Capítulo 3

—Señora Harter, ¿puede decirme su nombre completo?

Kalyna sonrió con calma a la abogada que la Oficina de Investigaciones Especiales había asignado al caso. Había hablado con Rani Ogitani por teléfono varias veces, pero aquel era su primer encuentro cara a cara. La abogada, mayor del ejército, era una mujer de aspecto enérgico y eficiente, emocionalmente distante, pero seguro que muy capaz.

—Kalyna Boyka Harter.

La mayor Ogitani tecleó la fecha, martes treinta de junio, y el nombre de su clienta en el ordenador que reposaba sobre una mesa rectangular que ocupaba la mayor parte de una de las salas de reuniones de la base.

—Gracias. ¿Fecha de nacimiento?

—Dieciocho de mayo de mil novecientos ochenta y tres —contestó.

Eran los mismos datos que había tenido que dar en la reunión con Ava Bixby. Kalyna deseó que Ava le hubiera mandado a su abogada militar una copia del informe, pero sabía que las cosas no funcionaban así. Tendría que explicarlo todo otra vez.

La abogada fijó la mirada en la pantalla del ordenador.

—Así que tiene veintiséis años.

—Exacto.

—¿Nació en los Estados Unidos?

—No, en Ucrania. Mi hermana gemela, Tati, y yo fuimos adoptadas a los seis años por una pareja que vivía en Phoenix. Se separaron unos meses después y, como ninguno de ellos quería quedarse con nosotras, terminamos en casa de sus vecinos.

—¿De sus vecinos?

—Sí, un agente funerario y su esposa.

Volvió a oírse el repiqueteo del teclado. A pesar de lo que Kalyna le había dicho a Ava en su primera reunión, la mayor Ogitani parecía dispuesta a hacer su trabajo. Pero incluso con una abogada de la acusación tan competente, no sería fácil conseguir que condenaran al capitán Trussell. Tenía un expediente impecable, o, por lo menos, eso le habían dicho desde que había elevado la denuncia.

—¿Fue una adopción legal?

—Sí, pero al principio solo éramos acogidas.

—¿Qué originó la adopción inicial?

Kalyna apretó la mandíbula, dispuesta a hablar del pasado sin dejarse abatir por el dolor.

—Mi verdadera madre ya no podía alimentarnos. Pensó que tendríamos más oportunidades aquí.

En realidad, Talia Kozak quería liberarse de sus hijas para casarse con el hombre del que se había enamorado, un hombre que se negaba a tener ninguna relación con las gemelas, a las que solo consideraba como un par de bocas que alimentar. Talia se había deshecho de ellas por él, y lo había hecho de manera que su abandono le proporcionara algún dinero. Kalyna lo había sabido por su propia madre varias semanas después de que le hubiera escrito una carta suplicándole que la llevara de nuevo a casa. Su madre le había contestado que era imposible, que su marido jamás lo permitiría, y así había terminado todo. Había sido su segunda madre adoptiva la que había mencionado que la primera pareja había pagado por su atención.

La compasión que reflejaron los ojos de la mayor Ogitani enfadó y alivió a Kalyna al mismo tiempo. Comprendía el alivio. Necesitaba despertar compasión. Necesitaba que su abogada la creyera. Los motivos del enfado eran más complejos.

—Ya entiendo —dijo la abogada—. ¿Y durante cuánto tiempo vivieron con esa pareja de Phoenix?

—En realidad, nos mudamos de Phoenix a Mesa en el año en el que yo habría tenido que estar estudiando cuarto grado, en el caso de que hubiéramos ido al colegio.

—¿No ibais al colegio?

La mayor Ogitani era todo profesionalidad. Se mostraba distante. Fría. Pero se filtró la sorpresa en su voz al hacer la pregunta.

—Estudiábamos en casa.

—¿Por qué motivos?

Para que sus padres pudieran mantener el control. Y la privacidad. Su madre no quería a profesores ni a psicólogos rondando a su alrededor, diciéndoles lo que podían hacer y lo que no.

—Mi madre decía que no quería que otros niños pudieran ser una mala influencia.

—Ya entiendo... —musitó la abogada lentamente—. ¿Pero tenía amigos?

—Solo mi hermana gemela. Vivíamos encima de la funeraria, en una calle muy transitada. No había otras casas cerca en las que vivieran niños.

Ogitani no lo aprobaba. Kalyna así lo comprendió por el lenguaje de su cuerpo.

