Capítulo 20
Cuando Luke se despertó a la mañana siguiente, se descubrió en la mecedora de Ava con una manta encima. Ella estaba acurrucada en el sofá, mirando en otra dirección. La manta se había caído al suelo, dejando al descubierto sus piernas. Pero fue la curva del trasero que se adivinaba bajo la sudadera la que realmente le llamó la atención.
La vista de Ava era tan atractiva que Luke no se movió. Si se estiraba, probablemente Ava se levantaría de un salto, se daría cuenta de que estaba medio desnuda y le echaría. Recordó la rapidez con la que había salido de su coche la noche anterior. Aquella era su actitud cuando se ponía a la defensiva.
Pero en aquel momento no estaba a la defensiva...
¿Llevaría todavía el tanga que Luke había visto la noche anterior? Si no era así, no era él el que se lo había quitado. No había bebido tanto. Después de lo que había pasado con Kalyna, no era tan estúpido como para dejar que las cosas llegaran a ese punto. Lo único que él quería era alguien con quien hablar. Y Ava había sido su interlocutora. Pero ella no tenía un cuerpo como el suyo, y tampoco la misma tolerancia al alcohol, y se había emborrachado cuando estaban todavía los dos en el sofá. A partir de entonces, le había tratado como si fuera su novia, como si no tuviera ninguna importancia la ropa interior que llevaba. Pero la tenía. La imagen de su trasero y del triángulo de encaje que cubría su sexo, de sus piernas desnudas y de las uñas de los pies pintadas de rosa había dejado una huella indeleble en su cerebro.
Si se inclinaba ligeramente hacia la izquierda, podría ver algo más, pero no se permitió tamaña libertad. Ava había confiado en él, al menos lo suficiente como para permitirle quedarse en su casa, y no quería traicionar su confianza. Le gustaba, había disfrutado pasando la velada con ella, sobre todo cuando Ava había bajado la guardia y se había permitido ser ella misma. Al principio, habían estado hablando de Kalyna y de la posibilidad de que realmente estuviera embarazada. Pero después habían puesto una película antigua y habían empezado una partida de póker y la conversación había tomado otros derroteros. Ava era muy divertida cuando estaba bebida. Luke no sabía qué le sorprendía más, si eso o lo del tanga.
Al ver el sol elevándose en el horizonte recordó lo que había dicho Ava sobre los amaneceres desde su dormitorio. No podía verlo desde tan privilegiado mirador, pero también allí tenía una ventana cerca y, definitivamente, la vista era muy hermosa. Aunque no tanto como para competir con lo que se adivinaba bajo la sudadera.
Ava dio media vuelta y la sudadera se levantó todavía más, así que Luke se levantó con intención de taparla. Todavía le estaba colocando la manta cuando Ava abrió los ojos y le miró con una expresión tan sensual y somnolienta que Luke se alegró de que la manta le estuviera cubriendo las piernas.
—Creo que me debes dinero —musitó Ava.
—¿Dinero? —repitió Luke.
—¿Anoche no te gané?
Era la peor jugadora de póker con la que Luke se había encontrado en toda su vida, pero le había dejado ganar unas cuantas veces por la ilusión que le hacía.
—¡Ah, sí! Cincuenta dólares.
—¡Qué desilusión! —exclamó Ava, ahogando un bostezo.
—¿Por qué dices eso?
Ava se apartó el pelo de la cara.
—Yo pensaba que era mucho más. He soñado que conducía tu coche.
Luke se echó a reír. Sí, había ganado, pero no tanto.
—Siento desilusionarte.
—¿No nos jugamos también quién iba a preparar el desayuno?
—Sí.
Ava colocó las manos bajo la barbilla y cerró los ojos.
—¿Y no deberías haber empezado ya?
—Tú perdiste esa partida.
Ava entreabrió los ojos.
—¿Estás seguro?
—No estaba borracho, lo recuerdo perfectamente.
