Capítulo 15
Casi trescientos cincuenta dólares. No estaba mal. Y eso porque había tenido que hacer un viaje rápido a la tienda más cercana para comprar preservativos, por si alguno de sus clientes insistía en ponérselo. En realidad, solo dos se habían tomado la molestia. Eso significaba que tenía muchas probabilidades de quedarse embarazada. Seguro que al menos uno de aquellos hombres era suficientemente fértil. Y Tati continuaba siendo tan tonta como siempre. Kalyna tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no reírse de ella en su cara. ¿Cómo podía llegar a ser tan estúpida?
En una ocasión, había salido a buscarla, pero alguien la había tapado hasta que Kalyna se había arreglado la ropa. En ese momento, Kalyna había actuado como si acabara de salir a disfrutar de un cigarrillo y de un poco de conversación y como había tantos hombres con ella, Tati no había preguntado nada.
Después de haberse salvado por un pelo de ser descubierta por su hermana, los tipos que ya habían estado con ella se habían dedicado a mantener a Tati ocupada, halagándola con cumplidos, jugando con ella a los dardos e invitándola a bailar. Desde entonces, no había vuelto a salir para ver lo que le pasaba.
—¿Por qué sonríes? —preguntó Tati.
Iban en el coche de Kalyna, pero era Tati la que conducía. Solo había tomado una cerveza y Kalyna apenas podía sostenerse en pie.
—Me he divertido mucho esta noche.
—Yo también —Tati sonrió con timidez—. Esos hombres eran muy simpáticos, ¿verdad?
Kalyna pensó en su abultada cartera.
—Mucho.
Tati se detuvo en un semáforo.
—¿Sabes una cosa?
—¿Qué?
—Danny me ha pedido mi número de teléfono —la emoción iluminaba su rostro—. Espero que me llame. Me gusta mucho.
Kalyna advirtió el sonrojo en las mejillas de su hermana.
—¿Quién era Danny?
—Uno pelirrojo, muy guapo.
—No me acuerdo de él —mintió Kalyna.
No había salido con los demás. Ninguno de los clientes habituales del bar le conocía suficientemente bien como para invitarle. Pero Kalyna se lo había llevado al cuarto de baño en cuanto le había visto interesado por su hermana. Él le había dicho que no quería tener relaciones con ella, pero tras compartir con él una raya de coca con la que le había pagado los servicios otro tipo, se había mostrado más que dispuesto.
—¿Cómo es posible que no te hayas fijado en él? —preguntó Tati—. Era el más atractivo de todos. Y ha bailado varias veces conmigo.
Kalyna se ajustó el cinturón de seguridad. Estaba tan apretado que se sentía incómoda.
—Sí, ahora me acuerdo.
—Estaba muy bien, ¿verdad?
—No tanto. Si yo estuviera en tu lugar, no saldría con él.
Tati frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque no es tu tipo.
—¿Cómo lo sabes? Te has pasado la noche fuera, fumando.
Bueno, si Tati no quería hacerle caso, tendría que conformarse con sus sobras. Imaginó a Danny sentado a la mesa con su hermana el día de Navidad y sonrió de oreja a oreja. A lo mejor volvían a hacerlo otra vez. A lo mejor hasta era el padre de su hijo.
—Tú misma —respondió, y se recostó en el asiento para que dejara de darle vueltas la cabeza.
El semáforo se puso en verde y Tati pisó el acelerador.
—¿Desde cuándo fumas?
—En realidad no fumo. Solo de vez en cuando, cuando tomo una copa o me estoy divirtiendo. Y eso es algo que no hago todos los días.
—Preferiría que no fumaras. No es sano.
¿Su hermana estaba preocupada porque fumaba algún cigarrillo de vez en cuando? La ingenuidad de Tati le hizo reír.
—¿Qué te parece tan gracioso?
—Nada. Eres un encanto... ¿lo sabías?
Evidentemente complacida, Tati estrechó la mano de su hermana, como si de verdad hubiera querido hacerle un cumplido.
—Me alegro de que hayamos salido juntas esta noche. Creo que ha sido la primera vez que me he sentido en sintonía contigo desde que has vuelto a casa.
—Yo también me alegro. Tal como estaban yendo las cosas, temía que no pudiéramos pasar ni un momento divertido.