—¿Así que era su madre adoptiva la que les enseñaba?

—En realidad, estudiábamos por nuestra cuenta, sobre todo en los cursos superiores. Venía un profesor una vez a la semana para comprobar nuestros progresos y ponernos deberes.

—¿Le gustaba estudiar en casa?

—Lo odiaba.

Pero era la manera de evitar el tener que compartir información con otros, de relacionarse con sus compañeros e invitarlos a su casa, que era lo que su madre no quería. Y siempre y cuando cumplieran con las exigencias curriculares, el estado no interfería en ese tipo de situaciones.

—¿Por qué?

—Si conociera a mi madre lo comprendería.

La voz de la mayor Ogitani volvió a recuperar su energía.

Fue casi como si Kalyna estuviera ya declarando ante el juez.

—De modo que el venir a los Estados Unidos no mejoró la situación.

Solo en el caso de que la vida en el infierno pudiera considerarse una mejora.

—Eso depende desde donde se mire.

—¿A qué se refiere?

—Teníamos comida suficiente y ropa.

—Pero...

—No era una vida fácil. Por eso me alisté en el ejército. Para escapar.

Continuaba siendo intencionadamente vaga. Su historia sería más creíble y causaría más impacto si tenían que sonsacarle la información. Lo sabía por propia experiencia.

—¿Sentía la necesidad de escapar? —Ogitani apoyó los codos en la mesa—. ¿Por qué?

Kalyna desvió intencionadamente la mirada.

—Mi casa no era... muy normal.

La mayor se inclinó hacia ella.

—¿En qué sentido?

—A mi hermana y a mí nos obligaron a trabajar en la funeraria desde que nos adoptaron. He tenido que manejar más cadáveres de los que la gente ha visto en su vida.

La abogada frunció el ceño.

—¿Quiere decir que comenzaron a trabajar en el negocio de la familia cuando fueron adultas?

—No, empezamos a trabajar en la funeraria desde el principio. Era terrible. Sobre todo cuando éramos pequeñas y teníamos que trabajar solas.

La mayor Ogitani no se molestó en grabar aquella información. Estaba demasiado impactada.

—¿Su hermana y usted tenían que ocuparse de los cadáveres siendo unas niñas y sin que hubiera ningún adulto presente?

No había ocurrido con tanta frecuencia como Kalyna se sentía inclinada a pensar, pero había ocurrido de vez en cuando y la imagen mental provocada por sus palabras tuvo el impacto deseado.

—De vez en cuando.

—¿Eso no es ilegal?

—Depende.

—¿De que?

—De lo que admitiéramos haber hecho.

—Explíquese mejor.

—Teníamos que limpiar la sangre y los líquidos de embalsamar de las mesas y también fregar el suelo. No hace falta tener ninguna autorización para limpiar.

Siempre recordaría aquel olor.

La abogada esbozó una mueca.

—¿Y dónde estaban sus padres adoptivos en esos momentos?

—Mi padre normalmente estaba en la morgue, llevándose otro cadáver o conduciendo el coche fúnebre al cementerio. O a lo mejor era tarde y se había ido a la cama. Mi madre se negaba a trabajar en el área de preparación de la que llamábamos «la parte trasera».

Por eso los Harter se habían mostrado dispuestos a adoptarlas cuando los Robinson habían dicho que ya no las querían. Habían visto en ellas el potencial del trabajo esclavo, no la alegría de educar a dos hijas. Y no querían que Kalyna y Tatiana fueran al colegio o se movieran libremente por el barrio porque tenían miedo de que contaran su situación y alguien decidiera intervenir. Norma jamás lo había admitido, pero Kalyna sabía cuál era la verdad.

—¿Se quedaban levantadas después de que su padre se hubiera acostado?

—Muchas veces. Y si era necesario, a veces hasta nos levantaba de la cama.

La abogada se echó hacia atrás.

—¡Pero eso es terrible! ¿Y hasta cuándo continuó esa situación?

—Hasta que me enrolé en la Fuerza Aérea. Pero ya de mayores, no solo nos ocupábamos de limpiar cadáveres, sino que también los peinábamos y los maquillábamos. Para eso tampoco hace falta tener ningún permiso.

