Nueve
EL apartamento era tan perfecto como Gregory Walsh le había asegurado. Con delgados tabiques dividiendo la estancia en un salón, un dormitorio y una cocina, parecía más pequeño que la cabina, pero era muy acogedor. Los muebles eran de ratán, y los cojines blanquiazules con las cortinas a juego ofrecían una imagen alegre pero relajante. Leah tenía acceso libre al jardín, tan verde y exuberante como el bosque que rodeaba la cabaña y que la hizo sentirse aún más como en casa.
Susan Walsh era una influencia de lo más positiva. Decir que se tomaba su enfermedad «con filosofía» era quedarse corto. Su actitud hacia la vida era tan alegre y entusiasta que Leah no podía evitar una sonrisa cada vez que estaban juntas, lo cual era bastante a menudo.
Pero también había momentos de soledad, en los que Leah yacía en la cama con una horrible sensación de vacío a pesar de la vida que crecía en su interior. O cuando se sentaba en el jardín trasero a intentar trabajar y era incapaz de concentrarse porque no hacía más que pensar en Garrick. Él la llamaba casi todos los días, pero las conversaciones eran muy forzadas, y con frecuencia Leah colgaba el teléfono sintiéndose peor que nunca.
La angustia que sentía llegaba a sorprenderla. Durante sus embarazos anteriores, nunca le había importado que Richard se marchara en viaje de negocios. Intentó convencerse a sí misma de que la separación entre Garrick y ella era una especie de viaje de negocios, pero eso no la ayudó en lo más mínimo. Garrick no era Richard. Garrick había ocupado un lugar en su corazón y en su vida al que Richard no se había acercado ni de lejos. Lo echaba de menos con una pasión que seis meses antes no hubiera creído posible.
Físicamente, evolucionaba bien. Veía a Gregory en el hospital cada dos semanas. Sus reconocimientos se hicieron más exhaustivos y a menudo iban acompañados de una prueba u otra. A ella no le importó, ya que los resultados eran muy alentadores, como también lo era tener el hospital tan cerca por si sentía alguna molestia extraña. No sentía ninguna, sólo los movimientos esporádicos de su bebé, que se hacían más fuertes y frecuentes a medida que pasaban las semanas. Deseaba que Garrick sintiera esas pataditas y codazos. Quería que oyera los latidos del bebé. Pero sabía que no podía tenerlo todo. Había tomado una decisión y tenía que respetarla hasta el final. El problema era aprender a vivir con ella.
Cuando ya llevaba casi un mes en Concord, despertó un día poco antes del alba con una extraña sensación. Sin abrir los ojos se presionó una mano en el vientre. El pulso se le había acelerado, pero no sentía dolores ni contracciones prematuras. Apenas se atrevía a respirar, intentando averiguar qué la había despertado, cuando unos dedos ligeros le tocaron el rostro. Abrió los ojos y dio un respingo hacia atrás al tiempo que soltaba un chillido.
—Shhh —unas manos suaves se cerraron en sus hombros—. Soy yo.
Todo lo que Leah podía distinguir era una forma borrosa a la débil luz del amanecer.
—¿Garrick? —susurró mientras se aferraba frenéticamente a las manos que le sujetaban los hombros. Eran fuertes, como las de Garrick. Y olían a Garrick.
—Siento haberte asustado —dijo aquella voz grave, que era definitivamente la de Garrick.
Ella le echó los brazos al cuello y se abrazó a él durante un minuto. Luego, incapaz de creer que Garrick estuviera realmente en su cama, se apartó y lo miró. No necesitó sus gafas ni encender la luz para distinguir los rasgos que tanto había echado de menos en las últimas semanas.
—¿Asustado? Me has dado un susto de muerte —exclamó—. ¿Qué... por qué... qué haces aquí a estas horas?
Él se encogió de hombros y sonrió maliciosamente.
—Me llevó más tiempo del que pensaba hacer el equipaje.
—¿El equipaje? —repitió ella, apretándole los músculos de la nuca—. ¿Vas a...?
—¿Vivir contigo? Sí.
Leah gritó su nombre y se arrojó sobre él. Esa vez lo aferró con tanta fuerza que Garrick tuvo que meterse en la cama con ella para que no lo ahogara.
