Cinco

GARRICK la besó. Era la primera vez que sus labios se tocaban, y fue tanto el tacto en sí que Leah se estremeció de arriba abajo. La boca de Garrick era increíblemente hábil, y le capturó la suya con una delicadeza y dulzura que insinuaban un profundo deseo interior. La rozó suavemente con los labios y se apartó para mirarla otra vez.

Sus ojos le recorrieron cada uno de sus rasgos. Le quitó las gafas y la besó en los ojos, en el puente de la nariz, en el pómulo, en la sien. Cuando regresó a su boca, ella tenía los labios separados y había inclinado la cabeza para recibirlo con su propio y ferviente deseo.

El arrebato de Garrick igualaba al de Leah. Había estado reprimiéndolo todo el día, repitiéndose que no la deseaba ni necesitaba y que sólo podría causarle problemas. Pero entonces Leah había explotado. Le había hablado desde el corazón y él había percibido su dolor. Y entonces había sabido que el deseo carnal sólo era una pequeña parte de la atracción que sentía por ella.

No podía seguir reprimiéndose, porque así como su nueva vida estaba construida sobre el control, también lo estaba sobre la honestidad. Lo que sentía por Leah, lo que necesitaba de ella y con ella era demasiado fuerte, demasiado bonito para ser mancillado por un comportamiento desagradable o por la falta de comunicación. Hablaría con ella. Le contaría cosas de sí mismo. Pero antes necesitaba hablar con su cuerpo.

Valiéndose de todo lo que había aprendido para complacer a una mujer, se dispuso a complacer a Leah. Labios y lengua empezaron a trabajar por igual con la más sutil de las caricias, adorando sus pequeños dientes y la húmeda cavidad que custodiaban.

Pero no había nada calculado en lo que hacía. Tal vez hubiera aprendido y perfeccionado la técnica con otras mujeres, pero la devoción que le rendía a Leah le brotaba directamente del corazón. Y era muy placentero descubrir esa cualidad ignorada hasta entonces. Era como volver a nacer. Su pasado cobró un nuevo significado, porque era la base sobre la que podía asentar su veneración hacia Leah.

Ella lo sentía. Sentía la fuerza emocional que alimentaba aquellos besos y caricias. Sentía cosas nuevas y diferentes; cosas que traspasaban su corazón y la hacían temblar.

—¿Garrick? —susurró.

—Shhh...

—Siento haberte gritado...

—Hablaremos después. Ahora te necesito demasiado —la volvió a besar, entreteniéndose en el contacto, y la soltó para quitarse la sudadera.

Las manos de Leah estuvieron sobre su pecho antes de que la sudadera cayera al suelo. Con las palmas extendidas y los dedos separados, deslizó las manos sobre su torso cubriendo posesivamente cada centímetro de piel. Su cuerpo era cálido y robusto. Una fina capa de vello, de matiz dorado a la luz de las llamas, trazaba un diseño masculino sobre su carne. Leah palpó la extensión vellosa sobre sus pectorales y siguió su descenso en picado hasta la cintura. Entonces volvió a subir y presionó las manos contra sus endurecidos pezones.

Garrick soltó una temblorosa exhalación. Tenía los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. Había cerrado sus largos dedos en torno a las muñecas de Leah, pero no para detenerla sino simplemente porque necesitaba tocarla y saber que no estaba imaginando su tacto. Una oleada de fuego lo abrasaba por dentro, y un caudal de sudor empezaba a afluir por sus poros, facilitando el sensual deslizamiento de las manos de Leah.

Cuando ella le rodeó los hombros y empezó a acariciarle la espalda, él le desabrochó el camisón y le bajó la prenda por los brazos. Por unos momentos no pudo hacer otra cosa que contemplar la perfección que se ofrecía a sus ojos. Los pechos de Leah eran turgentes y redondeados, y sus pezones resplandecían a la luz de las llamas. Tocó uno. Estaba endurecido, pero al tacto se hinchó aún más. Con un gemido de dolor y placer, Leah se aferró a la carne de sus costados.

Él la miró a los ojos y vio en ellos el deseo que se adivinaba en su respiración.

—Quiero tocarte, Leah. Necesito tocarte. Necesito tocarte y probarte.

Ella tragó saliva con dificultad.

—¡Hazlo, por favor!