—Yo tampoco estaba borracha.
—¿Entonces qué haces en ropa interior?
Ava abrió los ojos como platos y se sentó en el sofá.
—¿Cuándo me quité los pantalones?
—En realidad, nunca te los pusiste.
No sabía por qué había sacado el tema. Seguramente porque no podía olvidar el aspecto que tenía Ava con el tanga. Y posiblemente porque quería que supiera que la había visto para no sentirse como un tipo calenturiento por no haber sido capaz de apartar la mirada.
—Pero no me quejo.
Ava desvió la mirada, se levantó y se envolvió con la manta. Luke comprendió que no iba a ver más de lo que había visto hasta entonces.
—Voy a vestirme para preparar el desayuno —Ava comenzó a caminar hacia el dormitorio, pero una llamada a la puerta la sobresaltó.
—¿Esperas compañía? —preguntó Luke.
—No.
Como Ava no se movía, Luke se dirigió hacia la puerta.
—¿Quieres que vaya yo?
—¿Es tan pronto como creo?
Luke miró el teléfono.
—Son las seis.
—No, no puedes abrir tú —arrastrando la manta tras ella, se puso de puntillas y miró por la mirilla de la puerta—. ¡Mierda! Es mi padrastro.
Luke se alisó inmediatamente la ropa.
—¿No deberías ponerte unos pantalones?
—A lo mejor deberías esconderte —miró a su alrededor buscando un posible escondite.
—No voy a esconderme —respondió Luke—. No hemos hecho nada malo. Creo que lo de los pantalones es una idea mejor.
—¿Y de qué van a servir los pantalones? Es evidente que hemos pasado la noche juntos.
—Pero no hemos dormido juntos, e incluso en el caso de que lo piense, los dos somos adultos. No tiene por qué enfadarse.
—No va a enfadarse. Es solo que... no me apetece oír sus comentarios maliciosos. Y él se lo contará a mi padre. Es extraño, pero mi padre y él se han hecho muy amigos.
Volvieron a llamar, aquella vez con más impaciencia.
—¿Ava? ¡Abre de una vez por todas! Sé que está Geoffrey allí. He visto su coche.
—¿Geoffrey? —repitió Luke—. ¿Quién es Geoffrey?
—Es igual, tú sígueme la corriente.
Todo había terminado. Kalyna se había llevado la alianza de boda y el dinero de Norma. No había conseguido encontrar los pendientes. Después, había dejado el cadáver en el suelo de la cocina. Y en aquel momento, volaba por la autopista a plena luz del día, con las ventanillas bajadas y la radio a todo volumen.
Esperaba sentir alguna clase de remordimiento. O por lo menos miedo. Aquello no iba a ser fácil de ocultar. Por lo menos no tanto como lo de la autoestopista. Pero habían pasado horas desde que había abandonado el hogar de sus padres y lo único que sentía era alivio. En realidad, no pensaba matar a Norma. Se había visto obligada a hacerlo por culpa de Ava, de Luke y de la propia Norma. Lo único que había hecho había sido defenderse de la persona que más daño podía hacerle.
Y por fin era libre. Jamás volvería a Arizona. Tampoco podía volver a la base. Había terminado para siempre con la vida militar. Permanecería escondida hasta que pudiera darles a Luke y a Ava su merecido. Después, regresaría a Ucrania y desaparecería para siempre. Aquel era su verdadero hogar, ¿no? Jamás deberían haberla sacado de allí. La vida que había vivido no era su verdadera vida. Se merecía algo mejor.
Salió de la carretera al llegar a un área de descanso. Si la policía ya estaba buscándola, todavía le quedaba un largo trayecto hasta California y la falta de sueño estaba comenzando a pasarle factura. En algún momento tendría que detenerse a descansar. Pero todavía no se le había presentado una buena oportunidad para hacerlo. Y dudaba de que pudiera encontrarla allí.