—Me estaba muriendo de agonía, Leah —le confesó—. La cabaña se me caía encima. Sin ti allí soy un desgraciado. Y esas llamadas telefónicas me dejaban peor aún.
Ella no pudo contener una carcajada emocional.
—Lo mismo digo.
—Tú no estabas en la cabaña. No sabes lo vacía que estaba.
—Sé lo vacía que he estado yo —dijo ella, pegando la boca a su cuello—. Pero ¿qué pasa con...? Te negabas a venir...
—Lo escribiste muy claro en la nota que dejaste. Cobardía. La sensación me estuvo acosando hasta que no pude soportarlo más. No sé qué será de mí aquí, pero estoy dispuesto a correr el riesgo. No tengo otra elección. Estar contigo significa demasiado para mí.
Con un gemido de agradecimiento, Leah empezó a besarlo... en el cuello, la barba, los pómulos, los ojos y la nariz. Cuando alcanzó su boca, ya le estaba quitando el jersey, pero fue retenida brevemente por las manos de Garrick, que estaban por todo su cuerpo, dirigiéndose hacia aquellas zonas que más habían cambiado durante su separación.
—Te deseo, Leah... —gimió—. ¿Podemos hacerlo?
—Sí, pero...
—Deja que te haga el amor.
—Ya me lo has hecho viniendo aquí —susurró ella, caldeándole la piel con su aliento mientras le besaba el pecho y pasaba de un pezón a otro—. Ahora me toca a mí.
Garrick no podía dejar de tocarla, pero cerró los ojos y se tumbó de espaldas. Levantó las caderas cuando ella le desabrochó los vaqueros y dejó que se los quitara de un tirón. Leah se entregó a él como nunca antes lo había hecho, devorándolo con un apetito voraz. Los gemidos de placer de Garrick avivaron aún más su ardor, y mientras lo tocaba y besaba por todas partes, él mantenía los ojos fuertemente cerrados para resistir el éxtasis. Dio un respingo cuando ella se metió el miembro en la boca, pero las manos de Leah en sus caderas lo mantenían firmemente sujeto contra la cama. La liberación que provocaron sus labios y lengua fue tan intensa, tan estremecedora para ambos, que los primeros rayos de sol se filtraron entre las cortinas antes de que ninguno de ellos pudiera hablar.
—Haces que me sienta tan amado... —susurró él contra su frente.
—Lo sientes porque te amo —dijo ella en el mismo tono de voz—. No me había dado cuenta del tiempo que pasé en la cabaña demostrándotelo... hasta que vine aquí y no supe qué hacer conmigo misma.
Él se colocó sobre ella, extendiendo las manos a ambos lados de su cabeza y mirándola con ojos muy abiertos y brillantes.
—No te imaginas lo mucho que te amo.
—Creo que sí me lo imagino —respondió ella con una sonrisa—. Estás aquí, ¿no?
—Sí. Y es mi intención que todo salga bien. Por ti.
—No, por ti.
—Y por ti.
—De acuerdo, por mí también.
—Y por el bebé —dijo él, bajando una mano para saludar a su hijo.
Leah dejó que Garrick encontrara su propio ritmo en Concord. Se habría conformado con que él se sentara con ella en el jardín y la acompañara a las revisiones en el hospital. Pero él hizo más que eso. A los pocos días de su llegada, se inscribió en varios cursos de la universidad. Leah sabía que las primeras clases le suponían todo un reto, porque volvía a casa pálido y cansado. Pero mantuvo la constancia y al poco tiempo empezó a sentirse menos amenazado.
Asimismo, insistió en llevarla a pasear cada día. Gregory le había recomendado que hiciera ejercicio, y aunque empezaron con pequeños paseos por el barrio, el afán de Leah y la creciente seguridad de Garrick pronto los llevaron a cubrir distancias mayores. A menudo Garrick empujaba la silla de ruedas de Susan mientras Leah iba enganchada de su brazo; otras veces iban los dos solos.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Leah durante uno de esos paseos íntimos. —Bastante bien.
—¿Nervioso?
—La verdad es que no. No parece que nadie me reconozca. Al menos, nadie ha girado la cabeza para mirarme —soltó un resoplido—. Si tuviera algo de cerebro, supongo que me sentiría ofendido.
