Diez
GARRICK salió de clase y caminó hacia su coche, pero apenas había alcanzado la puerta cuando una voz lo llamó desde el otro extremo del aparcamiento.
—¡Señor Reynolds!
Aferró con fuerza el tirador de la puerta. Sólo una persona lo llamaría así, y lo último que quería era hablar ahora con esa persona. Quería estar en casa con Leah.
—¡Señor Reynolds! ¡Espere, por favor!
Él abrió la puerta y pensó por un momento saltar al interior, echar el cierre y salir disparado. Pero no era un cobarde. Lo fue en su día, pero ya no. Apoyó un brazo en la ventanilla y giró la cabeza hacia la joven que se aproximaba a toda prisa.
—¿Sí, señorita Schumacher?
La joven se detuvo junto a él, jadeando por la carrera.
—Gracias por esperar... Quería llegar antes... Mi clase se alargó más de la cuenta.
—A mí también se me ha hecho tarde. ¿Quería algo? —preguntó secamente. Su aliento se evaporaba en forma de nube blanco en el aire frío. Ojalá él pudiera desvanecerse de la misma manera.
—Ya que no quiere dar una charla, se me ha ocurrido otra idea —dijo Liza, y miró fugazmente tras ella. Para horror de Garrick, un joven se acercaba corriendo a ellos—. Darryl trabaja en el periódico local. He pensado... hemos pensado que sería estupendo publicar un artículo...
Garrick frunció el ceño.
—Creía que había dicho que guardaría el secreto.
—Lo dije. Pero luego empecé a pensar —poco a poco iba recuperando el aliento—. No me pareció justo ser egoísta...
—¿Sobre qué?
—Sobre su identidad. Me pareció injusto que sólo yo supiera quién es usted...
—¿Injusto para usted?
—No, no. Injusto para la gente que encontraría muy interesante su historia.
Garrick la miró fijamente.
—¿Y qué pasa conmigo? ¿Qué hay sobre lo que es justo o injusto para mí?
Aquella pregunta sólo sirvió para que Liza se mostrara aún más atrevida.
—Usted es una estrella, señor Reynolds. ¿No conlleva eso ciertas responsabilidades?
—Yo ya no soy una estrella —declaró él con voz muy clara y orgullosa—. Soy una persona como otra cualquiera. Tengo muchas responsabilidades, pero hasta donde yo veo, ninguna de ellas tiene nada que ver con usted, sus compañeros, sus profesores o sus amigos —apuntó con la cabeza hacia el periodista—. ¿Es su novio?
Ella intercambió una incómoda mirada con Darryl.
—Hemos salido juntos unas cuantas veces, pero eso no...
—¿Son amantes?
—Eso no es...
—¿Es buena en la cama? —le preguntó Garrick a Darryl.
Liza se puso colorada.
—Eso no es asunto suyo. No entiendo qué tiene que ver mi vida privada con...
—¿Con mi vida privada? —concluyó Garrick—. Nada, señorita Schumacher. Mis preguntas suponen una invasión de su vida privada tanto como las suyas lo suponen de la mía. Ya le he dicho que no me interesa aparecer en público. Y eso incluye conferencias, charlas, entrevistas o cualquier otra cosa que se les ocurra. Mientras hablaba, la expresión de Liza se tornó de la vergüenza al horror. Y en el silencio que siguió, a la indignación.
—Los periódicos que leí no mentían —espetó, abandonando la hipocresía y el respeto fingido—. Es usted un arrogante.
—En realidad no lo soy —dijo Garrick, sorprendido por la tranquilidad que sentía—. Simplemente estoy intentando explicar mis sentimientos —y no sólo a ella. De repente todo parecía encajar. La imagen de lo que era y de lo que quería en la vida se volvió tan clara como el agua.
Liza intentó mantener la dignidad como pudo.
—Creo que no es más que una vieja gloria. Se quitó de en medio porque no consiguió ningún buen papel después de Pagen’s Law. Y creo que por eso tiene miedo a hablar en público.
Era alta, pero Garrick era más alto que ella. Irguió los hombros y respiró hondo.