Garrick no pudo evitar una sonrisa. Leah era una mujer tan adorable, tan sexy, tan inocente... Tenía que besarla otra vez, y así lo hizo. Y mientras pegaba los labios a los suyos le tocó los pechos. Ella dio un respingo, pero él la calmó con la exquisita suavidad de su boca y sus manos. Cuando las puntas de sus pulgares le tocaron los pezones, soltó un gemido de excitación desde lo más profundo de su garganta. Y cuando los índices se unieron a los pulgares, el deseo que se arremolinaba en su interior creció a una velocidad vertiginosa e imparable.

Garrick se llevó las manos a la cintura de los pantalones y se los desabrochó frenéticamente, dejando que Leah se desnudara ella sola. Quería seguir tocándola, en las rodillas y en los muslos, suaves y temblorosos. Se arrodilló entre sus piernas, y cuando las manos de Leah se deslizaron bajo sus calzoncillos en busca del punto de mayor calor, su miembro apuntó directamente al corazón del sexo femenino.

Leah echó la cabeza hacia delante y le mordió el hombro al tiempo que rodeaba su miembro con las manos, midiendo su longitud y grosor y sopesando su masa. Era como acariciar una barra de acero recubierta de satén, y sus atenciones fueron recompensadas cuando sintió cómo se endurecía aún más contra sus palmas. Pero tenía la mitad de su atención en otra parte, porque Garrick le había separado los labios de su sexo y había empezado a excitarla de una manera que le impedía respirar y pensar.

Nunca había creído que pudiera perder la cabeza en lo que al sexo se refería, pero nunca había estado ni la mitad de excitada de lo que estaba ahora. Se sentía como si estuviera flotando, elevándose a las alturas, y cualquier intento por dominarse era en vano.

—Garrick... oh... oh... —tomó aire y lo soltó en un tembloroso susurro—. Por favor... quiero... quiero que...

Pero justo entonces él le atrapó el pezón con los dientes y fue demasiado tarde. La suave succión acompañada del roce de la barba rompió el hilo del que pendía su resistencia. Apretó los muslos y sintió que su interior explotaba, y lo único que pudo hacer fue jadear contra el hombro de Garrick al tiempo que la sacudía una interminable sucesión de espasmos. Cuando finalmente se apagaron, enterró la cara en su cuello.

—Lo siento... No he podido aguantar...

Él le tomó el rostro entre las manos y la besó. Sus labios no se separaron de los suyos mientras la llevaba a la cama. Terminó de quitarle el camisón y de desnudarse a sí mismo, y entonces se tumbó sobre ella.

Leah estaba preparada para recibirlo, pero él no tenía únicamente la intención de saciar su deseo mientras ella yacía satisfecha y pasiva. Quería volver a excitarla. Quería avivar su deseo por él, porque sólo entonces su propia satisfacción sería completa.

De modo que empezó a tocarla de nuevo. Sus pechos, su vientre, el punto ultrasensible entre sus piernas... La estimulaba hábilmente con manos, labios y lengua. Y siguió haciéndolo hasta que ella empezó a tomar parte activa y comenzó a acariciarlo en los lugares claves con dedos ávidos por complacer.

Y Garrick estaba complacido, aunque «complacido» no describía ni remotamente sus sensaciones. Nunca se había sentido tan valorado. No sólo necesitado y deseado... Apreciado. Bajo las manos, labios y aliento de Leah se sentía único y especial, como si Leah no pudiera hacer aquello con ningún otro hombre.

En aquel momento no importaba el futuro. Necesitaba a Leah ahora y hasta cuando decidiera quedarse con él. Y si al final de ese tiempo se quedaba solo, sabía que habría experimentado algo maravilloso y desconocido para la mayoría de los hombres.

Leah se retorcía bajo él, apremiándolo a que la tomara. Él la agarró de las manos, entrelazó los dedos con los suyos y los apretó contra el edredón a la altura de los hombros. Colocado encima de ella, contempló su rostro mientras lentamente empezaba a penetrarla. Leah cerró los ojos y sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa de gozo. Entonces, con un suspiro, levantó las piernas y rodeó con ellas a Garrick.

—No te muevas —le susurró, sin borrar aquella sonrisa felina—. Eres tan... me siento tan... bien... tan llena.