—Gracias a que tienes cerebro no te sientes ofendido. ¿Qué tal en las clases? ¿Alguna mirada de reojo por allí?
—No, allí tampoco.
No le habló de la angustia que había sentido cuando, durante uno de los primeros días de clase, había permanecido durante cinco minutos a las puertas de un bar, muriéndose por tomar un trago que lo ayudara a calmarse. Ni tampoco le habló de los carteles que había visto pegados por la universidad, pidiendo actores para una obra de teatro.
Pero ahora estaba con ella y todo iba bien. Todo iba bien para ambos. Y eso era lo único que importaba.
A mediados de octubre las hojas empezaron a cambiar de color. A Garrick le habría gustado enseñarle a Leah el espectáculo otoñal desde la cabaña, pero no se atrevía a volver a la montaña ni aunque fuera por un solo día. El bebé se hacía cada vez mayor y a Leah le resultaba cada vez más difícil encontrar una postura cómoda. Lo más seguro era quedarse en Concord.
El mes de noviembre trajo una brusca bajada de las temperaturas, así como la insistencia de Garrick para que solicitaran una licencia matrimonial. También llegaron órdenes del doctor Walsh para que Leah permaneciera en la cama. A ella no le hizo ninguna gracia, ya que el reposo significaba que se acabaron los paseos con Garrick y que tendría más tiempo para pensar y preocuparse por el bebé.
Le hicieron todas las pruebas imaginables. Gregory había comparado minuciosamente los resultados de esas pruebas con las del último embarazo. Según él, todo iba bien. El bebé parecía más grande que nunca y sus latidos eran cada vez más fuertes.
—Creo que me has dejado embarazada de un monstruo —se quejó a Garrick una tarde, cuando se sentía particularmente incómoda.
—De tal palo, tal astilla —bromeó él.
—Aunque también puede ser una amazona...
—Por mí como si es un cíclope, siempre que esté sano.
Ésa era la palabra. Sano. Niño o niña, lo que importaba era que naciera vivo y saludable. Aunque se obligaba a sí misma a no hacerlo. Leah se sorprendía cada vez con mayor frecuencia pensando en su hijo... en su sexo, en el nombre que le pondrían, en su aspecto, si tendría su pelo o los ojos de Garrick, si le gustaría leer. Y cuando más pensaba, más nerviosa se ponía ante la proximidad de la fecha crítica.
Garrick también estaba cada vez más nervioso, pero sólo una parte de sus nervios tenían que ver con el parto. Cuando estaba en el campus, se sorprendía a sí mismo caminando hacia el teatro. Muchas veces se quedaba en el exterior, contemplándolo. Hasta que un día, apretando los puños en los bolsillos de su chaqueta, se aventuró a entrar.
El interior estaba débilmente iluminado, con filas y filas de asientos vacíos. Garrick se sentó en uno de ellos y contempló el escenario, donde estaba teniendo lugar el ensayo. Aunque nunca había actuado en un clásico, reconocía una obra de Chekov cuando la veía. El decorado y los diálogos resultaban inconfundibles. Retrepado en el asiento, con la barbilla apoyada en el puño, observó a los actores y actrices novatos.
Eran impresionantes. No podían compararse con actores profesionales, pero en ellos se adivinaba un enorme potencial. De vez en cuando eran interrumpidos por la directora, una mujer cuya voz podía oír Garrick pero a la que no podía ver. Los estudiantes prestaban atención, escuchando en silencio sus críticas, para luego intentar seguir sus instrucciones. A veces lo conseguían, otras no. Pero siempre lo intentaban.
Garrick se preguntó qué habría pasado si él se hubiera esforzado como ellos. De haber escuchado a sus directores y haber estudiado arte dramático, tal vez habría llegado a ser un buen actor. Un actor de verdad. Pero nunca lo había intentado. El personaje de Pagen lo había convertido en una estrella sin el menor esfuerzo por su parte, de modo que no se había preocupado por mejorar.