—¿Sabe qué, señorita Schumacher? Me importa un bledo lo que usted crea. No tengo miedo de hablar en público ni de darme a conocer. Simplemente no me interesa. Dejé de actuar porque no le hacía ningún bien a mi vida. Aunque me ofreciera usted el papel principal de su próxima obra, lo rechazaría. Aunque me ofreciera la posibilidad de dirigir, la rechazaría. Aunque me ofreciera los titulares en el periódico, los rechazaría. Ahora llevo una vida tranquila y privada. Una vida que es mucho más rica de todo lo que había conocido antes. Si quiere escribir un artículo sobre mí, con gusto le hablaré de las trampas que pongo para animales, de latín o de figuras de ajedrez talladas en madera. En cuanto a la actuación, eso ya no forma parte de mí. Llevo casi cinco años alejado de ese mundo. Y no lo echo de menos en absoluto.
—Me resulta difícil de creer —dijo Liza.
—Lo lamento.
—¿Está satisfecho siendo un... trampero?
—Esa es una de las muchas cosas que hago, pero sí, estoy satisfecho. Muy satisfecho.
—Pero la publicidad...
—No significa nada para mí. No la necesito, y no la quiero —su tono era suave, pero expresaba una convicción inquebrantable. Miró a Darryl con una expresión compasiva más que de disculpa—. Siento que se quede sin su artículo, pero no tengo más que decir.
—¿Señor Rodenhiser? ¡Señor Rodenhiser!
Garrick levantó la cabeza bruscamente al oír el grito de alarma. Procedía de una mujer ala que reconoció como una secretaria del departamento de lingüística. Se acercaba corriendo al coche, aferrando un abrigo con una mano mientras con la otra agitaba un pedazo de papel.
—Gracias a Dios que no se ha marchado —dijo con la voz jadeante.
La sensación de paz que Garrick había experimentado momentos antes se esfumó. La sangre se le congeló en las venas.
—Acaba de recibir una llamada de Susan Walsh. Ha dicho que tenía que encontrarse con Leah en el hospital.
—Oh, Dios mío —murmuró él, pero antes de que las palabras hubieran terminado de salir de su boca, ya se había subido al coche y cerrado la puerta, haciendo que Liza Schumacher se apartara de un salto. De repente se había olvidado de ella, de su novio, de la secretaria, de la universidad y del periódico. Sólo podía pensar en Leah y en el bebé. ¿Qué había ocurrido?
Se hizo la misma pregunta una y otra vez, a veces en silencio y a veces en voz alta. Condujo tan rápido como pudo hasta la entrada de urgencias del hospital. Después de que lo mandaran de un mostrador a otro, finalmente encontró a Gregory, quien le puso una mano tranquilizadora en el hombro.
—Ha roto aguas. La estamos preparando. Vamos, tenemos que lavarnos.
—¿Cómo está?
—Muy asustada.
—¿Y el bebé?
—Hasta ahora está bien, pero quiero sacarlo lo antes posible.
Garrick no hizo más preguntas. Estaba demasiado ocupado rezando. Además, sabía que Gregory no tenía la respuesta a la pregunta más importante de todas. Sólo el tiempo lo diría. Y el tiempo era crucial. Siguió al médico por el pasillo.
Los ojos de Leah estaban fijos en la puerta cuando Garrick entró en el paritorio. Levantó una mano temblorosa y le aferró los dedos con fuerza.
—Me dijeron que estabas de camino. Gracias a Dios que has llegado.
—¿Qué ha pasado?
—He roto aguas. Estaba en la cama, sin moverme. No había hecho nada...
—Shhh —la tranquilizó él, besándola en el pelo—. Lo has hecho todo muy bien, Leah. Has seguido las instrucciones del médico al pie de la letra. Dime, ¿cómo has llegado hasta aquí?
—Llamé a Susan. ¿No te parece una estupidez? Debería haber llamado directamente a Gregory, pero recuerdo haber pensado que Susan estaba más cerca y que me alegraba de que tuviéramos un teléfono porque así no tendría que caminar hasta su casa.
—Fue muy inteligente por tu parte llamar a Susan. Sabe mantener la frialdad en situaciones extremas.