Tati la miró.
—Te quiero, Kalyna. Lo sabes, ¿verdad?
La seriedad de su voz penetró en el cerebro de Kalyna y, de pronto, el juego al que se había dedicado en el bar no le pareció tan divertido. Se recordaba riéndose de la ingenuidad de su hermana mientras los hombres hacían cola para estar con ella y deseó no haberlo hecho. Por lo menos con Danny.
—Claro que lo sé. Yo también te quiero —se volvió hacia la ventana, para que su hermana no pudiera verle la cara—. Por eso no quiero que salgas con un tipo como Danny.
Estaban ya cerca de la funeraria.
—¿A qué viene eso ahora?
—Antes no he querido decírtelo porque no quería desilusionarte, pero también se ha acercado a mí.
Su hermana se desinfló como un globo.
—¡Oh! No me he dado cuenta.
—Creo que él no quería que lo supieras. Por eso ha cerrado la boca en cuanto ha visto que yo andaba cerca.
Tati giró en el camino de entrada a la casa y aparcó el coche.
—Debería habérmelo imaginado —farfulló.
—¿El qué?
—Que un hombre como él no se fijaría en mí.
—No hables así. Lo único que tienes que hacer es adelgazar un poco. Y hay muchos otros hombres mejores que él. ¿Por qué este te parece tan importante?
—No me parece importante.
Tati consiguió sobreponerse, pero cuando salieron del coche, a Kalyna le pareció ver lágrimas en sus ojos.
Como era el fin de semana del Cuatro de Julio, el café Mother’s Country Kitchen estaba más lleno de lo habitual, pero a Ava no le importaba aquel bullicio. Skye, Sheridan y ella quedaban a desayunar allí el primer domingo de cada mes desde que había comenzado a trabajar en El Último Reducto. A Ava le gustaba compartir aquellas horas con ellas. Eso les daba la posibilidad de revisar los casos y tomar decisiones sobre la organización sin que nadie las interrumpiera, como ocurría normalmente en la oficina.
—Entonces, ¿qué os parece? —preguntó Skye cuando se marchó la camarera que les acababa de servir el café—. ¿Deberíamos contratar a Jane?
Ava esperó la respuesta de Sheridan. No tenía tanta experiencia como ellas. Había conocido a Skye cuando se había presentado en la organización en respuesta a un anuncio publicado en el Sacramento Bee. Poco después de que su madre hubiera ingresado en la prisión, El Último Reducto había ofrecido un seminario gratuito para víctimas y familiares. En aquel entonces, poco podía imaginarse Ava que aquel seminario haría nacer una nueva vocación en ella. Aburrida de su trabajo en la banca, había comenzado a trabajar como voluntaria para la organización en la misma época en la que iba a la universidad tres noches a la semana para estudiar un máster en justicia criminal.
Lo había terminado la primavera anterior, pero continuaba sintiéndose como la niña nueva de la clase y evitaba parecer demasiado presuntuosa o avasalladora.
—Me parece bien, si eso es lo que quieres —dijo Sheridan.
Ava dejó la cucharilla con la que estaba revolviendo el café. No quería ser la única voz discordante. Sabía lo que Jane Burke significaba para Skye. Pero no estaba segura de si deberían contratarla.
—No estoy segura de que sea un movimiento inteligente.
Skye alzó la mirada. Estaba sentada a su lado con un par de pantalones caquis cortos, una camiseta blanca y unos mocasines. No era un atuendo en absoluto elegante, pero desprendía el glamour de una modelo.
—¿Por qué no? A lo mejor Jane no ha trabajado para la policía ni tiene una carrera como la tuya, pero podría trabajar conmigo hasta que esté preparada —tomó el último pedazo de las galletas de cereales que había pedido—. Cuando empezaste, tú tampoco tenías experiencia en investigación criminal, y mírate ahora.
—El único requisito es tener ganas sinceras de ayudar —la apoyó Sheridan—. Todo lo demás puede aprenderse.
—No estoy diciendo que Jane necesite una titulación —les aclaró Ava—. Pero estuvo casada con un asesino en serie que estuvo a punto de destrozarle la vida antes de atacarla e intentar asesinarla. Una experiencia de ese tipo puede condicionar para siempre a una persona e impedir que sea objetiva.