Viendo a aquellos jóvenes actores, se preguntó si alguno de ellos soñaría con ser una estrella. O, mejor dicho, se preguntó si alguno de ellos no soñaría con el estrellato. Se concentró en un joven con poca voz pero cuya interpretación resultaba más convincente que la de los demás. ¿Qué haría después de graduarse? ¿Se iría a Nueva York? ¿Conseguiría actuar en Broadway? ¿O se fijaría cotas más altas y saldría disparado hacia Hollywood, como había hecho Garrick?
Desvió la mirada hacia una chica rubia y menuda. Al moverse, podía verse cómo sus pechos oscilaban bajo la sudadera. Garrick se preguntó si estaría manteniendo una aventura amorosa con alguno de los chicos... ¿Quizá con el más apuesto de todos, que aguardaba fuera de escena? De ser así, no duraría mucho. La chica antepondría su carrera y lo abandonaría por... ¿Por quién? ¿Por un actor principal? ¿Un director? ¿Un productor?
Se preguntó qué pensaría esa chica si supiera que Greg Reynolds la estaba observando desde el fondo del teatro. Soltó un débil resoplido. Era demasiado joven. Probablemente ni siquiera supiese quién demonios era Greg Reynolds. Y además, se recordó a sí mismo, no era Greg Reynolds quien estaba allí sentado sin llamar la atención. Era Garrick Rodenhiser. Y precisamente lo último que quería era llamar la atención.
Se levantó del asiento y salió rápidamente del teatro.
Pero a los pocos días volvió, y sentado en el mismo asiento observó los progresos del ensayo. Lo mejor de los actores estaba aflorando. Los más fuertes empezaban a distanciarse de los más débiles, y a éstos últimos dedicaba la directora su mayor atención. Garrick los estuvo viendo durante un rato, sin saber por qué estaba allí. No necesitaba aquel nudo en el estómago. Había otras cosas que debería estar haciendo. Y sin embargo era incapaz de moverse. Finalmente consiguió ponerse en movimiento y salió al aire libre con una clara sensación de alivio. Los teatros eran lugares claustrofóbicos, pensó.
Y sin embargo regresó otra vez al cabo de una semana, aunque seguía sin saber por qué. Pero allí estaba. Y esa vez permaneció sentado hasta que acabó el ensayo y los actores pasaron a su lado uno por uno. La directora fue la última en salir, pero mientras que los otros no le habían dedicado ni una mirada al pasar junto a él, ella se detuvo al verlo.
Viéndola de cerca por primera vez, Garrick comprobó que era una mujer muy bonita, alta y esbelta. Tenía el pelo largo y castaño, recogido en lo alto de la cabeza con algunos mechones sueltos. Llevaba unos vaqueros desteñidos y una pesada chaqueta, y cargaba con un montón de papeles contra el pecho. Era más joven de lo que él había esperado, no debería de tener ni treinta años. Garrick supuso que sería una profesora asociada o una estudiante recién licenciada.
—Lo he visto antes por aquí —dijo ella, ladeando la cabeza. Garrick permaneció repantigado en el asiento.
—Me he pasado unas cuantas veces para ver el ensayo.
—La obra se estrenará el próximo fin de semana.
—Los ensayos son más interesantes. Te permiten ver lo que realmente se cuece en la obra.
—¿Es usted estudiante de teatro?
Garrick respiró hondo y se irguió en el asiento.
—No exactamente.
—¿Un experto?
Él se encogió de hombros y se levantó, sin que se le pasara desapercibida la expresión de asombro de la mujer al apreciar su estatura.
—No exactamente. ¿Y usted?
—Estoy acabando mi licenciatura. A veces nos encargamos de dirigir las obras de los estudiantes.
Cuando se dio la vuelta para dirigirse hacia la salida, él la siguió. El corazón le latía en protesta, pero las piernas no parecían oírlo.
—Interpretar a Chekov es un empeño muy ambicioso —comentó.
—¿No es eso de lo que trata el aprendizaje... de afrontar retos?
Garrick no respondió a eso. Nunca había relacionado sus actuaciones con el aprendizaje, y su mayor reto había sido encabezar las listas de audiencia.
—¿Viene mucha gente a ver sus obras?
