
—¿Cómo iba a saberlo? No podía dormir. Estaba preocupada porque quería volver a la base, así que he salido de casa a media noche. Papá y mamá estaban entonces en la cama.
Su hermana permaneció en silencio. Se sorbió la nariz. Cuando habló, parecía más esperanzada.
—Entonces te has ido antes de que muriera.
—A no ser que estuviera tumbada y no la haya visto. No he encendido la luz. No quería despertar a nadie.
—Gracias a Dios. Debe de haber sido un robo.
—Supongo que sí. Es horrible. Mamá y yo no nos llevábamos bien, pero... jamás le habría deseado un final como este.
—Claro que no.
Si alguien lo había hecho, esa persona tenía que haber encontrado la manera de entrar, así que Kalyna decidió proporcionar alguna información que pudiera ayudarla.
—Me pareció extraño que no estuviera la casa cerrada.
—¿No estaba cerrada?
—Supongo que se me olvidó cerrarla al entrar. Me siento fatal.
—Tampoco estaba cerrada cuando yo me he levantado.
—¿Lo ves? ¡Tendría que haber sido más precavida! ¿Pero cómo iba a pensar que alguien iba a entrar a robar a una funeraria? ¡Es increíble!
—Hay personas que están dispuestas a entrar en cualquier parte.
—Me sorprende no haberme chocado con quienquiera que haya entrado. ¿A mamá la dispararon o...?
—No fue un disparo. Tampoco tiene una herida de arma blanca. En realidad, no sabemos cómo murió. A lo mejor se dio un golpe en la cabeza al caer, pero papá cree que la han estrangulado. Está toda... de color azul, Kalyna. Y su dinero ha desaparecido.
—¿Y por qué iba a llevarme yo su dinero? Eso ya debería haberte indicado que no había sido yo.
—Eso es lo que le he dicho a papá. Le he dicho que ayer, cuando fuimos al centro comercial, tenías mucho dinero y que tú nunca te llevarías su alianza de matrimonio.
Kalyna estiró la mano para admirar el diamante que brillaba en su dedo. No sabía cuánto podían darle por él, pero pensaba ir a un prestamista cuanto antes.
—¿Quién podría haberla matado?
Tatiana bajó la voz.
—Creo que fue Mark.
—¿Qué Mark?
—Mark Cannaby.
Kalyna se incorporó en el asiento.
—Hace mucho que Mark no trabaja en la funeraria. Le despidieron antes de que yo me incorporara al ejército. Ni siquiera sabemos dónde está.
—Sí, yo lo sé. Está dirigiendo el cementerio. Lleva un año trabajando allí.
Por una vez, conocer tan bien a Mark podía suponer una ventaja.
—¿Mamá y él habían tenido algún problema?
—Mamá le odiaba desde que le pilló... bueno, ya sabes, con ese cadáver. Decía que practicaba la necrofilia y que debería estar en la cárcel. Hace dos semanas, coincidió en la iglesia con la mujer con la que estaba saliendo y le habló de él. Mark se enfadó cuando se enteró. La llamó varias veces y dejó mensajes amenazándola y diciéndole que haría mejor en ocuparse de sus propios asuntos.
Kalyna sonrió al pensar en ello. Pobre Mark.
—Supongo que entonces decidió vengarse.
—Eso es lo que estoy pensando —Tati rompió de nuevo a llorar—. Es tan triste pensar que ha desaparecido para siempre... No me lo puedo creer.
—Tati, tengo algo que confesarte. Es algo terrible.
Mientras se alargaba el silencio, Kalyna podía sentir el miedo de su hermana.
—¿Qué es?
—No estoy segura de si debería decírtelo. Es algo que he mantenido en secreto durante mucho tiempo. Pero tienes razón. Tiene que haber sido él. Es la única persona que conozco capaz de cometer un asesinato.
—No quiero pensar que haya sido él, pero...
—Yo casi puedo garantizártelo. En una ocasión mató a una autoestopista. Y quemó su cuerpo en el crematorio.