Skye giró su zumo de naranja varias veces.
—Olive Burke estuvo a punto de asesinarme a mí también. Dos veces. ¿Significa eso que no soy objetiva en mi trabajo?
Ava se sonrojó. A veces hablaba sin pensar en las posibles consecuencias de lo que decía.
—Lo que te pasó a ti es diferente. Tú no vivías con él. No confiabas en él. Ella creyó en él cuando todavía estaba en prisión y luchó para que su matrimonio funcionara cuando salió. Es el padre de su hijo. ¡No puede haber mayor traición! Lo que Jane ha sufrido deja unas cicatrices muy profundas y podría hacerle propensa a considerar únicamente un lado de la situación.
—¿Tienes miedo de que no pueda ser justa? —preguntó Skye.
—Tengo miedo de que su experiencia afecte a su criterio.
Ava pensó en su reunión con Luke Trussell y en la decisión que había tomado sobre el caso Harter. Estaba segura de que estaba haciendo lo que debía, pero si Luke no hubiera ido a buscarla y hubiera tenido oportunidad de conocerle, continuaría defendiendo a Kalyna por la experiencia que había sufrido con Bella.
—No todas las situaciones son lo que parecen. Hay gente que miente.
Skye se apartó de la cara un mechón de pelo que había escapado de su coleta.
—Las víctimas nunca mienten tanto como sus agresores.
—Pero hay víctimas que ni siquiera lo son —la contradijo Ava—. Hay víctimas que son expertas en manipulación.
Sheridan frunció el ceño.
—Pero el porcentaje es mínimo.
—Incluso una ya es mucho. No queremos castigar a un inocente.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó Skye.
Ava se estiró las mangas de su vestido negro.
—El lunes pasado llegó una mujer a mi despacho diciendo que la habían violado hacía un mes. Me enseñó unas fotografías en las que aparecía con el rostro magullado y acusó de la violación a un hombre del que se habían encontrado restos de semen en su cuerpo. Al principio me pareció un caso casi rutinario. Mientras la veía llorando en mi despacho, me entraban ganas de llorar con ella. Estaba indignada, furiosa y ansiosa por ayudarla a hacer justicia.
—Probablemente, más que ansiosa por lo que le ocurrió a Bella —añadió Skye.
Ava se estremeció.
—Exacto. Pero cuando Jonathan comenzó a investigar, comprendí que el acusado tenía más credibilidad que la víctima.
Sheridan dejó la tarjeta de crédito sobre la mesa.
—Las personas con credibilidad también pueden cometer delitos, Ava.
—Estuve a punto de negar lo evidente porque estaba demasiado ocupada comparando la situación con lo que le había pasado a Bella. Lo único que pretendo decir es que estamos condicionados por nuestras experiencias.
Skye dejó el sirope en su lugar, cerca de la carta plastificada.
—No sabía que conocías a Jane.
—No la conozco, pero estuve hablando con ella el día que la trajiste a la oficina.
—¿La semana pasada?
—Sí. Y tengo la impresión de que quiere trabajar con nosotras para dar salida al odio que siente hacia su marido y hacia los hombres como él. Me dijo que había aprendido mucho, que sabe interpretar conductas que a otros podrían pasarles desapercibidas —Ava sacudió la cabeza—. Nadie puede determinar la diferencia entre una buena persona y una mala persona. Y menos alguien como Jane, que tiene motivos para dudar incluso de las personas que están más unidas a ella. Creo que no podría atender un caso como este, por ejemplo.
—Todas tenemos cicatrices, Ava. Y son precisamente esas cicatrices las que nos impulsan a seguir trabajando —Sheridan se ajustó el tirante de la blusa, una blusa que llevaba a juego con una falda de vuelo y unas sandalias—. No podemos ser completamente objetivas porque todos los casos los abordamos desde nuestra perspectiva. Es algo que nadie puede evitar.
—Podemos, si somos conscientes de nuestros prejuicios.
La camarera se detuvo en la mesa para recoger la cuenta y Skye le dirigió una sonrisa educada antes de continuar.