—A veces sí, a veces no. No es probable que ésta atraiga mucho público, ya que es más seria y densa. Le interesa a los universitarios, pero el público en general prefiere las cosas más ligeras —habían llegado al vestíbulo y Garrick le abrió la puerta. La mujer salió y volvió a mirarlo—. ¿Vive por aquí?
—Por ahora.
—¿Está estudiando en la universidad?
—Asisto a unos cuantos cursos.
Se habían detenido al pie de los escalones de piedra.
—¿Algo especial?
—Latín.
Ella se echó a reír.
—Eso sí que es raro —dijo, pero enseguida dejó de reír y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Ocurre algo?
—Eh... no. Su rostro me resulta vagamente familiar. No... no creo que conozca a muchos estudiantes de latín.
Él no sabía si aquello podía interpretarse como una insinuación. Sí, la mujer era atractiva, pero eso era una opinión objetiva. No lo atraía de ninguna manera. Aun así, permaneció inmóvil.
—¿Es su primer año en la universidad? —le preguntó ella mientras seguía observándolo atentamente.
—Sí —sintiéndose inexplicablemente atrevido a pesar de lo humedecidas que tenía las manos, le sostuvo la mirada sin pestañear.
—¿Es un estudiante de postgrado?
—No.
—¿Qué hacía antes de venir aquí?
—Trabajar.
—¿Dónde?
—En el norte.
La mujer volvió a fruncir el ceño. Bajó la mirada a su barba y volvió a subirla a sus ojos.
—Lo siento, pero realmente me resulta familiar.
—Tal vez me parezco a otra persona —sugirió él, intentando aparentar una calma que no sentía.
Ella empezó a negar con la cabeza, pero se detuvo.
—Puede ser —aceptó, entornando la mirada. Garrick se fijó en que tenía los ojos pardos, sin personalidad alguna. No como los cálidos ojos grises de Leah—. ¡Eso es! —exclamó ella con una sonrisa—. ¿Alguna vez le han dicho que se parece a Pagen?
—¿Pagen?
—Ya sabe, el protagonista de aquella serie de televisión... Su nombre era Greg Reynolds. Yo era una adolescente cuando la serie estaba en su apogeo. Era un hombre guapísimo —se ruborizó y volvió a fruncir el ceño—. Desapareció del mapa poco después de que la serie acabara. Me pregunto qué habrá sido de él.
—Tal vez dejó ese mundo y se fue a vivir al bosque —dijo Garrick sin pensar.
—Tal vez —murmuró ella, pero su expresión se tornó aún más escéptica—. ¿Está seguro de que no es usted?
«Pues claro que no lo soy», podría haber dicho Garrick. O «¿me toma el pelo?», o «¡ni hablar!». En vez de eso, y por razones que le eran desconocidas, se limitó a encogerse de hombros.
—Es usted —dijo ella con un deje de excitación en la voz—. Usted es Greg Reynolds. Ahora lo veo. Su pelo es un poco distinto y lleva barba, pero esos ojos son los mismos... y la boca —le estaba mirando la boca de una manera que Garrick mantuvo los labios firmemente cerrados—. No dice nada —siguió ella—. Pero su secreto está a salvo conmigo. Se lo prometo —dijo, alzando una mano. Y de repente, toda aquella madurez fingida se deshizo en pedazos—. ¡No puedo creerme que sea usted! —exclamó con los ojos brillantes—. ¿Cómo era Hollywood? ¡Tenía que ser muy emocionante hacer esas series! ¡Usted me parecía formidable! Me gustaría tanto estar allí un día... una semana... ¡un mes! Pero usted estuvo allí de verdad. ¿Qué ha hecho desde entonces? ¿Ha pensado alguna vez en hacer algo aquí? No puede haberse retirado por completo de la actuación. No después de... ¡de todo eso!
—Estoy retirado —dijo él tranquilamente, pero su afirmación no sirvió para sofocar el entusiasmo de la mujer.
—No me imaginaba que tuviéramos una celebridad entre nosotros. Y seguro que nadie más lo sabe. De lo contrario se habría corrido la voz. A mis estudiantes les encantaría conocerlo. ¡Sería una inspiración para ellos!
Garrick negó con la cabeza.
—Creo que no —dio un paso para marcharse, pero ella le puso una mano en la manga.