—¿Leah? —la llamó él.

Ella abrió lentamente los ojos. En ellos ardía el mismo amor que henchía el corazón de Garrick. Él sabía que era absurdo. Sólo hacía dos días que se conocían. No habían hablado mucho, ni habían compartido experiencias pasadas ni planes para el futuro. Pero él la amaba. Nunca había sentido nada igual... aquel deseo enloquecedor de querer complacerla, de hacerla feliz. Con gusto sacrificaría la tranquilidad por escuchar su música, las chuletas y patatas por tomar su comida china, la velocidad al caminar en solitario por llevarla a trompicones por el barro. Sabía que si en aquel momento ella le pedía que se retirara, él se olvidaría de su orgasmo y aun así se sentiría completo.

Pero ella no le pidió nada por el estilo. En vez de eso, empezó a mover las caderas y los músculos internos, sujetándole más fuertemente el miembro. Levantó la cabeza de la almohada y buscó sus labios, y él perdió la noción de todo salvo del intenso placer que experimentaba al acariciarle la lengua y atraerla a su boca. Se combó para retirarse y volvió a empujar, y así sucesivamente hasta que en una última embestida se quedó quieto y rígido, vaciándose en una liberación tan poderosa que pensó que había muerto y subido al Cielo.

Sólo cuando recuperó la conciencia se dio cuenta de que Leah también estaba temblando por las secuelas del climax. Tenía la mejilla presionada contra sus manos entrelazadas, los ojos cerrados y los labios entreabiertos para emitir suaves jadeos que a Garrick le sonaron como música celestial. Estaba contento de no haber muerto, porque aún quedaba mucho más por experimentar.

Se apartó cuidadosamente de ella y la acurrucó contra su costado, rodeándola con un brazo por la espalda y agarrándole el muslo con la otra.

Con los ojos cerrados, Leah suspiró de satisfacción. Frotó la nariz contra el pecho de Garrick, aspirando el olor a hombre y a sexo que la habría excitado de inmediato de no haber estado saciada.

—Ahhh, Garrick —susurró—. Ha sido maravilloso...

—¿Verdad que sí? —dijo él con voz suave. En el pasado hubiera buscado un cigarrillo y hubiera intentado poner distancia entre ambos cuerpos. Pero ahora lo único que quería era yacer junto a Leah. Y hablar.

—Eres increíble —dijo ella—. Tal vez debería haberte gritado más.

Garrick soltó una perezosa carcajada.

—Tal vez. Eso me vuelve loco.

—No soy una persona a la que le guste gritar.

—Ni yo soy una persona a la que le guste meditar tanto.

—¿Y entonces por qué lo haces?

Él le acarició la cabeza con la barbilla, esperando que la barba suavizara el impacto inminente.

—Por ti.

—¿Tan difícil es tenerme aquí?

—Todo lo contrario. Me gusta que estés aquí.

—Entonces, ¿por qué...?

—Me gusta demasiado. Pensaba que mi vida estaba resuelta. Pero entonces apareciste tú y lo volviste todo del revés.

—Oh —murmuró ella—. Sé lo que quieres decir.

—¿En serio?

—Mmm. No me importaba vivir sola, sin un hombre. Pensaba que era lo más sensato y seguro.

—¿Tanto sufriste en tu matrimonio?

—Sí.

—¿Tu marido te maltrataba?

—Nunca me pegó. Era más bien un maltrato psicológico.

—Háblame de él. ¿Cómo era?

Leah lo pensó unos momentos, buscando la forma de expresar sus sentimientos con un mínimo de amargura.

—Era bien parecido y tenía un encanto natural. Podía venderle una nevera a un esquimal.

—¿Era vendedor?

—No exactamente. Era... es un alto ejecutivo de una agencia de publicidad. Si quieres saber algo más de su carisma, sólo tienes que preguntar por Richard. La gente se agolpa a su alrededor. Atrae a los clientes como un pastel a las moscas. Sólo Dios sabe por qué se casó conmigo.

Garrick le dio un apretón con el brazo, pero ella siguió hablando.