Tati soltó un grito ahogado.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque... porque me obligó a ayudarle —añadió con voz temblorosa—. Me dijo que si no lo hacía les diría a papá y a mamá que había vuelto a acostarme con él. Después tuve miedo de contarlo. Tenía miedo de que pensaran que había sido yo. Papá y mamá siempre pensaban lo peor de mí y no quería que me echaran de casa. Pero ahora que le ha hecho esto a mamá, no puedo dejar de contarlo.
—¡Por supuesto que no! ¿Pero cómo vamos a demostrar que mató a esa autoestopista?
—La chica se llamaba Sarah. Tenía unos catorce años. Seguramente la policía la tendrá registrada en alguna lista de personas desaparecidas. Creo que era de Nuevo México. Yo tengo una gargantilla que llevaba. ¿Te acuerdas de ese diamante que guardo en mi joyero?
—¿El que decías que te había regalado un jugador de béisbol?
—Sí, ese. Era de ella. Yo lo conservé por si el caso salía alguna vez a la luz, para poder demostrar que era ella.
—Me preguntaba por qué nunca te lo ponías. Y por qué no me lo dejabas tampoco a mí.
—Ahora lo sabes.
—¡Dios mío, esto es peor de lo que pensaba! —se lamentó Tatiana—. Pero por lo menos no has sido tú. Eso era lo que más miedo me daba.
Kalyna se fingió al borde de las lágrimas.
—¿Cómo podías creerme capaz de hacer una cosa así?
—No sé. Estaba... asustada. Parecía que... Bueno, ya sabes lo que parecía. Pero yo sabía que pensabas volver cuanto antes a tu casa. Y normalmente te cuesta dormir. Y Mark estaba muy enfadado por lo que le había hecho mamá, así que tiene sentido.
Sí, tenía sentido. Todo el sentido del mundo. Kalyna se regodeó en su buena suerte. Culparía a Mark de ambos asesinatos y ella quedaría impune.
—¿Piensas volver? —le preguntó Tati.
—Ahora mismo no puedo marcharme, pero intentaré conseguir un permiso —respondió Kalyna—. Ya tengo suficientes problemas.
—La policía querrá hablar contigo.
—Tendrán que llamarme.
Kalyna oyó voces de fondo.
—Tengo que colgar —susurró Tati—. Ha llegado la policía.
—Infórmame de todo lo que ocurra —le pidió Kalyna, y colgó el teléfono.
—¿Quién era? —preguntó Jerry desde el asiento de conductor.
—Mi hermana. Ha habido un accidente en mi familia. ¿Puedes dejarme en cuanto puedas parar?
Jerry inclinó su sombrero.
—Claro que sí, ¿pero crees que estarás bien?
—Sí, claro que estaré bien. Tengo que recuperar mi coche.
Si Mark iba a pagar por ella, no tenía ningún motivo para renunciar a su coche.
—¿Cómo vas a volver? Tienes que llevarte también el equipaje.
—¿Estás de broma? De la misma forma que he llegado hasta aquí —contestó riendo.
Luke eligió su cafetería favorita para desayunar, Hog Heaven, en Davis. Situada al oeste de Sacramento, Davis era una ciudad universitaria en la que había muchos restaurantes familiares. Como iba a menudo al Hog Heaven, la dueña le reconoció nada más entrar. Le saludó con una sonrisa.
—¡Hola, capitán! ¡Bienvenido! Hace semanas que no le vemos por aquí.
—Sí, demasiado tiempo. Estoy deseando comerme una de sus famosas tortillas.
—Seguro que podemos prepararle una.
Se volvió hacia Ava y se mostró ligeramente sorprendida, seguramente porque Luke solía ir a desayunar allí con un grupo de amigos.
—Por aquí —dijo, y Luke le hizo un gesto a Ava para que le precediera.
Ava se había peinado y se había puesto las gafas de sol, pero no se había maquillado. A él no le importó. Tenía una piel bonita y una boca expresiva y a Luke le gustaba ese aire de acabar de levantarse de la cama. Sin embargo, su ropa no le impresionaba particularmente. Se había vestido con los pantalones cortos y la blusa más horrorosos que había visto nunca. Los pantalones le cubrían desde la cintura hasta debajo de las rodillas y parecían hechos con la misma tela libre de arrugas que su madre adoraba. En realidad, había adoptado un estilo popular, de hecho, eran muchas las mujeres que llevaban pantalones de ese estilo, pero le daba un aspecto un tanto desaliñado. Peor aún, la blusa tenía un lazo que amenazaba con estrangularle el cuello y que habría sido más apropiado en un jardín de infancia. Luke dudaba de que cualquier hombre con el que se cruzaran en el restaurante le dirigiera una segunda mirada. Pero él la había visto llevando solamente una sudadera y un tanga, y si alguna vez en su vida se había encontrado frente a una imagen más tentadora, no lo recordaba.