—Tal vez podría hablar con el grupo de teatro. Sé que a los otros profesores los entusiasmaría tanto como a mí la idea de...
—Gracias, pero de verdad que no puedo.
Se soltó y echó a andar, pero ella se mantuvo a su lado.
—Entonces sólo yo. ¿Me permitiría que lo invite a almorzar algún día? No sabe cuánto me gustaría que me contara sus experiencias. Se podría escribir un libro fantástico con ellas. ¿Alguna vez ha pensado en relatar sus años como Pagen?
—No —dijo él, acelerando el paso.
—¿Qué me dice? ¿Un almuerzo o... o una cena? Conozco el lugar ideal, pequeño y tranquilo. Nadie sabría que estuvimos allí...
—Se lo agradezco, pero no puedo. En serio.
La joven se detuvo, pero no pudo resistirse a llamarlo.
—¿Señor Reynolds?
Él no respondió. No era el señor Reynolds. Ya no.
Aquella noche, mientras acababan el estofado que Garrick había hecho, le contó lo sucedido a Leah.
—¿Le dijiste quién eras? —le preguntó ella, atónita. Era lo último que se hubiera esperado de Garrick.
—Ella sola lo adivinó, y yo no lo negué —respondió él. Estaba recostado en la silla, con un brazo sobre el respaldo mientras con la otra mano jugueteaba distraídamente con la cuchara que no había usado. Parecía tan confundido como Leah—. Fue algo muy extraño. Creo que deseaba que ella lo supiera, pero no me explico por qué. Ya sabes la importancia que le doy a mi anonimato. ¿Por qué lo he hecho, Leah? —preguntó, levantando la mirada.
—No estoy segura —respondió ella tranquilamente—. ¿Sentiste algo... sentado allí, en el teatro?
—Fue interesante. Los chicos eran muy buenos. Pero ¿sentí envidia? No.
—¿Sentiste el impulso de saltar al escenario?
—No, por Dios.
—¿Echaste de menos actuar?
—No. Estaba muy satisfecho viendo cómo lo hacían los demás.
Leah soltó un débil suspiro de alivio, casi imperceptible.
—Lo he oído —la reprendió Garrick entornando la mirada—. Estabas preocupada.
—No quiero que eches de menos aquella vida —admitió ella—. ¿Y qué me dices de esa mujer?
—¿Qué te puedo decir?
—¿Crees que de alguna manera, quizá a un nivel subconsciente, querías impresionarla?
Él negó con la cabeza.
—No. Era muy guapa, pero no como tú.
—Pero ella es actriz.
—Sí, pero eso no tiene la menor importancia.
—Claro que sí. Está metida en el mismo mundo del que tú saliste. A una persona así puede que no la entusiasme poner trampas, pero sí los actores, y especialmente los actores famosos.
—Lo que yo hacía no era nada comparado con la gente que interpreta a Chekov o a Shakespeare. No, no intentaba impresionarla.
—Tal vez te hayas cansado de la espera.
—¿Qué quieres decir?
Leah buscó algún ejemplo para ilustrar su razonamiento. El único que se le ocurrió fue el más obvio, que además era el que llenaba sus pensamientos.
—Hay ocasiones en las que sólo quiero que este bebé nazca... de una manera o de otra. Es la espera y la incertidumbre lo que me resulta tan horrible. Aunque suceda lo peor, al menos lo sabré, y así podré seguir con mi vida.
—Leah...
—Lo siento, pero es lo único en que puedo pensar, y me sirve para explicarte lo que quiero decir. En tu caso, debe de ser horrible estar vagando por Concord, esperando a que alguien te reconozca y preocupado por lo que pueda pasar si eso sucede. Tal vez querías acabar con esa incertidumbre. Tal vez una parte de ti quería darse a conocer. Él abrió la boca para protestar, pero volvió a cerrarla y guardó silencio durante un minuto.
—Es posible.
—¿Cómo te sentiste cuando la verdad se reveló?
Garrick frunció el ceño mientras intentaba expresar con palabras sus pensamientos.
—Extraño. Un poco orgulloso, pero un poco como un impostor. Distante... como si ella estuviera hablando de una persona completamente distinta. Me sentí como si estuviera jugando, haciéndole creer que yo era Greg Reynolds, la superestrella, cuando yo mismo sabía que no lo era.