Su hermana todavía estaba en Arizona, arreglando muertos. Ni siquiera les habían permitido enviar una solicitud para ir a la universidad. Cuando Kalyna había optado por la vida militar, había tenido que dejar a su hermana detrás. Tati nunca podría alistarse al ejército, tenía epilepsia. Y, en cualquier caso, era demasiado tímida y temerosa como para dejar todo lo que le resultaba familiar.

—¿Cuántos años tenía cuando se incorporó al ejército?

—Dieciocho.

—De modo que se alistó en cuanto pudo.

Kalyna asintió. Su confianza crecía minuto a minuto. Era capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa. No tenía por qué preocuparse.

—¿Dónde está ahora su hermana? —preguntó la abogada.

—Tati sigue viviendo con mis padres.

Ogitani sacudió la cabeza.

—Qué vida tan terrible.

Kalyna bajó la voz hasta convertirla en un suspiro.

—Yo conseguí salir de allí. Ahora es lo único que me importa.

La abogada se alisó la falda.

—Kalyna —la tuteó—. No me gusta tener que pedirte esto, pero... ¿te importaría que habláramos de tu pasado durante el juicio?

Ogitani nunca se había mostrado tan cercana. A lo mejor era realmente un ser humano y no un androide, pensó Kalyna con ironía. Ava también había tenido que enfrentarse a sus propias emociones, pero Kalyna sabía que era una mujer más blanda. Demasiado blanda, quizá, y esa era la razón por la que se obligaba a contrarrestar su natural empatía con cierto distanciamiento.

—¿De mi pasado? ¿Por qué? Eso no tiene nada que ver con el capitán Trussell.

—Podría explicar por qué te comportaste con él como lo hiciste. Y cuanto más sepa el jurado sobre ti, más les interesará tu vida y los desafíos a los que has tenido que enfrentarte. De esa forma, tendremos más oportunidades de que vean lo ocurrido a través de tus ojos.

—Pero a mí no me gusta hablar del pasado.

—Creo que podría sernos de gran ayuda...

Kalyna permaneció en silencio durante el tiempo suficiente como para convencer a su abogada de que le estaba costando tomar una decisión.

—De acuerdo —contestó por fin—. Si es necesario, adelante.

—Es posible que te traiga recuerdos dolorosos. Tendré que pedirte disculpas por adelantado.

—No importa Sobre todo si eso ayudaba a condenar a Luke. Se merecía un buen castigo. No iba a permitir que nadie se la tomara tan a la ligera. Nadie.

—¿Tienes algún tipo de contacto con tus padres?

—No mucho.

Los odiaba a todos. A su madre biológica, a los padres que había tenido en los Estados Unidos y al hombre que había abandonado a su madre en Ucrania antes de que su hermana y ella hubieran nacido.

—Lo comprendo —la mayor Ogitani continuó tomando nota—. Cuéntame ahora lo que ocurrió el seis de junio —le pidió, alzando la mirada.

Kalyna entrelazó las manos en el regazo. Aquella era la parte más difícil. Tenía que recordar los datos que les había dado a la policía y a Ava Bixby. Tenía que evitar cualquier detalle que pudiera llevarla a contradecirse.

—Coincidí con el capitán Luke Trussell en el Moby Dick.

—¿A qué hora?

—Cerca de las diez.

—¿Con quién estaba? —preguntó la abogada, recuperando repentinamente el usted.

—Sola.

—¿Suele salir sola, señora Harter?

Cuando alzó la mirada, la mayor Ogitani le explicó:

—No es una pregunta con la que pretenda censurarla. Pero es algo que necesito saber. Quién estaba allí, por qué había ido allí y cómo entabló conversación con el capitán Trussell.

Kalyna asintió.

—No suelo salir sola a menudo —contestó.

Era la mentira más grande que había dicho hasta el momento. Desde que había dejado de vivir con su hermana, lo hacía prácticamente todo sola. Incluso disfrutaba del sexo en soledad. Hasta que había llegado Trussell. Nadie parecía comprenderla. A nadie le gustaba. Pero sabía que no se consideraría normal contestar que prefería su propia compañía a la de nadie y necesitaba dar una apariencia de normalidad.

—Me trasladaron a la base hace tres meses. Ya sabe cómo son los primeros momentos —sonrió, fingiendo timidez—. Necesitaba olvidarme un poco de la vida militar, pero no conocía a nadie suficientemente bien como para pedirle que saliera conmigo.

—Lo comprendo perfectamente —la mayor Ogitani volvió a teclear—. ¿Estuvo bebiendo?

