Capítulo 8

¡ASI que me estabas espiando!

Las palabras de Lord Ravenscar, combinadas con la expresión iracunda de su rostro, enmudecieron a Amanda.

—Yo… no sabía que… —empezó, sólo para ser interrumpida por la voz de Lord Ravenscar, furiosa y acusadora, que decía:

—¿Quién te dijo que me espiaras? ¿Fue ese fugitivo al que ayudaste a escapar?

Como ella no contestara, casi paralizada de temor, él la tomó por los hombros y la sacudió.

—¡Contéstame! Me vas a contestar, aunque tenga que matarte para lograrlo.

Amanda sintió cómo su cabeza era sacudida hacia atrás y adelante. Entonces, con un movimiento brusco, Lord Ravenscar la soltó diciendo:

—No, no puede ser. Este tipo no tenía ninguna importancia y ya debe haber sido capturado.

Con el cabello desordenado cayendo sobre su frente, los ojos agrandados de temor y la respiración jadeante, Amanda dijo:

—Yo… yo no estaba… espiando, milord. ¡Se lo juro! Estaba yo… sentada en la ventana cuando su… su invitado entró… Me sentí temerosa… muy tímida… así que me escondí tras la cortina. Fue torpe y descortés de mi parte, lo reconozco, pero no había… ninguna otra razón… fue la simple timidez la que me…: impidió revelar mi presencia. Fue un error… muy incorrecto de mi parte y debo ofrecerle mis más profundas disculpas.

Mientras hablaba, comprendió que Lord Ravenscar la estaba observando con ojos entrecerrados. Entonces el rostro de él se tranquilizó.

—Te creo —dijo—. Sólo que me disgusta en extremo que me espíen.

—Yo… lo entiendo —regreso Amanda—. Y, por favor, milord, créame cuando le digo que me siento avergonzada por mi torpeza.

—Lo fue —dijo él y las comisuras de sus labios se levantaron en una sonrisa burlona—. Y te he perdonado… pero ahora debes pagar por tu tontería.

Amanda se llevó las manos al pecho y se puso muy rígida.

—Tus labios deben demostrarme la sinceridad de tus palabras. Ven, acércate, Amanda. Eres demasiado honrada como para negarte a pagar tus deudas.

Comprendió que él la estaba esperando, de pie junto a la ventana, con una expresión divertida en el rostro y sus gruesos labios entreabiertos.

Con lentitud, como si sus pies fueran de plomo, Amanda se acercó. Aunque sentía deseos de huir, comprendió que debía acceder a sus requerimientos. Más y más cerca de él… ahora estaba ya tan cerca, que él podía notar cómo palpitaba su pecho, lleno de agitación; cómo sus ojos se agrandaban de horror y su respiración jadeaba entre sus labios palidecidos como su rostro.

—¿Tanto detestas mis besos? —preguntó él.

—Milord, yo… yo no deseo besar a nadie —respondió Amanda con un ligero gesto convulsivo.

Aun al decirlo comprendió que eso era una mentira. Sintió un deseo intenso y repentino de Peter, del santuario de sus brazos, del consuelo de su mejilla contra la de ella.

—Tal vez eso sea lo que me atrae tanto de ti —estaba diciendo Lord Ravenscar—. La mayor parte de las mujeres buscan mis caricias… de hecho, nunca se hartan de ellas. Pero tú aprenderás. Sí, Amanda, te prometo que aprenderás… a desear que te bese. Y entonces, sólo entonces, habrá una posibilidad de que me aburra de ti.

Lanzó una risotada.

—Por ahora, eres muy deseable… eres como un animalito salvaje que debe ser domesticado por el hábil cazador que lo atrapó.

La rodeó con sus brazos, Amanda cerró los ojos. Estaba llegando el momento tan temido… la sensación de sus labios lujuriosos oprimiéndola. Era una degradación que jamás había imaginado.

Cuando esperaba, como el sentenciado aguarda el golpe del verdugo que segará su vida, fueron interrumpidos. La puerta se abrió y un lacayo anunció a toda prisa:

—¡Lady Isabel Mannering, milord!

