CAPITULO XI

Elsie Bromfield no dudó al volver el cadáver de Matt Caldwell sobre el lecho para poder registrarle los bolsillos del chaleco.

Se manchó las manos de sangre; los ojos del médico, abiertos y paralizados por la muerte, parecieron quedar fijos sobre los suyos durante algunos segundos.

Elsie no se dejó impresionar por ninguna de aquellas circunstancias. Sacó la cadena de oro, a cuyo extremo estaban enganchadas media docena de llaves de distinto tamaño.

Con un brusco tirón, arrancó la cadena del ojal del chaleco y, dando media vuelta, salió de nuevo al pasillo.

Con las llaves en la mano, calculando cuál de ellas se ajustaría a la cerradura del escritorio, entró en el despacho.

Se detuvo, con la respiración jadeante, frente al mueble...

—¿Estás buscando algo?

Quedó paralizada, con la llave en la mano, sin llegar a introducirla en la cerradura, al escuchar aquella voz tras ella.

Al mismo tiempo, sintió el ruido de la puerta al cerrarse suavemente, y otra vez la misma voz, que decía:

—Al fin volvemos a estar juntos, después de dos años, Elsie.

Se volvió lentamente, segura de haber reconocido al dueño de aquella voz.

—¿Qué haces aquí, Kine?

Hizo la pregunta al marshal intentando que sus palabras no denunciaran su sobresalto.

Le miró a los ojos y sintió un escalofrío. No era una mirada humana lo que había en ellos.

Era la misma muerte la que estaba contemplándola a menos de dos yardas de distancia, desde detrás de aquellas pupilas grises, brillantes por el odio, que destilaban desprecio.

—Creí que lo sabías, Elsie. —La voz del marshal era fría, impersonal, despiadada—, Al menos, puedes imaginártelo. Llevo dos años buscándote...

—Me alegro que nos hayamos encontrado, Kine —mintió ella, intentando que su frase sonara verdadera—, Existe un viejo malentendido entre nosotros que debe ser aclarado cuanto antes...

Las manos de Erskine Saroyan colgaban a lo largo de su cuerpo, cercana una de ellas a la empuñadura del “Colt”.

Se limitó a cerrarlas con fuerza, dominando sus deseos de golpear a la mujer que tenía frente a él; clavó las uñas en sus palmas hasta hacerse daño.

—Explícate —le invitó calmosamente—. ¿Qué es lo que debemos aclarar?

Elsie Bromfield comprendió que debía ganar tiempo. No se engañaba respecto a las intenciones del marshal, y estaba segura de lo que le había llevado hasta ella.

Pensó en Southville. Y en Billy Hopkins...

—Verás... —empezó, insegura—. Sé lo que debiste pensar sobre mí, después de lo que pasó en Southville. ¡Fue horrible! Siempre he pensado que debíamos hablar sobre ello, pero en estos dos años no hemos podido hacerlo...

Erskine Saroyan seguía mirándola fijamente, sin que se alterara un solo músculo de su rostro.

—Sin duda, creíste que yo era la culpable de aquella trampa, ¿verdad? Al fin y al cabo, fui yo quien te dijo que Hopkins y su grupo estarían aquella noche acampados en la Boca del Diablo...

—¡Exacto, Elsie! Tú fuiste quien me lo dijo —asintió el marshal—. Y, por hacerte caso, aquella noche murieron en Southville muchos seres inocentes...

—¡No fue culpa mía, Kine! —se defendió la mujer, con ardor—. Yo no sabía cuáles eran los planes de Hopkins...

—¡Pero aceptaste seguirlos! —gritó Kine, que empezaba a perder la calma—. No dudaste en engañarme para hacer que me llevara de la ciudad a todos los hombres, ¿verdad? ¡Lo que quería tu amigo era encontrarse con una ciudad indefensa, sólo poblada por mujeres y niños!

Sus ojos, tan fríos hasta entonces, chispearon ahora con ira.

—¡Aguarda, Kine! No puedes juzgarme tan a la ligera... ¡Te juro que no sabía qué era lo que Hopkins tramaba! Sólo me dijo que deseaba darte una lección...

—¡Una lección demasiado sangrienta! Todas esas muertes están pesando todavía sobre nuestras conciencias, Elsie. ¡Sobre la tuya y sobre la mía! ¡Nosotros tuvimos tanta culpa en la muerte de esas personas como pudieran tenerla Hopkins y sus hombres! La única diferencia es que ellos dispararon sus armas y arrojaron las antorchas contra las casas de Southville...