—¿Esa mujer te recordó cómo eran las fans?
—Sí y no. Tenía los ojos abiertos como platos y la voz aguda y chillona como una típica fan, pero no me gustó como antes me gustaba. Si te soy sincero, todo me resultaba repugnante. Confieso que me sentí muy bien cuando me aleje de ella.
—¿Crees que se ofendió?
—Eso espero —respondió él sin el menor remordimiento—. Con un poco de suerte, creerá que soy un farsante. Pero si empieza a hablar por ahí sobre mí, las cosas pueden ponerse difíciles.
—Ella no sabe tu nombre verdadero. Garrick frunció el ceño.
—No, pero sabe que estoy estudiando latín. No le resultaría muy difícil seguirme la pista. Tal vez me saltes una o dos clases y me quede aquí contigo.
—Gallina.
—No —le cubrió la mano con la suya y empezó a masajearla—. De verdad quiero quedarme contigo. Se acerca el día.
—Tres semanas.
—¿Cómo te sientes?
—Cansada.
—¿Y emocionalmente?
—Cansada también. Lo que dije antes era cierto. La espera me está afectando demasiado.
—Todo ha ido bien hasta ahora.
—Las otras dos veces también fue así.
—Nunca te han practicado una cesárea. Eso reducirá el riesgo durante el parto.
—Eso espero.
Garrick le dio un apretón en la mano.
—Ya verás como sí. Todo va a salir bien, cariño. Dentro de un mes tendremos a nuestro pequeño en los brazos.
—Eso mismo me decía a mí misma un mes antes de dar a luz en los otros embarazos.
—Pero esta vez es diferente. Es mi hijo el que llevas dentro. Ella suspiró y sonrió tristemente.
—Precisamente por eso deseo tanto tenerlo.
La semana siguiente transcurrió sin novedades para Leah, pero sabía que así tenía que ser. Aparte de levantarse para comer o para ir al baño, permanecía en cama en todo momento. No leía mucho porque no podía concentrarse, ni tampoco tejía, porque era imposible encontrar una postura cómoda para el telar. Al menos podía escuchar música, sobre todo las cintas que Garrick le había comprado y que les gustaban a ambos. Susan iba a visitarla muy a menudo, normalmente cuando Garrick estaba en clase.
No dedicaba apenas tiempo a los crucigramas, porque se había otorgado a sí misma una baja temporal. Pero sí se sorprendía a sí misma componiendo aquel crucigrama personal, el que incluía palabras relacionadas con su vida y la de Garrick. Era sólo un capricho, pero la ayudaba a mantenerse ocupada.
La semana de Garrick no fue tan tranquila. Volvió a la universidad sin perderse ni una clase, y aunque durante los dos primeros días estuvo bastante inquieto, no vio ni rastro de la joven mujer del teatro. Al tercer día, sin embargo, justo cuando empezaba a relajarse otra vez, ella lo abordó al salir de una clase.
—Tengo que hablar con usted un momento, señor Reynolds —le dijo rápidamente y un poco nerviosa—. Lo que le dije el otro día iba en serio. Significaría mucho para nosotros si accediera a darnos una charla.
Garrick siguió caminando sin bajar el ritmo.
—No tengo nada que decir.
—Claro que sí. Ha vivido experiencias que los demás sólo podemos soñar.
—No soy quien usted cree.
—Sí que lo es. Después de hablar con usted el otro día, fui a la biblioteca y estuve buscando información. La última vez que se supo algo de Greg Reynolds fue poco antes de un accidente de coche. El accidente salió en los periódicos. Greg Reynolds sobrevivió, pero nadie volvió a saber de él. Con su cara y su físico, sería imposible pensar que no es usted.
Garrick la miró de reojo, pero ella siguió hablando, obviamente muy orgullosa de sí misma.
—Seguí investigando. El verdadero nombre de Greg Reynolds es Garrick Rodenhiser. Y ése es el nombre con el que se matriculó en esta universidad.
Al oír eso Garrick se detuvo.
—Está invadiendo mi intimidad, señorita...
—Schumacher. Liza Schumacher.