Lord Ravenscar lanzó una exclamación y soltó a Amanda. Ésta se volvió a tiempo para ver entrar en el salón a una mujer muy hermosa.

Lady Isabel estaba en la cúspide de su belleza. Era alta, con cabello negrísimo, sobre el cual los galanes de St. James habían escrito media docena de poemas; un rostro ovalado, perfecto y facciones delicadas, elegantes. Llevaba un vestido atrevidamente transparente, con un seductor escote bajo. Lucía resplandecientes brillantes alrededor de su cuello blanco y en los dedos, y sobre sus hombros llevaba una capa bordeada con piel.

Apareció en el salón con la impetuosidad de la marea alta entrando en la bahía. Entonces, enfrentándose a Lord Ravenscar, dijo con brusquedad:

—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué no me informaste que habías regresado?

Lord Ravenscar se adelantó para tomarle la mano y llevársela a los labios.

—Mi querida Isabel —dijo, estoy encantado de verte. Acabo de llegar y no esperaba el honor de verte aquí dándome la bienvenida.

—¡Mentiroso! —exclamó ella con voz aguda—. No me esperabas porque tuviste buen cuidado de no avisarme tu llegada. Por fortuna vi tu carruaje al entrar en la caballeriza. ¿Quién es ésta?

Señaló con un dedo de Amanda, quien procedió a hacer una reverencia.

—Creo, Isabel —dijo Lord Ravenscar con expresión astuta—, que ya te has enterado de que la señorita Burke me ha hecho el honor de prometerme casamiento.

—¡Es cierto, entonces! —exclamó Lady Isabel—. ¿Y te imaginas, Hugo, que puedes hacer eso?

—Hasta donde puedo darme cuenta, no hay nadie que me lo impida. —Contestó él.

—Exageras tu propio poder —repuso ella—. ¡Yo te lo impediré!

—Aunque eres una mujer deliciosa, Isabel y aunque siempre he estado muy encariñado contigo, me reservo el derecho de casarme cuando y con quien yo decida.

Los labios de Lady Isabel se curvaron en un rictus de helado desprecio.

—¿Así que has escogido a esta miserable muchachita campesina? —murmuró—. ¿Por qué razón? ¿Qué poder tiene sobre ti? ¡Caramba, Hugo! No había la menor razón para que ofrecieras matrimonio a una mujer de esa condición.

Con el rostro encendido, Amanda se volvió para dirigirse a la puerta, pero Lady Isabel se lo impidió, enfrentándola.

—¿Adónde va? —preguntó.

—Creo, señora, que es innecesario que me quede a escuchar sus insultos —contestó Amanda en una voz temblorosa a pesar de la dignidad que deseaba trasmitir.

—¡Yo quiero que los oiga! —exclamó Lady Isabel—. Quiero que sepa, de una vez por todas, que Lord Ravenscar y yo teníamos un entendimiento que, él no puede pasar por alto. Todo Londres espera que anunciemos nuestro compromiso esta temporada. La ciudad entera sabe que yo escogí la decoración de esta casa y que él y yo hemos sido inseparables en los últimos seis meses. El príncipe mismo me preguntó la semana pasada cuándo sería nuestra boda.

—Como hombre que soy, tengo el derecho de proponerle matrimonio a quien yo quiera —exclamó Lord Ravenscar.

—¿Proponer matrimonio tú —dijo Lady Isabel en tono despreciativo—. ¿Crees que una proposición de matrimonio saldría bien de tus labios, Hugo? Tú tomas lo que se te antoja. Por alguna razón que no descubro en estos momentos, quieres a esta jovencita. No puede ser sólo lujuria. Si lo fuera, no habría necesidad de matrimonio. ¿Qué es? ¡Dímelo!

Estaba blanca de ira y Amanda la observó con una combinación de angustia y fascinación. Nunca en su vida había visto a una mujer tan hermosa. Nunca había visto, tampoco, a una mujer tan iracunda.

