Prólogo

Empecemos con un lugar común: la historia de la humanidad es larga, y uno no puede saberlo todo. De acuerdo. Sin embargo, vivimos con la historia y tenemos una cierta idea de cómo fue el pasado, ya sea en nuestra ciudad natal o en la lejana Babilonia de hace miles de años. La historia no puede pasarse por alto, pues juega un papel importante para el presente. ¿Quién pretende poner en duda que la política alemana actual tiene mucho que ver con el pasado poco glorioso de Alemania? ¿O que la Antigüedad clásica, con sus guerras y su apogeo cultural, sigue influyendo en Europa hasta la actualidad? ¿Y que la política de la Unión Europea está especialmente marcada por las diversas experiencias históricas de sus Estados miembro? ¿O que hombres como Jesucristo o Mahoma siguen siendo personajes de referencia, no solo en un sentido religioso?

No obstante, nuestro conocimiento de la historia suele estar viciado. Por muchas razones: puede que no hayamos puesto atención en clase o que hayamos olvidado lo que dijo el profesor. También puede que nuestro pasado o nuestras convicciones políticas nos predispongan a no tolerar ciertos procesos históricos. O puede que consideremos verdadero lo que difunden las novelas históricas, la tradición popular o los documentales de televisión.

En nuestra sociedad mediatizada, la televisión se ha convertido en un maestro que se ubica, por lo menos, al mismo nivel que el profesor de colegio. Pero ambos suelen ofrecer versiones erradas, ya sea por desconocimiento o por dar preferencia a «la mejor historia» para atraer la atención de los estudiantes y aumentar los índices de audiencia. Y está también el cine: para ser francos, una película monumental deja una impresión mucho más duradera de Tácito que cualquier otra cosa, y no olvidamos tan fácilmente a una mujer sentada en un trono sagrado como a un tedioso concilio. Asimismo, desde la butaca, un asesinato o un complot tenebroso resulta mucho más emocionante que una larga enfermedad o un accidente trágico.

Sin embargo, las imágenes históricas viciadas suelen originarse en versiones licenciosas y adulteradas, reforzadas con documentos falsos, en las cuales se representa, con intenciones difamatorias, a hombres (y sobre todo a mujeres) de la historia en una forma distinta a como fueron realmente. Así, un acontecimiento histórico se juzga desde una perspectiva tan estrecha que el dictamen no puede evitar pasar por alto la verdad histórica. Este tipo de falsificación de la historia siempre encuentra demanda, sobre todo, cuando los historiadores se dejan utilizar para fines políticos o cuando los políticos se resisten a tomar nota de los resultados de las investigaciones históricas.

Ya sea por sensacionalismo, cálculo político o simple calumnia, sea casual o intencionalmente, las falacias históricas quedan flotando en nuestra mente mucho después de ser desmentidas. Por ello, este libro recoge las leyendas y falacias más relevantes y deslumbrantes, más perniciosas y desconcertantes de la historia universal, desde la prehistoria hasta la actualidad.

En vez de resultar un asunto árido, la exploración y aclaración de estas leyendas proporciona una gran comprensión de los contextos históricos. Pues el simple hecho de saber quién hizo trampa, así como dónde y cuándo la hizo, es mucho menos fascinante que entender el porqué y las dimensiones que pueden alcanzar las trampas y los engaños en la historia. Después, los lectores podrán investigar por sí mismos cuál fue la mirada hacia el pasado y el presente que produjo esta o aquella falacia que, hasta el momento, consideraban verdadera.

Este libro sería impensable sin el trabajo diverso y fecundo de los historiadores e investigadores incansables a los que alude, cuyas conclusiones no suelen salir del mundo académico.