—Lo digo en serio. Supongo que fue la fase en la que él estaba cuando nos conocimos. Acababa de empezar a abrirse camino y necesitaba una esposa relativamente sofisticada. Supongo que yo puedo dar el pego cuando lo intento. Necesitaba a alguien que conociera bien la sociedad neoyorquina, y como yo había vivido ahí toda mi vida, supongo que también cumplía ese requisito. Y, sobre todo, necesitaba a alguien a quien pudiera manipular. Y en eso yo era la más adecuada.

—A mí no me pareces tan manipulable —dijo Garrick.

Ella se echó a reír.

—¿Cómo puedes decir eso después de lo que ha hecho Victoria?

—Eso puede ser una excepción, y como los dos hemos caído en la trampa, no cuenta.

—Bueno, Richard era capaz de manipularme. Yo siempre quería complacerlo y que nuestro matrimonio funcionara.

—¿Por qué no funcionó?

—Por muchas razones. Principalmente porque no pude ser lo que él quería.

—¿No pudiste?

—No pude y no quise. Estaba cansada de que me dijera qué ropa debía ponerme y cómo debía comportarme. Y cansada de que, por mucho que lo intentara, no estaba a la altura.

—¿Pero qué quería ese tipo? —espetó Garrick. Su rugido reverberó por todo su pecho, bajo la oreja de Leah. Pero a ella no le importó su reacción, pues sabía que estaba de su parte.

—La perfección.

—Nadie es perfecto.

—Díselo a Richard.

—Gracias, pero no. Parece el tipo de hombre al que suelo evitar.

—Eres muy listo.

—O muy débil. Aún no lo he decidido.

Leah se movió y giró la cabeza para mirarlo a los ojos.

—¿Tú, débil? Eso sí que no me lo creo. Mira el tipo de vida que llevas. Hace falta ser muy fuerte para vivir como tú.

—No me refería a la fuerza física.

—No yo. También estoy hablando de fuerza psicológica. Vivir solo en una montaña, preferir la soledad a la compañía... Muy pocos podrían hacerlo.

Era la oportunidad perfecta para contar algo de sí mismo y de su pasado, pero no le salieron las palabras. Quería que Leah lo respetara, y no se atrevía a correr el riesgo de confesarle lo que había sido.

—No estoy seguro de haberlo hecho tan bien, viendo cómo he acabado contigo —la aupó sobre su pecho y la besó apasionadamente. Pero su fiereza se aplacó enseguida—. Sabes muy bien, Leah —le susurró con voz ronca, al tiempo que le deslizaba las manos por el cuerpo—. Y es delicioso tenerte sobre mí.

Y allí era precisamente donde estaba, con los pechos aplastados sobre su torso y los muslos a horcajadas sobre los suyos. A Leah le gustaba tanto estar así que empezó a mecer lentamente las caderas y a besarlo en el cuello.

—Hueles muy bien —le susurró.

Garrick sonrió. Se sentía redimido, casi desafiante. Su olor era natural, pero a Leah le gustaba. ¡Podía mandar al infierno las carísimas colonias de Los Ángeles!

—¿Garrick? —lo llamó ella, con el rostro pegado a su pecho.

—¿Qué, cariño?

—Te deseo otra vez.

Él se echó a reír.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Tú. Eres maravillosa.

—¿Significa eso que tú también me deseas?

—¿Tú qué crees?

—Yo creo que sí, pero tal vez te parezca que sólo voy tras tu cuerpo.

Esa vez Garrick no se rió, sino que le hizo levantar suavemente la cabeza y la miró con una expresión de asombro.

—Lo que me parece es que soy el hombre más afortunado de la Tierra —dijo, antes de volver a besarla. Llevó las manos hasta sus caderas y la levantó ligeramente para hacerla descender sobre su miembro erguido.

Lean casi nunca había estado en una posición dominante, pero su deseo compensaba con creces la falta de experiencia. Al principio dejó que Garrick la guiara, moviéndola arriba y abajo con lentos empujones. Pero entonces él empezó a acariciarle los pechos y ella se dejó llevar por el instinto. Oyó cómo se aceleraba la respiración de Garrick e incrementó el ritmo. Sintió cómo él agachaba la cabeza y estiraba el cuello para alcanzar sus pechos con los labios. Sintió cómo se acercaba al climax y se unió más fijamente a él. Y cuando lo oyó gritar de éxtasis, ella lo acompañó hasta el final del orgasmo.