—No puedes hacer nada en mi contra —contestó Lord Ravenscar.

—Puedo y lo haré —rugió Lady Isabel—. Pagarás por esto, Hugo, y a final de cuentas regresarás a mí arrastrándote.

Se volvió hacia Amanda y continuó diciendo:

—En cuanto a esta esmirriada y anémica lecherita, la haré el hazmerreír de St. James. Para empezar, no será aceptada por ninguna persona decente, cuando todos sepan que está aquí, bajo tu mismo techo.

—Creo que en ese sentido se ha olvidado usted de mí —dijo una voz desde el umbral.

Todos se volvieron con sorpresa hacia la puerta que ahora cruzaba Lady Standon, cuyo sobrio traje negro contrastaba en forma extraña con la elegancia colorida de Lady Isabel.

—¿Y quién es ésta? —preguntó Lady Isabel.

—¿Me permites presentarte a mi hermana, Charlotte, Condesa de Standon? —preguntó Lord Ravenscar—. Te aseguro, Isabel, que se están siguiendo todos los convencionalismos. Amanda está bajo su protección y cuidado.

—Tú piensas en todo, ¿verdad, Hugo? —recriminó ella, con ojos relampagueantes—. Bueno, te dejo con el cuervo negro y la palomita blanca. Supongo que las agregarás a tu colección de aves raras.

Se volvió dándole la espalda a Lord Ravenscar; miró a Lady Standon de arriba a abajo con insolencia y entonces, con los ojos fijos en Amanda, dijo con voz autoritaria:

—Regrese al campo, jovencita, que es el lugar al que pertenece.

Había tanto odio y veneno en su voz que Amanda retrocedió en forma instintiva, para dejar pasar a Lady Isabel.

Para sorpresa de Amanda, Lord Ravenscar estaba visiblemente alterado por la entrevista. Sacó su pañuelo, se enjugó la frente y luego se volvió irritado hacia su hermana:

—Ten siempre a Amanda contigo. Si ella no hubiera estado aquí, esto no habría ocurrido.

Se marchó y Amanda, con un suspiro de profundo alivio, se volvió a Lady Standon.

—Gracias —dijo—. No me imagino qué habría sucedido, si no llega usted.

—Así que ésa es la notoria Lady Isabel —murmuró Lady Standon con aire reflexivo.

—Es muy hermosa —comentó Amanda.

—Y muy perversa —añadió Lady Standon—. Me asombra que mi hermano se atreva a desafiarla.

A Amanda también le asombraba eso, y reconoció que aquella mujer le infundía miedo. Comprendió con desaliento, que crecía el número de personas a las que temía: Lady Isabel, Lord Ravenscar y aún Lady Standon, aunque ésta parecía suavizarse con ella poco a poco.

Esa noche, Amanda permaneció despierta en su cama, pensando en todo lo que había sucedido, tratando de unir las piezas de lo que parecía un rompecabezas, para ver cuál era lo que a final de cuentas resultaría. Pero todo le parecía confuso aún.

Sólo se había sentido muy aliviada cuando el mayordomo les entregara un mensaje diciendo que Lord Ravenscar cenaría en la Casa Carlton.

Lady Standon al saberlo, había dicho que se sentía muy fatigada y prefería tomar una cena ligera, en su propio dormitorio. Amanda había decidido hacer lo mismo que ella y al terminar de cenar en la paz de su alcoba también se sintió cansada. Pero aún acostada no pudo conciliar el sueño y pasó varias horas meditando en todo lo sucedido y pensando en Peter.

* * *

Cuando Lady Standon y ella empezaron a comprar su trousseau al día siguiente, Amanda descubrió que sólo podía pensar en una cosa… ¿le gustaría a Peter cuando la viera vestida así? Había vestidos de gasa y de raso de muselina salpicada con flores diminutas, sedas y terciopelos, de todos los colores, cintas, zapatos, guantes, sombreros, chales, abanicos y bolsos de mano.