El supermercado de la gasolinera estaba vacío, salvo por el chico con el rostro lleno de granos que atendía la caja registradora. Consciente de que una nunca debía subestimar a un posible benefactor, Ava le dirigió una sonrisa.
—¡Hola!
El chico parpadeó varias veces.
—¡Ah, hola! —la saludó, y se reclinó en el respaldo del taburete.
Kalyna se acercó al mostrador.
—¿Tienes edad para conducir, guapo? —le preguntó.
El joven se irguió y parpadeó rápidamente.
—Sí, señora. Tengo casi dieciocho años.
—Ya eres casi un adulto. ¿Tienes coche?
El chico parecía incapaz de responder. Cuando Kalyna le recordó que solo tenía que decir «sí o no», clavó la mirada en el suelo.
—No, señora.
—¿Entonces cómo has llegado hoy hasta aquí?
El chico se puso rojo como la grana.
—Mi... me ha traído mi padre. Pero estoy ahorrando para comprarme un Trans Am. Mi tío tiene uno. Llevo todo el verano trabajando para eso.
—Vaya, genial.
Pero si no tenía coche, no tendría forma de ayudarla. No podía seguir conduciendo el suyo. Les resultaría demasiado fácil localizarla.
Una vez perdido el interés, dejó de sonreír. Permaneció un rato más en el supermercado, por si alguien se acercaba. Se había resignado ya a limitarse a comprar una bebida energética que la ayudara a permanecer despierta para poder seguir su trayecto, cuando la campanilla de la puerta anunció la entrada de un nuevo cliente.
—¡Hola, Jerry! —saludó el chico—. ¿Qué haces aquí tan pronto?
—Solo estoy de paso. Acabo de empezar otro viaje.
Kalyna se puso de puntillas para mirar por encima de los expositores. El dependiente estaba hablando con un vaquero alto de aspecto curtido, probablemente de unos cuarenta años, que acababa de dejar un paquete de cigarrillos sobre el mostrador.
—¿Adónde vas ahora? —quiso saber el chico.
Había un camión aparcado junto a uno de los surtidores. Kalyna lo vio a través del escaparate. Jerry tenía que ser el propietario. Era la única persona que había entrado en aquella gasolinera situada en algún lugar del sur de Utah.
—A Reno.
Reno no era exactamente California, pero estaba a dos horas de Sacramento y tenía estación de autobuses.
Kalyna devolvió el refresco a su lugar, se acercó al mostrador y dejó una caja de preservativos al lado del paquete de cigarrillos de Jerry.
Cuando el vaquero lo vio, alzó la mirada sorprendido y Kalyna le dirigió una sonrisa seductora.
—Bonito día, ¿verdad?
Evidentemente, más experimentado que el chico, el vaquero se echó el sombrero hacia atrás y la recorrió lentamente con la mirada.
—Sí, señora, bonito día.
—Pero hace demasiado... calor, ¿no te parece?
—¿No tienes aire acondicionado en el coche?
Sus ojos brillaban con interés lascivo mientras señalaba con la cabeza el coche de Kalyna.
—El motor me está dando algunos problemas. Y aunque el coche funciona, el aire acondicionado no es muy fuerte. Estoy deseando sofocar este calor, no sé si me entiendes.
—Es una pena lo del coche. Si quieres que te lleve a alguna parte, mi camión funciona perfectamente. Y tiene un aire acondicionado muy potente.
—Es justo lo que estaba esperando —le guiñó el ojo y el vaquero añadió unos caramelos de menta al mostrador.
Algo iba a pasar, y el chico lo sabía, pero no entendía exactamente qué. Les miró alternativamente y se aclaró la garganta para llamar la atención de Jerry.
—¿Te cobro solo el tabaco y los caramelos?
Jerry se irguió en toda su altura.
—No, claro que no. Jerry siempre ha sido un caballero.
