CAPITULO V

Moira Tackay subió los peldaños que conducían a su habitación, mientras en su rostro se pintaba la fatiga.

Cada noche, al volver del trabajo desde el Golden Saloon, se decía lo mismo. Estaba cansada de aquella vida, de aguantar siempre a los mismos borrachos, de escuchar las mismas bromas imbéciles cada noche y de poner buena cara a unos y a otros.

A sus veintinueve años, la rubia había perdido la mayor parte de sus ilusiones y sólo aspiraba a poder salir de aquella vida. No sabía la forma en que iba a conseguirlo, pero esperaba lograrlo algún día.

Sacó la llave del escote y metiéndola en la cerradura, la hizo girar hasta que la puerta cedió. Luego pasó al interior y arrojó sobre una silla el chal con que cubría sus hombros desnudos.

Cerró la puerta, y se descalzó con un suspiro de alivio. Después de seis horas largas de estar de pie, bailando sin parar, y sufriendo los pisotones de rudos vaqueros, liberarse de los zapatos era un placer.

Cruzó el cuarto y sin encender el quinqué, comenzó a desabrocharse el ajustado corpiño. De repente se detuvo sorprendida.

—Buenas noches, encanto...

Era una voz masculina y sonaba muy cerca de ella. Se volvió hacia la derecha y distinguió una sombra junto a la ventana.

—¿Quién es usted? ¿Qué hace en mi cuarto? ¡Márchese inmediatamente! —ordenó Moira imperiosa.

Pero el hombre no pareció tomar muy en serio su orden y, sin moverse de lugar que ocupaba, sonrió en la oscuridad.

—Vamos, Moira...

—¿Cómo conoce mi nombre?

—No es difícil averiguar cómo se llama una chica tan bonita como —respondió, galanteador, el hombre.

—¡Déjese de palabras! Y váyase de aquí o empiezo a gritar...

Encendió un fósforo y prendió el quinqué. La luz amarillenta de éste iluminó la habitación y la figura del hombre se recortó en el hueco de la ventana.

Moira no le había visto jamás, pero su aspecto, refinado y elegante, la causó buena impresión, pues era completamente distinto a los zafios vaqueros que se reía obligada a aguantar.

Con voz mucho más suave, preguntó:

—¿Quiere decirme lo que hace en mi habitación? ¿Qué desea de mí?

Debió poner una entonación profesional al formular aquella pregunta, pues el hombre sonrió divertido. Luego negó con la cabeza y tomó asiento en el borde de la cama.