Mucho antes de adquirir siquiera la mitad de las cosas que Lady Standon consideraba necesarias, la mente de Amanda había perdido la noción de la incalculable lista de accesorios que tenían comprado. Le parecía fantástico poder gastar dinero en esa forma, cuando antes sólo podía comprarse un vestido a la vez, y de la tela más barata que fuera posible encontrar.

Ordenaron vestido tras vestido, cada uno más costoso que el anterior. Cuando por fin regresaron a la Plaza Grosvenor, encontraron que muchas de sus compras ya habían llegado.

Lady Standon entró en su dormitorio y, después de un momento de vacilación, Amanda la siguió.

—Qué quieres? —preguntó, mientras contemplaba su imagen reflejada en el espejo de su tocador.

—Quería darle las gracias —respondió Amanda—. Estoy, de veras, muy agradecida por su generosidad, aunque siento que ha gastado mucho más de lo necesario.

—No necesitas agradecerme nada —contestó Lady Standon.

—No quiero que usted me considere desagradecida. No lo soy. Lo que pasa es que quisiera… —Se detuvo de pronto.

—Aunque no te atrevas a decírmelo, sé que quisieras tener la ilusión de usar todas esas cosas, verdad.

Amanda desvió la vista.

—Por supuesto que me encantará ponerme tantas cosas bellas —dijo en un tono inexpresivo.

—Pero no para deleite de mi hermano —insistió Lady Standon.

—No he dicho tal cosa —exclamó Amanda.

—No, yo fui quien lo dije. ¿Supones que no he observado tu rostro cuando estás con él? ¿Crees que puedes disimular tus sentimientos hacia él? Amanda, no seas tonta. Huye de aquí antes que sea demasiado tarde. Haz lo que sugirió Lady Isabel y vuelve al campo. Serás más feliz allí; mucho mucho más feliz de lo que podrías ser nunca aquí.

Lady Standon hablaba con pasión. Sus ojos miraron a Amanda con simpatía y bondad por primera vez desde que la conociera. Amanda volvió la cabeza.

—No puedo —murmuró—. Y tampoco puedo explicarle por qué; tengo que seguir adelante con esto. Es demasiado tarde para hacer otra cosa.

Lady Standon se sentó frente al espejo.

—Mírame —ordenó—. Mírame en este espejo. ¿Qué vez? —Amanda no contestó y ella continuó diciendo—: te diré lo que ves, una mujer envejecida de manera prematura, una mujer a quien le arrebataron su juventud, su alegría de vivir, su felicidad, su amor… una mujer degradada y miserable. Ojalá hubiera dejado de sentir… esperaba volverme inmune a todo. Pero no es verdad. Hoy he revivido todas las cosas que creía muertas y olvidadas…

Su voz se quebró y las lágrimas contenidas en sus ojos descendieron por sus pálidas mejillas. Amanda, siempre conmovida por el sufrimiento ajeno, corrió a arrodillarse a los pies de Lady Standon, para tomar entre sus manos las de ella.

—Debe usted ser muy desdichada —dijo—. Oh, por favor, ¿no la puedo ayudar de alguna forma?

—Ninguna de las dos podemos ayudarnos, Amanda. Pero mírame y piensa en lo que estás haciendo, antes que cambies como yo. Una vez fui joven y el mundo me parecía lleno de belleza y excitación. Ahora sólo hay oscuridad, soledad y fealdad.

—Pero ¿por qué?, ¿por qué?

Lady Standon bajó la vista hacia Amanda.

—Porque obedecí las órdenes de mi hermano. Porque fui obligada a casarme con un hombre al que no amaba. No, eso no es decir la verdad… a un hombre al que odiaba y al que despreciaba. Si sólo pudiera relatarte la degradación que fueron para mí esos años a su lado, comprenderías.

—Pero ¿por qué tuvo que casarse con él? —preguntó Amanda.

—Porque mi hermano insistió y porque alejó de mí para siempre al hombre amado, al único hombre que amaré siempre.

—¿Lo alejó? ¿Y qué ha sido de él?