Cuando el muchacho arqueó las cejas, Kalyna supo que se estaba preguntando por qué ser un caballero incluía comprar preservativos a una completa desconocida. Pero fue suficientemente inteligente como para no preguntarlo. A petición de Jerry, añadió un par de refrescos y una lata de nata. Jerry pagó y Kalyna salió con él.
En el momento en el que estaba sacando el equipaje del maletero, el chico se asomó a la puerta y le gritó a Kalyna:
—¡Eh, no puede dejar aquí el coche!
Kalyna le dirigió una sonrisa mientras Jerry se hacía cargo de la maleta.
—¡No te preocupes! ¡Ya vendrán a por él!
Ava forzó una sonrisa para dar la bienvenida a Pete Carrera, su padrastro. Afortunadamente, no iba mucho por allí. Aunque era mucho más amable que cuando Ava era adolescente, esta sabía que su cambio de actitud solo se debía a que su conducta de antes ya no le servía de nada.
—Buenos días.
Ava se apartó para dejarle pasar, intentando disimular su irritación por aquella inoportuna e inesperada visita.
Pete llevaba tal cantidad de brillantina que ni un huracán habría conseguido despeinarle un solo pelo y parecía haberse bañado en colonia barata. Ava tuvo que hacer un esfuerzo para no arrugar la nariz cuando entró y miró a Luke, que se acercó inmediatamente a saludarle.
—Buenos días, señor.
Pete no era mucho más alto que Ava. Tuvo que inclinar la cabeza para mirar a Luke a los ojos.
—Muy educado, comentó mientras aceptaba la mano que Luke le ofrecía. Eso me gusta. Me alegro de conocerte por fin, Geoffrey.
Luke miró a Ava con los ojos entrecerrados.
—Me llamo Luke.
El padrastro de Ava se frotó la barbilla.
—¿No te llamas Geoffrey?
—Se llama Geoffrey Luke —le aclaró Ava.
No pensaba explicarle bajo ningún concepto qué hacía a las seis de la mañana medio vestida con uno de sus clientes en casa.
Luke se aclaró la garganta para hacerle saber que no aprobaba aquella mentira, pero Ava le ignoró. Aquella era la única ocasión en la que Luke iba a estar en contacto con su familia, así que no le importaba. Una mentira sin importancia podía ahorrarle muchos problemas.
—Bueno, te llames como te llames, es una agradable sorpresa. Con todo lo que ha comentado Ava sobre que deberías controlar tu peso y tomar más el sol...
—¡Pete! ¡Yo nunca he dicho eso! —protestó Ava.
—Comentaste que trabajaba mucho y necesitaba relajarse. En cualquier caso, esperaba encontrarme con un oficinista enclenque y pálido —silbó mientras sacudía la cabeza—. Pero tú estás en forma, ¿eh? ¿Vas mucho al gimnasio?
—Prácticamente cada día —contestó Luke, pero Ava desvió rápidamente la conversación.
—¿Y a qué debo el placer de esta visita? —le preguntó a Pete.
—¿Necesito una razón para venir a ver a mi hijastra?
—Yo ya no soy tu hijastra.
—Vamos, Ava, sabes que jamás me habría divorciado si tu madre no hubiera intentado matarme.
—Metafóricamente hablando —musitó Ava para que solo Luke la oyera, pero no pudo resistirse a señalar la responsabilidad de Pete en todo ese asunto—. Y si tú no hubieras sido tan insoportable, a los dos os habría ido mucho mejor.
—¡Eh, conmigo es muy fácil convivir! Solo necesito una cerveza para ser feliz. Era tu madre la que quería cobrar mi seguro de vida. ¿Has sabido algo de ella últimamente?
—Por supuesto que no —Ava se había negado a aceptar sus cartas y al final había dejado de recibirlas.
—Pues me ha escrito a mí. ¿No te parece increíble? Quiere que la perdone. ¿Cómo voy a perdonar a alguien que ha intentado envenenarme?