—No doy charlas ni conferencias, señorita Schumacher...
—Liza. Podría ser sólo para un grupo reducido, si así lo prefiere.
—Lo que preferiría es que se respetase mi intimidad —dijo él con un tono tranquilo y casi suplicante.
—Le pagaríamos...
—No, gracias —rechazó, reanudando la marcha.
—Una hora. ¡Media hora! Es todo lo que le pedimos...
Pero Garrick se limitó a negar con la cabeza y siguió caminando. Por suerte, ella no lo siguió.
De nuevo volvió a contarle a Leah lo sucedido. Y de nuevo ella intentó explorar sus sentimientos al respecto.
—¿Estás seguro de que no quieres hacerlo?
—¿Hablar? ¿Lo dices en serio?
—En cierto sentido, ella tiene razón. Tienes la clase de experiencia que muchos desearían tener. No es raro que los representantes de distintas carreras se dirijan a un grupo de estudiantes.
—¿De qué lado estás, Leah?
—Del tuyo. ¿Acaso lo dudas?
Él se levantó de la cama y caminó hacia la ventana.
—Bueno, pues no quiero hablar... ni a unos estudiantes ni a ningún otro grupo. No me siento muy orgulloso de la experiencia que tuve. Y no me gusta la idea de confesarle mis pecados a nadie.
—Hay algo positivo en lo que hiciste.
—Mmm. Puede, pero yo no lo veo. Supongo que podría inventar una buena historia...
—Garrick...
Él siguió mirando por la ventana.
—¿Por qué no quieres hablar? —insistió ella—. ¿Cuál es la verdadera razón?
Garrick permaneció en silencio varios minutos, pero sabía que Leah sospechaba la verdad. Habría que ver si él tenía el valor de confirmarla.
—Demonios... —masculló finalmente—. La verdad es que, en el fondo, tengo miedo de que me guste la sensación de poder que aparece cuando tienes a una audiencia pendiente de ti... las caras embelesadas, los halagos, los aplausos. Si lo hago una vez, puede que quiera volver a hacerlo, y si lo hago una segunda vez, seguirá una tercera, y antes de que me diera cuenta volvería a creer que soy una persona genial y maravillosa.
—Lo eres.
Él ladeó la cabeza y sonrió. Volvió a la cama y se tendió bocabajo junto a Leah. La agarró de la mano y se la llevó a los labios.
—Tú eres la única persona de la que quiero oír eso, porque eres la única que me conoce realmente. Nunca he hablado con nadie como he hablado contigo. Eres mejor que cualquier psicoanalista.
Leah no estaba segura si le gustaba la idea de ser una psicoanalista, porque conocer los pensamientos de otra persona significaba conocer sus miedos, y Garrick aún albergaba demasiados.
Pensó en los progresos que había hecho Garrick desde que estaba en Concord. Pero aún no confiaba en sí mismo. Y eso la asustaba. Sabía que necesitaría la fortaleza de Garrick en las semanas venideras, y no quería que nada la echara a perder.
—Me conformo con ser tu alma gemela —dijo, y le ofreció los labios para un beso.
La repentina tormenta de nieve que vino con la primera semana de diciembre no ayudó a calmar la inquietud de Leah. Las clases de Garrick fueron canceladas, por lo que él pudo quedarse en casa con ella. Pero continuamente estaba teniendo visiones de un parto prematuro estando bloqueados por la nieve. Si eso ocurriera, todos sus esfuerzos y preocupaciones habrían sido en vano.
Pero afortunadamente no se quedaron bloqueados por la nieve ni ella tuvo un parto prematuro. Sin embargo, sentía que el bebé descendía por su útero día tras día; y aunque Gregory lo había dispuesto todo para practicarle la cesárea el quince de diciembre, se preguntaba si el pequeño monstruo de Garrick esperaría tanto tiempo.
Garrick insistió en dejar de ir a clase para quedarse con ella. Leah se sentía agotada física y emocionalmente, y sólo podía relajarse cuando estaba con él. Pero aun así lo obligó a ir a clase. Sentía que Garrick lo necesitaba, y no sólo porque así podría dejar de pensar en ella y el bebé durante un rato.
El once de diciembre lamentaría no haber sido más egoísta.