—Ella llamó a Gregory, y Gregory llamó a la ambulancia mientras yo esperaba sentada, temblando de miedo.
—Está bien, cariño —tenía una mano en su pelo, pero miraba a su alrededor con desconcierto, intentando interpretar la frenética actividad que se desarrollaba en la sala—. Todo va a salir bien, cariño —le dijo, justo antes de que una pequeña cortina fuera levantada para ocultar la operación.
Garrick sabía que era el procedimiento estándar para una cesárea, pero entonces se le ocurrió que, ya que Leah había roto aguas, tenía que estar de parto.
—¿Te duele? —le preguntó, mirándola a los ojos.
—Antes sentía algunas contracciones, pero la epidural empieza a hacer efecto y ya no siento nada —abrió los ojos como platos y le apretó la mano—. No siento nada, Garrick. ¿Y si ha pasado algo?
Gregory apareció en ese momento.
—El bebé está bien, Lean. Estamos siguiendo sus latidos por el monitor —miró brevemente a Garrick y volvió a mirar a Lean—¿Vamos allá?
Garrick y Leah asintieron a la vez. Gregory se puso manos a la obra. La anestesista se sentó junto a Leah, mientras que otra enfermera se sentaba junto a Garrick.
—Por favor, haz que viva... —rogó Leah a nadie en particular.
—Vivirá —susurró Garrick, pero sus ojos estaban llenos de angustia cuando buscó la mirada de Gregory.
—Todos estamos pensando en positivo —fue la respuesta de Gregory. No prometía nada, pero parecía muy seguro.
—¿Garrick? —murmuró Leah.
—¿Sí, cariño?
—¿Cómo te ha ido en la universidad?
Garrick se quedó momentáneamente desconcertado. Sus pensamientos no estaban en la universidad. No era el tema más apropiado para hablar en aquel momento y lugar. Pero enseguida comprendió lo que Leah estaba haciendo y se obligó a hacer lo mismo.
—Bastante bien. He bordado el examen.
—Déjate de bromas.
—¿Crees que bromearía en un momento así? —preguntó él con una sonrisa temblorosa—. Saqué un nueve con siete.
—Dicen que los estudiantes más viejos son los mejores.
—Y también he bordado otra cosa hoy.
—¿El qué?
—Liza Schumacher.
Estaban hablando en susurros y con las miradas fijas en los ojos del otro.
—¿Qué ha pasado con Liza Schumacher?
—Me abordó con un periodista local.
—¡Un periodista!
—Querían hacerme una entrevista.
—Oh, no —apretó los dedos alrededor de la mano de Garrick, pero el gesto no tenía tanto que ver con la entrevista como con las voces que se oían al otro lado de la cortina. Quería preguntar qué estaba pasando, pero no se atrevía.
Garrick parecía tener el mismo dilema. Miró frenético a Gregory, que estaba concentrado en su trabajo. Una mascarilla le cubría la mitad del rostro.
—Dije que no estaba interesado y era la verdad —le dijo a Leah, intentando suavizar la expresión cuando volvió a mirarla—. No me interesaba en absoluto.
—La tentación...
—Ni siquiera fue una tentación. No quería lo que se me ofrecía. No había nada que pudiera amenazarme.
—Pero si ella ya le ha dicho a ese periodista quién eres...
—No me importa. Puede llamar a diez periodistas y seguirá sin importarme.
—Y si ese periodista escribe algo...
—Puede escribir sobre la nueva vida que he encontrado. No es la clase de historia que sirva para vender periódicos, así que perderá el interés y me dejarán en paz.
—Me alegro —susurró ella—. ¿Qué están haciendo? —preguntó rápidamente.
—Todo va bien, Leah —la tranquilizó Gregory—. Vosotros dos seguid hablando. Es una conversación muy interesante.
—Quiero tener este bebé, Garrick.
—Y yo también, amor mío. Y yo también. ¿Sientes algo?
—No.
—¿Algún dolor?
—No.
Garrick era demasiado consciente del dolor emocional que estaba sufriendo Leah, y miró lleno de pánico a la anestesista.