—No lo sé. Antes solía preguntarme con desesperación qué le habría sucedido… solía pasar las noches en vela, imaginándolo muerto, o herido en algún país remoto. Pero ¿qué sentido tenía? Ya estaba casada, por órdenes de mi hermano, con el Conde de Standon. Un matrimonio brillante, según él, para una chiquilla de diecisiete años. Era un hombre de grandes propiedades y enormes riquezas… pero tan perverso y hundido en la ignominia, que me asombra que mi cabello no se haya emblanquecido por completo.

Lanzó un suspiro sollozante.

—Le rogaba a Dios morir —continúo—. Pero El no escuchó mis plegarias y continué viviendo… para convertirme en lo que soy… una mujer marchita y seca.

—Pero no debe hablar así, no debe hacerlo —protestó Amanda—. Todavía es usted joven. Todavía tiene muchos años por delante…

—¿Para qué? —preguntó Lady Standon—. ¿Para vivir con mi suegra, una mujer de más de ochenta años, quisquillosa y desagradable? ¿Crees tú que tengo amigos? ¡Por supuesto que no! La gente decente me rehuye sólo porque llevo su nombre. Y sus amigos a los, que siempre agasajó regiamente, no se vuelve siquiera a mirarme, ahora que él ha muerto. Lo cual, después de todo, me agrada.

Se enjugó las lágrimas y añadió con amargura.

—Una vez anhelé tener hijos. Pero ahora me alegro que el título y la familia desaparezcan. Tal vez con el tiempo la gente llegue a olvidar la maldad que representaron.

—Oh, lo siento tanto por usted. Si sólo pudiera ayudarla…

—Nadie puede hacerlo. Pero ¿no comprendes? ¿No te das cuenta de por qué te estoy confiando esto? Mi esposo y mi hermano eran grandes amigos.

Los ojos de las dos mujeres se encontraron y Amanda se puso de pie, un poco temblorosa.

—Gracias por decírmelo —dijo con aire desolado—. Pero no hay nada que yo pueda cambiar… nada.

Sintió que la recorría un repentino escalofrío y sus manos temblaban cuando añadió a toda prisa:

—Por qué no me dice un poco más del hombre que usted amó? ¿Cómo logró Lord Ravenscar alejarlo de usted?

—El Capitán Graham Munro estaba en el Regimiento de Fusileros Reales —dijo Lady Standon con voz inexpresiva—. Y Hugo tenía influencias. Hizo que el batallón de Graham fuera enviado al extranjero. Hugo hasta impidió que nos despidiéramos. Él lo vio y le dijo que yo me casaría con el Conde de Standon. Confiscó todas nuestras cartas… las mías a Graham y las de él a mí.

Se cubrió los ojos con las manos.

—Sólo con posterioridad a lo sucedido me enteré de todo por mi doncella. Tú no sabes las agonías por las que pasé… esperando, aguardando una carta que nunca llegó. Cuando supe la verdad, era demasiado tarde. Para entonces estaba casada y no había nada que pudiera hacer.

—¿Nunca trató de averiguar dónde estaba él?

—¿Cómo hubiera podido lograrlo? Además, me sentía avergonzada de que él pudiera saber la clase de vida que llevaba.

—¿Por qué fue tan cruel su hermano? ¿Es que usted no le importaba?

—Hugo no ha amado a nadie más que a sí mismo, y nadie más le importa. Su amigo me deseaba. Recuerdo los ojos de Lord Standon ahora, aquel primer día en que me vio. Fue en el castillo y yo había bajado a saludar a los amigos de Hugo que acababan de llegar de Londres. Alguien debía haberme advertido. Debí haber huido, me debí haber encerrado en mi dormitorio, diciendo que estaba enferma. Pero tal vez aun así era demasiado tarde.

—Y ahora está usted libre —exclamó Amanda.

—Pero, tal vez Graham haya muerto —regreso Lady Standon con una voz transformada—. ¿Y crees que permitiría que me viera como estoy? Por otra parte, tal vez se haya casado y tenga familia. No soportaría enterarme de eso. No, algunas cosas deben quedar enterradas en el pasado, para siempre.