—¿Esta mesa les parece bien?
La dueña del restaurante le tocó el brazo para llamar su atención y Luke se dio cuenta de que acababa de descubrirle mirando fijamente el trasero de Ava.
Sonriendo para disimular la metedura de pata, contestó:
—Sí, está bien —y se sentó a la mesa.
Ava se sentó enfrente de él e inmediatamente escondió la cara tras la carta. Desde que había aparecido su padrastro con su novia, apenas había dicho nada. Había insistido en llevarse el maletín con varios de sus casos, pero Luke se preguntaba dónde pensaba trabajar.
—Podrías quitarte las gafas de sol —le recomendó.
Ava no alzó la mirada. Y ni siquiera se quitó las gafas.
—Soy perfectamente capaz de decidir cuándo tengo que quitármelas, gracias.
Riendo ante aquel gesto de cabezonería, Luke abrió la carta. Pobre Ava. Tenía una situación familiar terrible. Vestía fatal. Y coqueteaba casi peor, por lo menos cuando estaba sobria. Y no era capaz de esconder completamente su vulnerabilidad detrás de aquel humor sombrío que la había envuelto desde que su padrastro se había marchado con su barco.
—Entonces, a lo mejor deberíamos hablar sobre ello y superarlo de una vez por todas.
En aquella ocasión, Ava alzó la mirada.
—¿Hablar sobre qué?
—Sobre tu padrastro. Y sobre tu madre.
En ese momento llegó la camarera con dos vasos de agua. Ava no respondió hasta que se alejó.
—No quiero hablar de ellos. ¿Qué te hace pensar que me apetece hablar de mi familia?
—Solo estoy diciendo que una vez hayamos hablado de ello, ya no tendremos que evitar el tema y podremos olvidarlo.
—No tengo por qué hablar sobre ello. La nuestra es una relación profesional. Probablemente no volvamos a vernos cuando se haya resuelto el caso.
¿Por qué tenía que recordárselo constantemente? Él no tenía ningún interés en ella. Se lo había dicho ya. Aun así, a veces le entraban ganas de aceptar el desafío que aquella mujer representaba, demostrarle que no era tan indiferente a él como pretendía. Pero aquellos pensamientos estaban normalmente centrados en imaginársela desnuda y sabía que aquel no era un objetivo honorable.
—No veo ninguna razón por la que no podamos ser amigos.
—No estoy en el mercado.
—He dicho «amigos».
—Lo sé —dio la vuelta a la carta para que Luke pudiera verla y señaló la fotografía de los huevos revueltos—. ¿Los has probado? Tienen buena pinta.
Luke ignoró la pregunta. Jamás había visto a una mujer, a ninguna, rechazando su amistad.
—¿Por qué no quieres ser mi amiga?
Ava volvió a refugiarse detrás de la carta.
—Porque ya tienes demasiadas amigas.
Sorprendido, Luke la obligó a bajar la carta para poder verle la cara.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Lo sé.
—¿Solo porque conozco a la dueña del restaurante?
Ava volvió a subir la carta.
—No, es por como eres.
Luke la obligó a bajarla otra vez.
—No colecciono amigas. Me gusta la gente, hay una pequeña diferencia.
—Si tú lo dices.
—Sí, lo digo yo. Y no hay nada de malo en ello.
Aunque su acusación le recordaba a la que le había hecho su madre antes del desastre de Kalyna. Su madre le había dicho que parecía incapaz de sentir nada serio por las mujeres con las que salía. Que era demasiado afable, demasiado amigable, que siempre se quedaba en medio. Y había dado en el blanco. Marissa era la única mujer que le había llegado al corazón, pero se había casado con su mejor amigo.
—No puedo discutirlo —respondió Ava, encogiéndose de hombros.