—¡No hables así, Kine! Tú y yo no tuvimos nada que ver con aquella matanza...

La mano del marshal golpeó los labios de la mujer, obligándola a callar violentamente.

Gritó:

—¡Culpables los dos! Tú, por engañarme miserablemente, siguiendo las instrucciones que Hopkins te había dado, antes de enviarte a Southville, y yo, por creer en tus palabras...

—Sólo eso es cierto. Hopkins me mandó que fuera a Southville para que me ganara tu confianza, Kine. ¡Y yo lo hice, sin saber la clase de hombre que eras!

Aunque sus palabras mostraran una vibración emocional desacostumbrada, aunque sonaran tensas por la emoción y el arrepentimiento, Elsie Bromfield seguía siendo dueña de sí misma.

Controlando perfectamente sus emociones, se daba cuenta del peligro que estaba corriendo.

Durante aquellos dos años habían sido muchas las veces en que la sombra amenazadora de Erskine Saroyan se había acercado peligrosamente hasta ella, impaciente para cumplir la promesa que hiciera la misma noche de la matanza frente a la ciudad incendiada de Southville.

Entonces el marshal había jurado enviar a la muerte a todos los culpables. Uno tras otro, había llevado a la horca a Billy Hopkins y a sus secuaces, exterminando a la cuadrilla en unas pocas semanas.

Sólo Elsie Bromfield, merced a sus muchos encantos y a su inteligencia, había logrado escapar al cerco del marshal, haciendo que éste perdiera su rastro en los meses siguientes.

Luego, de repente, su nombre había comenzado a sonar de nuevo, siempre junto al de pistoleros o asesinos a sueldo hasta que, en los últimos meses, habíase convertido en la amante y principal cómplice de Telly Borman.

—Tampoco yo sabía, entonces, la clase de mujer que eras —habló Erskine Saroyan—. Me dejó engañar por tus palabras, creí todas tus promesas y, sobre todo, me dejé convencer para acudir a la Boca del Diablo.

No había olvidado aún la forma en que Elsie Bromfield llegó hasta él, una noche de tormenta, empapada por el agua y al borde del agotamiento.

Entre ambos se había establecido muy pronto una apasionada intimidad, que Elsie había sabido propiciar hábilmente con sus artes de seducción y su arrebatadora belleza hasta que el marshal se vio totalmente prisionero en sus redes.

Durante cinco días, encerrados ambos en la cabaña que Erskine Saroyan poseía en las afueras de Southville, se habían amado intensa, apasionadamente, olvidándose de todo lo que no fuera su amor.

Y entre caricia y caricia, Elsie Bromfield había ido desgranando, poco a poco, la historia de su vida.

Erskine Saroyan no había olvidado el relato que le hiciera la mujer, acurrucada entre sus brazos, en la íntima soledad de la cabaña.

—Prefiero que lo sepas, Kine —le confesó una noche—. Conocí a Billy Hopkins hace un par de años y me enamoré de él. En realidad, no sabía nada sobre él y, cuando me di cuenta de la clase de hombre que era, ya fue demasiado tarde. Yo era tan estúpida y tan ingenua como para creer en todas sus promesas; pensé que, con mi influencia, conseguiría hacerle cambiar de vida... Pero no ha sido así. Y entonces me faltó valor para marcharme de su lado. Sí, sé que eso es lo que debí hacer, pero al principio no me sentía capaz de alejarme de él, y luego, cuando de verdad quise romper con esa vida, tuve miedo... ¿Comprendes, Kine? Hopkins es demasiado orgulloso para admitir que una mujer le abandone, y sé que nunca me perdonaría, si me voy de su lado... ¡Por eso tienes que ayudarme! ¡Quiero romper con mi pasado y empezar una nueva vida! Una vida lejos de Hopkins y de la gente como él. No quiero seguir huyendo de la justicia, ni convivir un día más con pistoleros y asesinos. ¡Tú eres mi única esperanza! Sé que andas detrás de las huellas de Hopkins, y yo puedo ayudarte a terminar con él. Sé dónde se esconde, con sus hombres…

Dejó a un lado los recuerdos y volvió al presente.