—No mucho...

La abogada se aclaró la garganta con intención de interrumpirla.

—Antes de contestar, déjeme reformular la pregunta. Si yo fuera la camarera y pidiera la cuenta de lo que bebió, como seguramente hará la defensa, ¿con qué me encontraría?

—Tomé dos o tres copas.

—¿De vino? ¿De cerveza?

—De Jack Daniel’s con cola.

—¿En cuántas horas?

—En una.

No era poco, pero la abogada no dijo nada.

—¿Y el capitán Trussell también había bebido?

—Sí.

—¿Cómo lo sabe?

Kalyna resistió las ganas de decir que estaba bebido. Le habría encantado insinuar que estaba más borracho que ella, pero en el bar figuraría lo que habían bebido cada uno de ellos.

—Cuando le vi, estaba tomando una cerveza.

—¿Dónde estaba él cuando llegó?

—En una mesa de billar, jugando con un hombre al que no reconocí.

La mayor Ogitani incorporó aquella información a sus notas.

—¿Qué ocurrió cuando le vio? ¿Se acercó a usted?

—No, me acerqué yo a saludarle. Durante todo el tiempo que he estado aquí, he sido su jefa de equipo.

Había tenido mucho contacto con él, un contacto que no se había limitado al trabajo. Kalyna había copiado su dirección de los diferentes documentos que había tenido que rellenarle. Había estado en su casa cuando él no estaba allí e incluso se había hecho con una copia de sus llaves. Le vigilaba de cerca y hasta le había seguido en más de una ocasión.

—Me sentía un poco fuera de lugar y estaba muy sola, así que me alegré de encontrarme con un rostro conocido.

La abogada continuó anotando.

—Ambos forman parte del sexagésimo Mando de Movilidad Aérea, ¿verdad?

—Exacto.

—¿El capitán Trussell se mostró tan amable como esperaba?

—Estaba concentrado en la partida, pero fue amable conmigo.

La mayor la miró a los ojos.

—¿Llegó a enterarse de cómo se llamaba el hombre que estaba con él?

—Sí, el capitán Trussell me lo presentó como el sargento O’Dell, Frank O’Dell.

Tap, tap, tap...

—¿Y cómo la trató el sargento O’Dell?

—También fue muy amable conmigo.

Pero no era un hombre tan maravilloso como Luke Trussell. Se trataba de un hombre bajo, fornido y con las huellas de haber sufrido un violento acné en algún momento de su vida. Luke le hacía tal sombra que Kalyna prácticamente le había ignorado.

La abogada dejó de escribir.

—¿Qué ocurrió después de que se acercara a saludar al capitán Trussell y él le presentara a su amigo?

—Estuve hablando con ellos mientras terminaban la partida y después invité al capitán Trussell a bailar.

Desgraciadamente, O’Dell estaba presente en aquel momento. En caso contrario, Kalyna podría haber intentado decirle a todo el mundo que había sido Luke el que se lo había pedido. De hecho, debería haber sido así. Pero los hombres atractivos siempre eran muy egoístas. Les gustaba que les complacieran las mujeres, pero después no se molestaban en devolver el favor. Un poco de diversión y después, si te he visto, no me acuerdo. Eso era lo único que podía esperar una mujer de un hombre como Luke Trussell.

Pero aquella vez no iba a quedar impune.

—¿Cómo respondió el capitán Trussell a su invitación?

La abogada la estaba observando tan de cerca que Kalyna temió que su expresión la estuviera delatando y controló rápidamente sus facciones.

—Estuvo de acuerdo.

—¿Bailó con alguien más?

—No —ella no se lo hubiera permitido.

—¿Puede decirme cómo fue cambiando su conducta a lo largo de la noche?

—Mientras estuvimos en el Moby Dick, estuvo perfectamente. Estaba un poco achispado, pero no me importó. Estábamos relajándonos, divirtiéndonos un poco.

—¿Cómo acabó en su casa?

—Como ya le he dicho, me sentía sola. Él me parecía buena persona y quería conocerle fuera del trabajo. Quería hacer amigos.

Recordó cómo había reaccionado Ava cuando le había dado aquella respuesta, lo rápidamente que la había aceptado.

—Hasta ese momento, ¿no hizo nada que sugiriera que podía ser peligroso?

—Nada en absoluto. Jamás le habría creído capaz de... —se interrumpió.