—Entonces, ¿por qué lo dices?
—Preferiría ser una entre un millón para alguien.
—¿Eres una entre un millón para Geoffrey?
Ava bebió un sorbo de agua.
—Tampoco quiero hablar de Geoffrey.
—Por supuesto que no. Ni siquiera te acuestas con él, así que no creo que signifique mucho para ti.
—A lo mejor soy más selectiva que tú.
—Si estás sugiriendo que me acuesto con la primera mujer que encuentro, te equivocas. Cometí un error con Kalyna, eso lo reconozco, y estoy pagando por ello. Pero no pienses que esa es mi conducta habitual, porque no es cierto.
Ava alzó la mano.
—Esa es tu vida personal. No tienes por qué explicarme cuales son tus costumbres.
El hecho de que no pareciera importarle, le molestó.
—Y, por cierto, tú tampoco estás siendo nada selectiva, Ava. Te escondes detrás de tu trabajo. No dejas que nadie te conozca. ¿Y quieres que te explique por qué?
—No.
Iba a decírselo de todas maneras. Luke se inclinó hacia ella.
—Porque estás asustada.
—¿Podemos decidir lo que vamos a desayunar?
—¿No tienes nada que decir al respecto?
—No estoy asustada. ¿De qué iba a tener miedo? ¿De ti?
—A lo mejor.
Ava dejó por fin la carta a un lado.
—No es miedo, Luke. No soy suficientemente estúpida como para enamorarme de alguien que es más atractivo que yo, eso es todo. Y menos de alguien que no es capaz de enamorarse como yo.
Luke la miró boquiabierto. Podía haber discutido lo del atractivo, pero lo demás era cierto. No podía enamorarse tanto como ella. De hecho, comenzaba a tener miedo de no ser capaz de enamorarse. No importaba con quién saliera, lo atractivas o inteligentes que fueran las mujeres con las que se citara. Era incapaz de sentir aquella pasión que su padre sentía por su madre. No había vuelto a sentir nada parecido desde que estaba en el instituto.
—Eso no lo sabes —le dijo.
Pero era una respuesta muy poco convincente y, de pronto, Ava pareció avergonzada, como si acabara de darse cuenta de que había tocado un punto débil.
Con un suspiro, se quitó las gafas de sol.
—Utilizó anticongelante.
—¿Qué?
—Mi madre. Intentó envenenar a Pete con anticongelante. Lo metió en una bebida que le había preparado para ayudarle a adelgazar.
Esa era la forma de disculparse por haberse alterado tanto y haber pagado con él lo sucedido aquella mañana. Luke lo sabía. También sabía que debería tranquilizarla diciéndole que no hacía falta que se lo contara. Pero Ava no compartiría los detalles de lo que le estaba contando con cualquiera. Si confiaba en él, eran amigos, aunque ella lo negara, lo cual le situaría en un terreno más familiar, y mucho más cómodo.
—¿Hace cuánto tiempo?
—Cinco años.
—¿Y cómo lo descubrieron?
—Por casualidad. Mi padrastro comenzó a encontrarse mal y fue al hospital cuando mi madre estaba trabajando. El médico que le trató había visto antes ese tipo de envenenamientos. Mi madre se presentó en el hospital y no dejaba de preguntar si Pete sobreviviría. El médico lo encontró extraño y decidió hacerle unos análisis. El informe toxicológico demostró la existencia de glicol etileno y mi madre era la única que podía habérselo administrado.
—¿Pete no se había dado cuenta?
—Es una sustancia transparente e inodora. O al menos lo era hasta que los fabricantes la cambiaron. Se lo añadía a los refrescos energéticos y él pensaba que era así como sabían. Después salió a la luz que mi madre acababa de firmar una póliza de seguro en su nombre y que ella era la única beneficiaria. No hizo falta nada más.
—¿Cómo te enteraste de lo que había pasado?
—Recibí una llamada en el trabajo. No tenía dinero para continuar estudiando tal y como en un principio había pensado, así que conseguí trabajo en un banco como cajera.
—Tu madre confesó o...
—No, me llamó mi padre. Mi verdadero padre. Cuando la arrestaron, mi madre no intentó ponerse en contacto conmigo. Le llamó directamente a él —frunció el ceño—. Supongo que eso quiere decir algo.