—Tal vez debería dormirla.
—¡No! —exclamó Leah—. Quiero estar despierta. Quiero saber qué pasa.
—Estamos en ello, Leah —dijo Gregory en un tono muy tranquilo.
Leah se conformó momentáneamente con la respuesta. Giró la cabeza hacia Garrick y se presionó sus manos entrelazadas contra la mejilla.
—¿Cuándo... cuándo son los exámenes finales? —preguntó con voz débil.
—La semana que viene. Quizá no me presente.
—Oh, no... ¿después de todo lo que has trabajado?
—Sólo me apunté a estos cursos por diversión.
—Pues haz los exámenes por diversión.
—Los exámenes no son divertidos.
—Yo te ayudaré a estudiar.
—Eso sí podría ser divertido. Pero tendrías que...
Un llanto casi inaudible cortó sus palabras. El corazón le dio un vuelco y levantó rápidamente la cabeza.
—¿Garrick? —dijo ella con voz ahogada—. ¿Gregory?
Otro llanto, más fuerte, resonó en la sala.
—Ahhh, esta pequeña va a ser muy fuerte —se oyó la voz satisfecha de Gregory.
—Ella... —murmuró Leah con los ojos llenos de lágrimas. Garrick se levantó del taburete para mirar el pequeño bulto que sostenía Gregory. Un brazo diminuto se agitó en el aire. Sonriendo a través de las lágrimas, volvió junto a Leah.
—Me ha saludado.
—¿Se mueve?
—Compruébalo por ti misma —dijo Gregory mostrándole a la pequeña.
Y Leah la vio. Unos brazos y piernas pataleando en el aire al ritmo de un saludable par de pulmones.
—Está viva... es preciosa... Garrick... ¿la ves?
Él le rodeó la cabeza con un brazo.
—La veo —consiguió decir, y presionó la mejilla humedecida contra su frente.
—La función ha terminado —anunció el pediatra que había estado presente en el parto. Con mucho cuidado tomó a la niña de brazos de Gregory—. Lo siento, amigos. Es mía por unos minutos.
Leah rodeó con los brazos el cuello de Garrick y los dos juntaron sus rostros, ahogando suaves sollozos de gratitud y felicidad.
—Amanda Beth. Es un nombre tan bonito como ella —dijo Leah. Estaba tendida en la cama por órdenes del médico, pero Garrick estaba sentado a su lado, por lo que no le importaban aquellas restricciones temporales.
El rostro de Garrick estaba radiante de orgullo.
—El pediatra no ha visto nada malo. La mantendrán en observación unos días, pero no creen que haya ningún problema.
—Tres kilos, doscientos gramos.
—No está mal para un bebé prematuro.
—Oh, Garrick, ¡soy tan feliz! —exclamó con una amplia sonrisa. Ninguno de los podía dejar de sonreír.
—Lo hemos conseguido. Tú lo has conseguido. Gracias, Leah. Gracias por darme una hija preciosa, por darme seguridad en mí mismo y por amarme.
Leah lo agarró de la oreja y tiró de él para darle un beso.
—Gracias a ti. Por hacerme sentir tan completa.
—Eso es bueno —dijo él—. Porque en unos minutos recibirás visita y quiero que tengas el mejor aspecto posible.
—¿Victoria? —preguntó ella con entusiasmo.
—No. Ella vendrá dentro de unos días. Ha insistido en ayudarte cuando nos llevemos a la niña a casa.
—Llevarnos a la niña a casa... —repitió ella con una sonrisa soñadora—. Nunca pensé que podríamos decir esas palabras —por primera vez su sonrisa vaciló y sus ojos se abrieron como platos—. ¡Garrick! La ropa, los pañales, la cuna... ¡No tenemos nada! —después de dos embarazos malogrados para los que se había preparado con todo lo necesario, se había vuelto supersticiosa y no se había atrevido a comprar nada.
—Tranquila. Mañana buscaré una cuna. Victoria se ocupará de comprar lo demás.
—¿Victoria? Pero ella no puede...
—¿Victoria no puede? —la interrumpió él con una expresión sarcástica.