Cuando sus latidos volvieron a un ritmo normal, pensó que estaría exhausta, pero no era así. Su cuerpo estaba saciado, pero su mente sólo había empezado a desear. Quería hablar. Era como si se hubiera resquebrajado la presa que contenía años y años de represión mental, y un torrente de pensamientos y preguntas amenazaran con ahogarla.

—Ninguna mujer había estado antes en esta cama —dijo él cuando empezaba a temer que se hubiera quedado dormido.

—Lo sé.

—Aquí no viene casi nadie. Hay un trampero que se pasa de vez en cuando por aquí. Y los que vienen a comprar mis pieles.

—¿Sólo en invierno?

—Claro. Desde mediados de enero ya no se puede cazar.

—¿Por qué no?

—Porque lo prohíbe la ley, y con razón. Las pieles son más gruesas en invierno y se venden a mejor precio. Pero eso es secundario. Lo principal es que la caza y las trampas no tienen como objetivo explotar la fauna salvaje, sino controlarla. Los mapaches amenazan los campos de maíz. Y los castores bloquean la corriente de los arroyos.

—No tienes que justificarte.

—Todo forma parte de la explicación. No puede haber libre competencia para las trampas. Al principio de cada estación, el departamento de caza y pesca establece límites rigurosos para la captura de cada especie. Por ejemplo, yo sólo puedo atrapar tres nutrias al año. Con ochocientos tramperos en el Estado, el límite de tres nutrias por trampero posibilita que su número crezca. Si no se fijaran límites, la especie estaría en peligro de extinción.

—¿Cómo se marcan esos límites?

—El departamento lo decide basándose en la información que le proporcionan los tramperos el año anterior. Cada animal que atrapo tiene que ser etiquetado. Informo al departamento de dónde y cuándo lo he cazado, en qué condición estaba el animal y lo que he observado en la población mientras colocaba mis trampas.

—Entonces, ¿los límites varían cada año?

—En teoría, sí. Pero en los últimos años la población de las distintas especies se ha mantenido estable, lo que significa que el departamento ha hecho bien su trabajo. De vez en cuando interviene el politiqueo. Por ejemplo, las nutrias se alimentan de pavos y conejos. Los cazadores de estas especies presionan para que se aumente el límite de nutrias, y que así haya más pavos y conejos.

—¿Y lo consiguen?

—No. En los años treinta las nutrias llegaron a estar al borde de la extinción, por eso el departamento se preocupa mucho de protegerlas.

—Pero ¿por qué la fecha límite de enero?

—Porque en febrero empieza la época de apareamiento.

—Entonces, ¿sólo puedes poner trampas durante tres meses al año?

—Puedo atrapar castores hasta finales de marzo, y coyotes siempre que quiera. Pero los primeros los utilizo principalmente para cebo, y los segundos no me interesan salvo para mantenerlos alejados de mis trampas. Se comerían todas mis presas si pudieran. Y son muy listos, estos coyotes. Si atrapas a uno, el resto no volverá a acercarse a ese lugar.

A Leah le encantaba oírlo hablar, no sólo por su voz baja y profunda, sino por sus amplios conocimientos.

—Debe de ser todo un arte poner trampas.

—Arte y ciencia. Exige un duro trabajo, aunque sólo sea por pocos meses.

—¿Es más complicado que colocar grifos en un árbol?

Él se echó a reír.

—Un poco. El trabajo empieza antes de que se abra la temporada. Tengo que conseguir una licencia, más un permiso por escrito de los propietarios de las tierras que cruzo. Preparar las trampas, reparar las viejas... Una vez que comienza la temporada y he colocado mis trampas, tengo que darme prisa en comprobarlas cada mañana.

—¿Cada mañana?

—Y muy temprano.

—¿No te importa?

—No. Me gusta —respondió, recordando cuánto odiaba madrugar cuando trabajaba en Los Angeles. Con demasiada frecuencia se acostaba tarde y se despertaba con resaca tras una noche de fiesta. Pero en New Hampshire no había fiestas ni alcohol, y no tenía ningún problema en levantarse temprano. Había descubierto que las primeras horas de la mañana eran las más tranquilas y productivas.

—¿Por qué hay que comprobar las trampas temprano?

—Porque casi todos los animales de pieles son criaturas nocturnas, lo que significa que salen en busca de comida por la noche. Quiero recogerlos tan pronto como sea posible una vez que caen en la trampa.