Un fuerte sentimiento de compasión hizo que Luke bajara la voz.
—Debió de ser un duro golpe para ti.
Ava se estremeció, a pesar del obvio esfuerzo que estaba haciendo para ocultar su dolor.
—Me negaba a creerlo hasta que la oí gritar en el juzgado cuando se la llevaban.
—¿Qué decía?
—«¡Pete me debe todo ese dinero!». Ya la habían declarado culpable, pero fue esa frase la que terminó de convencerme a mí. Hasta ese momento y a pesar de todas las pruebas, estaba de su lado.
—Lo siento.
—No tienes por qué. Ahora ya estoy bien. He conseguido superarlo.
Luke estaba convencido de que ni siquiera había empezado, pero lo dejó pasar.
—¿Por qué lo hizo?
—No lo sé —sacudió la cabeza—. Estaba destrozada. Creo que nunca llegó a asimilar lo de mi padre. Para ella fue muy duro que la abandonara sin pensárselo siquiera. Al final, dejó de esperar a mi padre, se dio cuenta de que había perdido al amor de su vida y se casó otra vez. Y, bueno, ya has conocido a Pete. Es un desastre —jugueteó con las gafas de sol—. Mi padre era infiel y superficial, pero también era un hombre amable, elegante y lleno de vida. Pete es un miserable. No le aportaba nada, ni económica ni emocionalmente. Decía que tenía una lesión en la espalda que le impedía trabajar, así que se pasaba el día sentado delante de la televisión mientras mi madre trabajaba en la escuela del barrio, en una cafetería y vendía fiambreras Tupperware. Iban siempre cortos de dinero y discutían constantemente. Mi madre empezó a limpiar casas los fines de semana. Él decía siempre que iba a recibir una indemnización por haberse lesionado en el trabajo, pero nunca la cobraba. Mi madre tenía que contar hasta el último centavo y cuando se enteró de que le había estado mintiendo durante todo ese tiempo para no tener que trabajar, decidió que tendría que devolverle ese dinero de una u otra forma. Su seguro de vida le permitiría comenzar desde cero y... —esbozó una mueca— podría ayudarme a pagar la universidad para que pudiera terminar mis estudios.
Evidentemente, Ava se sentía responsable de la situación.
—¿Cuántos años tenías cuando empezaron a vivir juntos?
—Estaba en el instituto, pero al poco tiempo fui a la universidad. Por eso no sabía que su relación iba tan mal. Aunque me pagaba yo misma casi todo, mi madre me enviaba dinero de vez en cuando. Insistía en que estaba muy bien. Yo iba a verla los fines de semana y durante las vacaciones. Pero...
El ligero temblor de su voz le indicó a Luke que estaba a punto de llorar. Él había derrumbado sus defensas porque no soportaba ser rechazado, pero en aquel momento se sentía culpable por haber sacado un tema tan doloroso para ella.
Alargó la mano para tomar la de Ava. Esperaba que esta apartara la suya. Estaba decidida a no necesitar a nadie, a llevar su propia carga. Pero le permitió deslizar los dedos suavemente sobre la palma de su mano.
—A veces la gente actúa de forma desesperada y toma decisiones equivocadas.
—¿Decisiones equivocadas? —repitió Ava—. ¡Intentó matarle!
El enfado y la amargura que albergaba en su interior eran mucho mayores de lo que parecían. Pero también la nostalgia que sentía de lo que había sido su madre. El intento de asesinato había tenido lugar cuando ella estaba completamente volcada en sus estudios y en las expectativas de conseguir un buen trabajo. Por lo que Luke podía ver, se culpaba a sí misma por no haber sido capaz de adivinar la desesperación de su madre y por no haber estado a su lado antes de que hiciera algo que las había obligado a separarse para siempre.
—Todo sería más fácil si la perdonaras... y si te perdonaras a ti —añadió.
Inmediatamente, Ava volvió a cerrarse en sí misma. Apartó la mano, se levantó y fue al cuarto de baño, dejando a Luke con la sensación de que acababa de escapársele de entre los dedos.
