23. La dinastía de los Borgia

¿Sexo y crimen en el Vaticano?

La larga historia del papado ha sido constantemente pasto de rumores y escándalos: la famosa leyenda de la presunta papisa Juana es uno de ellos. Por supuesto que durante los dos mil años de la Iglesia Católica Romana ha habido numerosos crímenes y delitos. Las noticias al respecto eran las armas preferidas en la lucha entre las fuerzas rivales de Roma o por los adversarios del papado, y poco importaba su veracidad. La leyenda más conocida y arraigada sobre acontecimientos pecaminosos y prácticas demoníacas en el palacio papal es la de la familia Borgia, y la pretendida verdad de este escándalo familiar en la Santa Sede sigue siendo extremadamente popular.

De la familia Borgia salieron dos de los papas de la segunda mitad del siglo XV: Calixto III (1455-1458) y Alejandro VI (1492-1503). El auge experimentado durante el Renacimiento por los Borja, unos nobles españoles de provincia, hizo que se convirtieran en la esplendorosa, y a su vez desacreditada, dinastía de los Borgia.

En el núcleo de la leyenda de esta familia supuestamente corrompida hasta la médula se encuentra el sobrino de Calixto, Rodrigo, quien llegó a cardenal en 1456 y quien, en 1492, se convirtió en el papa Alejandro VI. Si bien es cierto que no era un hombre honesto, muy pocos de los altos eclesiásticos de aquella época lo eran; los papas empezaron a preocuparse por su imagen pública solo después de la Reforma. Sin embargo, Rodrigo/Alejandro era discreto y muy estimado por el pueblo romano, que no husmeaba especialmente en su vida privada. La época era tolerante con las cuestiones carnales, y el Papa no tuvo que esconder a sus hijos ilegítimos, entre ellos los famosos Lucrecia y César Borgia. Tampoco se ocultó la identidad de su madre, quien además fue enaltecida en su lápida como la madre de los hijos del Papa.

Al igual que su tío Calixto, Alejandro se ocupó cuidadosamente de la manutención de sus muchos hijos y del futuro de su familia con prebendas y una prudente política matrimonial, en lo cual fue inescrupuloso, de hecho, pues consideraba que su familia era predestinada. Su hijo César se hizo cardenal con apenas dieciocho años, y su hija Lucrecia (1480-1519) contrajo matrimonio tres veces en favor del prestigio dinástico y el ascenso familiar. De todas las historias sobre la familia Borgia, la de que Lucrecia fue una especie de Mesalina premoderna y desinhibida, como escribió el historiador británico Edward Gibbon, es una de las más populares.

Los cónclaves papales eran fuente de todo tipo de rumores y acusaciones debido a la lucha de poderes y al regateo de puestos. Y con la elección de Rodrigo como Papa sucedió que un español volvía a obtener el cargo que los italianos reclamaban para uno de los suyos. Además, Rodrigo era un hombre rico y presumido que seguía hablando únicamente castellano a pesar de que llevaba más de treinta años viviendo en Roma. Esto, desde luego, no podía agradar a los estrictos clérigos italianos. Como era costumbre, Rodrigo había urdido su elección con compromisos y promesas, y aunque esto no era nada nuevo, los Borgia marcaron un hito en la lucha por el poder del papado. No obstante, los cuentos sobre las mulas que salían del palacio de los Borgia cargadas con el dinero de los sobornos son tan falsos como el supuesto pacto de Rodrigo con el diablo, quien le habría ayudado a llegar al pontificado por el precio de su alma. De todos modos, se divulgó que Rodrigo había comprado su elección de una u otra forma y que, por tanto, residía ilegalmente en el Castillo de Sant’Angelo.

Durante su pontificado, a Rodrigo se le imputaron los asesinatos de varios cardenales, pero lo más probable es que no los hubiera cometido ni encargado. Tampoco hay pruebas de sus excesos desenfrenados; al contrario, Alejandro VI fue uno de los papas más conservadores y piadosos de su época. Además fue un papa poderoso, que fortaleció los Estados Pontificios e intervino exitosamente en la política europea. No obstante, el hecho de depender de un papa español daba a las grandes familias italianas motivos suficientes para combatir propagandísticamente al extranjero que ocupaba la sede de San Pedro.

Pero Alejandro VI alcanzó poder y prestigio, de modo que las solicitudes de que se lo desposeyera de su cargo no encontraron apoyo ni siquiera en el influyente y devoto Rey de Francia, que solía mostrarse a favor de las intrigas contra la curia. La propaganda contra los Borgia fue continuada provisionalmente por el dominico Savonarola, quien atacó al Papa corrupto desde una Florencia repentinamente devota. Luego, la fábrica de rumores revivió con noticias cuyo origen permaneció oculto: el primer esposo de Lucrecia, Giovanni Sforza, huyó de Roma una noche, y otro hijo del papa, Juan Borgia, desapareció misteriosamente. Al sacar el cadáver de Juan de las aguas del Tíber, se acusó de su muerte a su hermano César, pues así podía dejar finalmente el cardenalato y empezar una vida mundana. A los hijos del Papa se los culpó precipitadamente, y sin pruebas, de otras muertes espectaculares. Pero a César solo puede comprobársele a ciencia cierta un asesinato que no cometió por mano propia sino que encargó: el estrangulamiento de su cuñado Alfonso de Aragón.