—¡Cómo debisteis reíros, Hopkins y tú —le dijo, con rabia—, cuando os reunierais en Southville, aquella noche, y encontrarais la ciudad vacía, sin un solo hombre útil que la defendiera!

—Yo quise impedir que lo hicieran, Kine —aseguró Elsie, comenzando a retroceder hacia la puerta—. ¡Debes creerme! Pedí a Hopkins qué se llevara de allí a sus hombres...

La voz del marshal se impuso, potente, sobre la de la mujer.

—¡Y él lo hizo! Pero no antes de disparar contra las mujeres y los niños, y de incendiar el pueblo. ¡Miserables!

—Si yo hubiera podido hacer algo por evitarlo...

—¡No sigas mintiendo, Elsie! Tú también estabas de acuerdo con aquella matanza. Durante cinco días representaste maravillosamente tu papel de muchacha desgraciada y de mujer enamorada. Pero mientras dejabas que te besara y respondías a mis caricias, sólo estabas pensando en lo que Hopkins y tú habíais planeado...

Alargó el brazo izquierdo para cerrar el camino a Elsie. Esta miró la puerta que daba al pasillo como algo inalcanzable y, de nuevo, retrocedió al fondo de la habitación.

Erskine Saroyan desenfundó el “Colt” con un seco movimiento.

Ella palideció.

—¿Qué estás pensando, Kine? —preguntó, trémula—. ¿Qué vas a hacer con ese arma?

El marshal sonrió con una mueca cruel.

—¿Sabes lo que prometí aquella noche, en Southville, mientras las llamas consumían la ciudad? Voy a decírtelo...

En el silencio de la habitación, se oyó el chasquido del arma al ser amartillada.

—¡Juré que todos los culpables, uno detrás de otro, pagarían con sus vidas la muerte de tanto inocente! Era lo único que podía hacer por los niños y las mujeres que tú y tus amigos habíais asesinado despiadadamente.

—¡Yo no tuve nada que ver con aquello, Kine! ¡Tienes que creerme!

El marshal siguió, como si no hubiera escuchado sus palabras:

—¿Sabes lo que les ocurrió a Hopkins y a los otros? La mayoría de ellos fueron ahorcados, y los que lograron escapar a la justicia, encontraron la muerte... ¡Yo los maté a todos! ¡Uno a uno! Con esta pistola que tienes frente a ti... Y no me importa que tal procedimiento no fuera el más adecuado a un marshal. _Entregué la placa a mis superiores, y me lancé tras las huellas de los asesinos. ¡Ahora, todos están muertos! Sólo quedas tú con vida...

Elsie Bromfield se mordió los labios para disimular el temor que la sacudía.

Sus ojos descendieron desde el rostro de Erskine Saroyan a la negra boca del “Colt” que éste empuñaba, con firmeza, frente a ella.

Supo que estaba condenada a morir...

—¡Aguarda, Kine! —le suplicó, alargando hacia él sus manos—. Déjame que te diga algo, antes...

—Hazlo de prisa, Elsie —concedió él—. Aunque nada de lo que puedas decirme cambiará tu suerte. Eres demasiado lista y hermosa para exponerme a llevarte ante un tribunal. Cualquier abogado, medianamente inteligente, conseguiría conmover al jurado, y tú saldrías muy bien librada. Y eso sería una burla cruel para todos los muertos de Southville...

Elsie le mostró las llaves que tenía en la mano.

—Déjame que abra ese mueble —le pidió, señalándolo—. Dentro hay trece mil dólares, que me pertenecen. Te los daré si me concedes la oportunidad de defenderme ante un jurado. ¡Eso es lo único que te pido! Déjame que me juzguen, de acuerdo con las leyes...

—Ya te he dicho que no voy a correr ese riesgo, Elsie. ¡Yo te condené a muerte hace dos años, y cualquier juez, en mi caso, habría hecho lo mismo! No me agrada disparar contra una mujer, pero puedes estar segura de que mi pulso no temblará a la hora de apretar el gatillo...

Mientras él decía aquello, Elsie Bromfield, jugando sus últimas cartas, introdujo la llave en la puerta del escritorio y levantó la tapa del mismo.

El dinero estaba allí. Los billetes, cuidadosamente apilados en varios montones.

—¡Mira, Kine! —le tentó—. Son trece mil dólares...

—¡Sólo me interesas tú! En estos momentos no renunciaría a ti ni por un millón de dólares.