Se levantó del banquillo del tocador al ver que entraba el ama de llaves, anunciando que habían llegado cajas con vestidos para ambas. Lady Standon ordenó que fueran subidos y Amanda se dirigió a su habitación, sintiéndose más deprimida que nunca.

Ni siquiera la posibilidad de ir esa noche a la Casa Carlton y conocer al Príncipe de Gales la animaba y habría cambiado toda la temporada social que la esperaba por unos minutos en el templo con Peter.

No obstante, cuando estuvo vestida para la fiesta un par de horas después, no pudo evitar el sentirse conforme y emocionada con su apariencia. Había seleccionado un hermoso vestido de satén blanco bordado con ramilletes de nomeolvides. Había una guirnalda de nomeolvides para su cabello rubio y zapatos de raso blanco, con hebillas de pedrería, para sus pies.

El vestido ceñía a la perfección su figura y aunque acentuaba su juventud, le daba un aire de elegancia y distinción inimitables.

Se dirigió a la habitación de Lady Standon, para descubrir que una transformación muy parecida se había realizado en ella. Los pesados ropajes negros habían desaparecido y en su lugar Lady Standon llevaba un vestido de un tono muy suave de gris paloma, con cintas de color malva pálido, con una estola forrada del mismo tono para cubrir con elegancia sus hombros y brazos.

Pero lo que era sorprendente era que al descartar el luto, Lady Standon había descartado también muchos años de edad. Parecía mucho más joven. Por el momento hasta se veía más feliz y un poco más animada.

—¡Se ve usted preciosa! —exclamó Amanda.

—Es un lindo vestido, en realidad —reconoció Lady Standon sin mucho entusiasmo—. Y el tuyo, querida mía, es encantador. Causarás verdadera admiración en la Casa Carlton, sin importar los presentes.

Ambas mujeres sabían que se estaban refiriendo a Lady Isabel, pero el nombre no fue mencionado y cuando un lacayo les anunció que Lord Ravenscar las esperaba, cruzaron el pasillo hacia el salón donde se reunían los invitados que asistirían con ellos, a la Casa Carlton.

Todas las velas de los candelabros estaban encendidas. La habitación olía a flores de invernadero. Amanda tuvo una repentina visión de damas enjoyadas y de hombres con pantalones a la rodilla.

De pronto, Lord Ravenscar estuvo a su lado, con sus ojos recorriéndola de arriba a abajo, examinando todo: su nuevo vestido, la blancura de su piel, el arreglo de su cabello, la forma en que sus pestañas oscuras bajaban ante su insistente mirada. Sintió que los labios de él se acercaban candentes a su mano.

—Eres deseable a un grado enloquecedor.

Le habló en voz baja, casi al oído. Sin darse cuenta de lo que hacía, ella se alejó de él precipitadamente.

—¿Todavía me tienes miedo?

Sus palabras eran hirientes, Amanda sabía que se estaba burlando. Por eso no contestó y después de un silencio Lord Ravenscar agregó:

—Antes que te presente a mis amigos, que están, por supuesto, ansiosos de conocerte, tengo noticias para ti.

—¿Noticias?

Amanda se puso rígida al hacer la pregunta. Aunque se había retirado de él todo lo posible, Lord Ravenscar retenía su mano, sintiendo como ella temblaba.

—Sí, noticias —contestó, con sus ojos observándola como un gato observa a un ratón antes de darle un zarpazo—. Sé que te interesará saber que el fugitivo que escapó de los dragones de Su Majestad ha sido aprehendido.

—¿Le… dieron alcance? —preguntó Amanda.

Era como si por un momento las luces se apagaran y la oscuridad la invadiera.

—Sí, le dieron alcance —afirmó Lord Ravenscar todavía con los ojos clavados en ella—. Pero, por desgracia, no pudieron descubrir mucho sobre él. ¿Sabes? Como se resistió al arresto… ¡lo mataron!