—Comprendo que estés afectada por el hecho de haber estado a punto de caer en una trampa. Es desconcertante darse cuenta de lo fácil que es embaucarnos, y también de que hay personas capaces de aprovecharse de nuestras buenas intenciones. Pero dudo muy seriamente de que Jane sea más susceptible de engaño que cualquiera de nosotras. Desde que la conozco, ha recorrido un largo camino. Y... —jugueteó con un sobrecito de crema y volvió a dejarlo en el cuenco en el que estaban todos los demás—. Y... bueno, supongo que lo que estoy intentando decir es que Jane necesita este trabajo. Han pasado casi cuatro años desde que Oliver murió y continúa luchando para superarlo. La peluquería en la que trabaja está a punto de cerrar y... —Skye las miró con expresión de franqueza—, se va a quedar sin trabajo.
De modo que el objetivo era ayudar a una víctima, no el interés de la organización. Si Ava lo hubiera sabido, no se habría molestado en expresar sus reservas.
—¿No podías haber empezado por ahí?
Skye se encogió de hombros, avergonzada.
—Quería que aceptarais sin tener que pedirlo como un favor.
—Supongo que Jane podrá aprender, como lo hemos aprendido todas, que no podemos apoyar a todas las víctimas que cruzan la puerta de la oficina —dijo Sheridan.
Ava intentaba no enfadarse. Quería ayudar a tanta gente como pudieran, pero debían considerar los aspectos prácticos de todas sus decisiones.
—¿Podemos permitirnos contratar a una persona a tiempo completo?
La camarera regresó con la tarjeta de crédito y el ticket.
—Será difícil —admitió Sheridan mientras firmaba la cuenta—. Nunca tenemos suficiente dinero para todo lo que nos gustaría hacer, pero no nos vendrá mal otra trabajadora. Llevamos meses sobrepasadas por el trabajo.
—Además, Jane también piensa dedicarse a la recogida de fondos. Tiene claro que eso formará parte de su trabajo.
Ava continuaba sin estar de acuerdo, pero al ser la única de las tres, no tenía ninguna opción de que se mantuviera su criterio.
—De acuerdo, estoy dispuesta a intentarlo.
Skye le apretó el brazo con cariño.
—Gracias.
Después de despedirse de ellas, Ava permanecía en su coche, observando alejarse a sus compañeras. Ella pretendía ir a la oficina, como siempre. Eran más los sábados que trabajaba que los que libraba. Pero de pronto, le pareció excesivo. Aquel fin de semana era fiesta. ¿Por qué no estaba celebrando el día de la Independencia como todo el mundo?
Porque no tenía a nadie con quien celebrarlo. Su padre estaba acampando en Yosemite con Carly, su esposa. Por mucho que Ava intentara acercarse a él, su relación no terminaba de mejorar porque Carly se interponía entre ellos. Y su madre estaba encarcelada.
Skye y Sheridan corrían de vuelta a casa con sus maridos. Jonathan no había comentado cuáles eran sus planes, pero Ava estaba convencida de que incluían a Zoe y a su hija. Y Geoffrey estaba en Bay Area, visitando a sus dos hijos. Y los Myerse y Greenley continuaban de excursión. Le habían dejado un mensaje diciendo que habían coincidido con otro grupo y habían decidido pasar fuera una semana más. Beneficios de la jubilación...
Ava suspiró. Se extendía ante ella un largo día en el que no tenía nada que hacer, salvo trabajar. Normalmente, con eso le bastaba. ¿Pero qué le pasaba aquel día? ¿Por qué se sentía tan insatisfecha?
Se descubrió pensando en Luke Trussell. No conseguía sacárselo de la cabeza. «Gemía y me decía toda clase de obscenidades. Me repetía que nunca había estado con un hombre que la tuviera tan grande como la mía». Cuando le había dicho aquella frase, estaba intentando vengarse de sus prejuicios. Pero entonces, ¿por qué era precisamente esa la frase que le venía a la cabeza una y otra vez?
Evidentemente, había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había estado con un hombre. Y la fragante sensualidad de Luke Trussell la había afectado más de lo que debería. Era una mujer de treinta y un años. Era natural que su cuerpo intentara satisfacer sus necesidades, sobre todo cuando se encontraba con un hombre tan atractivo como él.
Parte de ella deseó llamar a Geoffrey y decirle que quería volver a acostarse con él. A lo mejor, si volvían a tener relaciones, conseguiría olvidar a Trussell. Pero no había encontrado con Geoffrey ninguna clase de satisfacción en el pasado y dudaba seriamente de que pudiera encontrarla en el futuro. Además, sabía que no sería en Geoffrey en quien pensaría cuando estuviera en la cama con él... y no le parecía justo.