—Bueno, sí puede ¡pero no podemos permitírselo!
—Me temo que no podemos impedírselo. Me colgó el teléfono sin despedirse siquiera para ir a comprar antes de que cerraran las tiendas.
Leah volvió a sonreír.
—Propio de Victoria.
—Se siente responsable del bebé —dijo él.
—Tal vez deberíamos dejarle creer que lo es, ¿no te parece?
—Tienes toda la razón —dijo él, besándola en la nariz.
—¡Hola, hola! —se oyó la voz cantarina de Susan desde la puerta. Gregory empujaba su silla de ruedas, seguido por un hombre al que Leah nunca había visto.
—Ah, nuestras visitas —dijo Garrick, levantándose rápidamente. Besó a Susan y les estrechó la mano a Gregory y al otro hombre—. Leah, saluda al juez Hopkins. Ha accedido a casarnos enseguida.
—¿Casarnos? —exclamó ella—. Pero... pero ¡no puedo casarme ahora!
—¿Por qué no?
—Porque... porque estoy horrible. Tengo el pelo enredado y estoy sudorosa y...
—Pero vas de blanco —señaló Garrick en tono malicioso.
—Con una bata de hospital —replicó ella—. Ni siquiera me han dejado que me siente para cambiarme.
—No hay ningún problema —dijo Susan. Levantó la bolsa que llevaba entre la cadera y la silla y se volvió hacia los hombres—. Fuera —les ordenó, antes de dirigirse a su marido—. Sé bueno y envíanos a una enfermera para que nos eche una mano —luego se dirigió al juez—. Sólo será un minuto, Andrew —y por último a Garrick—. ¿Crees que podrás controlarte un rato? Ninguno respondió, porque Gregory se apresuró a echarlos de la habitación.
Leah se casó con el vestido rosado y la bata a juego que Susan había comprado. Garrick, vistiendo el mismo jersey y pantalones que había llevado a clase aquel día, permaneció de pie junto a la cama, tomándola de la mano mientras el juez oficiaba una breve ceremonia. Cuando acabó, Gregory sacó una botella de champán y Leah le echó una mirada aprensiva a Garrick, quien se inclinó para susurrarle al oído:
—No puedes tomar nada durante unas horas, pero luego compartiremos una copa. Sólo un sorbo para celebrarlo. No me hace falta el alcohol para subir más alto de donde estoy ahora.
Cinco días después, Garrick y Leah se llevaron a Amanda Beth al pequeño apartamento del garaje. Leah evolucionaba muy bien, y la niña era tan fuerte y sana como habían rezado para que fuera.
Victoria, que se hospedaba en casa de los Walsh, estaba en su elemento. Tras declarar que Amanda era mucho más interesante que los maoríes de Nueva Zelanda, le disputó a Garrick el honor de bañarla, cambiarle los pañales y vestirla. La tarea de alimentarla le correspondía exclusivamente a Leah. Le encantaban esos momentos en los que Amanda mamaba de su pecho y no existían nada más que ellas dos. Pero le gustaban aún más las horas nocturnas en las que Garrick se tendía a su lado y la observaba.
—¿Qué se siente?
—¿Cuando está mamando?
—Sí. ¿Duele?
—¡Oh, no! Es una especie de tirón, muy suave y placentero.
—¿Como cuando te beso ahí? —le preguntó él, pasándole un dedo sobre la curva superior del pecho.
—Un poco. Es una sensación muy profunda, como si estuviera tirando de unas cuerdas que están en mi interior. A veces siento contracciones. Pero eso también es diferente.
—¿Cómo?
—Cuando lo hace ella, es muy agradable. Pero cuando lo haces tú, me haces desear más.
Garrick gimió y movió las piernas, sin hacer el menor esfuerzo por ocultar su excitación. Pero el brillo de sus ojos no era tanto de deseo incontrolable como de amor.
—No puedo imaginarme una vida sin ti, Leah. Tú... Amanda... cuando pienso en la existencia vacía y estéril que llevaba antes...
—No mires atrás —le dijo ella mientras se inclinaba hacia delante y lo besaba en los labios—. Hemos conquistado el pasado. Tenemos un presente maravilloso. Vamos a esperar el futuro con ilusión, para variar.