Continuaba hablando porque sabía que Ava no quería que lo hiciera. Y porque le gustaba contar lo que le había ocurrido, porque eso le convertía siempre en el centro de atención. «¿Tu mujer intentó matarte?», era la pregunta que seguía siempre a ese tipo de comentarios.
Afortunadamente, Luke no dijo nada.
—Van a trasladarla de prisión, por si quieres saberlo.
Ava no quería saberlo. Prefería olvidar que su madre existía. Prefería fingir que no sentía un dolor agudo en el pecho cada vez que imaginaba a Zelinda tras las rejas.
—No quiero saber nada. No quiero oír su nombre siquiera. Y Luke... eh, Geoffrey, tampoco quiere hablar de ello, así que deja de pavonearte.
Su padrastro se pasó los dedos grasientos por la camiseta.
—Vaya, parece que alguien se ha levantado de la cama con mal pie.
Ava intentó controlar su genio, pero no lo consiguió.
—¿Has venido aquí por algún motivo en particular o...?
—Sí, claro que he venido por un motivo en particular. ¿Crees que iba a levantarme a estas horas de la cama solo para pillaros haciendo guarrerías? —su risa sonó como un aullido mientras le palmeaba a Luke la espalda—. Tu padre me dijo que podía usar el barco. ¿No te ha dicho nada?
A Ava se le cayó el corazón a los pies.
—Supongo que no te refieres a mi casa...
—También es un barco, ¿verdad?
—Pero... pero tú nunca lo has utilizado...
No podía estar hablando en serio. Necesitaba la casa. Era su refugio, el lugar en el que pretendía intentar recuperarse después de haber pasado una noche con Luke.
—¿Para qué lo quieres?
—Voy a invitar a mi novia a pescar —le guiñó el ojo—. Quiero llevarme bien con su hijo, ¿sabes?
El exceso de gomina y colonia debería habérselo advertido. Su padrastro andaba en busca de otra mujer que se hiciera cargo de él. Había encontrado un nuevo objetivo. Ava lo sentía por aquella alma desprevenida.
—Pero es domingo, pensaba quedarme en casa.
—Liz tiene el día libre porque es domingo. Es el momento perfecto.
Quizá para él.
—Mi padre no me ha dicho nada. Ni siquiera me he duchado. Y tengo visita.
Pete le dirigió a Luke una sonrisa.
—Vamos, a Geoffrey no puedes considerarle una visita. Lleváis casi un año juntos —bajó la voz y le dio un codazo—. Y no hace falta que te comportes como si no os hubierais acostado juntos.
Su risa ponía a Ava de los nervios. Y era consciente de que tampoco a Luke le gustaba. Se había acercado un poco más, como si quisiera interrumpirle, pero fuera demasiado educado como para intervenir.
—Basta ya, Pete.
Pero Pete la ignoró.
—En realidad, me alegro de verlo —le confió a Luke—. Su padre y yo estábamos preocupados por ella. Temíamos que pudiera ser frígida. Tú eres el primer...
—¿De verdad que esto no es una pesadilla? —gritó Ava—. No me puedo creer que te presentes en mi casa al amanecer y empieces hablarle a mi novio... que en realidad no es mi novio, de esa forma.
Se oyó un portazo en el muelle y Pete se volvió para asomar la cabeza por la puerta, ignorando cualquier cosa que pudiera decirle Ava.
—Vaya. Aquí está. Ahora sonríe y sé amable con ella, Ava. Estoy intentando causar buena impresión —dijo, y corrió a recibir a su nuevo amor.
Ava se volvió hacia Luke.
—Hay días en los que casi comprendo lo que hizo mi madre.
Una vez descubierto lo de Zelinda, Ava ya no necesitaba ocultarlo, pero Luke no hizo ningún comentario. Ni siquiera le devolvió la sonrisa. Parecía muy enfadado mientras se dirigía hacia el dormitorio.
—Vístete. Te invito a desayunar.