En el rostro de la abogada se reflejó un indicio de compasión, pero rápidamente lo dominó. Kalyna no había conocido nunca a nadie tan rígido, tan formal. Ava había terminado con lágrimas en los ojos mucho antes.

—No tiene que contármelo hasta que no esté preparada.

Kalyna disimuló una sonrisa. Aquello estaba yendo mucho mejor de lo que esperaba. Todo iba tan bien como las otras dos veces que había relatado su supuesta violación.

—Después de bailar un rato, y de seguir bebiendo, nos fuimos en un taxi a mi apartamento.

—¿Qué hora era cuando se montaron en el taxi?

—Poco más de las doce.

—Me pondré en contacto con la compañía de taxis para confirmar ese dato —y añadió—: Queremos que todo el mundo sepa que se fueron tarde a casa, y eso significa que el capitán Trussell salió de su apartamento bien entrada la madrugada. Si podemos demostrar que no hubo tiempo material para que alguien entrara en casa después que él, tendremos una enorme ventaja —siguió tomando nota—. ¿Cómo iba vestida esa noche, sargento? ¿Llevaba el uniforme militar?

—No. Estaba fuera de la base y estaba cansada de que me trataran como a un soldado. Quería sentirme femenina, así que me había puesto un vestido.

Un vestido que le quedaba condenadamente bien. Eran muchas las cabezas que se habían vuelto para mirarla aquella noche.

—¿Diría que era un vestido discreto?

La pregunta esperanzada de la abogada le tentaba a contestar «eso creo». Ava le había preguntado lo mismo y había reaccionado del mismo modo. Pero la policía se había llevado el vestido como prueba, de modo que terminaría viéndolo con sus propios ojos.

Por lo menos, sobre una mesa no parecía tan provocativo como cuando ella lo llevaba puesto. Afortunadamente, lo que más llamaba la atención era el desgarro en la parte delantera.

—A lo mejor no para todo el mundo —admitió.

—¿Puede describírmelo?

—Era un vestido que dejaba los hombros y la espalda al descubierto.

—¿Largura?

—A medio muslo.

En realidad, ella era tan alta que le quedaba un poco más corto. Cuando había decidido ponérselo aquella noche, no imaginaba que tendría que terminar defendiendo su indumentaria. Lo único que le importaba era llamar la atención del capitán Trussell. Hasta entonces, nada le había funcionado. Luke era educado con ella, pero también distante. Era mucho más cariñoso que el resto del escuadrón, pero porque se veían obligados a pasar más tiempo juntos.

—Así que se había puesto un vestido bonito, estaba pasándoselo bien y decidió invitar a su casa a un hombre atractivo para tomar una copa.

La mayor Ogitani acababa de dar el giro perfecto a su relato. Kalyna pensó que aquella era la clase de discurso que funcionaría ante un tribunal.

—Sí.

—Algo que ocurre en los bares continuamente.

—Exacto.

—¿Y cuándo comenzó a ponerse la cosa fea?

—Cuando estábamos sentados en el sofá de mi casa —comenzó a retorcerse las manos para parecer más traumatizada—. Estábamos viendo la quinta temporada de Sexo en Nueva York y empezó a besarme. Yo estaba de acuerdo. Era un hombre que me gustaba. Pero cuando comenzó a deslizar las manos debajo del vestido me sentí incómoda. Fue demasiado atrevido. Y su actitud... Era como si pensara que no tenía derecho a negarme.

—¿Intentó detenerle?

Después de haber tenido la suerte de despertar su interés, solo una estúpida le habría detenido. La emoción de Kalyna cuando por fin la había tocado había sido indescriptible.

—Sí.

—¿Cómo reaccionó él?

—Se echó a reír. Pero a los pocos minutos, estaba intentando tocarme otra vez.

—¿Qué hizo en la segunda ocasión?

—Le empujé y le pedí que se marchara.

—¿Y le hizo caso? —la compasión teñía la voz de la abogada.

—No. Me agarró del cuello y me obligó a besarle. Después me desgarró el vestido... —tomó aire. Pensaba a toda velocidad, intentando dar consistencia a su relato—. Intenté escapar, pero me alcanzó en el vestíbulo, me tiró al suelo y, antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba pasando, ya estaba encima de mí. Me resistí, y él comenzó a gritarme que era una puta que le había calentado y que iba a conseguir todo lo que quisiera de mí.