Y así fue. Tras mantener una larga discusión con Leah, Garrick decidió que quería conseguir el título universitario. Con hija y todo, consiguió estudiar para los exámenes finales y logró que lo aceptaran en Dartmouth, cuyo departamento de latín era excelente.
—Te gustará Hanover —le dijo a Leah—. Tiene mucho encanto.
—Sé que me gustará, pero ¿y tú? ¿No echarás de menos la cabaña?
—Si te soy sincero, no —pareció sorprenderse tanto como ella de que la respuesta le hubiera surgido tan rápidamente—. Me encanta ese sitio, pero mi vida está tan llena ahora que apenas pienso en la cabaña. Me gustaría comprar una casa en Hanover y usar la cabaña como lugar de vacaciones.
Y eso fue exactamente lo que hicieron. Con Amanda en una mochila portabebé sujeta al pecho de Garrick, buscaron por todo Hanover y finalmente se enamoraron de una pequeña mansión victoriana a un corto paseo de la universidad. Durante las vacaciones académicas, y siempre que el tiempo lo permitía, volvían a la cabaña. Pero cuando llegó el mes de junio, poco antes de que se dispusieran a ir a la cabaña para el verano, Garrick le hizo una proposición a Leah.
—¿Qué te parece un viaje a Nueva York?
Los ojos de Leah se iluminaron.
—¿A Nueva York?
—Sí. Sé que no te gustó nada la última vez que estuviste allí...
—Estaba embarazada, cansada y asustada, y tú no estabas conmigo —bajó la voz—. ¿Querrás ir esta vez?
—No permitiría que te fueras sola con Amanda, y Victoria lleva meses suplicándonos que le hagamos una visita.
Ella le rodeó la cintura con un brazo.
—Me encantaría ir, Garrick, pero sólo si estás seguro.
—Lo estoy —dijo él con un guiño—. Quizá hasta podamos tener un poco de tiempo para nosotros solos.
La visita a Nueva York fue muy reveladora en varios aspectos. Garrick descubrió que podía relajarse y sentirse cómodo en la gran ciudad, y Leah descubrió que, aunque se lo pasaron muy bien, estaba ansiosa por volver a casa.
Igualmente gratificantes fueron las noticias de Victoria. Le había llegado el rumor de que Richard y su mujer habían tenido un segundo hijo... que nació muerto. Y aunque Leah se compadeció de ellos, no pudo evitar una sensación de alivio. Parecía ser que la mujer de Richard no se había quedado de brazos cruzados y había empezado a investigar tras la tragedia. Richard había sido adoptado al nacer, pero ella consiguió descubrir quiénes había sido sus padres biológicos... y había descubierto que la mortalidad infantil había sido una constante en su familia paterna desde hacía dos generaciones.
—Todas nuestras preocupaciones para nada —dijo Leah, pero Garrick se apresuró a mostrar su desacuerdo.
—No, mi amor. Puede que las preocupaciones fueran innecesarias, pero sirvieron a un propósito. Si no hubieras tenido miedo, no me habrías dejado para irte a Concord. Y si no lo hubieras hecho, yo me habría quedado en la cabaña el resto de mi vida. Piensa en todo lo que nos habríamos perdido.
Tenía razón, pensó Leah. Garrick había recuperado la plena confianza en sí mismo, y su amor propio alcanzaba nuevas cotas. Había sobrevivido a un accidente y había encontrado las bases para una nueva vida, pero sólo desde la llegada de Leah había empezado a crecer realmente.
—Esto significa que podemos tener otro bebé... —insinuó ella.
—Sin preocupaciones ni temores.
—Pero aún no.
—Tal vez cuando Amanda tenga dos años.
—Esta vez iremos a por un niño.
—¿Cómo vamos a conseguirlo? —le preguntó él con escepticismo.
—Hay muchas maneras. Hace poco estuve leyendo un artículo que decía...
—¿Desde cuándo lees artículos para elegir el sexo de un bebé?
—Desde que el mundo se abrió ante mí y empecé a soñar de nuevo.
* * *