—¿Por qué?

Garrick se echó a reír. De pronto fue consciente de que se había reído más en las últimas horas que durante semanas.

—¿Qué es tan gracioso?

—Tú —respondió él, abrazándola con más fuerza—. Tu curiosidad. Es insaciable.

—Pero es muy interesante lo que haces. ¿Te importa que te pregunte?

—No, no me importa que me preguntes —respondió con toda sinceridad, lo cual lo sorprendió tanto como su risa.

Los últimos cuatro años de su vida habían estado dominados por el silencio. Al principio lo había necesitado, porque no se sentía capaz de mantener una conversación con nadie, y mucho menos con una mujer. Sólo había hablado lo estrictamente necesario con la gente del pueblo, quienes, afortunadamente, eran gente de pocas palabras. Por eso se había sentido a las mil maravillas. No le gustaba hablar por hablar ni mantener charlas superficiales. Ya había tenido bastante de esas últimas... Charlas destinadas a impresionar, a herir, a pasar el rato, a ganar.

Nunca había tenido la clase de conversación amena, inocente y sincera que estaba manteniendo con Leah, y no creía que jamás pudiera tener bastante. Por extraño que le resultara hablar de trampas y castores después de haber hecho el amor, estaba disfrutando.

—¿Por qué quiero recoger mi presa lo antes posible? Porque si espero demasiado, el zorro puede adelantarse o la piel puede quedar seriamente dañada. Una vez que tengo al animal, intento concentrarme en el arte de preparar la piel.

—¿Y eso es un arte?

—Por supuesto. Por ejemplo, cuando hay que... —dudó un momento—. No necesitas oír esto.

—Como quieras —aceptó ella, tan rápidamente que él volvió a reírse—. Bueno, así que la temporada de caza es muy corta. ¿Qué haces durante el resto del año?

—Leer. Tallar. Cultivar verduras...

—¿Verduras? —repitió ella, irguiéndose—. ¿Dónde?

—En la parte de atrás.

—¿Qué hay en la parte de atrás? No hay ventanas en esa pared.

—Hay un claro. Es pequeño, pero en verano recibe la luz solar suficiente para cultivar lo que necesito.

—¿Y qué cultivas?

—Lechugas, tomates, zanahorias, guisantes, judías, calabacines... Congelo una gran cantidad para los meses de invierno. Lo que sobra lo tiro, o lo utilizo para comerciar. Así fue como conseguí el sirope de arce.

—No está mal —dijo ella, agachando la cabeza para darle un beso en el cuello—. La verdad es que estoy impresionada. Soy muy torpe con las plantas. Se me mueren todas. Al final desistí de cultivarlas, y supongo que fue una decisión acertada. Si hubiera estado atada a una planta y hubiera tenido que abandonarla al venirme aquí...

—Podrías habértela traído.

—Menos mal que no lo hice. Quiero decir, tengo casi todas mis cosas en el coche. La cabaña de Victoria se ha destruido y no tengo ni idea de adonde iré cuando...

Garrick cortó sus palabras con un beso, al tiempo que la tumbaba de espaldas. No quería que hablara de irse a ninguna parte. No quería que pensara en irse a ninguna parte. Lo único que quería era que volvieran a hacer el amor.

Leah no necesitó mucho estímulo. El peso del cuerpo masculino presionándola contra el colchón bastó para prender las llamas de la pasión. Se besaron una y otra vez y empezaron a tocarse y explorarse con más atrevimiento que antes. Líneas y curvas que deberían resultarles familiares cobraron una nueva e interesante perspectiva, avivando el fervor que ardía en sus cuerpos hasta que, una vez más, alcanzaron juntos la gloria del orgasmo.

Esa vez, cuando cayeron lánguidamente el uno en los brazos del otro, permanecieron en silencio.

—¿Garrick? —susurró ella al cabo de un rato.

—¿Mmm?

—Nunca había hecho esto antes.

—¿Mmm?

—Tres veces en una noche. Nunca creí que fuera posible. Nunca quería más de... más de una vez.

—¿Sabes una cosa? —preguntó él, hablando también en susurros—. Yo tampoco.

—¿En serio?