—Maldita sea. ¡Pero si solo le he visto una vez en mi vida! —gruñó.
Y su primer encuentro no había sido particularmente agradable. Se había mostrado mezquina y grosera con él, intentando disimular hasta qué punto la afectaba. Y él había contraatacado. «¿De verdad se siente atraída hacia mí? Porque yo no tengo el mismo problema».
Sí, se sentía atraída hacia él. Y eso significaba que tenía que guardar las distancias si no quería terminar haciendo alguna estupidez. Pero después de su última conversación con Kalyna, estaba absolutamente convencida de que aquel hombre era inocente. Y se sentía obligada a compartir lo que había descubierto. Intentaba decirse que lo que ella pudiera aportar no supondría ninguna diferencia. Tal como le había explicado a Kalyna, su caso probablemente no llegaría nunca a los tribunales. Pero... ¿qué ocurriría en el caso de que lo hiciera? ¿O de que la información de la que ella disponía permitiera cerrar antes el caso y dejar que Luke regresara a su vida? McCreedy era un buen abogado, pero le pagaban por horas y podía no tener ninguna prisa en resolver el caso. Y el hecho de que fuera un buen abogado no implicaba necesariamente que estuviera haciendo los movimientos correctos. No creía muy probable que María, la vecina de Kalyna, volviera a contarle a nadie que Kalyna y ella habían hablado de hacer un trío. Una declaración de ese tipo podía poner fin a su carrera. Ava le había dado permiso para mantener la boca cerrada. Y nadie, salvo ella misma, estaba al tanto de su conversación con Tatiana Harter, o de la respuesta de Kalyna a su llamada de la noche anterior. Lo primero que había querido saber Kalyna había sido si su hermana había vuelto a llamarla.
Ava tamborileó con los dedos en el volante. Podía esperar hasta el lunes para ponerse en contacto con el abogado de Luke y pasarle una copia de toda la documentación que tenía sobre el caso. Pero en alguna otra ocasión, había tenido que enfrentarse a McCreedy y no quería que el abogado pensara que tenía una aliada en El Último Reducto por el mero hecho de que le ayudara con un caso. Y la mayor Ogitani no le había devuelto las llamadas. Había intentado ponerse en contacto con ella en varias ocasiones sin ningún éxito. Tal como había imaginado, la militar no quería ver a nadie más involucrado en el caso y estaba haciendo todo lo posible para evitar su intrusión.
—Llama a Luke y termina con esto de una vez por todas —musitó.
Buscó en el bolso, localizó el teléfono y revisó las notas que tenía en el registro de llamadas. No tenía el teléfono de Luke en la agenda porque no esperaba llamarle otra vez, pero sí en el registro de llamadas. Fue bajando hasta encontrar el número que había quedado almacenado el día que había intentado ponerse en contacto con él para hablar de Kalyna.
Contuvo la respiración mientras esperaba a que contestara.
Pero aquel acopio de valor había sido en vano. Luke no contestó.
—Este es el buzón de voz de Luke Trussell. Deja un mensaje y te llamaré.
Ava cuadró los hombros y esperó a que sonara la señal.
—Capitán Trussell, soy Ava Bixby, de El Último Reducto.
Sabía que reconocería su nombre sin necesidad de mencionar la organización, pero estaba decidida a mostrar una actitud mucho más profesional que la que había demostrado en el Starbucks. Aquel día había traspasado límites que habitualmente respetaba. «¿Está intentando satisfacer su propia curiosidad o lo pregunta porque considera que puede ser pertinente para el caso?».
Aquella había sido la segunda vez que había adivinado sus intenciones.
Ava estaba decidida a evitar que hubiera una tercera.
—Hay algo sobre lo que me gustaría hablar con usted —dijo por teléfono—. Le agradecería que me llamara cuando pudiera —sin más, dejó su número de teléfono y colgó.
Al igual que el resto del mundo, probablemente Luke estaba celebrando el Cuatro de Julio. Suponiendo que no tendría noticias suyas hasta el lunes, se dirigió a su despacho. Pero unas horas después, Luke le devolvió la llamada.