Poco antes de la muerte de su padre, Lucrecia se retiró a Ferrara, donde llevó una vida que puede calificarse de todo menos de inmoral. Sin embargo, su partida de Roma en 1502 desató definitivamente una campaña de desprestigio. Con profusión de detalles, se propagó la noticia de una orgía monstruosa que el Papa había organizado supuestamente con su hija en la noche anterior al día de Todos los Santos: en un aquelarre en toda regla, se invitaron cincuenta prostitutas a palacio para entretener a Alejandro y a Lucrecia con ofrendas sexuales de todo tipo. Se habló de toda clase de perversiones sexuales, hasta de incesto con su hija Lucrecia, por quien el Santo Padre habría competido con su hijo César. La campaña culminó finalmente con la afirmación infundada de que la verdadera madre de Giovanni, el hijo de Alejandro nacido en 1498, era Lucrecia.

El último cénit de la leyenda de los Borgia es la muerte de Alejandro VI, cuya vida supuestamente escandalosa llamó especial atención al final de su pontificado. Según la leyenda, el pecaminoso Papa no tuvo una muerte pacífica sino que murió precisamente por el veneno que pretendía administrarle a un cardenal poco estimado y padeció las angustias mortales durante toda una semana. Alejandro, que a pesar de su edad era un hombre robusto, murió repentinamente de malaria; y en los documentos sobre esa noche de agosto del año 1503 se habla de un gran alboroto, un hedor insoportable y unos epifenómenos espantosos acaecidos cuando los enviados del infierno arrebataron de su entorno sagrado al alma maldita del Sumo Pontífice.

En todo caso, el origen de las calumnias sobre los Borgia se remonta al descontento de las familias italianas por el ascenso de esta familia española en Roma, empezando por Calixto III, primer Papa español desde hacía más de un siglo que no se hizo querer al desairar a las familias del lugar con su política personal dentro de la curia romana. El favoritismo no era nada excepcional entre los papas, pero Calixto prefirió a los compatriotas y parientes equivocados, según los romanos.

En el fondo, la leyenda de los Borgia puede remontarse tanto a los relatos diabólicos acerca de los papas de los primeros siglos como a las supersticiones y textos propagandísticos de la cacería de brujas y la Inquisición. Y Lucrecia está en el núcleo de estas historias porque, en la imaginación cristiana, tales monstruosidades debían provenir de una mujer. Poco después de la muerte de Alejandro VI, fue Johannes Burkhard, su maestro de ceremonias, quien se encargó de ampliar la leyenda. En medio de los acontecimientos políticos que arrebataron la independencia a las orgullosas ciudades de Milán y Nápoles, la leyenda negra del Papa extranjero sirvió para explicar la deshonra de Italia. Y tales calumnias le fueron como anillo al dedo a su sucesor, Julio II, que tenía una cuenta pendiente con los Borgia por la elección de Rodrigo en el cónclave de 1492 y se valió de todos los medios posibles para desprestigiar a los advenedizos españoles.

Posteriormente, la historia fue desapareciendo poco a poco. Por un lado, porque ya no se la necesitaba para fines propagandísticos, por otro, por la canonización de un bisnieto de Alejandro, Francisco de Borja, General de la Compañía de Jesús. La censura católica logró otro tanto. En la Europa protestante, la leyenda experimentó cierta elaboración literaria pero despertó poco interés. El tema solo volvió a ponerse en boga con el romanticismo del siglo XIX, cuando lo importante era más bien la polémica con el Renacimiento y no la campaña contra la Iglesia. Sus redescubridores más destacados fueron el francés Alejandro Dumas, autor de la primera novela larga sobre los Borgia, que tuvo gran influencia en los historiadores, así como Víctor Hugo. Éste representó a Lucrecia como emponzoñadora resentida en una obra de teatro que emocionó a su público, y el compositor Gaetano Donizetti convirtió esta obra en una ópera que todavía se sigue interpretando. El escenario de la primera imagen es Venecia, donde Lucrecia Borgia nunca estuvo.

A finales del siglo XIX se hizo un poco de justicia a la dinastía de los Borgia cuando el historiador alemán Ferdinand Gregorovius se esforzó por reivindicar la imagen de Lucrecia a partir de las verdaderas fuentes. Sin embargo, habría que esperar más de medio siglo para contar con una mirada distinta, libre de leyendas escabrosas, sobre esta dinastía. En la concepción popular de la historia, la leyenda de «sexo y crimen» en el Vaticano ha demostrado ser tremendamente resistente.