—En serio —era extraño, pero estaba orgulloso de decirlo. ¿Cuántas veces había mentido en el pasado? Había tenido una imagen que mantener, pero había sido una imagen vacía. Si una mujer le pedía más, siempre tenía una respuesta preparada. Pero con Leah era diferente. Con ella no sólo sentía deseo, sino también amor.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí, Garrick?

—Cuatro años.

—¿Y has ido a algún sitio cuando tenías necesidad de...?

—No he tenido mucha necesidad, pero había mujeres a las que podía ver.

—¿Eran guapas?

—Estaban bien.

—¿Sigues viendo a alguna?

—No. Sólo podía permitirme aventuras de una noche.

—¿Por qué?

De nuevo Leah le ofrecía la oportunidad para abrirse. Podría explicarle que había pasado por una época difícil, intentando encontrarse a sí mismo, pero entonces ella le haría más preguntas, y él no quería tener que responderlas. No esa noche.

—Ninguna de ellas me hacía desear más —fue lo único que respondió.

—Oh.

—¿Qué significa ese «oh»?

—¿Vas a echarme mañana?

—No puedo. El barro, la lluvia... ¿recuerdas?

—Si no fuera por el barro, ¿me echarías de aquí?

—Ya hemos tenido más que una aventura de una sola noche.

—No me estás respondiendo.

—¿Cómo podría echarte de aquí? No tienes adonde ir.

—Garrick...

—No, Leah. No te echaría de aquí. No te echaré de aquí. Me gusta que estés aquí. Puedes quedarte el tiempo que quieras.

—¿Porque soy buena en la cama?

—Sí.

—¡Garrick!

—Porque me gustar contigo. ¿Qué tal?

—Mejor.

—¿Quieres más?

—Sí.

—Porque mi jersey te queda mucho mejor que a mí.

—Creía que querías que te lo devolviera.

—Quiero que te lo quedes. Y que te lo pongas.

—De acuerdo.

—Y puedes cocinar si lo deseas.

—Pero no te gusta la comida china.

—No me gustaba hasta que probé lo que hiciste esta noche. Sólo estaba siendo difícil... ¿Sabes hacer algo más aparte de comida china? —se aventuró a preguntarle.

—He hecho cursos de cocina francesa e india. Pero no tengo los ingredientes necesarios.

—¿Siempre cocinas para ti misma en Nueva York?

—Oh, no.

—¿Qué comes normalmente?

—¿Cuando no me estoy dando un atracón con Victoria?

—Ahora que lo dices, comes una barbaridad. ¿Cómo es que estás tan delgada?

—Alimentos bajos en grasas.

—¿Cómo?

—Alimentos bajos en grasas. Precongelados. Se hacen en el microondas.

—¿Tomas comida precongelada? —preguntó él, horrorizado.

—Claro. Está muy buena. Quizá le sobre un poco de sodio, pero ofrece una dieta equilibrada.

—Oh, si tú lo dices...

Ella soltó un bostezo.

—Lo digo.

—¿Cansada?

—Un poco. ¿Qué hora es?

—No lo sé. No tengo reloj.

Ella le puso la muñeca delante de la nariz.

—No tengo mis gafas. ¿Qué hora muestra mi reloj?

—Dos lunares menos diez pecas.

—Oh —murmuró ella, dejando caer la mano—. Me dejé el reloj en el cuarto de baño.

—No pasa nada. El fuego se ha apagado, así que tampoco podría haber visto las manecillas.

—Es luminoso.

—Has venido preparada, ¿eh?

—Siempre —se acurrucó contra él y reprimió otro bostezo—. No quiero dormir. Me gusta hablar contigo.

—A mí también.

—¿Podremos seguir hablando por la mañana o volverás a tu mutismo habitual?

—Seguiremos hablando —dijo él, riendo.

—¿Prometido?

—Palabra de scout.

—¿Fuiste boy scout?

—Hace mucho tiempo.

—Quiero que me lo cuentes —murmuró ella en un tono cada vez más somnoliento.

—Te lo contaré.

—¿Garrick?

—¿Mmm?

Leah no habló enseguida, y cuando lo hizo apenas podía articular ya las palabras.

—¿Cuántos años tienes?

—Cuarenta —respondió él, y esperó a que ella dijera algo más.

Cuando no lo hizo, susurró su nombre. Ella no respondió. Garrick sonrió y la besó suavemente en el alborotado flequillo.