Ava no quería salir del cuarto de baño. Apenas conocía a Luke, pero este la había dejado con la sensación de que no tenía ningún lugar en el que esconderse. Intentaba decirse a sí misma que era un hombre tan superficial como su padre, que no era nada más que un rostro atractivo, pero Luke estaba mostrando rasgos de un carácter del que su padre siempre había carecido, y eso la obligaba a respetarle. Hasta Geoffrey había dado por cierto todo lo que le había contado de su madre. Había sido Luke el único capaz de ir inmediatamente al fondo del asunto. Y tenía razón. Ella no era capaz de perdonar a Zelinda, pero se sentía culpable de lo ocurrido. Había dejado que su madre se hundiera. Zelinda había cometido aquel acto tan terrible porque estaba desesperada y, por su culpa, sus vidas ya nunca volverían a ser como antes.
¿Cómo habría cambiado la situación si hubiera prestado más atención a su madre? ¿Si le hubiera brindado su apoyo? ¿Si hubiera sido una hija mejor? Eran preguntas que se hacía constantemente, pero nunca encontraba la respuesta. Y lo peor de todo era que no podía dar marcha atrás y rectificar la situación.
Consciente de que tenía que salir de allí y enfrentarse de nuevo a Luke, se miró en el espejo que había encima del lavabo. Cuando habían entrado en el restaurante, la dueña les había mirado de arriba a abajo, como si le costara creer que estuvieran juntos. Ava no la culpaba. Formaban una extraña pareja. Pero eso no evitaba que ansiara sus caricias. Aquella mañana, cuando había abierto los ojos y le había descubierto a su lado, había sentido que hasta la última de sus terminales nerviosas volvía a la vida.
Se abrió la puerta del cuarto de baño.
—¿Señora Bixby?
Ava se volvió para mirarla.
—¿Sí?
—¿Se encuentra bien? El capitán Trussell me ha pedido que venga a comprobarlo.
Ava tomó aire y asintió.
—Sí, estoy bien. Dígale que ahora mismo voy.
¿Qué demonios le pasaba? No podía quedarse allí toda la mañana, llorando por Luke. Tenía trabajo que hacer.
Deseó que Pete no hubiera aparecido aquella mañana. Luke se habría ido y ella estaría en su casa, sola...
Se lavó la cara y salió del cuarto de baño, pero apenas había empezado a cruzar el restaurante, cuando le sonó el móvil. Para evitar molestar a los otros clientes, permaneció cerca del cuarto de baño mientras sacaba el teléfono y contestaba:
—¿Diga?
—¿Señora Bixby?
Era una voz de hombre que llamaba desde Arizona, a juzgar por el código. El número no lo reconoció.
—¿Sí?
—Soy el detective John Morgan, del Departamento de Policía de Mesa, Arizona.
La única persona que Ava conocía de Arizona era Kalyna. ¿Le habría ocurrido algo?
El recuerdo de la llamada que había recibido el día que Bella Fitzgerald se había suicidado la golpeó con fuerza. Sintió que se le doblaban las rodillas. ¿Habría vuelto a ocurrir? ¿Habría vuelto a ignorar las señales que indicaban que una mujer estaba viviendo al borde de un precipicio?
Vio a Luke observándola desde el otro extremo de la sala. Reconoció la preocupación en su rostro cuando se levantó y comenzó a avanzar hacia ella, pero permaneció donde estaba.
—No me diga que me llama por Kalyna Harter —dijo. Apenas era capaz de respirar.
—Me temo que sí —respondió el detective Morgan—. ¿Conoce bien a la sargento Harter?
Intentando concentrarse, a pesar de que en su mente había aparecido instantáneamente el peor de los escenarios, Ava se llevó la mano a la sien.
—Trabajo para una asociación de defensa de víctimas de la violencia. El lunes pasado vino a mi despacho diciendo que la habían violado. Esa fue la primera vez que nos vimos.
Se produjo un breve silencio, mientras el detective Morgan asimilaba aquella información. Ava ansiaba ya su siguiente pregunta. Necesitaba saber lo que estaba pasando.
—Por favor, dígame que está bien.
—No tengo ni idea. No la he visto, pero me gustaría tener oportunidad de hablar con ella. Al parecer, se ha ido de su casa esta madrugada, justo a la hora en la que su madre fue asesinada.