La mayor Ogitani no se enfrentaba demasiado bien a las emociones. Kalyna la había observado intentando poner distancia a lo largo de toda la entrevista. En aquel momento necesitó un distanciamiento también físico. Se levantó y se acercó a la ventana.

—Continúe.

—Conseguí salir de debajo de él cuando empezó a desabrocharse los pantalones. Intenté correr hasta mi dormitorio para encerrarme allí, pero me agarró del brazo, me tiró contra la pared y me pegó en la cara.

—¿Fue un puñetazo?

—Sí. En las fotografías puede verse el ojo morado.

Comenzó a sacar las fotografías que había insistido en que le entregara el médico de urgencias, pero la mayor Ogitani la interrumpió.

—Están en el archivo que me han mandado.

Su voz no traicionaba disgusto alguno, pero Kalyna sabía que lo estaba sintiendo. Tenía las manos a la espalda y se las agarraba con tanta fuerza que sus nudillos habían palidecido.

—¿Se resistió?

—¿No cree que debería estar tomando nota?

Kalyna estaba haciendo tan buen trabajo que quería que Ogitani no perdiera detalle.

—Pienso transcribirlo todo en cuanto hayamos terminado. Está presentando una imagen muy viva de lo ocurrido. Créame, no lo olvidaré —tomó aire—. ¿Se resistió? —repitió.

—No podía. Estaba tan aturdida que no sabía ni lo que estaba pasando.

Lo cual explicaba por qué Luke no tenía ninguna herida.

—¿Y entonces?

Al parecer, Ogitani quería los detalles más descarnados. A lo mejor disfrutaba en secreto con todo aquello.

—De pronto, estaba dentro de mí, empujaba con fuerza y me decía lo mucho que me deseaba. Decía que me deseaba como nunca había deseado a nadie.

Excitada con su propia invención, Kalyna entrecerró los ojos para que la sargento no pudiera adivinar sus verdaderos sentimientos.

—Jamás olvidaré la sensación de su aliento en mi cuello.

Por lo menos, eso era cierto. Jamás olvidaría nada de lo ocurrido. Estar con Luke había sido la mejor experiencia de su vida, incluso cuando no estaban haciendo el amor.

La mayor Ogitani se acercó a ella y se agachó a su lado.

—¿Lloró, gritó?

—Sí —había gemido de placer.

—¿Y no fue nadie a ayudarla? —se enderezó mientras hacía la pregunta.

—¡No! Nadie oyó nada. Todavía no me lo puedo creer.

La mayor Ogitani posó la mano en su hombro. El gesto no parecía muy natural, pero el esfuerzo de la abogada por consolarla hizo que a Kalyna le resultara más fácil hacer aparecer las lágrimas.

—¿Está bien?

Kalyna se sorbió la nariz y asintió.

—¿Cómo llegó aquella noche al hospital? —parecía indignada—. No me diga que tuvo que conducir en ese estado. —No. Cuando él se fue, fui a casa de mi vecina. Me llevó al hospital... y las fotografías demuestran todo lo demás.

—Agradezco el detalle de las explicaciones. Sé que no tiene que ser fácil contar lo sucedido.

—No, no es fácil —Kalyna volvió a sorberse la nariz—. Pero... ¿Cree que merecerá la pena? ¿Cree que ganaremos?

Ogitani se mordió el labio preocupada.

—Estos casos son difíciles de demostrar. Haré todo lo que pueda.

Intentando alejarse de ella, porque la cercanía de otras mujeres siempre le había puesto nerviosa, Kalyna se levantó de la silla.

—Gracias.

Ogitani contestó con una sonrisa.

—De nada.

Se estrecharon las manos, Kalyna salió y se permitió sonreír para sí más que satisfecha. Le tenía atrapado. Luke Trussell iría a prisión, allí terminaría aislado y olvidado del resto del mundo.

Entonces necesitaría la compañía de alguien. La necesitaría a ella. Y ella le perdonaría. Luke se daría cuenta de que tenían que estar juntos. Habría cartas y declaraciones de amor. Visitas a la prisión. Y quizá incluso podrían tener un hijo.

De hecho, a lo mejor estaba embarazada. Pensó en ello con una emoción como nunca había experimentado. Dudaba de que los restos del preservativo pudieran dar como resultado un embarazo, pero siempre había una pequeña posibilidad.

Y, en cualquier caso, tenía la seguridad de que terminarían juntos.